Will se había marchado. Jacob se percató de ello nada más cruzar con el caballo de carga la puerta destruida de la ruina, que estaba tan abandonada como si su hermano no lo hubiera seguido nunca a través del espejo, como si todo marchara bien y aquel mundo únicamente le perteneciera a él, solo a él. Por un momento se sorprendió al sentirse casi aliviado. Déjalo marchar, Jacob. ¿Por qué no olvidar que tenía un hermano?
—Ha dicho que regresará.
Zorro estaba entre las columnas. La noche ennegrecía su pelaje.
—He intentado detenerlo, pero es tan terco como tú.
Otro error, Jacob. Habría tenido que llevarse a Will a Schwanstein en vez de ocultarlo en la ruina. Will deseaba regresar a casa. Simplemente a casa. Pero tendría que llevarse la piedra consigo.
Jacob dejó el caballo junto a los otros dos, que pastaban detrás de la ruina, y se dirigió a la torre. Su larga sombra escribió una sola palabra en las baldosas: Volver.
Una amenaza para ti, Jacob, una promesa para Will.
La hiedra trepaba tan próxima a las piedras tiznadas que sus zarzillos siempre verdes formaban una densa cortina delante del hueco de la puerta. La torre era la única parte del castillo que había sobrevivido casi ilesa al fuego. En el interior pululaban los murciélagos, y la escalera de cuerda, que Jacob había colocado años atrás, despedía destellos de plata en la oscuridad. Los elfos dejaban siempre en ella su polvo como si no quisieran que olvidara que, años atrás, había descendido de otro mundo.
Zorro lo miró con gesto de preocupación cuando Jacob echó mano de la cuerda.
—Partiremos tan pronto haya regresado con Will —dijo.
—¿Partir? ¿Adónde?
Pero Jacob ya había comenzado a trepar por la balanceante escalera.
La habitación de la torre estaba iluminada por la luz de ambas lunas y su hermano estaba de pie junto al espejo. No estaba solo.
La chica se soltó de sus brazos en cuanto oyó a Jacob detrás. Era más hermosa que en las fotos que Will le había mostrado. Tonto enamorado.
—¿Qué hace ella aquí? —Jacob sintió su propio enfado como una escarcha sobre la piel—. ¿Has perdido el juicio?
Se limpió el polvo de elfo de las manos. Si uno no se andaba con cuidado, actuaba como un somnífero.
—Clara —dijo Will cogiéndola de la mano—. Este es mi hermano, Jacob.
Pronunció su nombre como si tuviera perlas en la lengua. Will siempre se había tomado el amor demasiado en serio.
—¿Qué más tiene que pasar para que comprendas qué clase de lugar es este? —le reprendió Jacob—. Mándala de vuelta. De inmediato.
Ella tenía miedo, pero se esforzó por disimularlo. Miedo del lugar que no podía existir, de la luna roja que había fuera en el cielo… y de ti, Jacob. Parecía sorprendida de que realmente existiera. El hermano mayor de Will. Irreal como el recinto en el que se encontraba.
Ella cogió la mano deformada de Will y se la pasó sobre la frente.
—¿Qué es esto? —preguntó con voz entrecortada—. ¡Nunca he visto una erupción así!
Por supuesto. Una estudiante de medicina… ¡Mírala, Jacob! Está tan enferma de amor como tu hermano. Tan enamorada que incluso ha seguido a Will a otro mundo.
Por encima de ellos se oyó un crujido y un rostro enjuto se asomó desde las vigas. El zancudo saltarín, que había mordido a Jacob en su primer viaje al otro lado del espejo, se negaba a ser expulsado de la torre después de tantos años, pero su feo rostro desapareció precipitadamente entre las telarañas cuando Jacob sacó la pistola. Durante un tiempo había utilizado los viejos revólveres de la colección de su padre, aunque finalmente había encargado a un armero de Nueva York equipar una de las anticuadas carcasas con la vida interior de una pistola moderna.
Clara contempló atónita el cañón brillante.
—Mándala de vuelta, Will. —Jacob guardó el arma en el cinturón—. No volveré a repetírtelo.
Entretanto, a Will le habían sucedido cosas que le causaban más miedo aún que su hermano mayor, pero finalmente se volvió y le apartó a Clara el cabello rubio de la frente.
—Tiene razón —oyó Jacob susurrar a Will—. Iré detrás de ti muy pronto. Sanará, ya lo verás. Mi hermano encontrará el modo.
Jacob nunca había comprendido de dónde procedía esa gran confianza. Nada lo había conseguido estremecer, ni siquiera durante todos aquellos años en los que Will apenas lo había llegado a ver.
—Venga, vamos.
Jacob se dio la vuelta y se dirigió hacia la trampilla.
—Regresa, Clara. Por favor —oyó decir a Will.
Pero Jacob ya había alcanzado el pie de la escalera de cuerda cuando su hermano, por fin, lo siguió. Will trepaba de una forma tan indecisa que parecía no querer llegar nunca abajo. Después se quedó allí de pie contemplando el polvo de los elfos en sus manos. Un sueño profundo y fascinante. No sería el peor de los regalos. Pero Will se limpió el polvo de los dedos como Jacob le había enseñado y se palpó el cuello. Las primeras vetas de color verde pálido ya asomaban allí también.
—Tú no necesitas a nadie, ¿verdad, Jake? —En su voz se percibía cierta envidia—. Siempre fuiste así.
Jacob apartó la hiedra a un lado.
—Si la necesitas tanto —dijo él—, deberías dejarla en un lugar seguro.
—¡Solo quería llamarla! Hacía semanas que no sabía nada de mí. No imaginé que me seguiría.
—¿Ah, no? ¿Y qué esperabas entonces?
Will no respondió.
• • •
Zorro aguardaba junto a los caballos. Y no le gustó nada que Jacob hubiera llevado de vuelta a Will. Nadie puede ayudarlo. Su mirada seguía diciéndolo.
Ya veremos, Zorro.
Los caballos estaban inquietos. Will intentó calmarlos acariciándoles los ollares. Su tierno hermano. En otro tiempo Will había llevado a su casa a todos los perros vagabundos y había derramado lágrimas por las ratas envenenadas del parque. Pero aquello que le crecía en la carne era todo menos tierno.
—¿Adónde cabalgamos?
Alzó la mirada hacia la torre.
Jacob le dio uno de los fusiles, que colgaban de la silla del caballo de carga.
—Al Bosque Negro.
Zorro levantó la cabeza.
Sí, lo sé, Zorro. Un lugar poco agradable.
Su yegua le dio un empujón en la espalda con el hocico. Jacob había pagado a Chanute las ganancias de un año por ella, aunque bien valía todos los táleros del mundo. Le estaba ajustando con firmeza la cincha de la silla cuando Zorro emitió un gruñido de advertencia a su lado.
Pasos. Se ralentizaron. Y se detuvieron.
Jacob se dio la vuelta.
—Me da igual qué tipo de lugar sea este… —Clara apareció a través de las columnas tiznadas—. No regresaré. Will me necesita. Y quiero saber qué ha sucedido.
Zorro la miró como a un animal extraño. Las mujeres de su mundo llevaban vestidos largos y se recogían el cabello o se lo trenzaban como las hijas de los campesinos. Esta usaba pantalones y su cabello era casi tan corto como el de un muchacho.
El aullido de un lobo atravesó la oscuridad y Will tiró enérgicamente de Clara. Habló con ella seriamente, pero ella se limitó a cogerle del brazo y a seguir con sus dedos las venas de piedra en su piel.
Ya no eres el único que cuida de Will, Jacob. Clara lo miró, y por un instante su rostro le recordó al de su madre. ¿Por qué no le había hablado nunca del espejo? ¿Y si el mundo del otro lado hubiera logrado borrarle un poco la tristeza de su rostro?
Demasiado tarde, Jacob. Demasiado tarde.
Zorro seguía sin apartar la vista de la chica. A veces Jacob se olvidaba de que ella lo era también.
Un segundo lobo aulló. La mayoría eran pacíficos, pero a veces alguno pardo se mezclaba entre ellos, y a estos les gustaba devorar carne humana.
Preocupado, Will prestó atención a los sonidos de la noche. Después volvió a tratar de persuadir a Clara.
Zorro alzó el hocico.
—Deberíamos partir —susurró a Jacob.
—No hasta que Will la mande de vuelta.
Zorro lo miró. Ojos de ámbar.
—Que venga con nosotros.
—¡No!
Solo los retrasaría. Y Zorro sabía tan bien como él que a su hermano se le acababa el tiempo. Aun cuando Jacob no se lo hubiera explicado todavía a Will.
Zorro se dio la vuelta.
—¡Que venga con nosotros! —volvió a decir—. Tu hermano la necesitará. Y tú también. ¿Acaso ya no te fías de mi olfato?
Después desapareció en la noche como si estuviera harta de esperarlo.