Muros de arenisca y una puerta enrejada. Una bota de piel de lagarto que le dio una patada en las costillas. Uniformes de color gris en la niebla roja que llenaba su cabeza. Al menos las serpientes se habían marchado y podía respirar. El enano lo había vuelto a vender. Ese era el único pensamiento que traspasaba la niebla. ¿Dónde lo había hecho? ¿En una de las tiendas mientras lo esperabas como un cordero, Jacob?

Quiso sentarse, pero tenía atadas las manos, y el cuello le dolía tanto que tenía dificultades para tragar.

—¿Quién te ha hecho regresar de la muerte? ¿Su hermana?

El goyl de jaspe salió de la oscuridad.

—No creí al hada cuando dijo que seguías vivo. A fin de cuentas fue un buen disparo —hablaba el dialecto del imperio con fuerte acento—. Fue idea suya propagar el rumor de que tu hermano estaba en su fortaleza, y has picado como una mosca. Por desgracia las serpientes no se dejan engañar por la baba invisible. Pero lo hiciste mucho mejor que los dos goyl de ónix que intentaron descender hasta las dependencias del rey. Tuvimos que raspar para limpiar sus restos de los tejados de la ciudad.

Jacob apoyó con fuerza la espalda sobre el muro y consiguió incorporarse. La celda en la que lo habían arrojado no se diferenciaba en nada de las celdas de las prisiones humanas: las mismas rejas, los mismos garabatos desesperados en las paredes.

—¿Dónde está mi hermano? —su voz era tan ronca que apenas podía oírse, y se sentía mareado por la baba.

El goyl no respondió.

—¿Dónde has dejado a la chica? —le preguntó en su lugar.

Con seguridad no hablaba de Zorro. Pero ¿qué querían de Clara? ¿Tú qué crees, Jacob? Tu hermano duerme. Y no pueden despertarlo. Buenas noticias, ¿no es cierto? Y que Valiant no hubiera delatado a Clara evidenciaba que efectivamente el enano sentía debilidad por ella.

Hazte el tonto, Jacob.

—¿Qué chica?

La pregunta le acarreó una patada en el estómago que, al igual que las serpientes, lo dejó sin aliento. El soldado que se la dio era una mujer. Su rostro le resultaba familiar. Por supuesto. Jacob le había disparado, tirándola del caballo, en el valle de los unicornios. Le habría producido placer seguir dándole patadas, pero el goyl de jaspe la detuvo.

—Déjalo, Nesser —dijo—. De ese modo tardaremos horas.

Jacob había oído hablar de sus escorpiones.

Casi con ternura, Nesser dejó que el primero recorriera sus dedos de piedra antes de colocarlo sobre el pecho de Jacob. El escorpión era incoloro y apenas más largo que los pulgares de Jacob, pero sus pinzas brillaban con destellos plateados.

—No pueden hacer mucho en la piel de un goyl —dijo el goyl de jaspe cuando el escorpión se escurrió bajo la camisa de Jacob—, pero vuestra piel es mucho más blanda. Una vez más, ¿dónde está la chica?

El escorpión le enterró las pinzas en el pecho como si quisiera devorarlo vivo. Jacob contuvo los gritos hasta que le introdujo su aguijón en la carne. El veneno arrojó fuego dentro de su piel y lo hizo jadear de miedo y dolor.

—¿Dónde está la chica?

La mujer goyl le colocó otros tres escorpiones sobre el pecho.

—¿Dónde está la chica?

Continuamente la misma frase, pero Will seguiría durmiendo mientras él no dijera nada. Jacob lanzó un grito de dolor hasta perder la voz y deseó tener la piel de jade. Se preguntó si el veneno, al menos, abrasaría el agua de alondras. Después perdió el conocimiento.

Cuando despertó de nuevo, no podía recordar si le había dicho a los goyl lo que querían saber. Estaba en otra celda, a través de cuyas ventanas se veía el palacio colgante. Todo su cuerpo le dolía como si se hubiera escaldado la piel, y su cinturón con el arma había desaparecido como todo lo que había llevado en los bolsillos. Por suerte le habían dejado el pañuelo. ¿Suerte, Jacob? ¿De qué te sirven unos táleros de oro? Los soldados goyl eran famosos por su incorruptibilidad.

Logró ponerse de rodillas. Su celda solo estaba separada de la contigua por una reja, y cuando miró a través de los barrotes, sus dolores desaparecieron.

Will.

Jacob apoyó los hombros en la pared y logró levantarse. Su hermano yacía allí como si estuviera muerto, pero respiraba, y en la frente y en las mejillas aún se advertían trazas de piel humana. El Hada Roja había cumplido su promesa y había detenido el tiempo.

Fuera, en el pasillo, se escucharon unos pasos y Jacob se apartó de la reja tras la que su hermano dormía. El goyl de jaspe se acercaba por el pasillo con dos guardias. Hentzau. Ahora, Jacob sabía su nombre…, y cuando vio a quién arrastraban detrás de él quiso golpearse la cabeza contra los barrotes.

Les había dicho lo que querían saber.

Clara tenía una herida sangrienta en la frente y la mirada desorbitada a causa del miedo. ¿Dónde está Zorro?, quiso preguntarle Jacob, pero ella no reparó en él. Solo tuvo ojos para su hermano.

Hentzau la empujó a la celda de Will. Clara dio un paso hacia él y se detuvo, como si hubiera recordado que, apenas unas horas antes, había besado al otro hermano.

—Clara.

Ella se volvió hacia él. Su rostro reflejaba muchas cosas: temor, preocupación, confusión…, vergüenza.

La muchacha se acercó a la reja y acarició las marcas rojas en el cuello de Jacob.

—¿Qué te han hecho? —le susurró.

—No es nada. ¿Dónde está Zorro?

—También la han capturado.

Ella hizo ademán de cogerle la mano, pero en ese momento los goyl se pusieron firmes frente a la celda. El propio Hentzau sacó pecho, a pesar de que claramente lo hacía a disgusto. Por supuesto, Jacob supo de inmediato quién era la mujer que se aproximaba por el pasillo.

El cabello del Hada Oscura era más claro que el de su hermana, pero Jacob no se preguntó el porqué de aquel nombre. Sintió su oscuridad como una sombra sobre la piel, aunque no fue el miedo lo que hizo que su corazón latiera más aprisa.

Ya no tienes que seguir buscándola, Jacob. ¡Viene a ti!

Clara retrocedió cuando el hada entró en la celda de Will, pero Jacob apretó con fuerza los dedos alrededor de los barrotes que lo separaban de ella. ¡Acércate más! ¡Vamos!, pensó. Solo un roce y las tres sílabas que su hermana le había revelado… Pero la reja hacía al hada tan inalcanzable como si estuviera tendida en la cama de su amado real. Su piel parecía estar hecha de perlas y su belleza hacía palidecer incluso la de su hermana.

Miró a Clara con la antipatía que sus iguales sentían por todas las mujeres humanas.

—¿Lo amas? —le preguntó acariciando el rostro dormido de Will—. Vamos, respóndeme.

Cuando Clara se alejó del hada, su propia sombra cobró vida y le atrapó con los dedos sus tobillos.

—Respóndele, Clara —dijo Jacob.

—¡Sí! —balbució—. Sí, le amo.

Su sombra volvió a ser sombra, y el hada sonrió.

—Bien. Entonces querrás que despierte. Solo tienes que besarlo.

Clara se volvió hacia Jacob en busca de ayuda.

No, quiso decir. ¡No lo hagas! Pero su lengua no lo obedecía. Sus labios estaban cerrados, como si el hada los hubiera sellado, y no pudo sino observar con desamparo cómo agarraba a Clara del brazo y la arrastraba suavemente junto a Will.

—¡Míralo! —dijo—. Si no lo despiertas yacerá así para siempre, ni muerto ni vivo, hasta que su alma se convierta en polvo dentro de su marchito cuerpo.

Clara quiso apartarse, pero el hada la sujetó con firmeza.

—¿Es eso amor? —la oyó Jacob susurrar—. ¿Traicionarle de ese modo únicamente porque su piel ya no es tan blanda como la tuya? Déjalo marchar.

Clara alzó una mano y acarició el rostro de piedra de Will.

El hada le soltó el brazo y se retiró con una sonrisa.

—¡Deposita todo tu amor en un beso! —le dijo—. Ya lo verás. No desaparece tan fácilmente como crees.

Y Clara cerró los ojos, como queriendo olvidar el rostro de piedra de Will, y lo besó.

Carne de piedra
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