Capítulo 22

El amanecer salpicaba el cielo plomizo de briznas de luz, impregnando el dormitorio de un color sonrosado. Con los párpados entrecerrados, Jake vio los destellos rosáceos y se preguntó si habría muerto y llegado, finalmente, al cielo. Sintió los senos desnudos de Índigo contra su pecho y sus finos muslos ensartados en los suyos. Si eso no era el cielo, no sabía qué podía serlo.

Tan suaves como alas de mariposa, sintió los dedos de ella recorriendo las líneas de su rostro, y así descubrió lo que le había despertado. Lo estaban explorando. Resistió la tentación de abrir los ojos. Si ella notaba que estaba despierto, se sentiría cohibida.

Le tocó la nariz, siguiendo tímidamente el puente con la punta del dedo. Luego exploró su boca, su oreja, la textura de su pelo. Cuando se echó hacia atrás y rozó su pecho con las manos, él sintió ganas de sonreír. Obviamente, el pezón masculino le despertaba curiosidad. La dulzura le embargó al verla juguetear con él, como él lo había hecho antes con el suyo, tratando de provocar la misma reacción. Cogió la punta y la rodeó con los dedos. Él alzó ligeramente los párpados. Sus ojos enormes se llenaron de un asombro infantil.

Aburrida por la falta de reacción del pezón, estudió el vello de su pecho y le apretó la amplitud turgente de sus músculos. Luego deslizó la punta de los dedos por su abdomen. A Jake se le cortó la respiración cuando siguió la línea de vello de su vientre en dirección a su destino. Frunció ligeramente el ceño delicado cuando tomó en la mano su mustia virilidad. Hizo un amago de pequeño apretón. Frunció más el ceño. Luego le acarició la punta.

Confundiendo las tentadoras caricias de los dedos femeninos con una llamada a filas, el apéndice flácido se puso en rígida alerta. Ella se quedó parada, mirando la longitud enhiesta que de repente estaba sujetando. Sus ojos se abrieron, y apartó la mano como si le quemase. Buscó con la mirada asustada los ojos de él.

El juego había empezado… Jake sonrió.

—¿Tienes ganas de pelea, señora Rand? Si es así, la vas a tener.

Su cara se volvió de color carmesí, y trató de escabullirse. Él la cogió por la cintura.

—¿Adónde vas tan deprisa? Esperaba que ahora fuese mi turno.

Ella enrojeció aún más.

—Estás despierto.

Completamente despierto, pensó Jake, víctima de una inconsciente seducción. Él sacó el otro brazo de debajo de la almohada y la imitó, trazando las líneas de su cara y fingiendo un asombro lleno de curiosidad. Avanzó lentamente hacia su pecho y exploró el pezón.

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó con voz ronca—. Interesante, muy interesante. ¿Sirven para algo en especial, o solamente son bonitos?

Los ojos de ella se oscurecieron y turbaron cuando él capturó la pequeña punta dura y la pellizcó suavemente. Jake deslizó la palma de la mano por debajo del pecho y lo levantó. Inclinando la cabeza, lo saboreó con la punta de la lengua.

—Es delicioso. ¿Te importa si le doy unos mordisquitos?

Sus labios se separaron y exhaló un leve suspiro.

Jake se echó hacia atrás y sonrió.

—¿Eres egoísta con ellos?

Una cálida languidez inundó sus ojos, y cerró los párpados. Se inclinó hacia delante para poner los pechos completamente en su mano. Él los recogió con la palma y frotó la aureola con el pulgar.

—¿Y bien? ¿Se te comió la lengua el gato?

—Sí —suspiró ella, respondiendo con retraso.

—¿Sí qué? ¿Eres egoísta con ellos?

—No. Puedes mordisquear todo lo que quieras.

Apretándole la cintura con el brazo, la levantó ligeramente, y la atrajo hacia él. Cuando el pecho estaba ya casi al lado de su boca, la soltó. Mirándola a los ojos, oscurecidos por la pasión, susurró:

—Anoche tuve que ir a buscarlo. ¿Hoy me darás tú el regalo?

Ella le miró los labios. Tragó saliva y se acercó más. Al ver que él no hacía nada, gimió suavemente. Un tímido sonrojo tiñó de nuevo sus mejillas y le pasó el pezón por los labios. Con una ternura inédita, él la acercó a su boca y observó los gestos de su cara.

Era, sin lugar a dudas, el regalo más valioso y dulce que jamás había recibido.

Eran las nueve y media. Jake aún no se había ido a la mina, su mujer seguía durmiendo y estaban sin desayunar. ¿Pero le importaba? Diablos, no. Se sentó en el borde de la cama y se reclinó sobre el brazo.

—Tengo que irme, brujita —susurró—. Te he tenido despierta toda la noche, así que ¿quieres quedarte en casa hoy?

—Mmmm…

—¿Me vas a esperar?

Su boca hinchada por los besos dibujó una somnolienta sonrisa. Sin abrir los ojos, murmuró:

—Tiraré la piedra, te lo prometo.

Jake husmeó en su cuello.

—Por cierto, ¿qué es? ¿Un conjuro comanche o algo así?

Ella se acurrucó aún más bajo la colcha.

—No, un remedio —respondió aturdida— para concebir.

Con los labios a la altura de su oreja, se detuvo en seco.

—¿Concebir?

—Mmm… Un bebé. —Su sonrisa creció—. Así no me molestarías.

Ahora que lo pensaba, Jake recordó haber escuchado una vez que si se ponía una piedra bajo el colchón, del lado del marido, se aceleraba la concepción: la idea era que, cuanto menos durmiese el hombre, más frecuentemente querría hacer el amor con su mujer. No creía que ese fuese el resultado que perseguía Índigo.

—Demonios, no la tires solo. Entiérrala. No estoy en contra de hacer bebés. Podemos empezar a hacerlos esta misma noche si quieres.

—Esta noche —consintió somnolienta.

—Espero que tengamos unos cuantos —dijo con una sonrisa—. Cien intentos por cada uno. Si no me he agotado para entonces, puedes volver a traer la piedra.

—Mmm… de acuerdo, sí.

Jake le dio un beso de despedida, luego se levantó y se quedó mirándola por un instante. Dios, la quería. Se preguntaba si ella podía imaginar cuánto. Acarició a Sonny entre las orejas como despedida, luego miró hacia la ventana. La pasada noche, por primera vez desde la muerte de Lobo, Índigo se había olvidado de abrirla.

Esa misma mañana, al despertarse, Índigo calentó un barreño de agua para lavarse. Se vistió, recogió su camisa estropeada y los vaqueros de Jake, y luego se dirigió al arroyo a buscar el resto de la ropa fétida. Unos minutos más tarde, había encendido una pequeña hoguera. Mientras tiraba las prendas al fuego, se fue hacia atrás en el tiempo, hasta aquella noche de hacía seis años en que había quemado toda su ropa de blanca y jurado que nunca volvería a reconocer que tenía sangre de esa raza. Los brazos de Jake habían borrado todo el dolor de su corazón. Se volvía a sentir completa y curada.

Se le dibujó una sonrisa en la cara al recordar el momento en que vio a Jake por primera vez. Si alguien le hubiese dicho entonces que en menos de un mes se habría arrodillado ante ella y le habría besado los pies, le hubiese dado la risa. Ahora que había pasado, sin embargo, no se reía. ¿Pensar que Jake, entre todos los hombres que conocía, había hecho eso, y por ella? Se le llenaron los ojos de lágrimas.

Tiró sus pololos al fuego y tomó aire con fuerza. Resultaba raro, al pensarlo. Durante mucho tiempo, se había aferrado desesperadamente al poco orgullo que le había dejado Brandon. Luego Jake, con solo unas palabras, la había desnudado incluso de eso. Ahora se sentía glorificada. Era como si él la hubiese vaciado de oscuridad para llenarla solo de cosas buenas.

El humo se le iba hacia los ojos. Ella los entrecerraba y se abrazaba a sí misma, disfrutando del calor. El laurel, más escaso y difícil de cortar que el pino, era una madera dura que aseguraba un fuego lento, cálido y duradero. Como el amor de Jake, pensó. El suyo no era de los que ardían rápidamente para consumirse luego.

Sentía molestias tras haber hecho el amor, pero al llegar a casa Índigo asumió con gusto las labores domésticas. Aunque quizá solo temporalmente, esa casita era el hogar de Jake, y quería que estuviese más que ordenada. Cuando volviese del trabajo por las noches, con solo verla se daría cuenta de cuánto le amaba y de lo orgullosa que estaba de ser su esposa.

Tras cambiar la ropa de cama, Índigo decidió que ese era el día perfecto para hacer algo de limpieza general, señal del nuevo principio que ella y Jake habían inaugurado esa noche. Sacó fuera todas las alfombras y las sacudió con la escoba. Luego, antes de barrer, decidió limpiar la ceniza del fogón y la chimenea. Primero terminó la cocina, luego se fue a la salita. Arrodillada ante la chimenea, se inclinaba hacia delante para recoger la ceniza y el hollín.

En el fondo de la chimenea, había restos de papel quemado. Índigo lo habría ignorado de no haber visto el membrete parcialmente carbonizado. Una sombra de inquietud le subió por la nuca. ¿Empresa Ore-Cal? Bajó la mirada hacia los trozos de papel que no estaban quemados; estaban escritos en letra clara, masculina.

Querido Jake:

Tengo malas noticias. Estoy asustado. Como me temía, la investigación ha confirmado mis sospechas. Tenemos un grave problema [Un buen trozo de párrafo estaba chamuscado y resultaba ilegible. Terminaba con:] para que haga el trabajo sucio. Si podemos, le pondremos las pruebas ante las narices a padre y daremos esto por zanjado, así podrás salir de ahí de una maldita vez y volver a casa. Esto es aburridísimo sin ti, y Emily no me deja en paz ni un momento, peguntándome cuándo vas a volver para fijar la fecha. ¿Te acuerdas de Em, tu prometida? Se está empezando a hacer preguntas, porque no le has escrito. Me he tomado la libertad de contarle lo mismo que a padre, que te has tomado unas vacaciones cortas y bien merecidas. Así es más difícil que lo descubran.

Llegaré lo antes que pueda. Probablemente, lo más seguro es contarle a Lobo una historia lo más cercana posible a la verdad y decirle que tu hermano va de visita. Nunca se nos ha dado bien ceñirnos a la misma [más zona chamuscada] nuestras explicaciones siempre acababan siendo demasiado elaboradas. Ah, ¿pero no eran tiempos maravillosos?

Hasta el —

TU HERMA

Índigo empezó a temblar. Miró la carta y deseó desaparecer. Como eso no funcionó, la releyó rezando para que la segunda vez no pareciese tan incriminatoria. ¿Jake estaba relacionado de alguna manera con Ore-Cal? ¿De qué trabajo sucio hablaba Jeremy? ¿Y quién era Em?

Ay, Dios…

Índigo se tapó la boca con la mano. Mentiras, todo mentiras. Todo lo que le había contado de sí mismo era mentira. Sabía a qué trabajo sucio se refería Jeremy, al sabotaje de la mina. ¡Por supuesto! Todo tenía sentido. Si ponían a su padre en un apuro financiero, él le vendería la mina a Ore-Cal por poco dinero.

Para Índigo, todo encajó como las piezas dispersas de un rompecabezas. La llegada de Jake el mismo día que esperaban al representante de Ore-Cal. La ausencia de callos en sus manos. Incluso su resistencia a que ella estuviese en la mina cobraba sentido ahora. No quería su presencia allí mientras pudiera evitarlo porque tenía miedo de que entorpeciese sus planes.

Ella no significaba nada para él. Igual que no había sido nada para Brandon. La estaba utilizando. Probablemente ni siquiera se consideraba casado, porque ella era india. Incluso si no era así, no dudaría en divorciarse. Pero era peor lo que le estaba haciendo a su padre. Hundiéndole. Destruyendo todo aquello que había creado en los últimos veinte años.

¿Cómo podía? Ay, Dios. ¿Cómo podía? Fácil, contestó una pequeña voz en su mente: «Tu padre no es nadie, igual que tú».

Con un sollozo lleno de ira, Índigo se levantó de un salto, visualizando a su padre, destrozado e incapaz de mantenerse en pie. Recorrió la habitación con los ojos. Su mirada se congeló en el punto donde Jake se había puesto de rodillas ante ella. Tropezó y se detuvo ante los recuerdos que la invadieron. Estaba confundida. Se acordaba de la suavidad con que le había hecho el amor, de sus roncos susurros. Sintió que las piernas se le doblaban, y se hundió en el sofá mirando la carta. ¿Un mentiroso? ¿Un actor consumado? ¿Cómo podía un hombre tan alto, fuerte y orgulloso como Jake Rand ponerse de rodillas y humillarse ante una mujer si no le importaba realmente?

Al abrir la puerta al final de la tarde, lo último que Jake esperaba era encontrar a Índigo sentada en el sofá, con la cara cubierta de lágrimas y salpicada de hollín.

—¿Dios mío, qué ha pasado? ¿Es tu padre? ¿Tu madre? —Recorrió la habitación con la mirada—. ¿Dónde está Sonny?

Índigo le miró.

—Está dormido debajo de la cama.

Jake cerró la puerta y se apoyó en ella. El corazón le empezó a latir con fuerza.

—Cariño, ¿es Mellado? ¿Qué te ha hecho llorar?

Ella no contestó, se limitó a seguir mirándolo. Enmarcados en el negro hollín, sus ojos eran de un azul tan brillante que a Jake le parecieron lagunas infinitas, profundas y claras. Los miró y sintió que se ahogaba. Un estridente silencio los rodeó. Luego se apoderó de él una sensación inquietante. Le pareció que ella le veía el alma con claridad.

Entonces se dio cuenta de que debía de estar haciendo eso, precisamente. Se quedó extrañamente callada, y tenía una expresión distante en la cara, como si escuchase algo que él no podía oír. Jake se sintió más vulnerable que nunca, y desnudo. Quería apartar la vista. Por poco lo hizo. Pero sintió que sería un error irreparable.

Después de un largo rato, ella se levantó y le tendió una mano temblorosa. Vio que los finos dedos sostenían un trozo de papel chamuscado. Él volvió la vista rápidamente hacia la chimenea.

—No ardió todo —se limitó a decir ella.

Jake gruñó.

—Maldita sea.

—Creo que eso no es lo que quiero oír.

Jake levantó las manos, luego las dejó caer.

—No es tan malo como… —Dejó escapar una risa amarga—. De hecho, sí; es tan malo como parece. Por eso no he tenido agallas para contártelo.

—Cuéntamelo ahora —dijo con suavidad.

Jake tragó saliva.

—Supongo que ya se lo has contado a tu padre.

El dolor le asaltó la mirada.

—Por poco lo hago. —Su boca tembló ligeramente—. Si las cosas son como parecen en esta carta, no mereces de mí nada más que un cuchillo en las tripas. Y luego, claro está, debería escupir sobre tu tumba.

Jake cerró los ojos.

—Jesús, Índigo. Después de todo lo que hemos compartido esta noche, no puedes sentir eso.

Sus ojos brillaron.

—¿Compartimos algo especial? ¿O estás utilizando a una india estúpida? ¿Quién es Emily?

—Es, este… —Volvió a levantar las manos—. Era mi prometida.

Índigo le miró directamente a los ojos.

—¿Has roto el compromiso? ¿O piensas volver con ella cuando te hayas divertido conmigo?

Jake soltó una risita amarga.

—No puedes pensar eso. Me he casado contigo, por el amor de Dios. Yo diría que, en la práctica, eso anula mi compromiso con Emily. Es solo que no he tenido tiempo… —Hizo una pausa, ya no era capaz de disfrazar la realidad. Desde que había conocido a Índigo, tenía una nueva visión de la honestidad—. En realidad, he tenido mucho tiempo para escribirle. No encontraba la manera de hacerlo a tus espaldas.

—¿Porque me hubiera enterado? —Bajó la mano y dejó que el papel revolotease hasta el suelo—. ¿Así que estoy casada con un hombre que está prometido con otra mujer? —Su cuerpo se puso rígido—. Cuando pienso en las cosas que te dejé hacerme esta noche, me siento sucia y utilizada. Peor de lo que me hizo sentir Brandon. Al menos a él lo combatí. Él intentó violarme por la fuerza, lo que al menos es honesto. Tú violas con mentiras.

—Índigo, tienes que escucharme.

Irguió los estrechos hombros.

—¿Por qué crees que estoy aquí? Pensé que te lo debía. Aunque parezca que tu «trabajo sucio» por poco mata a mi padre. Aunque parezca que te has burlado de mí más de lo que Brandon hubiese podido soñar.

La intensidad de sus sentimientos hacía que le temblase la voz.

—Aunque parezca que todo lo que me has hecho creer es mentira, no podría traicionarte antes de oír lo que tuvieras que decirme. —Se rodeó con los brazos la cintura y se quedó mirándole—. Si puedes decir algo que calme el dolor que siento dentro, por favor, hazlo.

Jake se pasó la manga por la boca. Solo quería cruzar la habitación y cogerla en sus brazos. Le daba miedo intentarlo. Parecía que iba a deshacerse si la tocaba. Pero había esperanza. Todavía debía quererlo; si no, no estaría allí.

—Te quiero —dijo con voz quebrada—. Eso no es mentira, y nunca lo ha sido. Y no importa lo malo que parezca, he venido aquí para ayudar a tu padre, no para hacerle daño. —Le temblaba una pierna a causa de los nervios. Jake avanzó hacia el sofá y se sentó. La mirada indignada de ella le estaba asustando terriblemente—. En la carta, Jeremy no estaba hablando de mi trabajo sucio, sino del de nuestro padre.

Con la voz entrecortada y sin estar en absoluto seguro de decir cosas con sentido, Jake se arrancó la historia de las entrañas. Ella se quedó de pie escuchando en un silencio gélido, horrible.

—Nunca te he mentido descaradamente —dijo agitando las manos—. Sé que no he sido honesto. He mentido por omisión. Lo creas o no, en el sitio de donde vengo, eso no se considera mentira. Sé que no tiene ningún maldito sentido para ti, tal y como tú ves las cosas, pero en mi mundo, si las intenciones son buenas, como lo eran las mías, y ocultar algo facilita las cosas, se considera beneficioso.

Ella seguía sin decir nada.

—Índigo, cuando vine aquí, no os había puesto cara a ninguno de vosotros. Nunca quise herir a nadie con el engaño, solo ayudar. —Tragó saliva con dificultad—. Nunca quise enamorarme de ti. Cuando me di cuenta de lo mucho que me importabas, ya había cavado mi propia tumba. Quería decirte la verdad, pero lo pospuse, deseando que Jeremy probase que nuestro padre no estaba detrás de esto. Así, al menos, no habría sido tan horrible contarlo.

Ella seguía sin hablar.

Jake dejó caer la cabeza entre las manos.

—Supongo que esperas que te hable de Emily.

—Qué astuto.

Levantó la vista.

—Nunca la quise realmente. Pasábamos mucho tiempo juntos. Me gustaba su compañía. Ella viene de una buena familia. Yo tenía casi treinta años. Pedirle que se casase conmigo parecía lo más obvio. Me he arrepentido desde entonces; mucho antes de conocerte, empecé a arrepentirme. Le tengo cariño. Nunca le haría daño deliberadamente. Pero con ella no había magia. No como contigo.

—¿Es guapa? —preguntó con una vocecilla apagada.

Jake quería decir que Emily tenía la papada como un sabueso y que babeaba constantemente.

—Sí, es guapa. —Sabía que esas palabras le harían daño, pero no quería más mentiras—. Es una mujer adorable, y una gran persona. Te gustaría, creo. —Apretó los dientes, luego suspiró—. Pero no la amo. Te amo a ti. Ni siquiera me acuerdo bien de cómo es.

—¿Lleva vuelos y volantes y enaguas de encaje?

Jake sabía que era terreno peligroso. Índigo se sentía inferior a las mujeres así.

—Nunca le vi las enaguas.

Fijó en él los ojos enrojecidos.

—Dices que viene de buena familia. Tú… tú eres rico, ¿verdad? La casa de la que me hablaste ese día en el granero, la que es tan grande que tu familia se puede perder en ella, es una casa muy fina, ¿verdad? ¿Una casa de hombre rico?

Jake pensó en la casa y en sus elegantes habitaciones. Quizá la perdiese por culpa de esto. ¿Y a cambio de qué? ¿De su vida en Portland? Ahora no podía conformarse con aquello. Durante años había pensado que la pobreza era lo que él había vivido de niño. Ahora sabía que los hombres más ricos del mundo podían estar muriéndose de hambre. Aquí en Tierra de Lobos, había encontrado cosas que el dinero no podía comprar: amor, lealtad, sonrisas, honestidad, pureza de corazón. La más valiosa de todas, desde luego, era la muchacha que tenía enfrente. Por el amor de Dios, ¿cómo podría vivir sin ella ahora que había descubierto lo hermosamente dulce que podía ser la vida?

—Sí, es una casa de ricos —admitió con voz entrecortada—. Excepto una habitación: mi despacho. —Buscó su mirada—. Probablemente es la única que te gustaría. Es la única que me gusta a mí. Todo es sencillo y hecho a mano. —Tomó aire—. Soy rico. Puedo comprar prácticamente todo lo que quiera. —Encogiendo un hombro, dijo—: Una esposa de setecientos dólares, un cachorro de lobo de trescientos. El resto de las cosas que he comprado me traen sin cuidado. Así que me hice un despacho en el que esconderme, y lo llené de fotos y de cosas que el dinero no puede comprar. Montañas y árboles y arroyos claros. Crecí en ese mundo, y lo echaba de menos. Me empecé a dar cuenta el día que merendamos en Geunther Place.

Ella se frotó los brazos como si tuviera frío. Tenía una mirada afligida.

—Deberías haberte casado con una señorita, alguien de quien pudieras estar orgulloso al presentársela a tu familia. Una mujer de buena familia.

Jake suspiró. Pasándose una mano temblorosa por el cabello, dijo:

—En realidad, me preocupa más estar orgulloso cuando conozcas la vida que he llevado hasta ahora. Yo puedo llevarte a todas partes y estar orgulloso de ti, Índigo. Pero no puedo llevar la cabeza muy alta sabiendo lo que ha hecho mi padre. Mancilla todo aquello en lo que he creído siempre. ¿Te preocupa tanto ser buena para mí? Cariño, la verdad es que yo soy el que no está a la altura.

—Yo no me he casado con nadie de tu familia más que contigo —respondió con suavidad—. Los pecados de otros no son tuyos.

Jake sintió los primeros visos de esperanza.

Ella se humedeció los labios.

—Creo que deberías ir a hablar con mi padre. Merece saber todo lo que me acabas de contar.

Jake trató de imaginar la reacción de Cazador.

—Antes de hacerlo, quiero saber qué piensas de mí, Índigo. ¿Qué pasa si me echa?

Con dolorosa tristeza, clavó su mirada en él.

—Rezaré para que no suceda. Pero si pasa —observó el hollín de sus manos, luego las alzó a modo de súplica—, si me amas de verdad y me quieres como soy, entonces…

—Ah, te quiero —la convenció con voz entrecortada—. Te quiero, Índigo.

Tenía lágrimas en los ojos.

—Entonces te diré que has sido un hombre estúpido y empezaremos de nuevo sin mentiras.

Jake no podía creer que la hubiese convencido tan rápido. ¿Él? ¿El hombre al que se le trababa la lengua con palabras de una sílaba? Se levantó lentamente del sofá.

—¿Y si tu padre me dice que abandone su casa y la mina?

A ella le temblaron los labios.

—Creo que verás que mi padre escucha con el corazón y que oye más de lo que dicen las palabras. Mirará dentro de ti, si se lo permites, como yo lo he hecho, y verá la luz de la bondad a través de las mentiras que has contado.

Jake recordó cómo ella le había mirado a los ojos al entrar en la casa, el sentimiento de desnudez.

—¿Qué más has visto dentro de mí, además de cierta bondad?

Su mirada se nubló.

—Creo que lo sabes. Esta vez volviste la vista atrás y te abriste para que yo pudiera ver.

Jake sintió la garganta rígida.

—Entonces debes de haber visto amor. Y miedo, porque tenía un miedo terrible a perderte. —Fue despacio hacia ella—. Y dolor, porque desearía haber sido honesto desde el principio. Nunca más volveré a mentirte. Te lo juro.

Ella asintió de manera casi imperceptible.

—Y escribiré a Emily esta noche. Puedes leer la carta y enviarla tú misma. ¿Me perdonas?

La respuesta fue lanzarse a sus brazos, que la estaban esperando.