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El día de su venganza había llegado. Necesitaba todas sus armas de mujer para llevarla a cabo, así que se esmeró, hasta que el espejo le devolvió la imagen de una auténtica diosa. Había elegido cuidadosamente el vestuario para su puesta en escena, sugerente pero recatado, brillante pero no obsceno, deseable pero no chabacano. Se había decidido por unos pantalones negros que le daban el aire de profesionalidad que buscaba, e hizo especial hincapié en la parte superior de su cuerpo, la que más se vería, la que debía deslumbrar, la que tenía que hipnotizar. Una blusa de seda blanca era la elección perfecta, se amoldaba a sus formas de una manera muy elegante y su escote era sencillamente sublime. Su melena impecable caía sobre sus hombros en ligeros bucles que constituían el marco ideal para su increíble cara, cuidadosamente maquillada.
Se echó una última mirada en el espejo, preguntándose qué le faltaba a su aspecto para resultar perfecto, y entonces lo vio. Metió las manos bajo la blusa y se quitó el sujetador. Al momento, sus pezones se marcaron bajo el tejido, como dos estrellas apuntando al firmamento que no pasarían desapercibidas a los pares de ojos masculinos ante los que se iba a presentar.
Entró en la gran sala de reuniones caminando lentamente, como la gata que era, y se sentó en la silla que le indicaron, al lado del redactor jefe, quien tendría la última palabra sobre el tema. La testosterona que había alrededor de aquella mesa se alteró nada más verla, a ninguno les pasaron desapercibidas sus luces de cruce, y menos a la coordinadora, la única mujer sentada a la mesa, quien observó aquellas caras sin poder evitar que una pequeña sonrisa apareciese en su boca. El popular refrán «Tiran más dos tetas que dos carretas» se cumplía a la perfección con aquella Barbie, sólo esperaba que el calentón no les nublase el juicio a sus compañeros, haciéndolos caer en las garras de semejante fiera.
—Bien, Carla —dijo el redactor jefe, mirando muy serio los folios que tenía delante, con las gafas colgando de la punta de su nariz—. Hemos leído tu artículo y, salvo algún que otro error gramatical que corregiremos en su momento..., tengo que decir que es una auténtica bomba. Eso, naturalmente, siempre y cuando puedas corroborar todos los datos.
—Por supuesto —contestó ella, clavando en él sus increíbles ojos azules, brillantes como estrellas.
—¿Estás completamente segura de esta historia?
—Sí, lo estoy.
—Esto no es un simple artículo, Carla, nos enfrentamos con una editorial y... de las grandes. Necesito tener la certeza de que todos los datos que manejamos son fiables, de que no hay fisuras. No me gustaría pasar los próximos meses visitando los juzgados.
—¿Acaso te he fallado alguna vez, jefe? —preguntó ella, dedicándole la mejor de sus sonrisas—. La investigación no tiene fisuras, te lo garantizo.
—¿Has comprobado todos los datos? —intervino la coordinadora—. Policía, asistencia social, servicios médicos...
—¡Sé hacer mi trabajo! —exclamó, clavando en ella su mirada más ceñuda.
—¿Has hablado con los demás niños de acogida que estuvieron en la casa? —insistió la mujer.
—¡Por supuesto!
—¿Con todos?
—¡Con todos!
—¿Quiénes son tus fuentes?
—Las fuentes... nunca se revelan —dijo ella con sarcasmo, dedicándole una gran sonrisa—. ¿Acaso no te lo enseñaron en la Facultad de Periodismo? ¡Mis fuentes son de lo más fiables, jefe, te lo aseguro!
—Las fuentes nunca son fiables —continuó la coordinadora—. Por eso siempre comprobamos las informaciones... ¿Acaso no te lo enseñaron en la Facultad de Periodismo? ¿Tienes las grabaciones de las entrevistas que has hecho? Me gustaría oírlas y...
—¡Esto es inaceptable, jefe, que a estas alturas se ponga en duda mi profesionalidad es inaceptable! —exclamó Carla, echándose sobre la mesa—. ¡Mi investigación no tiene fisuras, y no entiendo por qué se empeña en echarla por tierra! —Clavó en ella sus increíbles ojos azules—. ¿Qué pasa?, ¿tienes envidia de no haberla hecho tú?
El redactor jefe puso fin a la pelea de gatas enviando a Carla fuera de la sala de reuniones, donde la discusión sobre la mesa se alargó por espacio de más de una hora, tras la cual, el jefe miró a la coordinadora con una pequeña sonrisa.
—Parece que eres la única que está en contra.
—Será porque soy la única mujer.
—¿Por qué no la crees? Ha hecho un buen trabajo hasta ahora.
—Porque no es de fiar. Lo que no entiendo es que tú la creas sin haber visto las pruebas. Ha escrito artículos de poca monta, y con éste... te puedes jugar el puesto. ¿Puedo hablar con sinceridad, jefe?... Te ha camelado. Os ha camelado a todos. A esta tía ese libro le importa un pimiento, dudo hasta que lo haya leído. Estoy segura de que la mueve un interés personal, no sé cuál es, pero lo veo en sus ojos: claman venganza.
—¿Y en qué te basas?
—En lo mismo que ella, el instinto. Pero como yo sé que ésa no es una base sólida para tomar esta decisión, dejaré que lo hagáis vosotros, no sin antes advertiros de que esto es una bomba, sí, una bomba que nos estallará en la cara.
La coordinadora cerró la boca. Nada de lo que ella dijese sería tenido en consideración, porque las armas de mujer habían sido utilizadas a la perfección y la decisión estaba tomada. Miró a sus compañeros con tristeza. Si aquella Barbie de tercera se hubiese presentado ante ellos desnuda, diciendo que se acostaría con el primero que se la cascase y se hiciese un nudo con ella, lo habrían hecho en tiempo récord.
Carla lo había conseguido. Había manejado la testosterona a su antojo y había puesto en movimiento el engranaje de un mundo que tan bien conocía. Y una vez la historia estuviese en la calle, haría todo lo posible porque el asunto sonase con fuerza. Pondría a la opinión pública de su parte con sólo mover las pestañas. ¡Iba a destrozar a Lis Blanco! No pararía hasta ver sus pedacitos esparcidos por el suelo, a sus pies, y por ese mismo suelo volvería Jack arrastrándose hasta ella, con las orejas gachas y suplicándole que le hiciese de nuevo un sitio en su cama. ¡Oh, cómo deseaba que llegase ese momento!
Jack entró en el parque de bomberos contento, muy contento, como hacía tiempo que no lo estaba. Lis y él por fin habían hablado y habían solucionado sus problemas y, lo que era más importante, por fin había vuelto a tenerla entre sus brazos, lo único que le hacía realmente feliz.
—¡Vaya, vaya, vaya, qué buena cara traes! —comentó Pedro—. ¿Qué?, ¿solucionado?
—Creo que sí —contestó él con una sonrisa—. Gracias, Pedro, tenías razón, necesitaba hablar.
—¿Y el otro?
—Le ha tirado los tejos.
—¿Te lo ha contado? —exclamó su amigo sorprendido—. ¡Caray, pues sí que es sincera! Bueno, siento decirte que mujeres como ella no hay muchas, y... para muestra, un botón —dijo poniéndole delante el periódico, en donde, en primera página y con la foto de Carla ilustrando la noticia, el titular no dejaba lugar a dudas—. Te lo dije, Jack, una mujer herida es peligrosa, y aquí está su venganza.
LA CASA: UNA GRAN MENTIRA
Hace algunas semanas hizo su entrada en el mundo literario, y en este poco tiempo ha conseguido llegar a miles de corazones, que se han emocionado con las vivencias en él relatadas, que se han enardecido con lo allí narrado y que se sentirán destrozados cuando sepan que LA CASA, ese libro que ha sido etiquetado erróneamente como «el gran fenómeno literario del año», es simplemente... una gran mentira.
Bajo pseudónimo, amparándose en el más cobarde de los anonimatos, la autora de este libro ha relatado como hechos reales una historia que tiene su origen única y exclusivamente en su mente enferma y desequilibrada. Sólo la mente enferma de esta mujer es capaz de contar las mayores atrocidades, las mayores ignominias, las mayores abominaciones. Sólo una mente desquiciada como la suya podría elaborar tan terrible venganza, destrozando con ello a unos seres que le abrieron las puertas de su casa y le entregaron su corazón. Sólo un corazón negro como el suyo sería capaz de urdir semejante desquite mordiendo la mano que le fue tendida.
Si los emocionó la historia, sequen sus lágrimas, porque esta periodista ha comprobado que lo que se denuncia en ese libro es totalmente falso. El acceso a los informes judiciales, policiales, médicos y asistenciales nos ha demostrado que todo es una sarta de mentiras, delirios salidos de la mente de una mujer trastornada, una mujer que llegó a una casa llena de amor y la llenó de odio, a una familia que la recibió con los brazos abiertos y que no obtuvo de ella más que la traición más absoluta, en un intento de arrastrar su nombre por el fango y con el único propósito de lucrarse.
Las autoridades no encontraron ningún motivo ni indicio que hiciesen pensar que los delirios que la niña contaba fuesen ciertos. Los agentes del orden que investigaron el entorno de la menor no se toparon con nada que hiciese temer que lo que aquella mente calenturienta afirmaba fuese verdad. Y ninguno de los niños que pasaron por aquella casa ha corroborado su versión. Al contrario, todos ellos hablan maravillas de lo que allí vivieron, definiendo aquel hogar como un lugar de ensueño.
La mujer en cuestión fue desde su más tierna infancia una persona conflictiva, una desequilibrada total y absoluta que, tan pronto como entró por la puerta de aquella casa, mintió, robó, engañó, fingió, inventó e incluso agredió. Se escapó de aquel hogar en numerosas ocasiones y, cada vez que era devuelta a él, la escena que allí se encontraba la policía era siempre la misma: un padre lloroso y desesperado y una madre llena de moretones por las agresiones de la niña y que suplicaba se la trajeran de vuelta al hogar.
Ninguna autoridad competente encontró motivo alguno para intervenir en aquella casa llena de amor y de ternura, por lo que, desde estas líneas, instamos a quien corresponda a que ponga freno a semejante monstruo, y evite que siga propagando terribles mentiras sobre seres buenos y generosos, que lo único que han hecho en su vida ha sido ponerla al servicio de los más necesitados, entregándoles todo su amor sin pedir nada a cambio.
Carla Ibáñez