55

 

 

 

Llegó al centro a media tarde, aparcó junto al coche de Lis y observó el edificio. No tenía aspecto de centro de acogida. Salvo por la placa de la entrada, bien podría haber pasado por las oficinas de algún ayuntamiento.

Paseó por los alrededores, fumando e intentando poner en orden sus pensamientos. Lis quería a aquel niño, Lis necesitaba a aquel niño, Lis se veía a sí misma en aquel niño. Quería entregarle lo que tanto había soñado con recibir, quería rodearlo de toda la seguridad que ella no había tenido, quería arroparlo con todo el amor que a ella le había faltado. Lis necesitaba hacer por él lo que nadie había hecho por ella, porque Lis no era de las personas que miraban hacia otro lado cuando algo no le gustaba; ella lo miraba de lleno, lo afrontaba.

¿Y qué estaba haciendo él? Cada vez que ella intentaba dar un paso, tiraba de su mano en dirección contraria, llevándola a su camino, sin dejar que se desviara. Pero... ¿cuál era su camino, hacia dónde iba él, qué deseaba? Una ráfaga de viento le golpeó la cara, recordándole el frío de aquella madrugada cuando la encontró entre los hierros, cantando, luchando, resistiendo, respirando... Y él, él se estaba convirtiendo en su nuevo carcelero, en su nuevo amo. Le ponía cadenas invisibles, la ataba sin necesidad de cuerdas, la sometía sin necesidad de palizas, la mantenía prisionera en su castillo haciendo más y más altas las murallas.

El sonido de su voz llegó hasta sus oídos como aquel día, acariciándole. Cerró los ojos, era el sonido más hermoso del mundo, el que lo hacía sentir vivo, el que llenaba su corazón y emocionaba su alma. Aquél era su camino, el de ella, el de su voz, el de su risa, el de su cuerpo, el de su alma. Sólo en él se sentía seguro, sólo en él se sentía en casa.

—¡Juan, Juan!

Abrió los ojos y la vio en lo alto de la escalera. Con el cabello mecido por el viento, con sus perfectas curvas adornando su cuerpo y la sonrisa iluminando sus labios.

—¡Juan, Juan, Juan!

—¡Mami!

En lo alto del tobogán, sujetando con fuerza su ranita verde, el niño levantó su otra mano, saludándola con una sonrisa que iluminó su cara. El que venía tras él le empujó y el niño se deslizó por el tobogán con rapidez hacia abajo, rodando al llegar al suelo. Lis bajó corriendo la escalera y le tomó entre sus brazos. El niño le rodeó el cuello con sus delgados bracitos y reposó la cabeza sobre su hombro, olvidando ya el llanto pero sin soltar su ranita verde.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó preocupada.

—Sí, mami, estoy bien, no ha sido nada. ¿Por qué has tardado tanto?

—He estado con la directora.

—¿Me llevarás hoy a casa, mami? —preguntó él, acariciándole la cara.

—Todavía no puedo, mi vida, pero será pronto, pronto nos iremos a casa, te lo prometo.

—Pero ¿cuándo, mami, cuándo? Yo quiero estar contigo, quiero estar contigo —dijo el niño abrazándola con fuerza.

—Pronto, cariño, pronto.

 

La directora del centro Garmendia abrió la boca asombrada al verle entrar por la puerta, y le costó trabajo cerrarla. Con asombro y admiración, sus ojos recorrieron aquel cuerpo, preguntándose dónde habría estado metido hasta entonces. Era un pecado no dejar disfrutar a los ojos de semejante espectáculo visual. Le acompañó por los pasillos hasta el comedor, donde habían comenzado a dar las meriendas. En una mesa al fondo, Lis abría un yogur mientras el niño jugaba con su ranita verde.

Juan entró despacio. Las miradas que aquellas criaturas le dedicaban eran de todo menos amistosas, claro que su corpulencia no ayudaba.

—¡Juan! —exclamó Lis al verle, quedándose con la cuchara a medio camino de la boca del niño, que le miró sorprendido.

—¿Puedo sentarme? —preguntó él con una sonrisa.

—Claro, cariño.

—¿Por qué le llamas cariño, mami? —dijo el pequeño frunciendo el ceño.

—Es Juan, ya te he hablado de él. Cuando vengas a casa... quizá algún día... sea tu papá.

—No quiero.

—¿Por qué? —preguntó Lis, metiéndole la cuchara en la boca.

—Porque no quiero.

—Se llama como tú, y además es bombero.

—¿Eres bombero? —se sorprendió el pequeño, abriendo mucho los ojos—. En la ota casa hubo un incendio y yo... me asusté mucho..., pero vinieron los bomberos y nos salvaron.

—Lo sé, estuve allí —dijo Juan, acariciando la ranita que descansaba sobre la mesa—. Fuiste muy valiente, quisiste que la niña saliese primero y luego te negaste a abandonar a tu ranita verde.

—Sí, es verdad —contestó el niño muy serio, mirando la rana—. Cuídala un rato, yo tengo que merendar.

 

 

Cuando llegó el tan terrible momento de la despedida, el niño se agarraba al cuello de Lis con todas sus fuerzas, mientras ella hacía acopio de todas las suyas para no romperse también en lágrimas.

—Lis, ¿ya le has preguntado a Júnior de qué color quiere su habitación?

—¿Júnior? —repitió el niño, apartando su cara llorosa de su cuello—. ¿Quién es ése?

—Bueno..., tendremos que llamarte así —respondió Juan divertido—. O, si no, cada vez que Lis llame a Juan, acudiremos los dos. ¿De qué color la quieres, tu habitación?

—¿Voy a tener una habitación para mí solo?

—Claro —contestó Juan muy serio.

—Me gusta mucho el color azul, mami —dijo mirando a Lis—. Mi ota mamá tenía los ojos azules. Los tuyos también me gustan, mami, porque son del color del cocholate, que es lo que más me gusta en el mundo.

Se marchó de la mano de la cuidadora sin dar ningún espectáculo más, con la promesa de que pronto podría instalarse en su habitación, la habitación azul. Lis se lanzó a los brazos de Juan, que la estaban esperando.

—¡Gracias, mi amor, gracias! —exclamó, tomando su cara entre las manos y besando sus labios con dulzura—. ¡Y encima se llama como tú!

 

 

—Así que has aceptado lo del niño —comentó Patricio, levantándose del sofá y paseando por el despacho lentamente—. ¿Por qué, Jack?, ¿qué te ha hecho cambiar de idea?

—Fui al centro y le conocí.

—Y se te ablandó el corazón —dijo el psicólogo con una sonrisa.

—Patricio, Lis... necesita hacerlo, y yo... quiero que tenga lo que necesite. Dice que el niño no es una medicina para sentirse mejor, pero creo que si la hace sentir bien, yo... lo acepto...

—Jack, creo que no lo entiendes. Lis no necesita al niño... El niño es ella, y si quieres que siga a tu lado, tendrás que quererle de verdad, como a ella. —Encendió un cigarrillo lentamente—. Tú... dejarías que el diablo entrase en casa si eso la hiciese sentir mejor... ¿Por qué?

—Tiene unas pesadillas terribles, Patricio, y yo... ya no sé qué hacer... Se despierta en medio de la noche, gritando tan desesperada que se me parte el alma y... no puedo soportar verla así, no puedo...

—Algunas cosas no pueden arrancarse de dentro, por mucho que uno quiera. —Jack asintió despacio—. Pero... llevar una vida tranquila... puede ayudar.

—¿Qué quieres decir? ¿Crees que conmigo no la tiene?

—No, no la tiene —respondió el psicólogo muy serio, sentándose a su lado—. A cada paso que intenta dar, se encuentra contigo como un muro infranqueable. La verdad es que a veces me pregunto por qué no te deja... Jack, la experiencia que viviste en casa de tus padres te ha hecho ver las relaciones de pareja como una batalla continua, como una lucha de guerrillas en la que intentas salir victorioso una y otra vez, y una relación de pareja no son dos personas remando en diferentes direcciones, sino en la misma. Lis navega intentando mantener el rumbo de la barca, pero cada vez que surge un problema, una tormenta, tú remas contracorriente, y ella tiene que soltar su remo para hacértelo entender. En cualquier momento podéis naufragar, siento tener que decírtelo, pero lo creo sinceramente. —Se levantó y se acercó a la ventana—. No tienes que estar de acuerdo con ella en todo, pero no puedes cerrarte en banda cada vez que quiere hacer algo, cada vez que sugiere algo. En las últimas semanas te has enfrentado a ella en todas las decisiones que ha tomado, las has cuestionado todas, las has criticado todas, las has boicoteado todas y, la verdad, creo que es algo con lo que una persona no puede lidiar permanentemente. Si persistes en tu actitud, llegará un día en que ya no tendrá fuerzas para luchar con la vida y contigo. ¿Por qué crees que no te ha hecho partícipe de sus decisiones y te las ha puesto delante una vez ya las ha tomado?

—Porque no confía en mí.

—Ella confía en ti, estoy seguro de que pondría su vida en tus manos sin dudarlo, pero en lo que respecta a navegar juntos, Lis... no sabe en qué dirección remas. No te has puesto de su parte, Jack, no te has entregado del todo a ella. Hay una parte de ti que se niega, y esa parte te puede hacer perderla. ¿Crees que Lis se ha entregado a ti completamente? Y no me refiero al terreno sexual. —Jack asintió, cerrando los ojos—. ¿Y por qué tú no lo haces? ¿Tanto miedo tienes? ¿Acaso ella no merece la pena? ¿Qué temes perder, Jack?, ¿tu independencia, tu libertad...? ¿De qué te sirve si no tienes lo que más amas, lo que más deseas?

 

 

Lis acababa de meterse bajo las sábanas, donde Juan la esperaba deseoso, cuando Carmen llamó a la puerta. La cara de su hijo era un auténtico poema. Tan pronto como la vio cruzar el umbral, se tapó la cara con el brazo, comenzando a refunfuñar.

—Lis, cariño —dijo Carmen, acercándose a su lado de la cama—, he estado pensando que... —Los murmullos de Juan las hicieron girar la cabeza—. ¡Perdona si te molesto, hijo, pero es que a veces me da por pensar! —Lis estalló en carcajadas—. Verás, nena, creo que deberías ir pensando en buscar otra casa...

—¿Otra casa? —preguntó Juan, saliendo de la madriguera y mirándola ceñudo—. Pero ¿de qué estás hablando?

—No pretenderéis que yo duerma con el niño cuando venga a veros... —respondió ella, mirándole también con el ceño fruncido—. ¡A no ser que no quieras volver a verme por aquí, claro!

—¡Oh, Carmen, no digas tonterías! —protestó Lis, abrazándola—. Ésta es tu casa y aquí siempre habrá sitio para ti.

—Pues alguien tendrá que dormir en el sofá —dijo ella mirando a su hijo, al que no le dio tiempo a contestar—. Y otra cosa, nena, he estado tomando medidas en la habitación del niño y no creo que quepa todo lo que hemos comprado.

—No te preocupes por eso, Carmen. —Los gruñidos de Juan se intensificaron, pero siguieron siendo igual de incomprensibles—. Si algo no cabe, lo podemos devolver.

—Pero, hija, ¿cómo lo vas a devolver si ya lo has pagado? —El gruñido del otro lado de la cama no se hizo esperar—. ¿Y a ti qué te pasa, si puede saberse?

—Nada, mamá, nada.

—¡Oh, Señor! —exclamó Carmen, clavando en él su mirada más retadora—. ¡Así es como se ponía de pequeño cuando entraba en su cuarto, Lis, exactamente así! ¿Cómo iba a hablar con él si adoptaba esa actitud?

—¡Mamá, ¿quieres irte a la cama de una vez?!

—¡No me da la gana! ¿Lo entiendes ahora, hija? Con su padre no podía hablar, con él tampoco. ¿Con quién me iba a desahogar en un pueblo si no era con el cura? Él me escuchaba, me entendía..., y cuando yo llegaba enfadada y comenzaba a maldecir en el confesionario, le hacía gracia y se reía... Por eso pasó... lo que pasó...

—¡¿Quéééé?! —Juan se sentó en la cama como impulsado por un resorte, mientras la risa comenzaba a salir por la boca de Lis sin control—. ¡¿Qué demonios estás diciendo?! ¿Te liaste con el cura?

—Don Gervasio, sí —afirmó su madre muy seria, mirándole fijamente—. Era un hombre muy guapo..., por no hablar de otros atributos con los que la naturaleza le dotó que...

—¡Oh, por el amor de Dios! ¡Basta! ¡Basta!

Juan saltó de la cama en el mismo momento en que Lis caía sobre las almohadas con un ataque de risa incontrolable. Mientras, Carmen ponía cara de póquer y cerraba la boca.

—Pero, Carmen... —le dijo Lis cuando dejó de reír—. ¿Qué te ha pasado?

—Te juro que no he entrado con ninguna intención, hija, te lo juro, pero es que, cuando le he visto ahí, refunfuñando, igual que cuando era pequeño..., me ha entrado una rabia que me ha revuelto las tripas y me he acordado de lo que me dijo la psicóloga que me recomendó la policía, que me está haciendo mucho bien, por cierto. Pues ella dice que Juan no me respeta como madre, cosa que entiendo, porque no le protegí como debía, y que debo intentar que me vea como la mujer que soy... Y, la verdad, las palabras me han salido solas.

—¡Ay, Carmen, ha sido demasiada impresión para él! —exclamó Lis, volviendo a reír.

—¡Pues que se hubiese leído el libro, como le dijo el médico! A los médicos siempre hay que hacerles caso, ya debería saberlo —contestó enfadada, lo que le provocó otro ataque de risa a Lis—. Bueno, me voy, o no saldrá nunca del lavabo. —Se marchó, pero hizo una pequeña paradita ante el cuarto de baño, donde el troglodita rumiaba su furia—. ¡Ya puedes salir, me voy a la cama!

Juan tardó aún y, cuando salió, olía a pasta de dientes. Lis le esperó con la luz apagada para ahorrarle el bochorno, pero ante su silencio, él no pudo más y comenzó a hablar:

—¡Oh, Dios, con el cura del pueblo! ¡No podría haber sido con el carnicero o el pescadero, no, tenía que ser con el cura! ¡Joder, Lis, deja de reír!

—No puedo, cariño —dijo ella, tendiéndose sobre él—. Es que... aún no sabes lo mejor, mi vida.

—¿Hay más? ¡No me lo digas, no quiero saberlo!

—¡Oh, Juan, hay tantas cosas que no sabes, cielo, tantas cosas! —replicó ella, sentándose sobre su cuerpo y quitándose el camisón—. ¿No quieres saberlo, Juan?

Le bajó los pantalones y juntó sus sexos, moviéndose sobre él, sintiéndolo.

—¡Oh, nena, pero ¿qué me haces?! —susurró, incorporándose y apretando sus caderas con fuerza sobre su miembro—. Lis, mi vida, yo..., no sabes cómo te deseo, nena... Eres lo mejor que me ha pasado nunca, lo mejor... Eres la mujer que siempre soñé, cielo...

—Tu madre también es una mujer, Juan, con deseos, con necesidades... —dijo, levantando las caderas y dejándole entrar en su cuerpo.

—No me hables de ella ahora, por favor. —Le agarró las caderas y la movió deprisa—. Lis..., yo... hoy no puedo esperar, mi vida, no puedo —añadió tendiéndola sobre la cama, donde la aprisionó con su cuerpo—. Lis, no puedo esperar, cielo, hoy no puedo, cariño, no puedo.

Ella se arqueó para recibirle, mientras el calor comenzaba a nacer en su vientre. Pero esta vez Juan no la esperó, se movió mientras un gruñido de satisfacción salía de su garganta y se corrió con un gran gemido hasta vaciarse del todo.

—Lo siento, cielo —dijo apesadumbrado.

—No tienes por qué sentirlo, Juan, estoy bien.

—Pero no te has corrido.

—Eso no importa. Cuántas veces lo he hecho sin esperarte. En eso consiste amar, en dar y recibir. A veces nos sincronizamos tan bien que damos y recibimos a la vez, pero son casos excepcionales, no somos robots.

—¿Vas a contarme lo mejor de la historia? —preguntó él, lamiendo sus pezones y arrancándole un gemido de placer.

—No quiero que sufras. Si te hace daño saberlo, no te lo diré.

—Pero lo estás deseando, reconócelo.

—¡Oh, sí, Juan, me muero de ganas! —exclamó ella, explotando en una gran carcajada—. Pero es mejor que leas el libro, entenderás mejor sabiendo el porqué. Todo tiene un porqué y, cuando lo conocemos, entendemos muchas cosas.

—Patricio tiene razón cuando dice que eres una mujer muy especial —dijo él, acariciando sus mejillas encendidas—. Nunca te quedas en la superficie, profundizas hasta llegar al meollo de la cuestión.

—¿Y eso te gusta o te disgusta?

—Lo he estado viendo como un defecto, cuando en realidad es una virtud, una gran virtud —respondió Juan, que había comenzado a moverse en su interior con nuevas ansias.

—¡Vaya! —exclamó Lis con una sonrisa pícara—. Mis virtudes te ponen...

Cuando de madrugada las pesadillas la despertaron de nuevo, Juan encendió la luz. Lis estaba aterrorizada, con la piel sudorosa y el corazón bombeando con fuerza.

—No es nada, no es nada. Estoy bien, una pesadilla, nada más —dijo ella, tendiéndose sobre él y acariciándole la cara—. Juan, tendrás que afeitarte bien cuando venga Júnior, porque, al contrario que a mí, no le gustan los hombres que rascan.

—Haré todo lo posible para que se sienta a gusto aquí, Lis, te lo prometo.

—Es la primera vez que me haces una promesa, Juan — comentó ella, mirándolo sorprendida—. Necesita un lugar seguro. Las cicatrices de su alma seguirán siempre ahí, pero si le queremos, podemos hacer que sea un niño feliz. Y él... se le merece, no sabes cuánto se lo merece.

—¿Por qué está en el centro?

—Él fue el último niño que llegó a LA CASA. Por cierto, cuando te cuente que un ángel le rescató..., no le lleves la contraria.

Jack
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