Al goyl humano que Hentzau encontró en la parada de la diligencia abandonada le crecía una piel de malaquita. El color verde oscuro ya le veteaba medio rostro. Hentzau lo dejó marchar como a todos los que habían ido encontrando, recomendándole buscar refugio en el campamento goyl más próximo antes de que sus congéneres lo mataran a golpes. Pero aún no se apreciaba el oro en sus ojos, tan solo el vestigio de que su piel no había sido siempre de malaquita. El goyl humano salió corriendo de allí como si existiera otro lugar al que poder regresar, y Hentzau se estremeció al pensar que el hada podría sembrarle un día carne humana en su piel de jaspe.

Malaquita, hematites, jaspe…, él y sus soldados habían hallado incluso el color de la piel del rey, pero naturalmente no la piedra que buscaban.

Jade.

Las viejas lo llevaban colgado del cuello como un amuleto y se arrodillaban a escondidas delante de ídolos que habían sido tallados con él. Las madres se lo cosían a sus hijos en la ropa para que la piedra los hiciera valientes y los protegiera. Pero nunca había existido un goyl con piel de jade.

¿Durante cuánto tiempo ordenaría el Hada Oscura que lo buscaran? ¿Durante cuánto tiempo tendría que hacer el ridículo delante de sus soldados, del rey y de sí mismo? ¿Y si el hada solo se había inventado el sueño para separarlo de Kami’en? Y él se había marchado, fiel y obediente como un perro.

Hentzau observó la calle abandonada que desaparecía entre los árboles. Sus soldados estaban nerviosos. Los goyl evitaban el Bosque Negro al igual que los humanos. El hada también lo sabía. Se trataba de un juego. Sí, eso era. Tan solo un juego, y estaba harto de jugar a ser su perro.

La polilla se posó sobre su pecho cuando estaba a punto de dar la orden de subir a los caballos. Se clavó fuertemente debajo de su uniforme gris, allí donde latía el corazón de Hentzau, y vio al goyl humano con la misma claridad con que el hada lo había visto en su sueño. El jade trazaba su piel humana como una promesa. No podía ser.

Pero entonces las profundidades dieron a luz un rey y, en un tiempo de muchos peligros, apareció un goyl de jade, alumbrado por el cristal y la plata, y lo hizo invencible.

Cuentos de nodrizas. Nada le había gustado más en su niñez, porque le conferían al mundo un sentido y un final feliz. Un mundo dividido en arriba y abajo, y gobernado por dioses de carne blanda. Pero Hentzau les había cortado su blanda carne y había aprendido que no eran dioses…, al igual que había aprendido que el mundo no tenía sentido y que nada terminaba bien.

Pero allí estaba él. Hentzau lo podía ver claramente, como si pudiera alargar la mano y tocar la piedra de color verde mate, que ya le veteaba la mejilla.

El goyl de jade. Nacido del maleficio del hada.

¿Lo había planeado así ella? ¿Había sembrado toda aquella carne de piedra para recolectarlo a él?

¿Y a ti qué te importa, Hentzau? ¡Encuéntralo!

La polilla desplegó nuevamente las alas y Hentzau vio campos en los que hacía unos meses él mismo había luchado. Campos que limitaban con el linde oriental del bosque. Estaba buscando en el lugar erróneo.

Hentzau reprimió una maldición y mató a la polilla.

Sus soldados lo miraron sorprendidos cuando dio la orden de volver a cabalgar hacia el este, pero se sintieron aliviados de que no los hiciera adentrarse más en el bosque. Hentzau se sacudió las alas aplastadas del uniforme y subió al caballo. Nadie había visto a la polilla y todos atestiguarían que había encontrado al goyl de jade sin ayuda del hada. Del mismo modo que Hentzau afirmaba ante todos que había sido Kami’en quien había ganado la guerra y no el maleficio de su inmortal amada.

Jade.

Ella había soñado la realidad.

O había convertido un sueño en realidad.

Carne de piedra
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