Capítulo 23
Índigo estaba en la cocina, tratando de quitarse el hollín de las manos y la cara cuando oyó la puerta principal. Resonó una voz profunda.
—Ya estoy aquí. ¿Dónde está mi bienvenida?
Aunque no esperaba que Jake terminase la charla con su padre y volviese tan rápido, esa voz sonaba como la suya, y el hombre alto y moreno que miraba por la ventana se parecía a él.
—Aquí —respondió ella—. ¡Estoy cubierta de jabón!
Se inclinó sobre el barreño y se restregó la cara.
—Estoy intentando quitarme las manchas de hollín. —Se aclaró; luego buscó la toalla a tientas, porque veía borroso. Se frotó los ojos y los entornó ante la figura difusa, de anchos hombros, que estaba en el umbral de la puerta—. ¿Qué ha dicho?
—El único hombre con el que he hablado ha dicho que Jake Rand vivía aquí —respondió una voz sonora—. ¿He hecho algo imperdonable y me he colado en la casa equivocada?
Índigo pestañeó y trató de fijar la vista. El atractivo rostro moreno que le sonreía no era su marido. Se irguió lentamente y volvió a pestañear. Se parecía mucho a Jake, tanto que podría haber pasado por su gemelo.
—Ah… No, estás en la casa correcta. —Sintió que el calor ascendía por su cuello y deseó que todo el hollín hubiese desaparecido de su cara—. Debes de ser Jeremy.
Él chasqueó los dedos, la señaló, y le guiñó el ojo.
—Estoy en total desventaja y, cuando se trata de una adorable jovencita, no me lo puedo permitir. ¿Quién eres tú?
Ni en sus peores presagios había contado con la posibilidad de que Jake no estuviese para presentarle a Jeremy cuando llegase. No tenía valor para mencionar el matrimonio y enfrentarse sola a la cara de desaprobación de su hermano.
—Soy Índigo.
Sus ojos la recorrieron lentamente y se volvieron cálidos en señal de reconocimiento.
—¿Índigo?… —Inclinó la cabeza, invitándola a terminar de presentarse.
—Lobo es mi nombre de soltera —dijo con voz aguda—. Índigo Lobo.
—Ah, tu padre es el dueño de la mina donde trabaja Jake. —Encogió los anchos hombros y se enderezó. Su camisa de algodón azul parecía recién estrenada, no como la de lana que llevaba Jake, manchada de tierra—. ¿Y qué haces…? —Miró hacia la chimenea desde la entrada—. ¿Las cosas de casa?
Era una verdad suficiente.
—Sí —contestó, aliviada por la explicación de él—. Cosas de casa, sí.
Pestañeó y volvió a mirarla. Señalándole la mejilla, dijo:
—Te has dejado una mancha.
Índigo se restregó.
—Yo, esto, supongo que estás buscando a Jake. —Se dio cuenta de lo estúpido de la situación y se le escapó una risa nerviosa—. Pero, claro, si no estuvieras buscando a Jake no estarías en nuestra casa. —Su corazón dio un vuelco—. Su casa.
Con una ligera sonrisa, la estudió por un instante.
—¿Sabes dónde está?
—Se fue a ver a mi padre. Ya debería estar en casa. Quiero decir, de vuelta; debería estar de vuelta. —Se secó las manos en los pantalones—. ¿Esto, quieres un poco de café? Puedo prepararlo en un momento. Y tengo algo de bizcocho. ¿Quieres chocolate?
—Me encanta el chocolate. —Y arqueó una ceja—. ¿También cocinas aquí?
Índigo se volvió hacia la cocina y se dio cuenta de que tenía que encender el fuego. Miró hacia abajo y vio manchones negros en las mangas de su camisa de trabajo. Jake estaba acostumbrado a verla con pieles manchadas cuando trabajaba en la mina, pero ¿qué pensaría Jeremy? Parecía un cerdo después de rebozarse por la porquería. Era su peor pesadilla. Ya hubiera sido suficientemente duro conocer a los familiares de Jake estando en todo su esplendor.
—Yo… sí, hago las dos cosas, cocinar y limpiar.
Un gruñido de Sonny hizo que Jeremy se diese la vuelta. Índigo echó a correr y esquivó su pierna para coger al lobezno por el pescuezo.
—Vaya, esto… Si me disculpas, lo voy a encerrar en el dormitorio. Muerde, me parece.
Jeremy dio un paso atrás. Índigo pasó rápidamente por su lado. Cuando llegó a la habitación, lanzó una mirada nerviosa al espejo de encima del escritorio y sintió vergüenza. Se restregó la mejilla manchada con una mano, mientras con la otra sacaba del cajón una blusa de piel limpia. Se cambió en tiempo récord y se arregló el pelo. No estaba bien, pero sí mejor, pensó.
Cuando regresó a la cocina, Jeremy estaba sentado a la mesa. Reparó en la camisa limpia y su expresión se volvió inquisitiva. Índigo se estremeció. No se había parado a pensar en lo extraño que resultaría que reapareciese con prendas limpias.
Los oscuros ojos de Jeremy se encontraron con los suyos.
—¿Vives aquí con mi hermano, Índigo?
Ella le miró, horrorizada.
—No exactamente, no. Pero algo así. No de esa manera… es decir, no hay nada indecoroso.
—¿Y qué dice tu marido? —La miró detenidamente—. Dijiste que Lobo era tu nombre de soltera, ¿así que supongo que estás casada?
Índigo tragó saliva y deseó fervorosamente que volviese Jake.
—Mi marido, esto, no dice nada. Quiero decir, no le importa. —Se le volvió a escapar una risa nerviosa—. No le supone ningún problema… de verdad.
Jeremy asintió.
—Ya veo —dijo, con un tono que revelaba que no veía nada en absoluto.
Índigo dio un paso hacia atrás.
—Creo que me voy a ir ya. —Rozó con los dedos la puerta principal.
Vio cómo se contraía un músculo de la mandíbula de Jeremy. Índigo había observado el mismo gesto en Jake cuando empezaba a enfadarse.
—Ha sido un placer conocerte —dijo.
—Sí, un placer. Conocerte a ti, quiero decir, no a mí. —Volvió a reírse—. Jake debería de llegar en cualquier momento. Si le esperas aquí, lo encontrarás seguro.
Índigo se volvió y fue directa a la puerta, con el único pensamiento de salir de allí y no volver hasta que Jake estuviese en casa. Cuando iba a tocar el pestillo, la puerta se abrió y entró Jake. Ignorando que tenían compañía, le rodeó la cintura con el brazo y la levantó del suelo para darle vueltas.
—Tu padre es el hombre más comprensivo que he conocido —dijo cálidamente—. Siento como si me hubiera quitado toneladas de peso de los hombros. —Le puso la mano en el trasero y se inclinó para besarla—. Dios, cariño, ¡cuánto bien me haces, maldita sea! Después de todo lo que he pasado, quiero cogerte y no soltarte nunca más.
—Jake, tenemos… ¡no! —Se arqueó hacia atrás, tratando de retener sus manos en sitios decorosos. Al ver que le metía la mano por debajo de la pretina de sus pololos, abrió los ojos, avergonzada—. Jake, por favor, ya vale… ¡para!
—¿Para? Eso tiene efecto rebote —dijo con voz ronca, agachando la cabeza para mordisquearle el cuello—. En dos segundos me estarás pidiendo lo contrario. —Una de las tablas del suelo crujió. Él se detuvo y se puso rígido. Al levantar la vista, exclamó—: ¡Jeremy!
Índigo cerró los ojos con fuerza. Era la única opción que le quedaba, dado que su cuñado estaba a un metro de distancia viendo cómo su marido sacaba lentamente la mano de debajo de sus pantalones.
—El sentimiento es mutuo —dijo Jeremy con frialdad—. Sorpresa, sorpresa.
Jake seguía con el brazo alrededor de la cintura de Índigo.
—¿Has conocido a Índigo?
Jeremy dirigió la vista hacia ella.
—Sí.
—Y te lo ha explicado.
—Creo que comprendo la situación, sí —contestó Jeremy.
Índigo tiró de la pechera de la camisa de Jake y sacudió la cabeza con fuerza.
—No la entiende.
Jake torció el gesto mientras volvía a mirar a su hermano.
—¿Veo un brillo en tus ojos, Jer?
Jeremy apoyó el hombro en el marco de la puerta y lanzó una sonrisa a Índigo.
—Lo discutiremos cuando se vaya la señorita.
—No se va —respondió Jake con una sonrisa traviesa—. Vive aquí. Jeremy, me gustaría que conocieses a…
—No puedo creer lo que ven mis ojos —masculló Jeremy. Disculpándose ante Índigo con la mirada, dijo solícito—: Por favor. ¿Me podrías dejar a solas un momento con mi hermano?
Jake apretó la cintura de Índigo.
—Jeremy, antes de que digas algo de lo que puedas arrepentirte, creo que deberías saber que Índigo es mi esposa.
—Eso no es excusa —saltó Jeremy—. No me puedo creer que tú, entre todo el mundo… ¿después de todas las veces que me lo has recriminado a mí? ¿Y con una muchacha de su edad? ¿Con la hija del hombre al que supuestamente viniste aquí a…? —Se detuvo—. ¿Qué acabas de decir?
—Índigo es mi esposa.
Jeremy se sonrojó. Miró a Índigo, y luego volvió los ojos a Jake.
Jake se rio entre dientes.
—Índigo, este es tu nuevo cuñado, Jeremy. A veces parece que tiene una piedra en las orejas, pero no es mal tipo cuando lo conoces.
Muerta de pavor, Índigo miraba la cara de Jeremy esperando su reacción. Tras la sorpresa inicial, su boca dibujó una sonrisa.
—¿En serio? ¿Tu mujer? ¿Te has casado?
Jake asintió.
—Eso es imperdonable. ¿Cómo has podido casarte sin que estuviéramos ninguno de nosotros? —Jeremy caminó despacio hacia ellos, con la mirada clavada en Índigo. La risa le iluminaba los ojos—. ¿Por qué no me lo dijiste, Índigo? Creí… —Se pasó la mano por el pelo. A Índigo esa costumbre le recordaba a Jake, así que una parte de su nerviosismo desapareció—. Creí que mi hermano; bueno, es obvio lo que creí. Estaba a punto de matarle.
—O morir en el intento —corrigió Jake.
Jeremy lo ignoró, cogió a Índigo por los hombros y la separó del lado de Jake para poder verla bien.
—¿Y bien? —preguntó Jake con orgullo—. ¿Qué te parece?
La mirada de Jake se volvió cálida.
—Mi única pregunta es: ¿dónde la has encontrado? No tiene una hermana, ¿verdad?
Jake se rio.
—Sería demasiada suerte.
Jeremy le guiñó el ojo a Índigo.
—¿Te ha advertido del tipo de familia con la que te estabas casando? —Le lanzó a Jake una mirada elocuente—. ¿Sabe lo sinvergüenzas que somos?
Jake asintió.
—Lo sabe todo, Jeremy.
Jeremy se inclinó y besó la mejilla de Índigo.
—Jake, es adorable. Propio de ti, te encuentras a la muchacha más bonita de Oregón y te casas con ella sin que yo tenga ni la menor oportunidad. —Se irguió y dio un paso atrás—. Bienvenida a nuestra familia. Ahora mismo no es muy digna de respeto. Pero con suerte, Jake y yo lo arreglaremos.
Índigo se dirigió a la cocina.
—Voy a encender fuego, a preparar el café y a empezar con la cena.
Índigo escuchó a Jake hablar bajo con Jeremy. Un momento después, entró en la cocina detrás de ella y la agarró por los hombros.
—Cariño, ¿estás bien?
—Aliviada —susurró—. No sabía qué decir cuando llegó. Sin tu apoyo moral, tenía miedo de decirle que estábamos casados. Y luego…
—No, digo si estás bien aparte de eso. —Sus ojos oscuros buscaron los de ella—. Ahora mismo, cuando caminabas hacia aquí, parecía que estabas un poco entumecida.
Se sonrojó.
—Ah, eso. No es nada.
Se mordió el labio inferior y simuló fruncir el ceño.
—¿Nada? Cariño, ¿estás dolorida? De…
Ella le puso la mano en los labios y lanzó una mirada inquieta hacia el salón.
—No es nada —susurró—. Se irá.
La condujo hasta la mesa.
—Siéntate. Yo me ocuparé del café y la cena. Lo que necesitas es un baño largo y agradable en una bañera caliente.
—Cállate —exclamó.
Él le dio un beso furtivo y se volvió hacia el fogón.
—Entra, Jer. Parece que hoy vamos a cocinar nosotros. Índigo se encuentra un poco indispuesta.
Índigo hizo una mueca de dolor y su sonrojo aumentó. Jake notó cómo el color le subía hasta el nacimiento del pelo y sonrió.
Jeremy entró en la cocina.
—¿No te encuentras bien?
Jake puso leña en la cocina, y encendió el fuego.
—Está un poco dolorida —le explicó, dirigiendo una mirada traviesa hacia su esposa—. Ayer se involucró en una actividad a la que no está acostumbrada y se esforzó más de la cuenta.
Con curiosidad, Jeremy pasó la vista desde la mirada centelleante de Jake hasta la contención escarlata de Índigo. Cogió una silla y sonrió.
—La mejor cura para eso es tener más de lo mismo.
Índigo inclinó la cabeza y se puso a frotar una mancha inexistente del mantel.
—Esa sí que es buena —dijo Jake riéndose. Se volvió hacia la encimera con la cafetera y sacó el tarro con los granos recién molidos—. Entonces, Jer, ¿ha habido alguna novedad desde tu carta?
Jeremy miró a Índigo.
—¿Puedo hablar abiertamente?
Jake puso la cafetera en la lumbre y soltó un suspiro de alivio.
—Sí, gracias a Dios. Índigo está al corriente de todo.
Jeremy se reclinó en la silla.
—Padre está detrás de esto. Estoy seguro.
Jake le dio la espalda al fogón, y su expresión se volvió repentinamente adusta.
—Sí, parece que estás muy seguro.
Jeremy asintió.
—Desgraciadamente sí. Encontré el registro de tres cheques que hizo padre, todos a nombre de Hank Sample. En todos los casos, el giro se había efectuado una semana antes de que hubiese problemas aquí. Es demasiada coincidencia. Hank contrató a alguien de aquí para hacer el trabajo sucio. Utilizó esos giros para el pago.
Jake apoyó la cadera en la encimera y cruzó los brazos. Su gesto se ensombreció.
—No me lo puedo creer.
—Créetelo —dijo Jeremy con suavidad. Apoyó la bota en la rodilla y estudió el talón durante un rato—. Y eso no es lo peor. —Alzó una mirada solemne hacia Jake—. Hace cinco días se efectuó otro giro.
Jake se sobresaltó.
—¿Crees que deberíamos esperar más problemas?
—Si mis sospechas son fundadas, sí, y creo que lo son. Si las cosas van de acuerdo con el calendario, debemos esperar que pase algo pasado mañana, o quizás al día siguiente.
Índigo levantó la vista para mirar a Jake, estaba alarmada.
—Otro derrumbamiento, ¿crees?
—No hay forma de saberlo. —Jake se rascó la mandíbula—. Deberíamos empezar a vigilar las minas mañana mismo por la noche. —Miró a Jeremy—. Las veces anteriores, los túneles se sabotearon la noche anterior al accidente. Me atrevo a pensar que nuestro hombre va a ser fiel a sus métodos, porque hasta ahora han funcionado bien. ¿No pudiste encontrar información que sugiriese quién podía ser el contacto?
Jeremy sacudió la cabeza.
—Padre es demasiado listo para dejar ese tipo de pruebas escritas. Supongo que todo se ha hecho a través de acuerdos verbales, y el pago en efectivo para que nunca pudiese demostrarse. —Volvió la vista hacia Índigo—. No sabes cuánto siento lo que le pasó a tu padre y todo eso. ¿Qué piensas?
—Pienso que sois muy buenos tratando de detenerlo —dijo con suavidad—. Y me compadezco de vuestro padre. Debe de ser un hombre muy infeliz.
La cafetera empezó a hervir. Jake la apartó a un lado para que no se derramase. Después, dijo a Jeremy:
—¿Estás dispuesto a hacer guardias nocturnas? Creo que necesitaremos controlar las dos minas, por si acaso. Si pillamos a ese bastardo rondando por allí, tendremos todas las pruebas que necesitamos para hacerle frente a padre.
Jeremy asintió.
—¿Y luego qué, Jake?
Jake se puso tenso. Nunca le había caído particularmente bien su padre, pero los lazos de sangre estaban ahí, y no podía evitar que le importase. Le hacía daño pensar que provocaría la ruina de aquel anciano. Claro que Jake no podía olvidar el daño que había hecho a Cazador Lobo, a su familia y a otros muchos.
Por no hablar de su madre… En cierto modo, igual tenía sentido que sus hijos destruyeran al hombre que tan cruelmente la había destruido a ella. Jake miró a Índigo. Su esposa. Ahora que se había acostado con ella, se sentía mil veces más protector. Nunca, juró, nunca en la vida repetiría los errores de su padre. Nunca nada le parecería tan importante como para poner en peligro el bienestar de Índigo.
Volviendo a la pregunta de Jeremy, Jake respondió:
—No lo sé, Jeremy. No puedo prever algo tan lejano. Consigamos las pruebas, y luego nos preocuparemos por lo que vamos a hacer con ellas. Tiene que recibir un castigo. Más allá de eso, ya lo decidiremos.
Jeremy apretó los labios, y bajó la cabeza.
—Sí, supongo que tienes razón. —Tomó una bocanada reparadora de aire—. Entonces, ¿cuál es el plan, tú vigilas una y yo la otra?
Jake asintió.
Índigo se incorporó.
—Yo quiero ir. Tres pares de ojos ven más que dos.
Jake levantó la vista para mirarla. Sin ningún tipo de zozobra, dijo:
—Desde luego que no.
Índigo se sobresaltó. El tono severo de Jake no admitía réplica, pero esto era demasiado importante como para dejarlo pasar.
—Jake, está en juego la vida de mi padre. Todo lo que nos ha llevado años construir. Si es el peligro lo que te preocupa, por favor, no tienes nada que temer. Yo decido correr el riesgo, es decisión mía.
Su mandíbula se tensó.
—Corrección. Es decisión mía, y ya la he tomado. No vas a ninguna parte.
—Pero…
Él la reprobó con la mirada.
—Corrígeme si me equivoco, pero no creo haber dicho que el asunto estuviese abierto a debate.
—Jake, es una zona muy grande la que hay que vigilar —exclamó—. Tendríamos más opciones de cogerlo si hubiese tres personas apostadas. No estás siendo razonable.
Al mirar los ojos azules de Índigo, Jake vio lo importante que era para ella que le permitiese ir. Dejarla trabajar era una cosa, pero prefería morir antes que ponerla deliberadamente en una situación en que pudiera resultar herida. La maldita mina de su padre no era tan importante. Nada era tan importante.
—Si se da el caso, sabré cuidar de mí misma.
—Ahora tienes un marido que cuida de ti.
—Por favor, Jake, esto es importante para mí. —Y cerró los puños—. Quienquiera que fuese, por poco mata a mi padre. Tengo derecho a mi pequeña parte de venganza.
El gesto de Jake seguía siendo implacable.
—Mi decisión está tomada.
—No es justo.
—No tengo por qué ser justo. Eres mi mujer, y harás lo que yo diga, en esto y en todo lo demás. Se acabó la discusión.
Índigo se sintió como si le dieran una bofetada. Le ardían las mejillas, se sentó un momento y miró al suelo, totalmente consciente de la mirada de Jeremy al otro lado de la mesa. Un silencio tenso inundó la habitación. Recordó lo considerado que había sido Jake con sus sentimientos la pasada noche y no podía evitar pensar que había cambiado radicalmente. Levantó la vista y vio que Jeremy sonreía, como si le pareciese que la discusión entre ella y Jake era extremadamente divertida. Se preguntaba si el cambio de actitud de Jake tenía algo que ver con la llegada de su hermano.
—Algunas cosas nunca cambian —dijo Jeremy entre risas.
Jake se aclaró la garganta.
—Espero que nos disculpes. Como todos los recién casados, a veces nos encontramos con algún bache que hay que allanar.
A Índigo no le hizo mucha gracia que sus sentimientos por algo tan importante se describiesen como baches. Se levantó de la silla y, sin alzar la vista, dijo:
—Creo que me voy a tumbar un rato.
—Ahora cojo un poco de agua y la pongo a calentar —dijo Jake.
Índigo se detuvo en la puerta.
—En realidad, preferiría no tomar un baño esta noche. —Miró en dirección a Jeremy—. Si por la mañana no estoy mejor, lo haré.
Jake sacó el cubo de debajo de la encimera.
—Entonces estarás dolorida todo el día de mañana. Te llamaré cuando haya preparado la bañera. Jeremy se queda en el salón.
Índigo sintió un pinchazo en la nuca. ¿Esperaba que se bañase estando su hermano en casa? Le miró:
—Jake, de verdad…
—Tú déjame a mí —respondió.
Por segunda vez en un par de minutos, había sido autoritario y arrogante. Índigo adoptó una expresión rebelde y abandonó la habitación.