La primera habitación era el cuarto con el horno, pero Clara siguió tirando de Will cuando este miró a través de la puerta. El estrecho pasillo olía a pastel y a almendras dulces, y en la siguiente sala un chal, bordado con pájaros negros, colgaba de un sillón apolillado.
La cama estaba en la última habitación. Apenas era lo suficiente grande para ambos y las mantas estaban agujereadas por las polillas, pero Will se durmió antes de que Jacob cerrara la puerta enrejada detrás de sí. La piedra le dibujaba vetas en el cuello como lo habían hecho fuera las sombras del bosque. Clara pasó los dedos con precaución sobre aquel verdor mate. Tan frío y terso. Tan hermoso y terrible al mismo tiempo.
¿Qué pasaría si las bayas no surtían efecto? El hermano de Will sabía la respuesta, y esta lo asustaba aun cuando él se cuidara mucho de ocultarlo.
Jacob. Will le había hablado de él a Clara, pero solo le había mostrado una fotografía en la que ambos eran niños. La mirada de Jacob ya entonces era completamente distinta a la de su hermano. En ella no había nada de la suavidad de Will. Nada de su calma.
Clara se soltó del abrazo de Will y lo tapó con la manta de la bruja. Una polilla, negra como la huella de la noche, se había posado sobre su hombro. Echó a volar cuando Clara se inclinó sobre Will para besarlo. Él no se despertó. Ella lo dejó solo y salió afuera.
La casa cubierta de pastel, la luna roja sobre los árboles…, lo que veía le parecía tan irreal que se sentía sonámbula. Todo lo que conocía había desaparecido. Todo lo que recordaba parecía perdido. Will era lo único familiar, pero lo extraño ya le estaba creciendo en la piel.
La zorra no estaba allí. Por supuesto. Se había ido con Jacob.
La llave yacía directamente junto a la puerta, tal y como él le había prometido. Clara la recogió y acarició el metal cincelado. Las voces de los fuegos fatuos llenaban el aire como el zumbido de las abejas. Un cuervo graznó en los árboles. Pero Clara estaba pendiente de otro sonido: el agudo chischás que había ensombrecido el rostro de Jacob y que lo había llevado de vuelta al bosque. ¿Quién era aquel que aguardaba allí fuera convirtiendo incluso en un refugio seguro la casa de una devoraniños?
Chischás. Allí estaba otra vez. Como el rechinar de unos dientes metálicos. Clara se apartó de la verja. Largas sombras se cernieron sobre la casa y sintió el mismo miedo que había experimentado de niña cuando se quedaba sola en casa y oía pasos en el rellano.
Habría tenido que contarle a Will lo que su hermano se proponía. Jamás la perdonaría si Jacob no regresaba.
Regresaría.
Tenía que regresar.
Jamás encontrarían el camino de regreso a casa sin él.