Durante un rato, Valiant los condujo con mucha determinación a través de la noche. Pero cuando las pendientes que los rodeaban se volvieron cada vez más escarpadas y la carretera, que habían seguido desde el río, desapareció entre cantos rodados y maleza de espinos, el enano tiró de las riendas del asno y miró a su alrededor, perplejo.

—¿Qué? —preguntó Jacob acercándose a caballo—. No me digas que te has perdido.

—¡La última vez que estuve aquí era de día! —respondió Valiant irritado—. ¿Cómo voy a encontrar una entrada oculta, si está más oscuro que el trasero de un gigante? ¡Debe de estar muy cerca!

Jacob se apeó del caballo y le entregó la linterna.

—¡Toma! —dijo—. Encuéntrala. Y a ser posible esta misma noche.

El enano movió, incrédulo, la linterna a través de la oscuridad.

—¿Qué es esto, magia de hadas?

—Algo parecido —respondió Jacob.

Valiant iluminó una pendiente que desaparecía a su izquierda entre la maleza.

—Juraría que está aquí abajo.

Zorro lo siguió con la mirada, desconfiada, cuando se acercó dando grandes zancadas.

—Ve con él —dijo Jacob—. De lo contrario volverá a perderse.

Aquella misión no provocó entusiasmo en Zorro, pero finalmente siguió deprisa al enano.

Clara bajó del caballo y lo ató al árbol más próximo. Los hilos de oro de su falda brillaban aún con más intensidad a la luz de la luna. Jacob recogió un par de hojas de roble y se las ofreció.

—Frótalas entre las manos y restriégalas sobre el bordado.

Clara obedeció, y los hilos palidecieron debajo de sus dedos como si hubiera borrado el oro de la tela azul.

—Hilos de elfos —dijo Jacob—. Son preciosos. Pero cualquier goyl te vería incluso a varios kilómetros de distancia.

Clara se pasó la mano por su llamativo cabello claro, como queriendo cambiarlo de color, al igual que su vestido.

—Tienes intención de entrar solo en la fortaleza…

—Sí, así es.

—¡Si hubieras estado solo en el río, habrías muerto! Déjame ir contigo, por favor.

Pero Jacob negó con la cabeza.

—Es demasiado peligroso. Will estaría perdido si te pasara algo. Pronto te necesitará más que a mí.

—¿Por qué?

Hacía tanto frío que su aliento flotaba en el aire como volutas de color blanco.

—Tendrás que despertarlo.

—¿Despertarlo?

Tardó un par de segundos en comprender.

—La rosa… —susurró.

Y el príncipe se inclinó sobre ella y la despertó con un beso.

Sobre ellos pendían los crecientes de ambas lunas, tan delgados en el cielo negro como si hubieran pasado hambre durante la noche.

—¿Por qué piensas que podré despertarlo? ¡Tu hermano ya no me ama!

Clara se esforzó por ocultar el dolor en su voz.

Jacob se quitó el abrigo que le había hecho pasar por un rico comerciante. Los únicos humanos que había en la fortaleza eran esclavos y seguramente no llevaban ribetes de piel en el cuello de sus abrigos.

—Pero tú lo amas —dijo él—. Eso tendrá que bastar.

Clara permaneció en silencio.

—¿Y si no es así? —preguntó finalmente—. ¿Y si eso no bastara?

Jacob no necesitó responderle. Ambos recordaban el palacio y los muertos que yacían bajo las hojas.

—¿Cuánto tiempo pasó hasta que Will se atrevió a preguntarte si querías salir con él? —Jacob se puso su antiguo abrigo.

El recuerdo borró el miedo del rostro de Clara.

—Dos semanas. Creía que no me lo preguntaría nunca. Y eso que nos veíamos todos los días en el hospital, cuando venía a visitar a tu madre.

—¿Dos semanas? Eso es muy rápido tratándose de Will.

Detrás de ellos se oyó un crujido y Jacob echó mano a la pistola, pero no era sino un tejón que buscaba su camino a través de los arbustos.

—¿Adónde te llevó?

—A la cafetería del hospital. Un lugar poco romántico —dijo Clara sonriendo—. Me habló de un perro atropellado que había encontrado. En la siguiente cita lo trajo consigo.

Jacob se sorprendió sintiendo envidia de Will al contemplar la expresión en el rostro de Clara.

—Vamos a buscar agua —dijo soltando a los caballos.

Junto a la charca que encontraron había un carro abandonado. Las ruedas se hundían en el lodo de la orilla y una garza había construido su nido sobre la madera podrida que conformaba la superficie de carga. Los caballos sumergieron con avidez sus ollares en el agua, y el asno de Valiant se introdujo en el río hasta que el agua le cubrió las rodillas; y cuando Clara intentó beber, Jacob la detuvo.

—Señores de las aguas —dijo—. Probablemente el carro perteneciera a alguna campesina. Les encanta capturar novias humanas. Y seguramente en esta región tienen que esperar bastante para conseguir una presa.

Jacob creyó oír los suspiros del señor de las aguas cuando Clara se retiró de la charca. Eran bastante atroces, pero no devoraban a sus víctimas como hacían las loreleys. Arrastraban a las chicas al interior de las cuevas, donde podían respirar, las alimentaban y les hacían regalos. Conchas, perlas del río, las joyas de los ahogados… Durante una época, Jacob había trabajado para los desesperados padres de estas muchachas secuestradas. Había llevado de vuelta a la luz del día a tres chicas, pobres criaturas trastornadas, que nunca regresaban del todo de las oscuras cuevas donde, rodeadas de perlas y espinas de pescado, habían tenido que soportar los repugnantes besos de un señor de las aguas enamorado durante meses. En una ocasión, los padres rehusaron pagarle porque no pudieron reconocer a su hija.

Jacob dejó que los caballos continuaran bebiendo y fue en busca del arroyo que alimentaba la charca. Pronto lo encontró, un estrecho arroyuelo que brotaba de una cercana grieta en la roca. Jacob atrapó las hojas marchitas de la superficie y Clara se llenó las manos con el agua helada. Tenía un sabor terroso y fresco, y Jacob solo vio las aves cuando él y Clara ya habían bebido. Dos alondras muertas, una junto a la otra, entre las piedras húmedas. Escupió y tiró de Clara para que se levantara.

—¿Qué pasa? —preguntó asustada.

Su piel olía a otoño y a viento. No, Jacob. Pero era demasiado tarde. Clara no retrocedió cuando él la estrechó entre sus brazos. Acarició su cabello, besó su boca y sintió palpitar su corazón con la misma intensidad que el suyo. Los diminutos corazones de las alondras reventaban de frenesí, de ahí el nombre: agua de alondras. Inocente, fría y clara, pero un trago y uno estaba perdido. Suéltala, Jacob. Pero continuó besándola mientras Clara susurraba su nombre y no el de Will.

—¡Jacob!

Mujer y animal, por un momento Zorro pareció ser ambas cosas. Pero era la zorra la que le mordía con tanta fuerza que Jacob acabó por apartarse de Clara, aun cuando todo en él deseaba seguir abrazándola.

Clara retrocedió tambaleándose y se pasó la mano por la boca como si pudiera borrar sus besos.

—¡Pero bueno! —Valiant dirigió la linterna a los dos y le brindó a Jacob una sonrisa lasciva—. ¿Significa eso que podemos olvidarnos de tu hermano?

Zorro lo miró como si la hubiera pataleado. Parecía seguir siendo ambas cosas a la vez: persona y animal, zorra y mujer. Pero era Zorro cuando se aproximó a la charca y contempló las aves muertas.

—¿Desde cuándo eres tan estúpido como para beber agua de alondras?

—Maldita sea. Estaba oscuro, Zorro.

El corazón seguía palpitándole a toda velocidad.

—¿Agua de alondras? —preguntó Clara arreglándose el pelo con manos temblorosas.

No lo miró.

—Sí, horrible. —Valiant le regaló una sonrisa exageradamente compasiva—. Una vez has bebido de ella, te abalanzas incluso sobre la chica más fea. Apenas tiene efecto en los enanos. Lástima —prosiguió lanzando una mirada maliciosa en dirección a Jacob— que fuera él y no yo…

—¿Cuánto dura el efecto? —la voz de Clara apenas se oía.

—Algunos aseguran que el efecto desaparece después de un arrebato de amor, pero hay quien dice que dura meses. Y las brujas… —Valiant sonrió a Jacob de forma alusiva—, las brujas creen incluso que el agua de alondras solo saca a la luz lo que ya existe.

—Pareces saberlo todo sobre esta agua. ¿Acaso la envasas y vendes? —le espetó Jacob al enano.

No la mires. No lo hagas, Jacob. Pero su corazón seguía latiendo deprisa.

Valiant se encogió de hombros.

—Por desgracia el efecto no perdura y es demasiado impredecible. Una lástima. ¡Sería un negocio fantástico!

Jacob reparó en la mirada de Clara, pero ella apartó la vista tan pronto él la miró. Aún sentía la piel de ella debajo de sus dedos.

Basta ya, Jacob.

—¿Habéis encontrado la entrada? —preguntó a Zorro.

—Sí —le respondió volviéndole la espalda—. Huele a muerte.

—¡Tonterías! —Valiant negó con un gesto despectivo—. Es un túnel natural que conduce a uno de sus caminos subterráneos. La mayoría de ellos están bien vigilados estos días, pero este es bastante seguro.

—¿Bastante? —Jacob creyó sentir las cicatrices de su espalda—. ¿Y cómo lo sabes?

Ante tanta desconfianza, Valiant revolvió los ojos.

—Su rey ha prohibido la venta de ciertas piedras semipreciosas muy demandadas. Afortunadamente, algunos de sus súbditos siguen teniendo el mismo interés que yo en un comercio sano.

—Sigo diciendo que huele a muerte.

La voz de Zorro sonaba más ronca de lo habitual.

—¡También podéis intentarlo por la entrada principal! —dijo Valiant con desprecio—. Quizá Jacob Reckless se convierta en el único humano que recorra la fortaleza de los goyl sin acabar fundido en ámbar.

Clara escondió las manos tras la espalda como si así pudiera olvidar a quién habían tocado.

Jacob evitó mirarla. Cargó la pistola y buscó algunos útiles en las alforjas: el catalejo, la lata de rapé, el frasco de cristal verde y el cuchillo de Chanute. Después se llenó los bolsillos del abrigo de munición.

Zorro estaba sentada bajo los arbustos. Tan pronto como Jacob se le acercó, inclinó la cabeza como entonces, cuando la había encontrado en la trampa.

—Tened cuidado con las patrullas de los goyl —advirtió Jacob—. Lo mejor será que os escondáis entre las rocas. Si mañana por la noche no he regresado, ve con ella a la ruina.

Ella. Ni siquiera se atrevía a pronunciar su nombre.

—No quiero quedarme con ella.

—Por favor, Zorro.

—No regresarás. Esta vez no.

Enseñó los colmillos pero no le mordió. En sus mordidas siempre había habido cariño.

—Reckless —dijo el enano impaciente golpeándole la espalda con el mango del fusil—. Creía que tenías prisa.

Valiant había convertido el fusil en un arma descabellada. Existían rumores de que, en manos de los enanos, el metal podía incluso echar raíces.

Jacob se levantó.

Clara seguía junto al arroyo. Se retrajo cuando él se aproximó, pero Jacob la llevó aparte. Lejos del enano. Lejos de Zorro y su ira.

—Mírame.

Ella quiso zafarse, pero él la agarró con firmeza, si bien aquello hizo que su corazón volviera a latir apresuradamente.

—No significa nada, Clara. ¡Nada!

Los ojos de ella se habían oscurecido a causa de la vergüenza.

—Tú amas a Will, ¿me oyes? Si te olvidas de eso, no podremos ayudarle. Nadie podrá entonces ayudarle.

Ella asintió, pero Jacob vio en su mirada la misma locura que él seguía sintiendo. ¿Cuánto tiempo duraría?

—Querías saber cuáles eran mis intenciones —dijo cogiéndole la mano—. Tengo que encontrar al Hada Oscura y obligarla a que devuelva su piel a Will.

Contempló el miedo en los ojos de Clara y, en un gesto de advertencia, apoyó su dedo en los labios de ella.

—Zorro no debe saber nada —le susurró—, de lo contrario me seguiría. Pero te lo prometo: encontraré al hada. Tú despertarás a Will. Y todo irá bien.

Deseaba abrazarla. Nunca había deseado algo con tantas ganas.

Jacob no volvió la vista cuando Valiant fue tras él en medio de la noche. Y Zorro no lo siguió.

Carne de piedra
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