Boda. Una hija en pago y un vestido blanco para ocultar los sangrientos campos de batalla. Los vitrales teñían la luz matinal de azul, verde, rojo y oro, y Jacob estaba apostado tras una de las columnas enguirnaldadas, contemplando cómo se llenaban las filas de los bancos de la catedral. Llevaba puesto el uniforme de la guardia imperial. El soldado al que se lo había quitado estaba bien atado en una callejuela lateral detrás de la catedral, y entre sus columnas había tantos soldados que un rostro extraño no llamaría la atención. Sus uniformes eran manchas blancas en el mar de colores que arrastraba al interior a los invitados. En el caso de los goyl, por el contrario, era como si las piedras de la catedral hubieran adoptado forma humana. El aire frío de la gran iglesia probablemente no era de su agrado, pero la penumbra, que ni siquiera miles de velas goteando eran capaces de ahuyentar, parecía estar hecha para ellos. Will no tendría que ocultar sus ojos tras unas gafas de ónix para desempeñar su nuevo papel. El goyl de jade. Tu hermano, Jacob.
Tanteó la bola de oro en su bolsillo. No antes de que la boda acabe. Iba a resultar difícil esperar tanto tiempo. Jacob apenas había dormido durante las tres últimas noches, y su brazo le dolía a causa del mordisco con el que Zorro le había extraído de las venas el veneno de la baba invisible.
Esperar…
Vio a Valiant avanzar con Zorro y Clara por el pasillo central. El enano se había afeitado, y ni siquiera los propios ministros imperiales, que se apiñaban en las primeras filas de bancos, iban mejor vestidos que él. Zorro miró a su alrededor buscando algo y su rostro se iluminó al descubrir a Jacob entre las columnas. Pero la preocupación regresó al instante. A Zorro no le gustaba su plan. ¿Cómo iba a gustarle? Jacob tampoco confiaba demasiado en él, pero era su última oportunidad. Si Will seguía al rey y a su esposa hasta la fortaleza subterránea, el Hada Oscura nunca podría demostrar que era capaz de romper su propio maleficio.
Fuera, el ruido aumentó. Sonaba como si el viento hubiera agitado a la multitud que aguardaba desde hacía horas delante de la catedral.
Por fin. Allí estaban.
Goyl, enanos y humanos. Todos se volvieron y contemplaron la entrada repleta de flores.
El novio. Se quitó las gafas oscuras y se detuvo un instante en la puerta. Un murmullo creció cuando Will apareció a su lado. Cornalina y jade. Parecían estar hechos el uno para el otro, tanto que el propio Jacob tuvo que obligarse a recordar que su hermano no había tenido siempre un rostro de piedra.
Incluyendo a Will, seis escoltas acompañaban a Kami’en. Y a Hentzau.
El órgano, asentado en el coro alto, comenzó a tocar la marcha nupcial, y los goyl empezaron a caminar en dirección al altar. A pesar de la piel de piedra, con seguridad percibían el odio que los rodeaba, pero el novio tenía la mirada tan serena como si se encontrara en su palacio colgante y no en la capital de sus enemigos.
Will pasó tan cerca de Clara y de Zorro que casi lo habrían podido tocar, y el dolor volvió rígido el rostro de Clara. Zorro apoyó la mano sobre su hombro en un gesto de consuelo.
El novio había alcanzado los escalones del altar cuando la emperatriz apareció. Su traje color marfil habría honrado incluso a la propia novia. Los cuatro enanos que portaban la cola del vestido ignoraron al novio, pero la emperatriz le sonrió con benevolencia antes de subir los escalones y tomar asiento detrás de la celosía de rosas talladas, que rodeaba la tribuna imperial a la izquierda del altar. Therese von Austrien había sido siempre una actriz de gran talento.
La siguiente en hacer su entrada sería la novia.
Érase una vez una emperatriz que había perdido una guerra. Pero tenía una hija.
Ni siquiera el órgano se distinguía entre los gritos que anunciaban la llegada de Amalie. No importaba lo que la multitud, que abarrotaba las calles, pensara del novio; la boda de la hija de una emperatriz era motivo para celebrar y soñar con tiempos mejores.
La princesa lucía como una máscara el hermoso rostro de muñeca que le había proporcionado el lirio de las hadas, pero, a pesar de todo, Jacob creyó identificar algo parecido a la alegría en sus facciones perfectas. Sus ojos se clavaban en el novio de piedra como si, en lugar de su madre, ella misma lo hubiera elegido.
Kami’en la esperaba con una sonrisa. Will continuaba a su lado. No debe apartarse de él hasta que la boda acabe… Camina más deprisa, quiso gritarle Jacob a la princesa. Acabad cuanto antes. Pero el general de más alto rango de su madre llevaba a la novia hacia el altar y no parecía tener prisa.
Jacob lanzó una mirada a la emperatriz. Cuatro de sus soldados rodeaban la tribuna. Donnersmarck le susurró algo a su soberana y alzó la mirada hasta el coro del órgano. Pero Jacob seguía sin comprender. Ciego y sordo, Jacob.
La princesa apenas había dado unos pocos pasos cuando se oyó el primer disparo. Provenía de uno de los tiradores ocultos en el coro del órgano, y obviamente se dirigía al rey, pero Will logró echarlo a un lado a tiempo. La segunda bala le pasó rozando a Will. La tercera alcanzó a Hentzau. Y el Hada Oscura estaba atrapada en una piel de corteza de sauce en los jardines imperiales. Bien hecho, Jacob. Te han utilizado como un perro adiestrado.
La emperatriz había ocultado sus planes de asesinato a su propia hija y a sus ministros, que, desesperados, buscaban protección tras los finos revestimientos de madera de sus bancos. La princesa se detuvo y contempló desconcertada a su madre. El general que la había acompañado quiso tirar de ella, pero ambos fueron arrastrados por los invitados, que abandonaron a gritos los bancos. ¿Adónde podían ir? El portón de la entrada había sido cerrado hacía rato. Al parecer la emperatriz confiaba en deshacerse no solo del rey de los goyl, sino también de algunos súbditos desagradables, durante aquella boda.
No se veía a Zorro ni a Clara por ninguna parte, tampoco a Valiant, pero Will seguía delante del rey en actitud protectora. Los escoltas habían formado un cinturón de uniformes grises alrededor de Kami’en. Los otros goyl intentaban abrirse paso hacia ellos, pero cayeron bajo los disparos de los soldados imperiales como conejos abatidos por un campesino en un campo recién segado.
Y tú les has quitado de en medio al hada, Jacob. Se abrió paso hacia los escalones del altar, pero nada más alcanzarlos uno de los enanos imperiales se abalanzó sobre él. Jacob le pegó un codazo en el rostro barbudo. Gritos, disparos. Sangre sobre seda y baldosas de mármol. Los soldados imperiales estaban por todas partes. A pesar de ello, los goyl se mantenían firmes. Y comoquiera que fuera, Will y el rey seguían ilesos. Se decía que los goyl endurecían antes de las batallas aún más su piel con calor y con la ingesta de unas plantas que cultivaban expresamente para ello. Al parecer, habían tomado precauciones similares para la boda de su rey. El propio Hentzau volvió a ponerse en pie. Pero por cada goyl había al menos diez soldados imperiales.
Jacob apretó la bola de oro en su mano, pero era imposible lanzarla con puntería. Will estaba rodeado de uniformes blancos y Jacob apenas podía levantar el brazo sin que alguno de los luchadores tropezara con él. Estaban perdidos. Todos. Will. Clara. Zorro.
Otro goyl cayó. El siguiente fue Hentzau. Y finalmente solo quedaba Will junto al rey. Dos soldados imperiales atacaron a la vez a Kami’en. Will los mató a los dos, aunque uno de ellos le enterró el sable profundamente en el hombro. Kami’en lo necesita. El hada lo sabía. El goyl de jade. El escudo de su amado. Su hermano.
El uniforme de Will estaba húmedo por la sangre de los goyl y los humanos, y el rey luchaba con él, espalda con espalda, pero estaban rodeados de uniformes blancos. Pronto, ni siquiera la piel de goyl los ayudaría.
Haz algo, Jacob. ¡Cualquier cosa!
Jacob divisó una piel de zorro entre los bancos, y a Valiant, que se protegía en el pasillo delante de una silueta agachada. Clara. No podía distinguir si seguía con vida. Un goyl luchaba contra cuatro soldados imperiales justo al lado de ellos. Y Therese von Austrien estaba sentada detrás de las rosas talladas aguardando la muerte de sus enemigos.
Jacob se abrió paso y subió los escalones. Donnersmarck seguía al lado de la emperatriz. Sus ojos se encontraron. Te lo advertí, decía su mirada.
Will detuvo a tres soldados imperiales a la vez. La sangre le corría por el rostro. Sangre pálida de goyl.
Haz algo, Jacob.
Un soldado imperial se tropezó con él cuando sacaba el pañuelo, y las hojas de sauce cayeron sobre el pecho de uno de los numerosos muertos. Goyl y humanos.
¿En qué bando estás tú, Jacob?
Pero no podía pensar en bandos, solo en su hermano. Y en Zorro. Y en Clara. Logró reunir, una a una, las hojas que habían caído sobre el pecho del muerto y gritó el nombre del hada en medio del alboroto de la batalla.
La corteza de sus brazos aún estaba pelándose cuando de repente apareció al pie de los escalones del altar, y su largo cabello estaba entremezclado con hojas de sauce. Alzó las manos, y sarmientos de cristal crecieron alrededor de Will y de su amado. Las balas y los sables rebotaban como si fueran de juguete. Jacob vio cómo su hermano se desplomaba y el rey lo cogía en sus brazos. Pero el Hada Oscura comenzó a crecer como una llama atizada por el viento, y de sus cabellos salieron zumbando las polillas, miles de cuerpos negros que se posaron sobre la piel humana y la de los enanos, dondequiera que estuviesen.
La emperatriz intentó huir con sus enanos, pero estos, al igual que su guardia, se derrumbaron bajo el ataque de las polillas, y finalmente se posaron también en la piel de ella.
Piel humana. Zorro llevaba su pelaje, pero ¿dónde estaba Clara?
Jacob se puso en pie y saltó sobre los muertos y heridos, cuyos gritos y gemidos resonaban por toda la nave. Bajó los escalones del altar caminando dificultosamente. Zorro se había inclinado sobre la figura desplomada de Clara e intentaba atrapar desesperadamente las polillas. Valiant yacía a su lado.
El hada continuaba llameando. Jacob apretó las hojas en su mano con más fuerza y pasó junto a ella tambaleándose. Ella se volvió hacia él como si percibiera la fuerza de sus dedos en la piel.
—¡Haz que se marchen! —gritó mientras se postraba de rodillas junto a Clara y a Valiant.
El enano aún se movía, pero Clara parecía un cadáver. Blanco, rojo, negro. Jacob espantó a las polillas que había sobre su piel, y dejó caer las hojas para quitarse la chaqueta blanca del uniforme. Había suficiente sangre en ella para proporcionar el color rojo, pero ¿de dónde sacaría el negro? Las polillas descendieron hasta él cuando cubrió a Clara con la chaqueta en actitud protectora. Con sus últimas fuerzas, arrancó del cuello de un muerto un pañuelo negro y se lo ató alrededor del brazo. Alas revoloteando y aguijones que perforaban la carne como si fueran espinas. Sembraban entumecimiento con sabor a muerte. Jacob se derrumbó junto al enano y sintió que unas patas se apoyaban en su pecho.
—¡Zorro!
Apenas podía hablar. Ella espantó las polillas de su rostro, pero eran demasiadas.
—Blanco, rojo, negro… —balbució, pero Zorro no sabía de lo que estaba hablando.
Las hojas… Jacob las buscó a tientas en el suelo; sus dedos eran pesados como el plomo.
—¡Basta ya!
Solo dos palabras, pero provenían del único al que el Hada Oscura seguía oyendo en su cólera. La voz del rey hizo que las polillas alzaran el vuelo. El veneno en las venas de Jacob pareció incluso disolverse, solo persistía un cansancio plomizo. El hada volvió a convertirse en mujer y todo su horror desapareció bajo su hermosura como un cuchillo en una vaina.
Valiant movió su cuerpo entre gemidos, pero Clara continuaba inmóvil. Solo abrió los ojos cuando Jacob se inclinó sobre ella. Apartó la cara para que no advirtiera lo aliviado que se sentía. Pero su mirada solo buscaba a su hermano.
Will volvía a estar en pie. Permanecía detrás de los sarmientos de cristal del hada. Se convirtieron en agua tan pronto como Kami’en se acercó a ella, y se derramaron sobre las baldosas como si quisieran limpiar la sangre de los escalones del altar.
Las polillas se posaron sobre los cuerpos de los goyl muertos y heridos, y muchos de ellos comenzaron a moverse de nuevo, mientras el Hada Oscura abrazaba a su amado y le limpiaba la pálida sangre del rostro.
Will levantó a la emperatriz por los pies y derribó a uno de sus enanos cuando este se interpuso dando tumbos en su camino. Otros tres goyl recogían a los supervivientes de los bancos. Jacob se volvió en busca de las hojas de sauce, pero uno de los goyl lo levantó y lo empujó junto con Clara hacia los escalones del altar. Zorro los siguió deslizándose rápidamente. Su pelaje seguía siendo la mejor protección. Valiant también se había incorporado, y en una de las últimas filas de bancos se elevó una figura esbelta. Seda blanca, salpicada de sangre, y un rostro de muñeca que, a pesar del miedo, seguía pareciendo una máscara.
La princesa avanzó con paso inseguro por el pasillo central. El velo estaba desgarrado. Se recogió el vestido para pasar por encima del cuerpo del general que la había llevado a la iglesia, y se encaminó al altar como una sonámbula, con la larga cola húmeda y pesada por la sangre.
El novio la contempló como si estuviera sopesando si debía matarla él mismo o cederle ese placer al Hada Oscura. La ira de los goyl. En el caso de su rey, se había convertido en fuego frío.
—Traedme a uno de sus sacerdotes —ordenó a Will—. Seguro que alguno sigue con vida.
La emperatriz lo miró incrédula. Apenas podía mantenerse en pie, pero uno de sus enanos se tambaleaba a su lado sosteniéndola.
—¿Qué? —preguntó Kami’en acercándose a ella y empuñando el sable—. Habéis intentado asesinarme. ¿Cambia eso en algo nuestro acuerdo?
Su mirada recayó en la novia, que seguía al pie de la escalinata.
—No —respondió Amalie con voz entrecortada—. No cambia nada. El precio sigue siendo la paz.
Su madre quiso protestar, pero una mirada de Kami’en la hizo enmudecer.
—¿Paz? —repitió examinando a sus hombres muertos a los que las polillas no habían devuelto la vida—. Creo que he olvidado el significado de esa palabra. Pero, como regalo de boda, os dejaré a ti y a tu madre con vida.
El sacerdote que Will sacó a rastras de la sacristía caminó dificultosamente sobre los muertos. El rostro del Hada Oscura era aún más pálido que el vestido de la novia cuando la princesa subió los escalones hacia el altar. Y Kami’en, rey de los goyl, le dio el sí a Amalie von Austrien.