15 de enero,
anochecer
Casa de Lucio Ulpio Trajano, Roma
Cuando, poco a poco, los asistentes se dirigen desde el atrio y el jardín a la mesa de la cena, Epafrodito me lleva a un lado. A pesar de la ocasión, va vestido como siempre, sombrío, todo de negro. Su perilla negra cuelga como una daga de su barbilla.
—He seguido la pista de tu hombre.
—¿Vetio? —pregunto—. ¿El caballero pompeyano? Lo has encontrado…
—No exactamente. —Epafrodito chasquea los dedos: un esclavo corre hacia él y empieza a susurrar a su oído.
Miro a un lado: Ptolomeo está ahí, con el estilo en la mano derecha y la tablilla de cera en la izquierda, listo para registrarlo todo. No sé de dónde ha sacado esos artículos. Pero el chico lleva conmigo el tiempo suficiente para saber que puedo necesitar que quede registrada una conversación, aunque sea en una cena en el Aventino.
Con su esclavo todavía susurrando a su oído, Epafrodito dice:
—Su nombre es Cayo Vetio. Caballero de Pompeya. Jardinero de oficio, especialista en árboles. Sobre todo higueras y perales. —El tesorero agita la mano—. Sí, sí —chasquea los dedos a su esclavo—, ya conozco el último trozo. —El esclavo retrocede y Epafrodito dice—: Parce que ese personaje, Vetio, desapareció en diciembre. Tres días antes de los Idus.
—¿Desaparecido? —digo yo—. ¿Y cómo lo sabes?
—Uno de mis escribanos conoce a un edil local. Este conocía a Vetio y nos señaló en la dirección del «antiguo socio de negocios» de Vetio —dice el tesorero—. Es lo único que han podido averiguar mis hombres. Confío en que te ayude.
¿Qué voy a hacer yo con esta información? Un jardinero local pompeyano ha desaparecido. ¿Y qué tiene eso que ver con Plautio? Cada día acumulo más preguntas y ninguna respuesta.
—Sigue buscando —digo—. Si tus hombres se enteran de algo más, dímelo inmediatamente.