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MENSAJE DE PERRO
Gracias por leer el manuscrito, Lis, sé lo duro que te habrá resultado volver allí y recordarlo de nuevo, lo sé, y por eso te estoy sumamente agradecido. Sabía que nadie mejor que tú para hacerlo, para comprenderlo.
Y ahora tengo que pedirte un último favor. Me gustaría que llevases las riendas de la negociación para su publicación. Le he pedido a mi abogado que se ponga en contacto contigo y te entregue los documentos necesarios para ello, las autorizaciones y todas esas cosas de las que yo no entiendo. Espero que puedas hacerme este último favor, no confío en nadie tanto como en ti.
Quiero expresarte mi más profunda admiración: bajo esa fina piel, tan bella, por cierto, se esconde la mayor de las fuerzas, el más increíble de los corajes, el poder de la esperanza y de los sueños. Ellos te llamaban «nadie», pero para nosotros, para los que pasamos por aquella casa, eres «alguien», nuestra heroína. Has sido tremendamente importante en mi vida y en las de los que allí habitamos.
Tú cerraste la puerta de LA CASA, tú le pusiste punto final a aquel infierno, tú gritaste nuestro dolor traduciendo en palabras las aberraciones que allí ocurrieron, y tú les pusiste cara a las bestias. Tú, con tu tesón y tu valor, igual que una princesa guerrera, conseguiste enfrentarte a los dragones y vencerlos.
¡Gracias por tu generosidad, por tu fortaleza! ¡Gracias por las palabras susurradas tras la puerta de madera!
Lis le telefoneó muchas veces en los días que siguieron, pero él no contestó, hasta que un día, a primera hora de la mañana, recibió la llamada de su abogado. La citó en su despacho, en pleno corazón de la ciudad. La hicieron pasar directamente. Un hombre muy atractivo y de edad avanzada le estrechó la mano mirándola con interés.
—Ha muerto, ¿verdad? —le preguntó Lis, sentándose frente a él.
—¿Cómo lo sabe? —contestó el abogado sorprendido—. Lo siento mucho. Me pidió que me pusiese en contacto con usted en caso de que algo le pasara y..., bueno, nunca imaginé que haría una cosa así, la verdad. ¿Le apetece un café? Está usted muy pálida.
Lis aceptó con gusto el café, le hacía mucha falta, mientras el letrado abría una carpeta y comenzaba a sacar de ella documentos.
—Bien, lo primero que tengo que decirle es que el señor Riponés...
—¿Se llamaba así?
—Sí, así es —dijo el abogado, frunciendo el ceño—. ¿Usted... no le conocía? Miguel Riponés, el famoso pintor.
—No conocía su nombre y... me temo que la pintura nunca ha estado entre mis aficiones.
—¡Sus cuadros son absolutamente increíbles! Tienen un colorido que atrae, como si tuviesen un imán. —Lis esbozó una pequeña sonrisa triste—. El señor Riponés ha sido muy claro en sus especificaciones, señorita Blanco, muy claro. Naturalmente, aún falta saber el contenido de su testamento, pero en lo que respecta al manuscrito de su novela fue muy preciso acerca de lo que quería hacer. Me ha dado orden de que le otorgue plenos poderes para la negociación con la editorial, y en caso de que sea publicada, ha dejado establecidos algunos puntos respecto de los beneficiarios de la misma... El provecho que se obtenga por la publicación del libro se dividirá por la mitad. Una mitad le será entregada a una persona, de la que no puedo dar el nombre, así me lo ha pedido, y la otra mitad le será entregada... a usted.