Cuando la novia salió de la catedral, su vestido estaba cubierto de pétalos. El hada había convertido en rosas blancas la sangre de los goyl y en rosas rojas la de los humanos. Las manchas del uniforme del novio se habían transformado en rubíes y piedras de luna, y la multitud expectante gritó de júbilo. Quizá algunos se preguntarían por qué tan pocos invitados seguían a la pareja. O percibirían el miedo en sus rostros. Pero los disparos en la catedral no se habían distinguido entre el ruido que invadía las calles; los muertos guardaban silencio y el rey de los goyl subió con su novia humana al carruaje de oro, en el que, mucho tiempo atrás, la bisabuela de Amalie también había sido conducida a su boda.

Una interminable fila de carruajes aguardaba delante de la catedral, y el Hada Oscura permanecía clavada en la escalera como una amenaza mientras los goyl supervivientes formaban un cordón del que no era posible escapar. Ni uno solo de los soldados imperiales que vigilaban a la multitud expectante se dio cuenta de que los carruajes que tenían ante sus ojos se iban llenando de rehenes. Y de que uno de ellos era su emperatriz.

Esta se tambaleó cuando Donnersmarck, que había sobrevivido al baño de sangre al igual que dos de sus enanos, la ayudó a subir al carruaje. Uno de los supervivientes era Auberon, su favorito. Apenas podía caminar y su rostro barbudo estaba hinchado a causa del veneno de las polillas. Jacob sabía muy bien cómo se sentía el enano. Él mismo seguía un poco entumecido. Clara no estaba mejor, y Valiant se tropezaba con sus propios pies mientras bajaban la escalera de la catedral. Jacob llevaba a Zorro en brazos para que los goyl no la ahuyentaran. Eran rehenes al tiempo que un decorado humano, un séquito camuflado para el amado del hada, cuyas tropas estaban apenas a un día de marcha de allí.

¿Qué has hecho, Jacob?

Había protegido a su hermano. Y Will vivía. Con una piel de jade, pero vivía, y Jacob solo se arrepentía de una cosa: de haber perdido las hojas de sauce y con ellas toda esperanza de protegerse a sí mismo y a los demás del Hada Oscura. Ella lo contempló mientras él seguía a Clara y a Zorro hasta el carruaje. La ira del hada seguía quemándole la piel, y ahora se había enemistado también con la emperatriz y, con ella, con medio mundo del espejo. Todo por salvar a su hermano.

Antes de partir, un goyl se subió al pescante de cada carruaje junto al cochero, y tan pronto como fueron alcanzando cada uno de los puentes que conducían fuera de la ciudad, se fueron deshaciendo de los conductores de un empujón. La guardia imperial, que escoltaba a la pareja de novios, intentó detenerlos, pero el Hada Oscura soltó a sus polillas y los goyl dirigieron los carruajes al puente erigido por un antepasado de la novia, y, desde allí, entraron en una de la calles que había en la otra ribera del río.

Una docena de carruajes, cuarenta soldados. Un hada que protegía a su amado. Una princesa que se había casado entre cadáveres. Y un rey que había confiado en su enemiga y había sido traicionado por ella. Se vengaría por todo aquello. Pero Jacob solo se repetía una cosa mientras Valiant se maldecía por haber creído que era buena idea asistir a una boda imperial: Tu hermano sigue con vida, Jacob. Todo lo demás no cuenta.

El cielo estaba cubierto de nubarrones cuando los carruajes cruzaron la puerta detrás de la cual un grupo de edificios sencillos rodeaban un amplio patio. Cualquier habitante de Vena conocía la antigua fábrica de municiones… y la evitaba. La fábrica estaba abandonada desde que el río se había desbordado unos años atrás y había llenado los edificios de agua y lodo pestilente. Durante la última epidemia de cólera, los enfermos habían sido llevados hasta allí para morir, pero a los goyl aquello no los intranquilizaba lo más mínimo. Eran inmunes a la mayoría de las enfermedades humanas.

—¿Qué van a hacer con nosotros? —susurró Clara cuando los carruajes se detuvieron entre los muros rojos.

—No lo sé —respondió Jacob.

Pero Valiant se subió al asiento del carruaje y miró hacia el patio abandonado.

—Creo que yo sí… —gruñó.

Will fue el primero en bajar del carruaje de oro. Lo siguieron el rey y su esposa, mientras los goyl sacaban a rastras a los rehenes de los otros carruajes. Uno de ellos empujó a la emperatriz cuando esta intentó acercarse a su hija, y Donnersmarck la apartó a un lado en actitud protectora. El Hada Oscura caminó hasta el centro del patio y examinó los edificios vacíos. No volvería a permitir que su amado cayera en otra emboscada. Cinco polillas se desprendieron de su vestido y volaron hacia los edificios vacíos. Espías sigilosas. Muerte alada.

Los goyl, sin embargo, miraban expectantes a su rey. Cuarenta soldados que habían escapado de la muerte por los pelos en territorio enemigo. ¿Y ahora qué?, parecían preguntar sus rostros. Ocultaban su miedo bajo su desamparada ira solo con gran esfuerzo. Kami’en hizo señas a uno de ellos para que se acercara. Tenía la piel de alabastro de sus espías.

—Comprueba que el túnel es seguro.

El rey sonaba sereno. Si tenía miedo, lo ocultaba mucho mejor que sus soldados.

—¡Me apuesto mi árbol de oro a que sé adónde tienen intención de ir! —murmuró Valiant cuando el goyl de alabastro desapareció entre los edificios abandonados—. Uno de nuestros ministros más estúpidos mandó construir dos túneles hasta Vena hace años porque no creía que el ferrocarril tuviera futuro. Uno debía abastecer esta fábrica. Se rumorea que los goyl lo han conectado con su fortaleza occidental y que sus espías lo utilizan.

Un túnel. Otra vez bajo tierra, Jacob. Si antes no les pegaban un tiro a los rehenes…

Los goyl los agruparon, y Jacob se agachó para coger a Zorro con el fin de que no se perdiera entre todos aquellos pies humanos espantados, pero uno de los soldados lo agarró y lo arrastró con rudeza fuera del grupo. Jaspe y amatista. Nesser. Jacob aún recordaba cómo le había colocado los escorpiones sobre el pecho. Zorro quiso seguirlo, pero Clara la cogió rápidamente en brazos cuando la goyl la apuntó con la pistola.

—¡Hentzau está más muerto que vivo! —le espetó a Jacob mientras lo arrastraba consigo—. ¿Cómo es que tú sigues con vida?

Lo empujó al patio, hasta el rey, que estaba con Will junto al carruaje y conversaba con los dos oficiales que habían sobrevivido a la masacre. A los goyl no les quedaba mucho tiempo. Entretanto, probablemente ya habían descubierto a los muertos en la catedral.

El Hada Oscura estaba al pie de la escalera que conducía al río. El brazo de piedra de un embarcadero sobresalía del agua, sobre la que los desechos de la ciudad flotaban como una piel sucia. Pero el hada miraba en su interior como si viera los lirios entre los que había nacido. Te matará, Jacob.

—Déjame a solas con él, Nesser —dijo.

La goyl titubeó, pero finalmente lanzó una mirada llena de odio a Jacob y volvió a subir la escalera.

El hada se acarició el blanco brazo. Jacob vio en él los rastros de la corteza de árbol.

—Has jugado y has perdido.

—Mi hermano ha perdido —respondió Jacob.

Estaba tan cansado… ¿Cómo iba a matarlo? ¿Con sus polillas? ¿Por medio de un maleficio?

El Hada Oscura alzó la mirada hacia donde estaba Will. Seguía junto a Kami’en. Parecían pertenecer más que nunca el uno al otro.

—Él era todo lo que había esperado —dijo—. Míralo. Toda esa carne pétrea. Solo sembrada para él.

Se pasó la mano sobre la corteza de su brazo.

—Te lo devolveré —dijo—. Bajo una condición. Llévatelo lejos, muy lejos, tan lejos que no pueda encontrarlo jamás. De lo contrario lo mataré.

Jacob no podía creer lo que oía. Estaba soñando. Eso era. Un sueño febril. Probablemente seguía tendido en la catedral y sus polillas le inyectaban veneno en la piel.

—¿Por qué?

Le costó pronunciar esas dos palabras.

¿Para qué preguntas, Jacob? ¿Por qué quieres saber si se trata de un sueño? Si es así, se trata de uno bueno. Te devuelve a tu hermano.

En cualquier caso, el hada no le respondió.

—Llévalo al edificio que hay junto a la entrada —dijo volviéndose nuevamente hacia el agua—. Pero apresúrate. Y ten cuidado con Kami’en. No querrá perder a su sombra.

• • •

Jaspe, ónix, piedra de luna. Jacob maldijo su piel humana mientras cruzaba el patio con la cabeza gacha. Con certeza, ninguno de aquellos goyl supervivientes sabía que le debía a ella el seguir con vida. Afortunadamente la mayoría vigilaba a los rehenes o se ocupaba de los heridos, y Jacob alcanzó los carruajes sin que nadie lo detuviera.

Kami’en seguía con sus oficiales. El goyl de alabastro aún no había regresado. La princesa se acercó a su esposo y le dijo algo. Finalmente Kami’en se la llevó. Will siguió al rey con la mirada, pero no fue tras él.

Ahora, Jacob.

La mano de Will se acercó al sable tan pronto como Jacob apareció entre los carruajes.

¿Quieres jugar al Corre corre que te pillo, Will?

Su hermano apartó a dos goyl del camino y comenzó a correr. Sus heridas apenas parecían estorbarle. No corras demasiado rápido, Jacob. Deja que se acerque, como hacíais cuando erais niños. Rodearon los carruajes y pasaron de largo junto a la barraca en la que habían encerrado a los rehenes. El siguiente edificio estaba junto a la entrada. Jacob abrió la puerta de un empujón. Un oscuro pasillo con ventanas entabladas. Las manchas de luz sobre el suelo sucio parecían leche derramada. En la otra habitación aún se podían ver las camas de las víctimas del cólera. Jacob se escondió detrás de la puerta abierta. Como entonces.

Will se volvió cuando Jacob cerró la puerta detrás de él, y por un instante su rostro mostró la misma sorpresa de antaño, cuando Jacob se escondía detrás de un árbol en el parque. Pero nada en su mirada indicaba que lo reconociera. El extraño con el rostro de su hermano. Aun así Will atrapó la bola de oro. Las manos tenían su propia memoria. ¡Pillado, Will! La bola se lo tragó como una rana a una mosca mientras, en el patio, el rey de piedra buscaba en vano a su sombra.

Jacob cogió la bola y se sentó en una de las camas. Su propio rostro lo contemplaba desde el oro, desfigurado como en el espejo de su padre. No podía decir lo que le hacía pensar en Clara…, quizá el olor a hospital que seguía flotando entre los muros, tan distinto, y a la vez tan igual, al del otro mundo… Pero por un instante, solo durante un brevísimo instante, se sorprendió imaginando qué pasaría si simplemente se olvidara de la bola de oro. O la dejara en el cofre de la taberna de Chanute.

¿Qué pasa contigo, Jacob? ¿El agua de alondras sigue surtiendo efecto? ¿O tienes miedo de que tu hermano, aunque el hada mantenga su palabra, siga siendo el extraño del rostro desfigurado a causa de su odio por ti?

El hada apareció en la puerta tan de repente como si la hubiera convocado con sus pensamientos.

—Fíjate —dijo examinando la bola de oro en las manos de Jacob—. Yo conocí a la niña que jugó con esa bola, mucho tiempo antes de que tú o tu hermano hubierais nacido. No solo atrapó un novio con ella, sino también a su hermana mayor, a la que no dejó salir en diez años.

Su vestido barrió el suelo polvoriento cuando se acercó a Jacob.

Él titubeó, pero finalmente le dio la bola.

—Lástima —dijo ella alzándola hasta sus labios—. Tu hermano es mucho más atractivo con la piel de jade.

Después vaheó sobre la brillante superficie hasta que el oro se empañó, y le devolvió la bola a Jacob.

—¿Qué? —preguntó cuando él la miró dudoso—. Confías en el hada errónea.

El hada se acercó tanto a él que pudo sentir su respiración en su cara.

—¿Te dijo mi hermana que a todo aquel que pronuncia mi nombre le llega la muerte? Lentamente, como corresponde a la venganza de una inmortal. Quizá no te quede más de un año, pero pronto sentirás su presencia. Te lo mostraré.

Le colocó la mano sobre el pecho, y Jacob sintió un dolor punzante en el corazón. Su camisa se llenó de sangre, y cuando la abrió desgarrándola, vio que la polilla que había sobre su piel había resucitado. Jacob atrapó su hinchado cuerpo, pero esta había enterrado sus uñas tan profundamente en su carne que parecía que él mismo se estuviera arrancando el corazón.

—Dicen que para vosotros, los humanos, el amor es parecido a la muerte —dijo el hada—. ¿Es eso cierto?

Aplastó la polilla sobre el pecho de Jacob hasta que solo quedó una marca en su piel.

—Libera a tu hermano tan pronto como el oro se desempañe —dijo—. En la entrada hay un carruaje que os aguarda a ti y a todos los que te han acompañado. Pero no olvides lo que te he dicho. Llévatelo lo más lejos que puedas de mí.

Carne de piedra
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