Marco

8 de enero, 69 d. C., anochecer
Colina del Quirinal, Roma

Galba llegó a Roma hace tres meses y la ciudad ya le odia. Es viejo y malo. Diezmó a los marineros cuando le pidieron las monedas que Nimfidio les había prometido. Yo no sabía qué era eso de diezmar hasta que Nerón me lo contó. Se hace un sorteo entre toda la legión y se mata a uno de cada diez hombres. No salí de casa de maese Creón durante dos días, porque tenía miedo de que ocurriera algo, como después de la caída de Nerón, cuando la gente luchaba por las calles. Pero no ha pasado nada…, al menos no todavía. Nerón cree que es solo cuestión de tiempo que los senadores del ejército se muevan contra Galba.

—Me echan de menos —dice Nerón—, y nadie podría culparlos.

Nada ha cambiado desde que vino Galba. Sigo yendo a ver a Nerón cada día, tomando la lección. Me preocupaba que el amo me preguntase por qué Galba, que cree que fue quien me compró, no me ha mandado a buscar para que viva en palacio. Sin embargo, a mi amo, en realidad, no le importa nada más que el vino y las monedas.

Esta mañana el amo me ha dicho: «Vas a venir conmigo a cenar». Pero hasta que hemos ido caminando por las calles frías y polvorientas y se ha puesto el sol, y hemos tenido que envolvernos en nuestros mantos con dos vueltas, no he sabido que íbamos a ver a Otón.

—Estoy en un aprieto, Marco —dice mientras caminamos—. Ahora eres propiedad imperial. Nadie te puede tocar. Lo oíste de su propia boca, como yo. Pero vamos a casa de uno de los hombres más poderosos de Roma. Y Otón ha mostrado interés por ti. Es un hombre acostumbrado a tener lo que quiere.

Dice el nombre de Otón y recuerdo cómo me cogió la barbilla; se me pone la piel de gallina.

Mi amo sigue hablando.

—Vamos a hablar de negocios, él y yo, pero nunca se sabe. Quizá te vea y recuerde lo que le ha robado Galba. Puede que piense: ¿quién lo va a saber? Y Marco, ya sabes que tengo debilidad por ese argumento. Si quiere probar lo que se le ha arrebatado… Bueno, la única forma de que alguien lo sepa es que tú se lo cuentes. Otón probablemente será emperador, algún día. Es una buena oportunidad para nosotros, para los dos.

El amo deja de caminar. Se inclina hacia mí y me mira a los ojos.

—¿Quién sabe lo que puede ocurrir esta noche? —dice mientras me agarra el hombro con fuerza, clavándome los dedos y las uñas—. Pero si jodes esto y me la juegas, te machacaré los huesos hasta hacerlos papilla y los serviré para la cena. ¿Entendido? —Sonríe, pero no con alegría. No dice nada el resto del camino.

En la cena, mi amo se sienta al lado de Otón. Yo estoy de pie cerca y les oigo hablar.

—Tus fondos han sido de lo más útiles, Creón —dice Otón—. Muy útiles, en realidad.

—Los soldados no se mostraron reacios, señor —responde el amo—. Necesitaron poco aliento para seguirte.

—Sí —dice Otón—, no me sorprende nada. El Jorobado ha resultado ser bastante inepto. No solo cruel (no tengo que hacerte una lista de sus muertes innecesarias), sino también a la hora de elegir heredero. El Imperio sabe que el joven Pisón es una elección desastrosa. Si me hubiera elegido a mí, si hubiera aceptado mi guía estos últimos meses en Roma… —Agita la mano—. No importa. Eso ya ha pasado. Nuestro camino está marcado.

—Sí, claro —dice mi amo—. La ciudad está detrás de ti. Pero… ¿puedo preguntarte? Quizá tú…

Otón suspira.

—Dilo ya, Creón. ¿Qué es lo que te preocupa?

—¿Qué pasa con las legiones del norte?

Otón hace un ruidito con la lengua, chasqueando.

—¿Te refieres a las legiones del norte que se han negado a jurar fidelidad a Galba y por el contrario han dicho que están a disposición del pueblo de Roma? Está claro que lo acatarán en cuanto se haya ido Galba. Su negativa a hacer el juramento es prueba de que hemos hecho el movimiento correcto contra Galba. El comandante en el norte de Germania es un gran amigo mío. Y el comandante de la baja Germania, el chico de Vitelio, está mucho más interesado en banquetes y orgías que en suponer un problema para Roma. ¿Sabes que le costó dos meses viajar hasta el norte a su puesto, después de que le nombraran, en noviembre? Supongo que cuando celebras cuatro banquetes al día y desfloras vírgenes al menos una vez al día, te mueves a paso de caracol.

Mi amo agita la mano y yo acudo con una jarra de vino. Cuando lo estoy sirviendo, Otón me ve por primera vez esta noche.

—Ah —dice—. Me has traído al joven Marco. —Me mira aunque sigue hablando con mi amo. Se me pone carne de gallina—. Eres muy astuto, Creón. Muy astuto. No puedo recordar que ocurrió y por qué no lo compré antes, pero no importa. Déjamelo esta noche, ¿de acuerdo? Podemos regatear el precio en otro momento. Seré generoso.

El amo asiente y yo tengo ganas de vomitar.

La voz de Otón baja de nuevo.

—Procederemos dentro de tres días. Va a tener lugar un sacrificio en el templo de Apolo, en el Palatino. Tengo que asistir, pero buscaré una excusa para irme. Entonces irrumpiré en el campo pretoriano, donde, si tú has hecho tu trabajo y el dinero que hemos recogido ha conseguido hacer su labor, me van a proclamar emperador. Los marinos que Galba diezmó en octubre me escoltarán de puerta en puerta. Y por fin encontraremos a Galba, donde quiera que esté, y lo mataremos.

—¿Y el joven Pisón? —pregunta el amo Creón—. Es el heredero de Galba.

—Ah, pues tendrá que morir también. Ese zopenco.

Me siento enfermo cuando se aproxima el fin de la cena. Cada vez que Otón se ríe me tiemblan las piernas y la cabeza me da vueltas. Recuerdo lo que me dijo Nerón cuando Otón casi me compró a mi amo: «Más gastado que la vía Apia», dijo.

Maese Creón va hacia la puerta. Yo le sigo con las piernas flojas.

Otón dice:

—Mándame la factura por el chico mañana. ¿De acuerdo?

—Sería negligente no decirlo en el Palacio Imperial. Creo que Galba tiene el chico en préstamo.

—¿Cómo? —pregunta Otón.

—Ya le expliqué esto a tu liberto en agosto. —La voz del amo suena como si estuviera diciéndole a unos inquilinos que les sube el alquiler—. Es que verás: Galba, o uno de los hombres de Galba, me ha pagado para que el chico visite el palacio cada día. Estoy obligado contractualmente a no prestarlo a nadie ni dejar que nadie más le ponga las manos encima. —Hace una pausa y luego dice—: Aunque los contratos, claro está, se pueden romper, con un precio adecuado.

—Has nacido para los negocios, ¿verdad, Creón? —dice Otón—. Si el chico pertenece a Galba ahora mismo, no quiero hacer olas, por así decirlo, hasta que se haya ido y la púrpura sea mía. —Me mira y dice—: Reclamaré mi premio cuando sea emperador.

Mi amo refunfuña todo el camino de vuelta a casa. Estoy seguro de que no me ve sonreír.

Al día siguiente, les cuento a Nerón y Doríforo todo lo que he oído en casa de Otón. Hablan de eso toda la mañana.

—Esta es nuestra oportunidad —le dice Doríforo a Nerón, una y otra vez—. Cuando se lleve a cabo el atentado contra la vida de Galba, la ciudad se convertirá en un caos.

Pero Nerón dice que no está seguro de si el momento es el adecuado…, que no sé lo que significa.

Después, por la tarde, cuando han acabado mis lecciones y me voy apartando de las celdas, se abre la puerta y entra Icelo.

Casi no lo reconozco. Tiene mucho mejor aspecto que la última vez que lo vi. Cuando era prisionero, su túnica estaba desgarrada y llevaba la barba sarnosa. Pero ahora luce una túnica roja nueva, creo que de seda, con bordados de oro, así como unos calzones a juego, como lleva la gente del norte; tiene la cara afeitada y suave. Pero sigue estando tan gordo como lo recordaba, como un buey con su paso bamboleante.

Me ve y sonríe.

—Buenas tardes, cachorro. ¿Qué me has traído hoy?

Estoy demasiado sorprendido para decir nada. No pensaba volver a verle nunca.

Icelo camina hacia mí. Dice:

—Tan hablador como siempre, ya veo.

Me da una palmada en el hombro.

—Bueno, sea como sea, me alegro de verte.

—¿Y tú quién eres? —pregunta Doríforo.

—Icelo.

—¿El liberto de Galba? —Doríforo mira a Nerón—. Así que Galba sabe…

—Bueno, ¿por qué iba a contárselo? —Icelo coge el taburete y lo coloca en el exterior de la celda. Se sienta—. No puedes ir agobiando al principado con información. O, si no, se ahogarán con hechos. —Icelo saca una manzana y empieza a frotarla contra su túnica. Da un bocado como el de un caballo. Empieza a masticar y, con la boca llena, dice—: Creo que el prefecto, Nimfidio, planeaba atraer la atención de Galba hacia Nerón, aquí presente. Pensaba que podía aprovecharse de ello. Vete tú a saber. Galba no es realmente de los que negocian. Pero yo he decidido «no» contárselo a Galba, ahora que la cosa es discutible. Nimfidio ya no está.

Icelo traga.

—Me ha costado siglos volver a encontrar este sitio —dice Icelo—. Me trajeron con una venda en los ojos, me volvieron a sacar igual. Pero tengo mis recursos.

Da otro bocado a su manzana. Me mira de repente. Dice:

—Es como en los viejos tiempos, ¿verdad, cachorro? Tú y yo. Aquí.

Me guiña un ojo. El sonido húmedo de su masticar llena la habitación.

Dice a Nerón:

—Galba será emperador, pero la ciudad no está contenta que digamos. Yo mismo me siento un poco inquieto. No he decidido aún lo que voy a hacer con… —y agita la mano hacia Nerón y su celda— todo esto, si se lo voy a contar a mi quisquilloso amo o no. Bueno, antes de que empecéis a hacer sugerencias, yo mismo tengo una. Algo que hará mi decisión más fácil.

Icelo da otro gran bocado a su manzana. Después de tres bocados más, ya solo queda el rodrigón.

—El tesoro de Dido —dice—. Lo tienes. Y yo lo quiero. Podemos hacer un trato, creo. —Se vuelve a mirarme y me guiña el ojo—. Coños y monedas, ¿eh, chico?

Doríforo empieza a decir algo, pero Icelo lo corta.

—Ahora vas tú y protestas como una virgen que en realidad sí que quiere. «¡A mí no! ¡A mí no!» Y entonces yo ruego y suplico, y consuelo, y hago que te sientas bien, a gusto. Yo te cuidaré, etcétera. Y al final cedes, como si no hubieras cedido ya desde el principio, de haber podido elegir. Así que nos saltaremos todo eso. Yo sé que tú sabes dónde está el tesoro de Dido. Y lo quiero. Hagamos un trato.

Icelo se pone de pie.

—No necesito una respuesta hoy. Tú eres mi contingencia. Mi plan alternativo, si las cosas con Galba no acaban de ir bien. Tienes tiempo para pensarlo. Pero no toda una vida.

Y diciendo esto, Icelo sale.

A la mañana siguiente, Doríforo visita el hogar de maese Creón antes del desayuno. Me espera en el atrio. Elsie me lleva a él. Se pone de pie y me mira, con los brazos cruzados.

—Nos vamos mañana —dice Doríforo. Su voz es lo bastante baja para que Elsie no pueda oírlo. Pero, de todos modos, frunce el ceño—. Nerón pide que nos acompañes.

—¿Ir? ¿Adónde? —pregunto.

—No tienes que preocuparte por eso, chico. Si decides venir, reúnete con nosotros en el río, en los muelles de Escipio. Iremos en barcaza hasta el mar. Si no estás allí, nos iremos sin ti. No tenemos suficiente dinero por el momento para comprarte a Creón. Así que tendrás que escaparte tú solito.

Si me cogen huyendo, me crucificarán. He visto que lo hacen con los esclavos. Te clavan a un poste y te dejan ahí para que te pudras, o te dan una cuchillada en el vientre. Doríforo adivina lo que estoy pensando.

—Si eres cobarde, bien. Quédate aquí con tu amo el abusón. A mí me da lo mismo. Nuestra barcaza sale al ponerse el sol. Estés allí o no estés. Todo depende de ti.

Doríforo se va y Elsie se acerca a mí. Dice:

—¿Qué te ha dicho?

Le cuento lo que ha dicho Doríforo. Elsie me abraza y me aprieta muy fuerte.

—Te voy a echar de menos, chico.

—Pero no puedo irme, Elsie. No puedo…

—Debes hacerlo —dice ella—. Aquí no hay nada para ti. Tienes que hacerlo.

Me echo a llorar.

El emperador destronado
titlepage.xhtml
part0000.html
part0001.html
part0002.html
part0003.html
part0004.html
part0005.html
part0006.html
part0007.html
part0008.html
part0009.html
part0010.html
part0011.html
part0012.html
part0013.html
part0014.html
part0015.html
part0016.html
part0017.html
part0018.html
part0019.html
part0020.html
part0021.html
part0022.html
part0023.html
part0024.html
part0025.html
part0026.html
part0027.html
part0028.html
part0029.html
part0030.html
part0031.html
part0032.html
part0033.html
part0034.html
part0035.html
part0036.html
part0037.html
part0038.html
part0039.html
part0040.html
part0041.html
part0042.html
part0043.html
part0044.html
part0045.html
part0046.html
part0047.html
part0048.html
part0049.html
part0050.html
part0051.html
part0052.html
part0053.html
part0054.html
part0055.html
part0056.html
part0057.html
part0058.html
part0059.html
part0060.html
part0061.html
part0062.html
part0063.html
part0064.html
part0065.html
part0066.html
part0067.html
part0068.html
part0069.html
part0070.html
part0071.html
part0072.html
part0073.html
part0074.html
part0075.html
part0076.html
part0077.html
part0078.html
part0079.html
part0080.html
part0081.html
part0082.html
part0083.html
part0084.html
part0085.html
part0086.html
part0087.html
part0088.html
part0089.html
part0090.html
part0091.html
part0092.html
part0093.html
part0094.html
part0095.html
part0096.html
part0097.html
part0098.html
part0099.html
part0100.html
part0101.html
part0102.html
part0103.html
part0104.html
part0105.html
part0106.html
part0107.html
part0108.html
part0109.html
part0110.html
part0111.html
part0112.html
part0113.html
part0114.html
part0115.html
part0116.html
part0117.html
part0118.html
part0119.html
part0120.html
part0121.html