Había pasado una hora desde la puesta de sol, pero en el pasillo al que daba la habitación de Jacob reinaba el silencio, y ya temía que Donnersmarck estuviera intentando protegerlo de sí mismo cuando por fin llamaron a la puerta. Pero en ella no aparecieron soldados imperiales, sino una mujer.

Al principio Jacob apenas reconoció a Zorro. Llevaba puesto un abrigo negro sobre su vestido y se había recogido el cabello.

—Clara quería ver a tu hermano una última vez.

Su voz no sonaba a calles iluminadas sino a bosque y al pelaje de la zorra.

—Ha persuadido al enano para que la acompañe mañana a la boda —dijo pasándose la mano sobre el abrigo—. Estoy ridícula, ¿no es cierto?

Jacob tiró de ella hacia el interior de la habitación y cerró la puerta.

—¿Por qué no has disuadido a Clara?

—¿Por qué debería hacerlo?

Se sobresaltó cuando ella le tocó su brazo herido.

—¿Qué ha pasado?

—Nada.

—Clara dice que estás buscando al Hada Oscura. ¿Es así, Jacob? —le preguntó sujetándole el rostro entre sus manos; unas manos tan pequeñas como las de una niña—. ¿Es cierto?

Los ojos marrones lo miraron directamente al corazón. Zorro sabía siempre cuándo le estaba mintiendo, pero esa vez tenía que conseguir engañarla o lo seguiría, y Jacob sabía que podría perdonarse todo, salvo perderla por su culpa.

—Es cierto. Es lo que pensaba hacer —dijo—. Pero he visto a Will. Tenías razón. Se ha acabado.

Créeme, Zorro. Por favor.

Volvieron a llamar a la puerta. Esta vez eran los hombres de Donnersmarck.

—¿Jacob Reckless?

Los dos soldados que estaban frente a la puerta eran prácticamente de la misma edad que Will.

Jacob arrastró a Zorro hasta el pasillo.

—Me voy a emborrachar con Donnersmarck. Si quieres, puedes ir mañana con Clara a la boda. Yo tomaré el primer tren hacia Schwanstein.

Zorro lo miró a él y luego a los soldados. Con certeza el Hada Oscura estaba ya en los jardines imperiales.

No le creyó. Jacob lo adivinó en su rostro. ¿Cómo podía creerlo? Nadie lo conocía mejor. Ni siquiera él mismo. Parecía tan vulnerable vestida con aquella ropa humana…, pero lo seguiría. Daba igual lo que le contara.

Zorro no pronunció palabra alguna cuando siguieron a los soldados hasta el ascensor. Seguía irritada por el agua de alondras. Y su cólera aumentaría enseguida.

—No estás ridícula con ese abrigo —le dijo cuando se detuvieron delante del ascensor—. Estás muy guapa, pero preferiría que no hubieras venido.

—No debe seguirme —dijo a los soldados—. Uno de vosotros debe quedarse con ella.

Zorro intentó transformarse, pero Jacob la agarró del brazo. Piel con piel, esto detenía al pelaje. Desesperada, intentó zafarse, pero Jacob no la soltó y le dio a uno de los soldados la llave de su habitación. A pesar de su rostro aniñado, era ancho como un armario, y con suerte la vigilaría bien.

—Procura que no abandone mi habitación antes de mañana —le encargó—. Y ten cuidado, es muy hábil transformando su figura.

El soldado no parecía especialmente feliz por el encargo recibido, pero asintió con la cabeza y agarró a Zorro del brazo. La desesperación en su mirada dolía, pero la simple idea de perderla resultaba aún más dolorosa.

—¡Te matará!

Sus ojos se ahogaron en rabia y lágrimas.

—¡Quizá! —respondió Jacob—. Pero no serviría de nada que hiciera lo mismo contigo.

El soldado la arrastró hasta la habitación. Ella se resistió como habría hecho la zorra, y estuvo a punto de zafarse una vez en la puerta.

—¡Jacob! ¡No vayas!

Aún seguía oyendo su voz cuando el ascensor se detuvo en el vestíbulo, y, de hecho, por un instante quiso volver a subir únicamente para borrarle la ira y el miedo del rostro.

• • •

El otro soldado se sentía visiblemente aliviado de que Jacob no le hubiera encomendado a él vigilar a Zorro, y Jacob se enteró, de camino al palacio, de que procedía de un pueblo del sur, continuaba encontrando excitante la vida de soldado y, al parecer, no tenía la menor idea de con quién deseaba encontrarse Jacob en los jardines imperiales.

La gran puerta que había en la parte trasera del palacio solo se abría al pueblo una vez al año. Su guía tardó una eternidad en descorrer el cerrojo y Jacob echó de menos la llave mágica y los otros objetos que había perdido en la fortaleza de los goyl. En cuanto Jacob hubo cruzado la puerta, el soldado volvió a echar la cadena, pero se quedó de espaldas al portón. A fin de cuentas, Donnersmarck querría saber si Jacob volvía a salir de los jardines.

A lo lejos se oían los ruidos de la ciudad: carruajes y caballos, borrachos, vendedores ambulantes y los gritos de los serenos. Pero tras los muros de los jardines solo se escuchaba el murmullo de las fuentes de la emperatriz y, en los árboles, el canto de los ruiseñores artificiales que Therese había recibido de una de sus hermanas en su último cumpleaños. Algunas ventanas del palacio seguían iluminadas, pero en los balcones y escaleras reinaba un silencio fantasmal a pesar de ser la víspera de una boda imperial, y Jacob intentaba no preguntarse dónde estaría Will en ese momento.

Era una noche fría. Sus botas dejaban oscuras huellas sobre la superficie de césped cubierta de escarcha, pero la hierba amortiguaba el ruido de sus pasos mejor que los caminos de guijarros. Jacob no tuvo que buscar las huellas del Hada Oscura. Sabía dónde estaba. En el corazón de los jardines imperiales había un estanque cuya superficie estaba tan densamente cubierta de lirios como el lago de las hadas, y, al igual que allí, los sauces se inclinaban sobre el agua oscura.

El hada se hallaba en la orilla y la luz de las estrellas se clavaba en su cabello. Las dos lunas acariciaban su piel, y Jacob sintió que su odio se ahogaba en su belleza. Pero el recuerdo del rostro petrificado de Will hizo que volviera rápidamente en sí.

Ella se dio la vuelta al oír sus pasos, y él apartó el abrigo negro para que se viera la camisa blanca que había debajo, tal y como su hermana le había aconsejado. «Blanco como la nieve. Rojo como la sangre. Negro como el ébano». Aún faltaba un color.

El Hada Oscura soltó su cabello rápidamente y sus polillas salieron zumbando hacia él, pero Jacob se hizo un corte en el brazo con el cuchillo y se limpió la sangre sobre la camisa blanca. Las polillas regresaron vacilando, como si les hubiera quemado las alas.

—Blanco, rojo y negro… —dijo mientras limpiaba la hoja del cuchillo en la manga—. Los colores de Blancanieves. Mi hermano siempre se refería a ellos así. Le gustaba mucho el cuento. ¿Quién habría supuesto que poseían tanto poder?

—¿Cómo sabes lo de los tres colores? —preguntó el hada retrocediendo un paso.

—Tu hermana me lo ha desvelado.

—¿Te desvela nuestros secretos en pago por haberla abandonado?

No la mires, Jacob. Es demasiado hermosa.

El hada se quitó los zapatos y se acercó más al agua. Jacob sentía su poder tan claramente como el frío de la noche.

—Por lo visto, lo que has hecho tú es más difícil de perdonar —respondió él.

—Sí, siguen escandalizadas porque me fui —dijo riéndose en voz baja mientras las polillas volvían a deslizarse por su cabello—. Pero no puedo imaginar lo que mi hermana esperaba conseguir revelándote lo de los tres colores. Como si necesitara a las polillas para matarte.

Retrocedió hasta que el agua del estanque cubrió sus pies descalzos, y la noche comenzó a centellear y a zumbar como si el propio aire se transformara en agua negra.

Jacob tenía dificultades para respirar.

—Quiero recuperar a mi hermano.

—¿Por qué? Solo lo he convertido en lo que siempre debió ser —dijo el hada echándose el cabello hacia atrás—. ¿Sabes lo que pienso? Que mi hermana sigue demasiado enamorada de ti como para matarte ella misma. ¡Así que te ha enviado a mí!

Jacob percibía que su belleza le hacía olvidarlo todo, el odio que le había llevado hasta allí, el amor por su hermano, a sí mismo.

¡No la mires, Jacob!

Agarró su brazo herido para que el dolor lo protegiera. El dolor de la espada de su hermano. Apretó con fuerza hasta que la sangre corrió por su mano, y volvió a ver el rostro deformado por la ira de Will. Su hermano perdido.

El Hada Oscura se acercó a él.

Sí, acércate más.

—¿Eres realmente tan arrogante como para pensar que puedes venir a mí con exigencias? —preguntó sin apartarse de su lado—. ¿Crees que porque un hada no puede resistírsete estamos todas condenadas a enamorarnos de ti?

—No. No es eso —respondió Jacob.

Sus ojos se agrandaron cuando él la agarró de su blanco brazo. La noche comenzaba a tejer una red alrededor de su boca, pero él pronunció su nombre antes de que ella pudiera paralizarle la lengua.

El Hada Oscura lo apartó y alzó las manos como si aún pudiera detener las fatales sílabas. Pero sus dedos ya empezaban a convertirse en ramas y sus pies echaban raíces. Su cabello se transformó en hojas, su piel en corteza, y su grito sonó como el viento entre las hojas de un sauce.

—Un hermoso nombre —dijo Jacob acercándose a las ramas colgantes—. Lástima que solo se pueda pronunciar en vuestro reino. ¿Se lo has desvelado alguna vez a tu amado?

El sauce gimió, y su tronco se inclinó sobre el estanque, como si llorara sobre su propio reflejo.

—Le diste a mi hermano una piel de piedra. Yo te doy una de corteza. Se trata de un trato justo, ¿no crees? —dijo Jacob cerrando el abrigo sobre la camisa manchada de sangre—. Ahora iré en busca de Will. Y si su piel sigue siendo de jade regresaré y quemaré tus raíces.

Jacob no podía decir de dónde provenía la voz del hada. Quizá solo estuviera en su mente, pero la oía tan claramente como si le estuviera susurrando cada palabra al oído:

—Libérame y le devolveré a tu hermano su piel humana.

—Tu hermana me dijo que harías esa promesa. Y que no debía creerte.

—¡Tráemelo y te lo demostraré!

—Tu hermana me aconsejó hacer otra cosa más.

Jacob metió la mano entre las ramas y cogió un puñado de hojas plateadas.

El sauce suspiró cuando las envolvió en su pañuelo.

—Debería llevarle estas hojas a tu hermana —dijo Jacob—, pero creo que las conservaré y las canjearé por la piel de mi hermano.

El estanque era un espejo de plata, y la mano con la que había tocado el brazo del hada parecía congelada.

—Te lo traeré —dijo—. Esta misma noche.

Un escalofrío recorrió el follaje del sauce.

—¡No! —susurraron las hojas—. ¡Kami’en lo necesita! Ha de permanecer a su lado hasta que la boda acabe.

—¿Por qué?

—Prométemelo o no te ayudaré.

Jacob seguía oyendo su voz cuando el estanque desapareció tras una maraña de arbustos.

—¡Prométemelo!

Una y otra vez.

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