Tito

23 de abril, noche
Casa de Lucio Ulpio Trajano, Roma

Ulpio está en el peristilo de su hogar, sentado bajo un ciprés, con una manta encima del regazo. Está oscuro y el aire se está enfriando rápidamente. Marco está con él, así como el tuerto Teseo y el parto. Virgilio viene conmigo, también Domitila. Ella ha insistido en venir. Debo admitirlo: sabe cómo tratar a este excéntrico.

Conciliadora como siempre, Domitila es la primera en hablar.

—Gracias por acceder a vernos. Agradeceremos mucho enterarnos de lo que sabes.

—Os diré lo que sabemos de la conspiración contra tu padre —dice Ulpio—, pero hay condiciones.

La arrogancia de este hombre es asombrosa. ¿Soy el hijo del césar y me va a dictar condiciones? Se me acelera el pulso y estoy a punto de decirle lo que pienso cuando Domitila me pone la mano en el brazo.

—¿Cuáles son? —me pregunta.

—Te diré todo lo que necesitas saber, te doy mi palabra, pero puede que te preguntes «cómo» sabemos lo que sabemos. Nos gustaría mantenerlo en secreto. Si decido no responder a una pregunta en concreto, pues mala suerte para vosotros. ¿Queda claro?

Domitila sabe que no puedo responder a semejante impertinencia, así que responde por mí.

—Sí. Lo comprendemos.

—Bien —dice Ulpio—. Bueno, ¿por dónde empezar? Se inclina hacia atrás en su silla—. El caballero al que contrató Vetio para pintar con veneno los higos de palacio. Creo que ya lo sabías, Tito. El objetivo era matar a la familia imperial.

Desconcertado, le pregunto:

—¿Y cómo sabías tú eso?

—Ah, aquí me remito a los términos de nuestro acuerdo —dice Ulpio—. No quiero decirlo.

Me muerdo la lengua.

Ulpio dice:

—Le ofrecieron un pago a Vetio, pero luego los que le contrataron pensaron que no era suficiente. Querían algo más, un pacto sellado a la manera de los antiguos.

—Torco —digo.

Ulpio parece sorprendido; aplaude tres veces, muy despacio.

—Bravo, Tito. Bravo. Quizá, al fin y a la postre, no seas todo fuego y espada. Sí, el culto de Torco, de los pantanos de Germania. Los adeptos se han infiltrado en la sociedad romana desde la derrota de Roma en el paso de Teutoburgo.

—El propio mal —digo yo, haciéndome eco de las palabras que leí en la carta de Carataco.

Ulpio hace una pausa, frunce los labios ligeramente.

—Sí, estás muy bien informado, la verdad.

Meneo la cabeza.

—Sé muy poco.

—Bien —dice Ulpio—, ojalá pudiera decir lo mismo. Hemos visto muchas cosas relativas a Torco, estos últimos años. —Ulpio duda, autocensurándose—. Un exliberto de la corte de Nerón, Haloto, el procurador de tu padre en Asia, era un adepto. Hace cinco años, él y el senador Marcelo, otro adepto, intentaron matar a Marco.

Domitila da un respingo al oír el nombre de Marcelo. Intercambiamos una mirada: y tú me habrías casado con un hombre semejante…

El tuerto se aclara la garganta.

Ulpio dice:

—Bueno, a decir verdad, todavía no estamos seguros de lo de Marcelo.

—¿Y tú eres el responsable de la muerte de Haloto? —pregunto.

Ulpio se rasca la barba cobriza y blanca. Es muy astuto. Eso no me gusta nada.

—Creo que cualquiera se mostraría reacio a admitir haber matado a un procurador, porque están investidos con el poder del césar. Pero te aseguro que su muerte no está relacionada con ningún intento de agresión contra tu padre o el principado. Más bien lo contrario, de hecho.

—Lo comprendemos —dice Domitila—. Por favor, continúa.

Ulpio se aclara la garganta.

—¿Por dónde iba? Ah, sí, el cuerpo que descubristeis en el Tíber… Era del caballero Vetio. Los que conspiran para apoderarse de la púrpura no confiaban en que siguiera sus instrucciones. De modo que trajeron a Vetio a Roma. Los adeptos de Torco usan los sacrificios humanos (el crimen) para hacer juramentos y, por tanto, unirse todos en una causa común. Supongo que Vetio era un hombre mejor que la mayoría. Y se negó. De modo que se convirtió en otra víctima.

Domitila pregunta:

—No lo comprendo. ¿Mataron a Vetio antes de que pintara los higos? Sin embargo, cuando Tito los hizo probar, uno de los árboles estaba todo envenenado.

—Creo que tu hermano puede responder a eso —dice Ulpio.

Yo también me había estado reservando esa información, pero parece que Ulpio sabe todo lo que hago y más.

—Hace un mes —digo—, cuando se decidió que nuestro padre volviera a la ciudad después de su ausencia, Febo, el secretario imperial, despidió a uno de los jardineros de palacio y contrató a uno nuevo, el responsable del jardín de Venus. Sospecho que fue ese hombre quien envenenó los higos.

Ulpio asiente.

—Su conspiración original no había sido descubierta, de modo que lo intentaron de nuevo. Esta vez con un jardinero más sumiso.

—¿Y qué hay de la mano, pues? —pregunta Virgilio—. ¿Y de Plautio?

—Ahí es donde podríamos decir que la trama se complica. —Ulpio sonríe. El excéntrico está disfrutando—. La mano y la desaparición de Plautio formaban parte de una segunda conspiración.

—¿Una segunda conspiración? —Virgilio frunce el ceño.

—Siempre hay más de una —responde Ulpio—. Hay más de mil senadores, solo unos cuantos de los cuales tienen el favor de tu padre. Y muchos más caballeros. Y están los pretorianos, que quieren elevarse asociándose a algún senador para sacar tajada. Según mis cálculos, Nerón se enfrentaba a tres conspiraciones al año.

—¿Y qué pasa entonces con la segunda conspiración? ¿Quién hay detrás de todo eso? —pregunto, con creciente impaciencia.

—Eso no lo sé —dice Ulpio—. Estamos bastante seguros de que la mano en el foro y la desaparición de Plautio eran intentos más sutiles de perjudicar al césar, pero no necesariamente un complot para asesinarle. Pero quien quiera que esté detrás de ellos es mucho más discreto que los seguidores de Torco. Su técnica, debo admitirlo, es bastante astuta. Contrata a los mismos matones que Torco, cosa que ayuda a evitar su descubrimiento. Para cualquiera que hiciera preguntas, si no reflexionaba lo suficiente, sería fácil concluir que Torco es el responsable de todo.

—¿Y es Cecina? —pregunto yo, convencido ya de su implicación.

—No, no lo creo.

Ulpio cuenta que Marco y Teseo salvaron a Caleno esa misma mañana, en las alcantarillas, antes de que Caleno bebiera hasta caer borracho. Parece que interrogaron a alguien. Ulpio explica todo lo que supieron sobre esa banda y su líder, Montano. Que parece ser que estaban a sueldo de Marcelo y de otra figura misteriosa.

—No creo que Cecina esté implicado —dice Ulpio—. Es un seductor. Se contenta con meterse en la cama con todas las bellezas de Roma. Y esa figura sombría hizo que Montano le diese información falsa a Plautio cuando estaba prisionero, destinada a implicarnos a mí y a Cecina. Pero que Cecina hiciera algo así… Me parece más que improbable.

Domitila pregunta:

—¿Que le diera información? ¿Cómo?

Ulpio dice:

—Plautio le dijo a tu hermano que oyó a sus captores hablar de un «hombre ciego» y del «chaquetero». Dice que ambos hombres se refirieron a esos dos tipos repetidamente y que luego escapó. Plautio es tan bobo que no se dio cuenta de que era un intento de confundirle. Pensó de verdad que había oído una información valiosa antes de huir. El plan era dejarle escapar y que viniera a Roma, para que pudiera decirte, supongo, lo que había oído. Pero le entró el pánico y así se encontró remando en un barco varios meses. Si quieres saber quién es ese misterioso senador, yo primero miraría a los que sabían que Plautio estaba en el sur, alguien que tenía la ventaja suficiente para hacer que lo secuestraran.

Intento recordar a quién se lo dije. A mi padre, desde luego. Antonia, Régulo, Virgilio y Ptolomeo. ¿Había alguien más?

—Es inútil. ¿Y si alguien se lo dijo a otro sin darse cuenta?

Ulpio asiente.

—Sí, ahí tenemos una dificultad.

—¿Y quién intentó matarme? —pregunta Domitila.

—Fue uno de los hombres de Montano, ciertamente —dice Ulpio—. Pero no creemos que fuera Marcelo quien lo preparó. En aquel momento, estaba comprometido contigo. Era un gran golpe de suerte. Y habría legitimado sus aspiraciones al trono. Si el césar y sus hijos morían, el marido de Domitila sería la elección natural para emperador. Sospechamos que era la misma figura sombría que orquestó lo de la mano, alguien que quería asegurar el acceso de Marcelo al trono igual que cualquier otro, acabando con el compromiso de la hija del césar… y acabándolo de la manera más sencilla posible.

Domitila se queda pálida ante la crueldad de la política romana.

Finalmente le pregunto:

—¿Y quiénes son miembros de Torco?

Ulpio va diciendo nombres, contando con los dedos.

—Marcelo, de eso estamos casi seguros. Lépida, creo. Probablemente Febo, dado lo que sabe de las higueras. También habrá implicados algunos pretorianos, pero no sabemos cuáles.

—¿Por qué sospechas que están implicados los pretorianos? —pregunta Domitila.

—No es una sospecha, sino algo inevitable —responde Ulpio—. Los días en que el Senado nombraba al emperador han desaparecido. Ahora la que gobierna Roma es la Guardia Pretoriana. El Senado se encoge de miedo y hace lo que ellos le dicen. Tu padre es lo bastante listo para comprenderlo. Por eso ha nombrado prefecto a Tito. Pero los que están por debajo de él podrían verse atraídos por la promesa de dinero o promoción.

Teseo dice:

—Es probable que al menos uno de tus oficiales esté implicado. Los conspiradores necesitarán a un oficial para controlar la situación. Tú habrías muerto, así que un oficial sería capaz de llenar el vacío y apresurarse a sacar al hombre elegido del campamento pretoriano y hacer que lo proclamasen emperador. ¿No tienes algún oficial descontento, orgulloso?

—Por supuesto. La mayoría de los oficiales son orgullosos y están descontentos. —Pienso en Régulo, aunque esta vez es la primera que creo que puede ser capaz de una cosa semejante. Nuestra ignorancia colectiva es frustrante. Me desespera—. Así que en realidad tienes más preguntas que respuestas, Ulpio.

—Eso es cierto —concede Ulpio—. Pero también tengo un plan.

Virgilio habla finalmente:

—¿Un plan? —Hemos pasado de la teoría a unas tareas factibles, que es lo suyo.

—Sí —dice Ulpio—, tenderemos una trampa.

—¿Una trampa? —pregunta Domitila, escéptica.

—Mis fuentes en el interior de palacio me han contado la historia de los higos —responde Ulpio—. Sería bueno que el experimento se mantuviese en secreto.

—No te falta información, ¿verdad, Ulpio?

Este sonríe.

—Estamos en el mismo lado, Tito. No te preocupes por lo que yo sé. Creo que podemos usar lo de los higos para nuestra ventaja. Da un festín. Sirve higos. Que los invitados crean que son de palacio. El que decline comerlos…, bueno, pues ahí tendremos a nuestro traidor.

Virgilio resopla con aprobación; aprecia el atrevimiento.

—¿Y la segunda conspiración? —pregunta Domitila—. ¿Qué pasa con esa figura sombría?

—Una batalla para otro día —dice Ulpio.

—¿Qué interés tienes tú en esto? —le pregunto—. ¿Es porque el culto intentó matar a Marco?

—En parte, sí. Odio perdonar una transgresión. Y tengo que pediros un favor...

Ya estamos. Tendré que coger tablilla y estilo para grabar los nombramientos que pida, así como el baúl de monedas del tamaño de un elefante.

—Me gustaría tener unas palabras —dice Ulpio—, en privado.

El emperador destronado
titlepage.xhtml
part0000.html
part0001.html
part0002.html
part0003.html
part0004.html
part0005.html
part0006.html
part0007.html
part0008.html
part0009.html
part0010.html
part0011.html
part0012.html
part0013.html
part0014.html
part0015.html
part0016.html
part0017.html
part0018.html
part0019.html
part0020.html
part0021.html
part0022.html
part0023.html
part0024.html
part0025.html
part0026.html
part0027.html
part0028.html
part0029.html
part0030.html
part0031.html
part0032.html
part0033.html
part0034.html
part0035.html
part0036.html
part0037.html
part0038.html
part0039.html
part0040.html
part0041.html
part0042.html
part0043.html
part0044.html
part0045.html
part0046.html
part0047.html
part0048.html
part0049.html
part0050.html
part0051.html
part0052.html
part0053.html
part0054.html
part0055.html
part0056.html
part0057.html
part0058.html
part0059.html
part0060.html
part0061.html
part0062.html
part0063.html
part0064.html
part0065.html
part0066.html
part0067.html
part0068.html
part0069.html
part0070.html
part0071.html
part0072.html
part0073.html
part0074.html
part0075.html
part0076.html
part0077.html
part0078.html
part0079.html
part0080.html
part0081.html
part0082.html
part0083.html
part0084.html
part0085.html
part0086.html
part0087.html
part0088.html
part0089.html
part0090.html
part0091.html
part0092.html
part0093.html
part0094.html
part0095.html
part0096.html
part0097.html
part0098.html
part0099.html
part0100.html
part0101.html
part0102.html
part0103.html
part0104.html
part0105.html
part0106.html
part0107.html
part0108.html
part0109.html
part0110.html
part0111.html
part0112.html
part0113.html
part0114.html
part0115.html
part0116.html
part0117.html
part0118.html
part0119.html
part0120.html
part0121.html