Rocas. Arbustos. ¿Dónde podían estar escondidos? ¿Cómo pretendes saberlo, Jacob? No eres un goyl. Quizá le habrías tenido que preguntar a tu hermano.
Ocultó su rostro debajo de la capucha y obligó al caballo a ir despacio. ¿Cómo habían adivinado que cruzarían el barranco? Ahora no, Jacob.
No sabía qué le dolía más, si el hombro o el rostro. La carne humana era espantosamente blanda cuando la alcanzaban unos nudillos de jade. Por unos instantes había creído realmente que Will iba a matarlo…, y aún no podía discernir qué porcentaje de la ira que había sentido en los golpes procedía del goyl o de su hermano.
Condujo el caballo de Will a través del espumoso arroyo. El agua le salpicaba la piel enfebrecida. Los golpes de casco resonaban a través del barranco, y Jacob se estaba preguntando si Will no habría olfateado únicamente su propia carne de piedra cuando, a su izquierda, algo se movió entre las rocas.
Ahora. Dejó que el caballo corriera a rienda suelta. Se trataba de un caballo castrado color marrón, no tan rápido como su yegua, aunque perseverante, y Jacob era un jinete muy bueno.
Por supuesto, intentaron cortarle el paso. Pero, tal y como había esperado, sus caballos tenían miedo de los guijarros, y el marrón los adelantó y galopó hacia el valle cubierto de niebla. Los recuerdos asaltaron a Jacob como si lo hubieran estado aguardando entre las montañas. Felicidad y amor, miedo y muerte.
Los unicornios levantaron las cabezas. Naturalmente no eran de color blanco. ¿Por qué las cosas en el mundo del que procedía se pintaban siempre de color blanco? Su pelaje era marrón grisáceo, con manchas de un amarillo desvaído, como el sol otoñal que lucía sobre ellos en medio de la niebla. Lo observaban, pero hasta ese momento ninguno parecía preparado para atacar.
Jacob se volvió hacia sus perseguidores.
Eran cinco. Al oficial lo reconoció de inmediato. Era el mismo que había dirigido a los goyl hasta el granero. Su frente marrón jaspe estaba astillada, como si alguien hubiera intentado despedazarla, y uno de sus ojos dorados era tan turbio como la leche. Así pues, efectivamente lo estaban siguiendo.
Jacob se inclinó sobre el pescuezo de su caballo. Los cascos del animal castrado se hundían profundamente en la hierba fresca, pero por suerte aquello no lo ralentizó.
Cabalga, Jacob. Aléjalos antes de que tu hermano tal vez se una a ellos.
Los goyl se acercaron pero no dispararon. Por supuesto que no. Si realmente creían que Will era el goyl de jade, lo querrían con vida.
Uno de los unicornios relinchó. ¡Quedaos donde estáis!
Una mirada por encima del hombro. Los goyl se habían dispersado. Intentaban cercarlo. La herida le dolía tanto que Jacob perdió todo de vista; por un momento, creyó retroceder en el tiempo y volvió a verse tendido sobre la hierba con la espalda perforada.
Más rápido. Tenía que ser más rápido. Pero el caballo castrado respiraba con dificultad y los goyl habían dejado de montar hacía tiempo los caballos medio ciegos que criaban bajo tierra. Uno de ellos incluso se le acercó de forma amenazante. Era el oficial. Jacob desvió su rostro, pero la capucha se le resbaló precisamente cuando intentaba agarrarla.
La sorpresa en el rostro de jaspe se transformó en ira, la misma ira que Jacob había contemplado en el rostro de su hermano.
El juego había terminado.
¿Dónde estaba Will? Jacob lo miró de forma desesperada.
El oficial goyl miró en la misma dirección.
Su hermano galopaba, detrás del enano, hacia los unicornios. Will montaba el caballo de Clara y le había cedido a ella la yegua. La hierba a los pies de la muchacha se agitaba como si el viento la acariciara. Zorro. Casi tan veloz sobre sus patas como los caballos.
Jacob sacó su pistola, pero la mano izquierda apenas le obedecía, y con la derecha era un tirador considerablemente peor. No obstante, disparó a dos goyl desde la silla cuando se acercaban a Will. El ojo lechoso le apuntó con su rostro de jaspe rígido a causa del odio. La ira le hizo olvidar a qué hermano debía cazar, pero su caballo tropezó en la alta hierba y la bala erró el blanco.
Más deprisa, Jacob. Apenas podía mantenerse en la silla, pero Will casi había alcanzado los unicornios y Jacob rezó para que el enano les hubiera dicho la verdad esa vez. ¡Cabalga!, pensó desesperado cuando de pronto Will redujo la velocidad. Su hermano tiró de las riendas del caballo, y Jacob supo que no lo hacía porque estuviera preocupado por él. Will se volvió en la silla y clavó la mirada en los goyl del mismo modo en que lo había hecho en la granja abandonada.
El del ojo lechoso había vuelto a recordar, entretanto, a quién debía cazar. Jacob lo apuntó, pero su disparo apenas lo rozó. Maldita mano derecha.
Y Will dio la vuelta al caballo.
Jacob gritó su nombre.
Uno de los goyl estaba a punto de alcanzar a Will. Era una mujer. Amatista sobre jaspe oscuro. Sacó su sable cuando Clara condujo su caballo hasta situarse delante de Will en actitud protectora, pero la bala de Jacob fue más rápida. El ojo lechoso lanzó un grito ronco cuando la goyl cayó y espoleó su caballo aún con más fuerza hacia Will. Solo un par de metros más. El enano, espantado, miraba fijamente al goyl. Clara agarró entonces las riendas de Will, y el caballo, que había montado tan a menudo, la obedeció cuando tiró de él en dirección a los unicornios.
La manada había observado la persecución de una forma tan indiferente como los humanos un enjambre de gorriones peleándose. Jacob contuvo la respiración cuando Clara se le acercó cabalgando, pero esta vez el enano había dicho la verdad. Los unicornios dejaron pasar a Clara y a su hermano.
Solo atacaron cuando los goyl se les acercaron.
El valle se inundó de relinchos agudos, golpes de cascos, cuerpos encabritados. Jacob oyó disparos. Olvídate de los goyl, Jacob. ¡Sigue a tu hermano!
Los latidos del corazón se le salían por la garganta cuando se dirigió cabalgando hacia la manada inquieta. Creía sentir de nuevo los cuernos de los unicornios clavándose en su espalda, su propia sangre caliente corriéndole por la piel. Esta vez no, Jacob. Haz lo que el enano ha dicho: «Es muy fácil. Cerrad los ojos y mantenedlos cerrados, de lo contrario sus cuernos os atravesarán como fruta caída».
Un cuerno rozó su muslo. Sintió el resoplar de ollares en su oreja; el aire frío olía a caballo y a ciervo al mismo tiempo. Mantén los ojos cerrados, Jacob. El mar de cuerpos desgreñados parecía no tener fin. Su brazo izquierdo estaba como muerto, y se agarró con el derecho al cuello del caballo. Pero de pronto, en lugar de ollares resoplando, oyó el entrechocar del viento con miles de hojas, el chapoteo del agua y el crujir de los juncos.
Jacob abrió los ojos y fue como en aquel entonces.
Todo había desaparecido. Los goyl, los unicornios, el valle nublado. En su lugar, el cielo del atardecer se reflejaba en un lago. Sobre el agua flotaban los lirios que lo habían conducido hasta allí tres años atrás. Las hojas de los sauces que había en la orilla eran de un color tan verde que parecían haberse caído en ese mismo instante de las ramas, y en la lejanía, sobre las olas, flotaba la isla de la que nadie regresaba. Salvo tú, Jacob.
El aire cálido acarició su piel y el dolor de su hombro disminuyó al compás de la marea que se retiraba de la orilla bordeada de juncos.
Se dejó caer del extenuado caballo. Clara y Zorro corrieron hacia él. Solo Will estaba junto a la orilla del lago con la mirada perdida en la isla. Parecía ileso, pero cuando se volvió hacia Jacob sus ojos eran de fuego y el jade estaba moteado de tan solo unos últimos restos de piel humana.
—Aquí estamos pues. ¿Satisfecho?
Valiant estaba entre los sauces despegándose los pelos de unicornio de las mangas.
—¿Quién te ha quitado las cadenas? —preguntó Jacob intentando atrapar al enano, pero Valiant se apartó a un lado con agilidad.
—Afortunadamente, los corazones de las mujeres son mucho más compasivos que la piedra que late en tu pecho —ronroneó mientras Clara le devolvía avergonzada la mirada a Jacob—. ¿Y? ¿Por qué te enfadas? ¡Ya estamos en paz! Aunque los unicornios me han pisoteado el sombrero.
El enano se pasó la mano por el cabello descubierto quejándose.
—¡Al menos deberías pagarme los daños!
—¿En paz? ¿Quieres ver las cicatrices de mi espalda?
Jacob se palpó el hombro. Parecía intacto, como si no hubiera luchado nunca contra el sastre.
—Desaparece de mi vista —le dijo al enano— antes de que acabe disparándote.
—¿Ah, sí? —respondió Valiant lanzando una mirada burlona a la isla que se desdibujaba en el crepúsculo—. Estoy seguro de que tu nombre acabará antes que el mío en una lápida. ¡Señora! —dijo volviéndose hacia Clara—: Deberíais venir conmigo. Esto no puede acabar bien. ¿Habéis oído hablar alguna vez de Blancanieves, la chica humana que vivió con varios hermanos enanitos antes de entablar relación con un antepasado de la emperatriz? Acabó siendo muy desgraciada y finalmente escapó de él. ¡Con un enanito!
—¿En serio?
Clara daba la impresión de no haber escuchado lo que el enano le había contado.
Se acercó a la orilla del lago cubierto de flores como si lo hubiera olvidado todo, incluso a Will, que no estaba más que a unos pasos de ella. Entre los sauces crecían campanillas de un azul tan oscuro como el cielo crepuscular, y cuando Clara cogió una de ellas, la flor produjo un leve tintineo. Aquello le borró todo el miedo y la tristeza del rostro. Valiant soltó un gemido exasperante.
—¡Magia de hadas! —murmuró en tono despectivo—. Creo que mejor me despido.
—¡Aguarda! —dijo Jacob—. En la orilla había siempre un bote. ¿Dónde está?
Pero cuando se volvió, el enano ya había desaparecido entre los árboles… y Will miraba fijamente su reflejo en las olas. Jacob lanzó una piedra al agua oscura, pero la imagen de su hermano regresó rápidamente, distorsionada y si cabe más amenazadora.
—En el barranco casi te mato a golpes —dijo Will.
Ahora, su voz sonaba tan ronca que apenas se diferenciaba de la de un goyl.
—¡Mírame! No importa lo que esperas encontrar aquí, es demasiado tarde para mí. Reconócelo de una vez.
Clara los miró. La magia de las hadas se le adhería a la piel como si fuera polen. Solo Will parecía inmune. ¿Dónde está tu hermano, Jacob? ¿Dónde lo has dejado? El susurro de las hojas evocaba la voz de su madre.
Will se apartó de Jacob como si tuviera miedo de volver a pegarle.
—Déjame ir con ellos.
El sol se hundía detrás de los árboles. Su luz se derramaba como oro fundido sobre las olas, y los lirios de las hadas abrieron sus capullos dándole la bienvenida a la noche.
Jacob sacó a Will del agua.
—Espérame aquí, en la orilla —dijo—. No te muevas. Regresaré pronto, lo prometo.
La zorra se apretó contra sus piernas y, con el pelo erizado, observó la isla que había enfrente.
—¿A qué esperas, Zorro? —preguntó Jacob—. Busca el bote.