Will deseaba dormir. Solo dormir y olvidar la sangre, toda la sangre en el pecho de Jacob. Había perdido el sentido del tiempo, del mismo modo que ya no sentía su propia piel o su propio corazón. Su hermano muerto. Era la única imagen que se abría camino entre sus sueños. Y las voces. Una de ellas ronca. La otra aguada. Agua fría y oscura.
—Abre los ojos —dijo ella.
Pero era incapaz.
Solo podía dormir.
Aunque eso significara ver una y otra vez toda aquella sangre.
Una mano le acarició el rostro. No era de piedra, sino blanda y fría.
—Abre los ojos, Will.
Pero solo quería abrir los ojos cuando su hermano regresara: en el otro mundo, donde la sangre del pecho de Jacob no fuera más que un sueño, como la piel de jade y el extraño que se despertaba dentro de él.
—Ha estado con vuestra hermana roja.
La voz del asesino. Will deseó abrirle con sus nuevas garras la piel de jaspe y verlo tendido en el suelo, tan inmóvil como a Jacob. Pero el sueño lo retenía prisionero, paralizándole los miembros con más eficacia que cualquier cadena.
—¿Cuándo?
Ira. Will la sintió como un puñal de hielo.
—¿Por qué no lo detuviste?
—¿Cómo? ¡No me revelasteis cómo pasar entre los unicornios!
Odio. Como fuego contra el hielo.
—Sois más poderosa que vuestra hermana. Simplemente deshaced lo que ella ha hecho.
—¡Se trata de un hechizo de espino! Nadie puede deshacerlo. He visto que una chica iba con él. ¿Dónde está?
—No tenía órdenes de traerla.
La chica. ¿Qué aspecto tenía? Will ya no lo recordaba. La sangre había borrado su rostro.
—¡Tráemela! La vida de tu rey depende de ello.
Will volvió a sentir los dedos en el rostro. Tan blandos y fríos…
—Un escudo de jade. Hecho con la carne de sus enemigos —la voz acariciaba su piel—. Mis sueños nunca mienten.