Hechos de los Apóstoles

1

La promesa del Espíritu Santo

1 Teófilo, en mi primer libro[a] te relaté todo lo que Jesús comenzó a hacer y a enseñar

2 hasta el día que fue llevado al cielo, después de haberles dado a sus apóstoles escogidos instrucciones adicionales por medio del Espíritu Santo.

3 Durante los cuarenta días posteriores a su crucifixión, Cristo se apareció varias veces a los apóstoles y les demostró con muchas pruebas convincentes que él realmente estaba vivo. Y les habló del reino de Dios.

4 Una vez, mientras comía con ellos, les ordenó: No se vayan de Jerusalén hasta que el Padre les envíe el regalo que les prometió, tal como les dije antes.

5 Juan bautizaba con[b] agua, pero en unos cuantos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo.

La ascensión de Jesús

6 Así que mientras los apóstoles estaban con Jesús, le preguntaron con insistencia: —Señor, ¿ha llegado ya el tiempo de que liberes a Israel y restaures nuestro reino?

7 Él les contestó: —Sólo el Padre tiene la autoridad para fijar esas fechas y tiempos, y a ustedes no les corresponde saberlo;

8 pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes; y serán mis testigos, y le hablarán a la gente acerca de mí en todas partes: en Jerusalén, por toda Judea, en Samaria y hasta los lugares más lejanos de la tierra.

9 Después de decir esto, Jesús fue levantado en una nube mientras ellos observaban, hasta que ya no pudieron verlo.

10 Mientras se esforzaban por verlo ascender al cielo, dos hombres vestidos con túnicas blancas de repente se pusieron en medio de ellos.

11 Hombres de Galilea —les dijeron—, ¿por qué están aquí parados, mirando al cielo? Jesús fue tomado de entre ustedes y llevado al cielo, ¡pero un día volverá del cielo de la misma manera en que lo vieron irse!

Matías toma el lugar de Judas

12 Después los apóstoles regresaron del monte de los Olivos a Jerusalén, a un kilómetro[c] de distancia.

13 Cuando llegaron, subieron a la habitación de la planta alta de la casa donde se hospedaban. Estos son los nombres de los que estaban presentes: Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago (hijo de Alfeo), Simón (el zelote) y Judas (hijo de Santiago).

14 Todos se reunían y estaban constantemente unidos en oración junto con María, la madre de Jesús, varias mujeres más y los hermanos de Jesús.

15 Durante aquellos días, cuando aproximadamente ciento veinte creyentes[d] estaban juntos en un mismo lugar, Pedro se puso de pie y se dirigió a ellos:

16 Hermanos —les dijo—, las Escrituras tenían que cumplirse con respecto a Judas, quien guió a los que arrestaron a Jesús. Esto lo predijo hace mucho tiempo el Espíritu Santo cuando habló por medio del rey David.

17 Judas era uno de nosotros y participó con nosotros en el ministerio.

18 (Judas había comprado un campo con el dinero que recibió por su traición. Allí cayó de cabeza, se le reventó el cuerpo y se le derramaron los intestinos.

19 La noticia de su muerte llegó a todos los habitantes de Jerusalén, y ellos le pusieron a ese lugar el nombre arameo Acéldama, que significa Campo de Sangre).

20 Esto estaba escrito en el libro de los Salmos —continuó Pedro—, donde dice: «Que su casa quede desolada y que nadie viva en ella». También dice: «Que otro tome su lugar[e]».

21 Entonces ahora tenemos que elegir a alguien que tome el lugar de Judas entre los hombres que estaban con nosotros todo el tiempo mientras viajábamos con el Señor Jesús,

22 desde el día que Juan lo bautizó hasta el día que fue tomado de entre nosotros. El que salga elegido se unirá a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús.

23 Así que propusieron a dos hombres: a José —a quien llamaban Barsabás (también conocido como Justo)— y a Matías.

24 Después todos ellos oraron: Oh Señor, tú conoces cada corazón. Muéstranos a cuál de estos hombres has elegido

25 como apóstol para que tome el lugar de Judas en este ministerio, porque él nos ha abandonado y se ha ido al lugar que le corresponde.

26 Entonces echaron suertes, y Matías fue elegido para ser apóstol con los otros once.

2

La llegada del Espíritu Santo

1 El día de Pentecostés[f], todos los creyentes estaban reunidos en un mismo lugar.

2 De repente, se oyó un ruido desde el cielo parecido al estruendo de un viento fuerte e impetuoso que llenó la casa donde estaban sentados.

3 Luego, algo parecido a unas llamas o lenguas de fuego aparecieron y se posaron sobre cada uno de ellos.

4 Y todos los presentes fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otros idiomas[g], conforme el Espíritu Santo les daba esa capacidad.

5 En esa ocasión, había judíos devotos de todas las naciones, que vivían en Jerusalén.

6 Cuando oyeron el fuerte ruido, todos llegaron corriendo y quedaron desconcertados al escuchar sus propios idiomas hablados por los creyentes.

7 Estaban totalmente asombrados. ¿Cómo puede ser? —exclamaban—. Todas estas personas son de Galilea,

8 ¡y aun así las oímos hablar en nuestra lengua materna!

9 Aquí estamos nosotros: partos, medos, elamitas, gente de Mesopotamia, Judea, Capadocia, Ponto, de la provincia de Asia,

10 de Frigia, Panfilia, Egipto y de las áreas de Libia alrededor de Cirene, visitantes de Roma

11 (tanto judíos como convertidos al judaísmo), cretenses y árabes. ¡Y todos oímos a esta gente hablar en nuestro propio idioma acerca de las cosas maravillosas que Dios ha hecho!

12 Quedaron allí, maravillados y perplejos. ¿Qué querrá decir esto?, se preguntaban unos a otros.

13 Pero otros entre la multitud se burlaban de ellos diciendo: Sólo están borrachos, eso es todo.

Pedro predica a la multitud

14 Entonces Pedro dio un paso adelante junto con los otros once apóstoles y gritó a la multitud: ¡Escuchen con atención, todos ustedes, compatriotas judíos y residentes de Jerusalén! No se equivoquen.

15 Estas personas no están borrachas, como algunos de ustedes suponen. Las nueve de la mañana es demasiado temprano para emborracharse.

16 No, lo que ustedes ven es lo que el profeta Joel predijo hace mucho tiempo:

17 «En los últimos días —dice Dios—, derramaré mi Espíritu sobre toda la gente. Sus hijos e hijas profetizarán. Sus jóvenes tendrán visiones, y sus ancianos tendrán sueños.

18 En esos días derramaré mi Espíritu sobre mis siervos —hombres y mujeres por igual— y profetizarán.

19 Y haré maravillas arriba en los cielos y señales abajo en la tierra: sangre, fuego y nubes de humo.

20 El sol se oscurecerá, y la luna se pondrá roja como la sangre antes de que llegue el grande y glorioso día del SEÑOR.

21 Pero todo el que invoque el nombre del SEÑOR será salvo[h]».

22 Pueblo de Israel, ¡escucha! Dios públicamente aprobó a Jesús de Nazaret[i] al hacer milagros poderosos, maravillas y señales por medio de él, como ustedes bien saben;

23 pero Dios sabía lo que iba a suceder y su plan predeterminado se llevó a cabo cuando Jesús fue traicionado. Con la ayuda de gentiles[j] sin ley, ustedes lo clavaron en la cruz y lo mataron;

24 pero Dios lo liberó de los terrores de la muerte y lo volvió a la vida, pues la muerte no pudo retenerlo bajo su dominio.

25 El rey David dijo lo siguiente acerca de él: «Veo que el SEÑOR siempre está conmigo. No seré sacudido, porque él está aquí a mi lado.

26 ¡Con razón mi corazón está contento, y mi lengua grita sus alabanzas! Mi cuerpo descansa en esperanza.

27 Pues tú no dejarás mi alma entre los muertos[k] ni permitirás que tu Santo se pudra en la tumba.

28 Me has mostrado el camino de la vida y me llenarás con la alegría de tu presencia[l]».

29 Queridos hermanos, ¡piensen en esto! Pueden estar seguros de que el patriarca David no se refería a sí mismo, porque él murió, fue enterrado y su tumba está todavía aquí entre nosotros;

30 pero él era un profeta y sabía que Dios había prometido mediante un juramento que uno de los propios descendientes de David se sentaría en su trono.

31 David estaba mirando hacia el futuro y hablaba de la resurrección del Mesías. Él decía que Dios no lo dejaría entre los muertos ni permitiría que su cuerpo se pudriera en la tumba.

32 Dios levantó a Jesús de los muertos y de esto todos nosotros somos testigos.

33 Ahora él ha sido exaltado al lugar de más alto honor en el cielo, a la derecha de Dios. Y el Padre, según lo había prometido, le dio el Espíritu Santo para que lo derramara sobre nosotros, tal como ustedes lo ven y lo oyen hoy.

34 Pues David nunca ascendió al cielo; sin embargo, dijo: «El SEÑOR dijo a mi Señor: «Siéntate en el lugar de honor a mi derecha,

35 hasta que humille a tus enemigos y los ponga por debajo de tus pies»[m]».

36 Por lo tanto, que todos en Israel sepan sin lugar a dudas, que a este Jesús, a quien ustedes crucificaron, ¡Dios lo ha hecho tanto Señor como Mesías!

37 Las palabras de Pedro traspasaron el corazón de ellos, quienes le dijeron a él y a los demás apóstoles: —Hermanos, ¿qué debemos hacer?

38 Pedro contestó: —Cada uno de ustedes debe arrepentirse de sus pecados y volver a Dios, y ser bautizado en el nombre de Jesucristo para el perdón de sus pecados. Entonces recibirán el regalo del Espíritu Santo.

39 Esta promesa es para ustedes, para sus hijos e incluso para los gentiles[n], es decir, para todos los que han sido llamados por el Señor nuestro Dios.

40 Entonces Pedro siguió predicando por largo rato, y les rogaba con insistencia a todos sus oyentes: ¡Sálvense de esta generación perversa!

41 Los que creyeron lo que Pedro dijo fueron bautizados y sumados a la iglesia en ese mismo día, como tres mil en total.

Los creyentes forman una comunidad

42 Todos los creyentes se dedicaban a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión fraternal, a participar juntos en las comidas (entre ellas la Cena del Señor[o]), y a la oración.

43 Un profundo temor reverente vino sobre todos ellos, y los apóstoles realizaban muchas señales milagrosas y maravillas.

44 Todos los creyentes se reunían en un mismo lugar y compartían todo lo que tenían.

45 Vendían sus propiedades y posesiones y compartían el dinero con aquellos en necesidad.

46 Adoraban juntos en el templo cada día, se reunían en casas para la Cena del Señor y compartían sus comidas con gran gozo y generosidad[p],

47 todo el tiempo alabando a Dios y disfrutando de la buena voluntad de toda la gente. Y cada día el Señor agregaba a esa comunidad cristiana los que iban siendo salvos.

3

Pedro sana a un mendigo inválido

1 Cierta tarde, Pedro y Juan fueron al templo para participar en el servicio de oración de las tres de la tarde.

2 Mientras se acercaban al templo, entraba siendo cargado un hombre cojo de nacimiento. Todos los días lo ponían junto a la puerta del templo, la que se llama Puerta Hermosa, para que pudiera pedir limosna a la gente que entraba.

3 Cuando el hombre vio que Pedro y Juan estaban por entrar, les pidió dinero.

4 Pedro y Juan lo miraron fijamente, y Pedro le dijo: ¡Míranos!

5 El hombre lisiado los miró ansiosamente, esperando recibir un poco de dinero,

6 pero Pedro le dijo: Yo no tengo plata ni oro para ti, pero te daré lo que tengo. En el nombre de Jesucristo de Nazaret[q], ¡levántate y[r] camina!

7 Entonces Pedro tomó al hombre lisiado de la mano derecha y lo ayudó a levantarse. Y, mientras lo hacía, al instante los pies y los tobillos del hombre fueron sanados y fortalecidos.

8 ¡Se levantó de un salto, se puso de pie y comenzó a caminar! Luego entró en el templo con ellos caminando, saltando y alabando a Dios.

9 Toda la gente lo vio caminar y lo oyó adorar a Dios.

10 Cuando se dieron cuenta de que él era el mendigo cojo que muchas veces habían visto junto a la Puerta Hermosa, ¡quedaron totalmente sorprendidos!

11 Llenos de asombro, salieron todos corriendo hacia el Pórtico de Salomón, donde estaba el hombre sujetando fuertemente a Pedro y a Juan.

Pedro predica en el templo

12 Pedro vio esto como una oportunidad y se dirigió a la multitud: Pueblo de Israel —dijo—, ¿qué hay de sorprendente en esto? ¿Y por qué nos quedan viendo como si hubiéramos hecho caminar a este hombre con nuestro propio poder o nuestra propia rectitud?

13 Pues es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob —el Dios de todos nuestros antepasados— quien dio gloria a su siervo Jesús al hacer este milagro. Es el mismo Jesús a quien ustedes rechazaron y entregaron a Pilato, a pesar de que Pilato había decidido ponerlo en libertad.

14 Ustedes rechazaron a ese santo y justo y, en su lugar, exigieron que soltaran a un asesino.

15 Ustedes mataron al autor de la vida, pero Dios lo levantó de los muertos. ¡Y nosotros somos testigos de ese hecho!

16 Por la fe en el nombre de Jesús, este hombre fue sanado, y ustedes saben que él antes era un inválido. La fe en el nombre de Jesús lo ha sanado delante de sus propios ojos.

17 Amigos[s], yo entiendo que lo que ustedes y sus líderes le hicieron a Jesús fue hecho en ignorancia;

18 pero Dios estaba cumpliendo lo que los profetas predijeron acerca del Mesías, que él tenía que sufrir estas cosas.

19 Ahora pues, arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios para que sus pecados sean borrados.

20 Entonces, de la presencia del Señor vendrán tiempos de refrigerio y él les enviará nuevamente a Jesús, el Mesías designado para ustedes.

21 Pues él debe permanecer en el cielo hasta el tiempo de la restauración final de todas las cosas, así como Dios lo prometió desde hace mucho mediante sus santos profetas.

22 Moisés dijo: «El SEÑOR, Dios de ustedes, les levantará un Profeta como yo de entre su propio pueblo. Escuchen con atención todo lo que él les diga[t]».

23 Luego Moisés dijo: «Cualquiera que no escuche a ese Profeta será totalmente excluido del pueblo de Dios[u]».

24 Comenzando con Samuel, cada profeta habló acerca de lo que sucede hoy en día.

25 Ustedes son los hijos de esos profetas y están incluidos en el pacto que Dios les prometió a sus antepasados. Pues Dios le dijo a Abraham: «Todas las familias de la tierra serán bendecidas por medio de tus descendientes[v]».

26 Cuando Dios resucitó a su siervo, Jesús, lo envió primero a ustedes, pueblo de Israel, para bendecirlos al hacer que cada uno se aparte de sus caminos pecaminosos.

4

Pedro y Juan ante el Concilio

1 Mientras Pedro y Juan le hablaban a la gente, se vieron enfrentados por los sacerdotes, el capitán de la guardia del templo y algunos de los saduceos.

2 Estos líderes estaban sumamente molestos porque Pedro y Juan enseñaban a la gente que hay resurrección de los muertos por medio de Jesús.

3 Los arrestaron y, como ya era de noche, los metieron en la cárcel hasta la mañana siguiente.

4 Pero muchos de los que habían oído el mensaje lo creyeron, así que el número de creyentes ascendió a un total aproximado de cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños[w].

5 Al día siguiente, el Concilio —integrado por todos los gobernantes, ancianos y maestros de la ley religiosa— se reunió en Jerusalén.

6 El sumo sacerdote, Anás, estaba presente junto con Caifás, Juan, Alejandro y otros parientes del sumo sacerdote.

7 Hicieron entrar a los dos discípulos y les preguntaron: —¿Con qué poder o en nombre de quién han hecho esto?

8 Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: —Gobernantes y ancianos de nuestro pueblo,

9 ¿nos interrogan hoy por haber hecho una buena obra a un inválido? ¿Quieren saber cómo fue sanado?

10 Déjenme decirles claramente tanto a ustedes como a todo el pueblo de Israel que fue sanado por el poderoso nombre de Jesucristo de Nazaret[x], el hombre a quien ustedes crucificaron pero a quien Dios levantó de los muertos.

11 Pues es Jesús a quien se refieren las Escrituras cuando dicen: «La piedra que ustedes, los constructores, rechazaron ahora se ha convertido en la piedra principal[y]».

12 ¡En ningún otro hay salvación! Dios no ha dado ningún otro nombre bajo el cielo, mediante el cual podamos ser salvos.

13 Los miembros del Concilio quedaron asombrados cuando vieron el valor de Pedro y de Juan, porque veían que eran hombres comunes sin ninguna preparación especial en las Escrituras. También los identificaron como hombres que habían estado con Jesús.

14 Sin embargo, dado que podían ver allí de pie entre ellos al hombre que había sido sanado, no hubo nada que el Concilio pudiera decir.

15 Así que les ordenaron a Pedro y a Juan que salieran de la sala del Concilio[z], y consultaron entre ellos.

16 ¿Qué debemos hacer con estos hombres? —se preguntaban unos a otros—. No podemos negar que han hecho una señal milagrosa, y todos en Jerusalén ya lo saben.

17 Asi que para evitar que sigan divulgando su propaganda aún más, tenemos que advertirles que no vuelvan a hablar con nadie en el nombre de Jesús.

18 Entonces llamaron nuevamente a los apóstoles y les ordenaron que nunca más hablaran ni enseñaran en el nombre de Jesús.

19 Pero Pedro y Juan respondieron: ¿Acaso piensan que Dios quiere que los obedezcamos a ustedes en lugar de a él?

20 Nosotros no podemos dejar de hablar acerca de todo lo que hemos visto y oído.

21 Entonces el Concilio los amenazó aún más, pero finalmente los dejaron ir porque no sabían cómo castigarlos sin desatar un disturbio. Pues todos alababan a Dios

22 por esa señal milagrosa, la sanidad de un hombre que había estado lisiado por más de cuarenta años.

Los creyentes oran por valentía

23 Tan pronto como quedaron libres, Pedro y Juan volvieron adonde estaban los demás creyentes y les contaron lo que los sacerdotes principales y los ancianos les habían dicho.

24 Cuando los creyentes oyeron las noticias, todos juntos alzaron sus voces en oración a Dios: Oh Soberano Señor, Creador del cielo y de la tierra, del mar y de todo lo que hay en ellos,

25 hace mucho tiempo tú hablaste por el Espíritu Santo mediante nuestro antepasado David, tu siervo, y dijiste: «¿Por qué estaban tan enojadas las naciones? ¿Por qué perdieron el tiempo en planes inútiles?

26 Los reyes de la tierra se prepararon para la batalla, los gobernantes se reunieron en contra del SEÑOR y en contra de su Mesías[aa]».

27 De hecho, ¡eso ha ocurrido aquí en esta misma ciudad! Pues Herodes Antipas, el gobernador Poncio Pilato, los gentiles[ab] y el pueblo de Israel estaban todos unidos en contra de Jesús, tu santo siervo, a quien tú ungiste.

28 Sin embargo, todo lo que hicieron ya estaba determinado de antemano de acuerdo con tu voluntad.

29 Y ahora, oh Señor, escucha sus amenazas y danos a nosotros, tus siervos, mucho valor al predicar tu palabra.

30 Extiende tu mano con poder sanador; que se hagan señales milagrosas y maravillas por medio del nombre de tu santo siervo Jesús.

31 Después de esta oración, el lugar donde estaban reunidos tembló y todos fueron llenos del Espíritu Santo. Y predicaban con valentía la palabra de Dios.

Los creyentes comparten sus bienes

32 Todos los creyentes estaban unidos de corazón y en espíritu. Consideraban que sus posesiones no eran propias, así que compartían todo lo que tenían.

33 Los apóstoles daban testimonio con poder de la resurrección del Señor Jesús y la gran bendición de Dios estaba sobre todos ellos.

34 No había necesitados entre ellos, porque los que tenían terrenos o casas los vendían

35 y llevaban el dinero a los apóstoles para que ellos lo dieran a los que pasaban necesidad.

36 Por ejemplo, había un tal José, a quien los apóstoles le pusieron el sobrenombre Bernabé (que quiere decir hijo de ánimo). Él pertenecía a la tribu de Leví y era oriundo de la isla de Chipre.

37 Vendió un campo que tenía y llevó el dinero a los apóstoles.

5

Ananías y Safira

1 Había cierto hombre llamado Ananías quien, junto con su esposa, Safira, vendió una propiedad;

2 y llevó sólo una parte del dinero a los apóstoles pero afirmó que era la suma total de la venta. Con el consentimiento de su esposa, se quedó con el resto.

3 Entonces Pedro le dijo: Ananías, ¿por qué has permitido que Satanás llenara tu corazón? Le mentiste al Espíritu Santo y te quedaste con una parte del dinero.

4 La decisión de vender o no la propiedad fue tuya. Y, después de venderla, el dinero también era tuyo para regalarlo o no. ¿Cómo pudiste hacer algo así? ¡No nos mentiste a nosotros sino a Dios!

5 En cuanto Ananías oyó estas palabras, cayó al suelo y murió. Todos los que se enteraron de lo sucedido quedaron aterrados.

6 Después unos muchachos se levantaron, lo envolvieron en una sábana, lo sacaron y lo enterraron.

7 Como tres horas más tarde, entró su esposa sin saber lo que había pasado.

8 Pedro le preguntó: —¿Fue este todo el dinero que tú y tu esposo recibieron por la venta de su terreno? —Sí —contestó ella—, ese fue el precio.

9 Y Pedro le dijo: —¿Cómo pudieron ustedes dos siquiera pensar en conspirar para poner a prueba al Espíritu del Señor de esta manera? Los jóvenes que enterraron a tu esposo están justo afuera de la puerta, ellos también te sacarán cargando a ti.

10 Al instante, ella cayó al suelo y murió. Cuando los jóvenes entraron y vieron que estaba muerta, la sacaron y la enterraron al lado de su esposo.

11 Gran temor se apoderó de toda la iglesia y de todos los que oyeron lo que había sucedido.

Los apóstoles sanan a muchos

12 Los apóstoles hacían muchas señales milagrosas y maravillas entre la gente. Y todos los creyentes se reunían con frecuencia en el templo, en el área conocida como el Pórtico de Salomón;

13 pero nadie más se atrevía a unirse a ellos, aunque toda la gente los tenía en alta estima.

14 Sin embargo, cada vez más personas —multitudes de hombres y mujeres— creían y se acercaban al Señor.

15 Como resultado del trabajo de los apóstoles, la gente sacaba a los enfermos a las calles en camas y camillas para que la sombra de Pedro cayera sobre algunos de ellos cuando él pasaba.

16 Multitudes llegaban desde las aldeas que rodeaban a Jerusalén y llevaban a sus enfermos y a los que estaban poseídos por espíritus malignos[ac], y todos eran sanados.

Los apóstoles enfrentan oposición

17 El sumo sacerdote y sus funcionarios, que eran saduceos, se llenaron de envidia.

18 Arrestaron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública;

19 pero un ángel del Señor llegó de noche, abrió las puertas de la cárcel y los sacó. Luego les dijo:

20 ¡Vayan al templo y denle a la gente este mensaje de vida!

21 Así que, al amanecer, los apóstoles entraron en el templo como se les había dicho, y comenzaron a enseñar de inmediato. Cuando llegaron el sumo sacerdote y sus funcionarios, convocaron al Concilio Supremo[ad], es decir, a toda la asamblea de los ancianos de Israel. Luego mandaron a sacar a los apóstoles de la cárcel para llevarlos a juicio;

22 pero cuando los guardias del templo llegaron a la cárcel, los hombres ya no estaban. Entonces regresaron al Concilio y dieron el siguiente informe:

23 La cárcel estaba bien cerrada, los guardias estaban afuera en sus puestos, pero cuando abrimos las puertas, ¡no había nadie!

24 Cuando el capitán de la guardia del templo y los sacerdotes principales oyeron esto, quedaron perplejos y se preguntaban en qué iba a terminar todo el asunto.

25 Entonces alguien llegó con noticias sorprendentes: ¡Los hombres que ustedes metieron en la cárcel están en el templo enseñando a la gente!

26 El capitán fue con los guardias del templo y arrestó a los apóstoles, pero sin violencia, porque tenían miedo de que la gente los apedreara.

27 Después llevaron a los apóstoles ante el Concilio Supremo, donde los confrontó el sumo sacerdote.

28 —¿Acaso no les dijimos que no enseñaran nunca más en nombre de ese hombre? —les reclamó—. En lugar de eso, ustedes han llenado a toda Jerusalén con la enseñanza acerca de él, ¡y quieren hacernos responsables de su muerte!

29 Pero Pedro y los apóstoles respondieron: —Nosotros tenemos que obedecer a Dios antes que a cualquier autoridad humana.

30 El Dios de nuestros antepasados levantó a Jesús de los muertos después de que ustedes lo mataron colgándolo en una cruz[ae].

31 Luego Dios lo puso en el lugar de honor, a su derecha, como Príncipe y Salvador. Lo hizo para que el pueblo de Israel se arrepintiera de sus pecados y fuera perdonado.

32 Nosotros somos testigos de estas cosas y también lo es el Espíritu Santo, dado por Dios a todos los que lo obedecen.

33 Al oír esto, el Concilio Supremo se enfureció y decidió matarlos;

34 pero uno de los miembros, un fariseo llamado Gamaliel, experto en la ley religiosa y respetado por toda la gente, se puso de pie y ordenó que sacaran de la sala del Concilio a los apóstoles por un momento.

35 Entonces les dijo a sus colegas: Hombres de Israel, ¡tengan cuidado con lo que piensan hacerles a estos hombres!

36 Hace algún tiempo, hubo un tal Teudas, quien fingía ser alguien importante. Unas cuatrocientas personas se le unieron, pero a él lo mataron y todos sus seguidores se fueron cada cual por su camino. Todo el movimiento se redujo a nada.

37 Después de él, en el tiempo en que se llevó a cabo el censo, apareció un tal Judas de Galilea. Logró que gente lo siguiera, pero a él también lo mataron, y todos sus seguidores se dispersaron.

38 Así que mi consejo es que dejen a esos hombres en paz. Pónganlos en libertad. Si ellos están planeando y actuando por sí solos, pronto su movimiento caerá;

39 pero si es de Dios, ustedes no podrán detenerlos. ¡Tal vez hasta se encuentren peleando contra Dios!

40 Los otros miembros aceptaron su consejo. Llamaron a los apóstoles y mandaron que los azotaran. Luego les ordenaron que nunca más hablaran en el nombre de Jesús y los pusieron en libertad.

41 Los apóstoles salieron del Concilio Supremo con alegría, porque Dios los había considerado dignos de sufrir deshonra por el nombre de Jesús[af].

42 Y cada día, en el templo y casa por casa, seguían enseñando y predicando este mensaje: Jesús es el Mesías.

6

Siete hombres escogidos para servir

1 Al multiplicarse los creyentes[ag] rápidamente, hubo muestras de descontento. Los creyentes que hablaban griego se quejaban de los que hablaban hebreo diciendo que sus viudas eran discriminadas en la distribución diaria de los alimentos.

2 De manera que los Doce convocaron a todos los creyentes a una reunión. Dijeron: Nosotros, los apóstoles, deberíamos ocupar nuestro tiempo en enseñar la palabra de Dios, y no en dirigir la distribución de alimento.

3 Por lo tanto, hermanos, escojan a siete hombres que sean muy respetados, que estén llenos del Espíritu y de sabiduría. A ellos les daremos esa responsabilidad.

4 Entonces nosotros, los apóstoles, podremos dedicar nuestro tiempo a la oración y a enseñar la palabra.

5 A todos les gustó la idea y eligieron a Esteban (un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo), a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás de Antioquía (quien anteriormente se había convertido a la fe judía).

6 Estos siete hombres fueron presentados ante los apóstoles, quienes oraron por ellos y les impusieron las manos.

7 Así que el mensaje de Dios siguió extendiéndose. El número de creyentes aumentó en gran manera en Jerusalén, y muchos de los sacerdotes judíos también se convirtieron.

Arresto de Esteban

8 Esteban, un hombre lleno de la gracia y del poder de Dios, hacía señales y milagros asombrosos entre la gente.

9 Cierto día, unos hombres de la sinagoga de los Esclavos Liberados —así la llamaban— comenzaron a debatir con él. Eran judíos de Cirene, Alejandría, Cilicia y de la provincia de Asia.

10 Ninguno de ellos podía hacerle frente a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba Esteban.

11 Entonces persuadieron a unos hombres para que dijeran mentiras acerca de Esteban. Ellos declararon: Nosotros lo oímos blasfemar contra Moisés y hasta contra Dios.

12 Esto provocó a la gente, a los ancianos y a los maestros de ley religiosa. Así que arrestaron a Esteban y lo llevaron ante el Concilio Supremo[ah].

13 Los testigos mentirosos dijeron: —Este hombre siempre habla contra el santo templo y contra la ley de Moisés.

14 Lo hemos oído decir que ese tal Jesús de Nazaret[ai] destruirá el templo y cambiará las costumbres que Moisés nos transmitió.

15 En ese momento, todos los del Concilio Supremo fijaron la mirada en Esteban, porque su cara comenzó a brillar como la de un ángel.

7

Discurso de Esteban ante el Concilio

1 Entonces el sumo sacerdote le preguntó a Esteban: —¿Son ciertas estas acusaciones?

2 Esteban dio la siguiente respuesta: —Hermanos y padres, escúchenme. Nuestro glorioso Dios se le apareció a nuestro antepasado Abraham en Mesopotamia antes de que él se estableciera en Harán[aj].

3 Dios le dijo: «Deja tu patria y a tus parientes y entra en la tierra que yo te mostraré[ak]».

4 Entonces Abraham salió del territorio de los caldeos y vivió en Harán hasta que su padre murió. Después Dios lo trajo hasta aquí, a la tierra donde ustedes viven ahora.

5 Sin embargo, Dios no le dio ninguna herencia aquí, ni siquiera un metro cuadrado de tierra; pero Dios sí le prometió que algún día toda la tierra les pertenecería a Abraham y a sus descendientes, aun cuando él todavía no tenía hijos.

6 Dios también le dijo que sus descendientes vivirían en una tierra extranjera, donde serían oprimidos como esclavos durante cuatrocientos años.

7 «Pero yo castigaré a la nación que los esclavice —dijo Dios—, y al final saldrán de allí y me adorarán en este lugar[al]».

8 En aquel entonces, Dios también le dio a Abraham el pacto de la circuncisión. Así que cuando nació su hijo Isaac, Abraham lo circuncidó al octavo día; y esa práctica continuó cuando Isaac fue padre de Jacob y cuando Jacob fue padre de los doce patriarcas de la nación israelita.

9 Estos patriarcas tuvieron envidia de su hermano José y lo vendieron para que fuera esclavo en Egipto; pero Dios estaba con él

10 y lo rescató de todas sus dificultades; y Dios le mostró su favor ante el faraón, el rey de Egipto. Dios también le dio a José una sabiduría fuera de lo común, de manera que el faraón lo nombró gobernador de todo Egipto y lo puso a cargo del palacio.

11 Entonces un hambre azotó a Egipto y a Canaán. Hubo mucho sufrimiento, y nuestros antepasados se quedaron sin alimento.

12 Jacob oyó que aún había grano en Egipto, por lo que envió a sus hijos —nuestros antepasados— a comprar un poco.

13 La segunda vez que fueron, José reveló su identidad a sus hermanos[am] y se los presentó al faraón.

14 Después José mandó a buscar a su padre, Jacob, y a todos sus parientes para que los llevaran a Egipto, setenta y cinco personas en total.

15 De modo que Jacob fue a Egipto. Murió allí, al igual que nuestros antepasados.

16 Sus cuerpos fueron llevados a Siquem, donde fueron enterrados en la tumba que Abraham les había comprado a los hijos de Hamor en Siquem a un determinado precio.

17 A medida que se acercaba el tiempo en que Dios cumpliría su promesa a Abraham, el número de nuestro pueblo en Egipto aumentó considerablemente.

18 Pero luego ascendió un nuevo rey al trono de Egipto, quien no sabía nada de José.

19 Este rey explotó a nuestro pueblo y lo oprimió, y forzó a los padres a que abandonaran a sus recién nacidos para que murieran.

20 En esos días nació Moisés, un hermoso niño a los ojos de Dios. Sus padres lo cuidaron en casa durante tres meses.

21 Cuando tuvieron que abandonarlo, la hija del faraón lo adoptó y lo crió como su propio hijo.

22 A Moisés le enseñaron toda la sabiduría de los egipcios, y era poderoso tanto en palabras como en acciones.

23 Cierto día, cuando Moisés tenía cuarenta años, decidió visitar a sus parientes, el pueblo de Israel.

24 Vio que un egipcio maltrataba a un israelita. Entonces Moisés salió en defensa del hombre y mató al egipcio para vengarlo.

25 Moisés supuso que sus compatriotas israelitas se darían cuenta de que Dios lo había enviado para rescatarlos, pero no fue así.

26 Al día siguiente, los visitó de nuevo y vio que dos hombres de Israel estaban peleando. Trató de ser un pacificador y les dijo: «Señores, ustedes son hermanos. ¿Por qué se están peleando?».

27 Pero el hombre que era culpable empujó a Moisés. «¿Quién te puso como gobernante y juez sobre nosotros?» —le preguntó.

28 «¿Me vas a matar como mataste ayer al egipcio?».

29 Cuando Moisés oyó eso, huyó del país y vivió como extranjero en la tierra de Madián. Allí nacieron sus dos hijos.

30 Cuarenta años después, en el desierto que está cerca del monte Sinaí, un ángel se le apareció a Moisés en la llama de una zarza que ardía.

31 Moisés quedó asombrado al verla. Y, cuando se estaba acercando para ver mejor, la voz del SEÑOR le dijo:

32 «Yo soy el Dios de tus antepasados: el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob». Moisés tembló aterrorizado y no se atrevía a mirar.

33 Entonces el SEÑOR le dijo: «Quítate las sandalias, porque estás parado sobre tierra santa.

34 Ciertamente he visto la opresión de mi pueblo en Egipto. He escuchado sus gemidos y he descendido para rescatarlos. Ahora ve, porque te envío de regreso a Egipto[an]».

35 Así que Dios envió de vuelta al mismo hombre que su pueblo había rechazado anteriormente cuando le preguntaron: «¿Quién te puso como gobernante y juez sobre nosotros?». Mediante el ángel que se le apareció en la zarza que ardía, Dios envió a Moisés para que fuera gobernante y salvador.

36 Y, por medio de muchas maravillas y señales milagrosas, él los sacó de Egipto, los guió a través del mar Rojo y por el desierto durante cuarenta años.

37 Moisés mismo le dijo al pueblo de Israel: «Dios les levantará un Profeta como yo de entre su propio pueblo[ao]».

38 Moisés estuvo con nuestros antepasados —la asamblea del pueblo de Dios en el desierto— cuando el ángel le habló en el monte Sinaí, y allí Moisés recibió palabras que dan vida para transmitirlas a nosotros[ap].

39 Sin embargo, nuestros antepasados se negaron a escuchar a Moisés. Lo rechazaron y quisieron volver a Egipto.

40 Le dijeron a Aarón: «Haznos unos dioses que puedan guiarnos, porque no sabemos qué le ha pasado a este Moisés, quien nos sacó de Egipto».

41 De manera que hicieron un ídolo en forma de becerro, le ofrecieron sacrificios y festejaron ese objeto que habían hecho.

42 Entonces Dios se apartó de ellos y los abandonó, ¡para que sirvieran a las estrellas del cielo como sus dioses! En el libro de los profetas está escrito: «Israel, ¿acaso era a mí a quien traías sacrificios y ofrendas durante esos cuarenta años en el desierto?

43 No, tú llevaste a tus propios dioses paganos, el santuario de Moloc, la estrella de tu dios Refán y las imágenes que hiciste a fin de rendirles culto. Por eso te mandaré al destierro, tan lejos como Babilonia[aq]».

44 Nuestros antepasados llevaron el tabernáculo[ar] con ellos a través del desierto. Lo construyeron según el plan que Dios le había mostrado a Moisés.

45 Años después, cuando Josué dirigió a nuestros antepasados en las batallas contra las naciones que Dios expulsó de esta tierra, el tabernáculo fue llevado con ellos al nuevo territorio. Y permaneció allí hasta los tiempos del rey David.

46 David obtuvo el favor de Dios y pidió tener el privilegio de construir un templo permanente para el Dios de Jacob[as].

47 Aunque en realidad, fue Salomón quien lo construyó.

48 Sin embargo, el Altísimo no vive en templos hechos por manos humanas. Como dice el profeta:

49 «El cielo es mi trono y la tierra es el estrado de mis pies. ¿Podrían acaso construirme un templo tan bueno como ése? —pregunta el SEÑOR—. ¿Podrían construirme un lugar de descanso así?

50 ¿Acaso no fueron mis manos las que hicieron el cielo y la tierra?»[at].

51 ¡Pueblo terco! Ustedes son paganos[au] de corazón y sordos a la verdad. ¿Se resistirán para siempre al Espíritu Santo? Eso es lo que hicieron sus antepasados, ¡y ustedes también!

52 ¡Mencionen a un profeta a quien sus antepasados no hayan perseguido! Hasta mataron a los que predijeron la venida del Justo, el Mesías a quien ustedes traicionaron y asesinaron.

53 Deliberadamente desobedecieron la ley de Dios, a pesar de que la recibieron de manos de ángeles.

54 Los líderes judíos se enfurecieron por la acusación de Esteban y con rabia le mostraban los puños[av];

55 pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, y vio la gloria de Dios y vio a Jesús de pie en el lugar de honor, a la derecha de Dios.

56 Y les dijo: ¡Miren, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie en el lugar de honor, a la derecha de Dios!

57 Entonces ellos se taparon los oídos con las manos y empezaron a gritar. Se lanzaron sobre él,

58 lo arrastraron fuera de la ciudad y comenzaron a apedrearlo. Sus acusadores se quitaron las túnicas y las pusieron a los pies de un joven que se llamaba Saulo[aw].

59 Mientras lo apedreaban, Esteban oró: Señor Jesús, recibe mi espíritu.

60 Cayó de rodillas gritando: ¡Señor, no los culpes por este pecado! Dicho eso, murió.

8

1 Saulo fue uno de los testigos y estuvo totalmente de acuerdo con el asesinato de Esteban.

La persecución dispersa a los creyentes

Ese día comenzó una gran ola de persecución que se extendió por toda la iglesia de Jerusalén; y todos los creyentes excepto los apóstoles fueron dispersados por las regiones de Judea y Samaria.

2 (Con profundo dolor, unos hombres consagrados enterraron a Esteban).

3 Y Saulo iba por todas partes con la intención de acabar con la iglesia. Iba de casa en casa y sacaba a rastras tanto a hombres como a mujeres y los metía en la cárcel.

Felipe predica en Samaria

4 Así que los creyentes que se esparcieron predicaban la Buena Noticia acerca de Jesús adondequiera que iban.

5 Felipe, por ejemplo, se dirigió a la ciudad de Samaria y allí le contó a la gente acerca del Mesías.

6 Las multitudes escuchaban atentamente a Felipe, porque estaban deseosas de oír el mensaje y ver las señales milagrosas que él hacía.

7 Muchos espíritus malignos[ax] fueron expulsados, los cuales gritaban cuando salían de sus víctimas; y muchos que habían sido paralíticos o cojos fueron sanados.

8 Así que hubo mucha alegría en esa ciudad.

9 Un hombre llamado Simón, quien por muchos años había sido hechicero allí, asombraba a la gente de Samaria y decía ser alguien importante.

10 Todos, desde el más pequeño hasta el más grande, a menudo se referían a él como el Grande, el Poder de Dios.

11 Lo escuchaban con atención porque, por mucho tiempo, él los había maravillado con su magia.

12 Pero ahora la gente creyó el mensaje de Felipe sobre la Buena Noticia acerca del reino de Dios y del nombre de Jesucristo. Como resultado, se bautizaron muchos hombres y mujeres.

13 Luego el mismo Simón creyó y fue bautizado. Comenzó a seguir a Felipe a todos los lugares adonde él iba y estaba asombrado por las señales y los grandes milagros que Felipe hacía.

14 Cuando los apóstoles de Jerusalén oyeron que la gente de Samaria había aceptado el mensaje de Dios, enviaron a Pedro y a Juan allá.

15 En cuanto ellos llegaron, oraron por los nuevos creyentes para que recibieran el Espíritu Santo.

16 El Espíritu Santo todavía no había venido sobre ninguno de ellos porque sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús.

17 Entonces Pedro y Juan impusieron sus manos sobre esos creyentes, y recibieron el Espíritu Santo.

18 Cuando Simón vio que el Espíritu se recibía cuando los apóstoles imponían sus manos sobre la gente, les ofreció dinero para comprar ese poder.

19 —Déjenme tener este poder también —exclamó—, para que, cuando yo imponga mis manos sobre las personas, ¡reciban el Espíritu Santo!

20 Pedro le respondió: —¡Que tu dinero se destruya junto contigo por pensar que es posible comprar el don de Dios!

21 Tú no tienes parte ni derecho en esto porque tu corazón no es recto delante de Dios.

22 Arrepiéntete de tu maldad y ora al Señor. Tal vez él perdone tus malos pensamientos,

23 porque puedo ver que estás lleno de una profunda envidia y que el pecado te tiene cautivo.

24 —¡Oren al Señor por mí! —exclamó Simón—. ¡Qué no me sucedan estas cosas terribles que has dicho!

25 Después de dar testimonio y predicar la palabra del Señor en Samaria, Pedro y Juan regresaron a Jerusalén. Por el camino, se detuvieron en muchas aldeas samaritanas para predicar la Buena Noticia.

Felipe y el eunuco etíope

26 En cuanto a Felipe, un ángel del Señor le dijo: Ve al sur[ay] por el camino del desierto que va de Jerusalén a Gaza.

27 Entonces él emprendió su viaje y se encontró con el tesorero de Etiopía, un eunuco de mucha autoridad bajo el mando de Candace, la reina de Etiopía. El eunuco había ido a Jerusalén a adorar

28 y ahora venía de regreso. Sentado en su carruaje, leía en voz alta el libro del profeta Isaías.

29 El Espíritu Santo le dijo a Felipe: Acércate y camina junto al carruaje.

30 Felipe se acercó corriendo y oyó que el hombre leía al profeta Isaías. Felipe le preguntó: —¿Entiendes lo que estás leyendo?

31 El hombre contestó: —¿Y cómo puedo entenderlo, a menos que alguien me explique? Y le rogó a Felipe que subiera al carruaje y se sentara junto a él.

32 El pasaje de la Escritura que leía era el siguiente: Como oveja fue llevado al matadero. Y, como cordero en silencio ante sus trasquiladores, no abrió su boca.

33 Fue humillado y no le hicieron justicia. ¿Quién puede hablar de sus descendientes? Pues su vida fue quitada de la tierra[az].

34 El eunuco le preguntó a Felipe: Dime, ¿hablaba el profeta acerca de sí mismo o de alguien más?

35 Entonces, comenzando con esa misma porción de la Escritura, Felipe le habló de la Buena Noticia acerca de Jesús.

36 Mientras iban juntos, llegaron a un lugar donde había agua, y el eunuco dijo: ¡Mira, allí hay agua! ¿Qué impide que yo sea bautizado[ba]?.

38 Ordenó que detuvieran el carruaje, descendieron al agua, y Felipe lo bautizó.

39 Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco nunca más volvió a verlo, pero siguió su camino con mucha alegría.

40 Entre tanto, Felipe se encontró más al norte, en la ciudad de Azoto. Predicó la Buena Noticia allí y en cada pueblo a lo largo del camino, hasta que llegó a Cesarea.

9

Conversión de Saulo

1 Mientras tanto, Saulo pronunciaba amenazas en cada palabra y estaba ansioso por matar a los seguidores[bb] del Señor. Así que acudió al sumo sacerdote.

2 Le pidió cartas dirigidas a las sinagogas de Damasco para solicitarles su cooperación en el arresto de los seguidores del Camino que se encontraran ahí. Su intención era llevarlos —a hombres y mujeres por igual— de regreso a Jerusalén encadenados.

3 Al acercarse a Damasco para cumplir esa misión, una luz del cielo de repente brilló alrededor de él.

4 Saulo cayó al suelo y oyó una voz que le decía: —¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues?

5 —¿Quién eres, señor? —preguntó Saulo. —Yo soy Jesús, ¡a quien tú persigues! —contestó la voz.

6 Ahora levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer.

7 Los hombres que estaban con Saulo se quedaron mudos, porque oían el sonido de una voz, ¡pero no veían a nadie!

8 Saulo se levantó del suelo, pero cuando abrió los ojos, estaba ciego. Entonces sus acompañantes lo llevaron de la mano hasta Damasco.

9 Permaneció allí, ciego, durante tres días sin comer ni beber.

10 Ahora bien, había un creyente[bc] en Damasco llamado Ananías. El Señor le habló en una visión, lo llamó: —¡Ananías! —¡Sí, Señor! —respondió.

11 El Señor le dijo: —Ve a la calle llamada Derecha, a la casa de Judas. Cuando llegues, pregunta por un hombre de Tarso que se llama Saulo. En este momento, él está orando.

12 Le he mostrado en visión a un hombre llamado Ananías que entra y pone las manos sobre él para que recobre la vista.

13 —¡Pero Señor! —exclamó Ananías—, ¡he oído a mucha gente hablar de las cosas terribles que ese hombre les ha hecho a los creyentes[bd] de Jerusalén!

14 Además, tiene la autorización de los sacerdotes principales para arrestar a todos los que invocan tu nombre.

15 El Señor le dijo: —Ve, porque él es mi instrumento elegido para llevar mi mensaje a los gentiles[be] y a reyes, como también al pueblo de Israel;

16 y le voy a mostrar cuánto debe sufrir por mi nombre.

17 Así que Ananías fue y encontró a Saulo, puso sus manos sobre él y dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, quien se te apareció en el camino, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo.

18 Al instante, algo como escamas cayó de los ojos de Saulo y recobró la vista. Luego se levantó y fue bautizado.

19 Después comió algo y recuperó las fuerzas.

Saulo en Damasco y Jerusalén

Saulo se quedó unos días con los creyentes[bf] en Damasco.

20 Y enseguida comenzó a predicar acerca de Jesús en las sinagogas, diciendo: ¡Él es verdaderamente el Hijo de Dios!

21 Todos los que lo oían quedaban asombrados. ¿No es éste el mismo hombre que causó tantos estragos entre los seguidores de Jesús en Jerusalén? —se preguntaban—. ¿Y no llegó aquí para arrestarlos y llevarlos encadenados ante los sacerdotes principales?

22 La predicación de Saulo se hacía cada vez más poderosa, y los judíos de Damasco no podían refutar las pruebas de que Jesús de verdad era el Mesías.

23 Poco tiempo después, unos judíos conspiraron para matarlo.

24 Día y noche vigilaban la puerta de la ciudad para poder asesinarlo, pero a Saulo se le informó acerca del complot.

25 De modo que, durante la noche, algunos de los creyentes[bg] lo bajaron en un canasto grande por una abertura que había en la muralla de la ciudad.

26 Cuando Saulo llegó a Jerusalén, trató de reunirse con los creyentes, pero todos le tenían miedo. ¡No creían que de verdad se había convertido en un creyente!

27 Entonces Bernabé se lo llevó a los apóstoles y les contó cómo Saulo había visto al Señor en el camino a Damasco y cómo el Señor le había hablado a Saulo. También les dijo que, en Damasco, Saulo había predicado con valentía en el nombre de Jesús.

28 Así que Saulo se quedó con los apóstoles y los acompañó por toda Jerusalén, predicando con valor en el nombre del Señor.

29 Debatió con algunos judíos que hablaban griego, pero ellos trataron de matarlo.

30 Cuando los creyentes[bh] se enteraron, lo llevaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso, su ciudad natal.

31 La iglesia, entonces, tuvo paz por toda Judea, Galilea y Samaria; se fortalecía y los creyentes vivían en el temor del Señor. Y, con la ayuda del Espíritu Santo, también creció en número.

Pedro sana a Eneas y resucita a Dorcas

32 Mientras tanto, Pedro viajaba de un lugar a otro, y descendió a visitar a los creyentes de la ciudad de Lida.

33 Allí conoció a un hombre llamado Eneas, quien estaba paralizado y postrado en cama hacía ocho años.

34 Pedro le dijo: Eneas, ¡Jesucristo te sana! ¡Levántate y enrolla tu camilla! Al instante, fue sanado.

35 Entonces todos los habitantes de Lida y Sarón vieron a Eneas caminando, y se convirtieron al Señor.

36 Había una creyente en Jope que se llamaba Tabita (que en griego significa Dorcas[bi]). Ella siempre hacía buenas acciones a los demás y ayudaba a los pobres.

37 En esos días, se enfermó y murió. Lavaron el cuerpo para el entierro y lo pusieron en un cuarto de la planta alta;

38 pero los creyentes habían oído que Pedro estaba cerca, en Lida, entonces mandaron a dos hombres a suplicarle: Por favor, ¡ven tan pronto como puedas!

39 Así que Pedro regresó con ellos y, tan pronto como llegó, lo llevaron al cuarto de la planta alta. El cuarto estaba lleno de viudas que lloraban y le mostraban a Pedro las túnicas y demás ropa que Dorcas les había hecho.

40 Pero Pedro les pidió a todos que salieran del cuarto; luego se arrodilló y oró. Volviéndose hacia el cuerpo, dijo: ¡Tabita, levántate! ¡Y ella abrió los ojos! Cuando vio a Pedro, ¡se sentó!

41 Él le dio la mano y la ayudó a levantarse. Después llamó a las viudas y a todos los creyentes, y la presentó viva.

42 Las noticias corrieron por toda la ciudad y muchos creyeron en el Señor;

43 y Pedro se quedó mucho tiempo en Jope, viviendo con Simón, un curtidor de pieles.

10

Cornelio manda a buscar a Pedro

1 En Cesarea vivía un oficial del ejército romano[bj] llamado Cornelio, quien era un capitán del regimiento italiano.

2 Era un hombre devoto, temeroso de Dios, igual que todos los de su casa. Daba generosamente a los pobres y oraba a Dios con frecuencia.

3 Una tarde, como a las tres, tuvo una visión en la cual vio que un ángel de Dios se le acercaba. —¡Cornelio! —dijo el ángel.

4 Cornelio lo miró fijamente, aterrorizado. —¿Qué quieres, señor? —le preguntó al ángel. Y el ángel contestó: —¡Dios ha recibido tus oraciones y tus donativos a los pobres como una ofrenda!

5 Ahora pues, envía a algunos hombres a Jope y manda llamar a un hombre llamado Simón Pedro.

6 Él está hospedado con Simón, un curtidor que vive cerca de la orilla del mar.

7 En cuanto el ángel se fue, Cornelio llamó a dos de los sirvientes de su casa y a un soldado devoto, que era uno de sus asistentes personales.

8 Les contó lo que había ocurrido y los envió a Jope.

Pedro visita a Cornelio

9 Al día siguiente, mientras los mensajeros de Cornelio se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea a orar. Era alrededor del mediodía,

10 y tuvo hambre; pero mientras preparaban la comida, cayó en un estado de éxtasis.

11 Vio los cielos abiertos y algo parecido a una sábana grande que bajaba por sus cuatro puntas.

12 En la sábana había toda clase de animales, reptiles y aves.

13 Luego una voz le dijo: —Levántate, Pedro; mátalos y come de ellos.

14 —No, Señor —dijo Pedro—. Jamás he comido algo que nuestras leyes judías declaren impuro e inmundo[bk].

15 Pero la voz habló de nuevo: —No llames a algo impuro si Dios lo ha hecho limpio.

16 La misma visión se repitió tres veces, y repentinamente la sábana fue subida al cielo.

17 Pedro quedó muy desconcertado. ¿Qué podría significar la visión? Justo en ese momento, los hombres enviados por Cornelio encontraron la casa de Simón. De pie, frente a la puerta,

18 preguntaron si se hospedaba allí un hombre llamado Simón Pedro.

19 Entre tanto, mientras Pedro trataba de descifrar la visión, el Espíritu Santo le dijo: Tres hombres han venido a buscarte.

20 Levántate, baja y vete con ellos sin titubear. No te preocupes, porque yo los he enviado.

21 Entonces Pedro bajó y dijo: —Yo soy el hombre que ustedes buscan. ¿Por qué han venido?

22 Ellos dijeron: —Nos envió Cornelio, un oficial romano. Es un hombre devoto y temeroso de Dios, muy respetado por todos los judíos. Un ángel santo le dio instrucciones para que vayas a su casa a fin de que él pueda escuchar tu mensaje.

23 Entonces Pedro invitó a los hombres a quedarse para pasar la noche. Al siguiente día, fue con ellos, acompañado por algunos hermanos de Jope.

24 Llegaron a Cesarea al día siguiente. Cornelio los estaba esperando y había reunido a sus parientes y amigos cercanos.

25 Cuando Pedro entró en la casa, Cornelio cayó a sus pies y lo adoró;

26 pero Pedro lo levantó y le dijo: ¡Ponte de pie, yo soy un ser humano como tú!

27 Entonces conversaron y entraron en donde muchos otros estaban reunidos.

28 Pedro les dijo: —Ustedes saben que va en contra de nuestras leyes que un hombre judío se relacione con gentiles[bl] o que entre en su casa; pero Dios me ha mostrado que ya no debo pensar que alguien es impuro o inmundo.

29 Por eso, sin oponerme, vine aquí tan pronto como me llamaron. Ahora díganme por qué enviaron por mí.

30 Cornelio contestó: —Hace cuatro días, yo estaba orando en mi casa como a esta misma hora, las tres de la tarde. De repente, un hombre con ropa resplandeciente se paró delante de mí.

31 Me dijo: «Cornelio, ¡tu oración ha sido escuchada, y Dios ha tomado en cuenta tus donativos para los pobres!

32 Ahora, envía mensajeros a Jope y manda llamar a un hombre llamado Simón Pedro. Está hospedado en la casa de Simón, un curtidor que vive cerca de la orilla del mar».

33 Así que te mandé a llamar de inmediato, y te agradezco que hayas venido. Ahora, estamos todos aquí, delante de Dios, esperando escuchar el mensaje que el Señor te ha dado.

Los gentiles oyen la Buena Noticia

34 Entonces Pedro respondió: —Veo con claridad que Dios no muestra favoritismo.

35 En cada nación, él acepta a los que lo temen y hacen lo correcto.

36 Este es el mensaje de la Buena Noticia para el pueblo de Israel: que hay paz con Dios por medio de Jesucristo, quien es Señor de todo.

37 Ustedes saben lo que pasó en toda Judea, comenzando en Galilea, después de que Juan empezó a predicar su mensaje de bautismo.

38 Y saben que Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder. Después Jesús anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que eran oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

39 Y nosotros, los apóstoles, somos testigos de todo lo que él hizo por toda Judea y en Jerusalén. Lo mataron, colgándolo en una cruz[bm],

40 pero Dios lo resucitó al tercer día. Después Dios permitió que se apareciera,

41 no al público en general[bn], sino a nosotros, a quienes Dios había elegido de antemano para que fuéramos sus testigos. Nosotros fuimos los que comimos y bebimos con él después de que se levantó de los muertos.

42 Y él nos ordenó que predicáramos en todas partes y diéramos testimonio de que Jesús es a quien Dios designó para ser el juez de todos, de los que están vivos y de los muertos.

43 De él dan testimonio todos los profetas cuando dicen que a todo el que cree en él se le perdonarán los pecados por medio de su nombre.

Los gentiles reciben el Espíritu Santo

44 Mientras Pedro aún estaba diciendo estas cosas, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban el mensaje.

45 Los creyentes judíos[bo] que habían llegado con Pedro quedaron asombrados al ver que el don del Espíritu Santo también era derramado sobre los gentiles.

46 Pues los oyeron hablar en otras lenguas[bp] y alabar a Dios. Entonces Pedro preguntó:

47 ¿Puede alguien oponerse a que ellos sean bautizados ahora que han recibido el Espíritu Santo, tal como nosotros lo recibimos?

48 Por lo tanto, dio órdenes de que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. Después Cornelio le pidió que se quedara varios días con ellos.

11

Pedro explica sus acciones

1 La noticia de que los gentiles[bq] habían recibido la palabra de Dios pronto llegó a los apóstoles y a los demás creyentes[br] de Judea.

2 Así que cuando Pedro regresó a Jerusalén, los creyentes judíos[bs] lo criticaron.

3 —Entraste en una casa de gentiles[bt], ¡y hasta comiste con ellos! —le dijeron.

4 Entonces Pedro les contó todo tal como había sucedido.

5 —Yo estaba en la ciudad de Jope —les dijo—, y mientras oraba, caí en un estado de éxtasis y tuve una visión. Algo parecido a una sábana grande descendía por sus cuatro puntas desde el cielo y bajó justo hasta donde yo estaba.

6 Cuando me fijé en el contenido de la sábana, vi toda clase de animales domésticos y salvajes, reptiles y aves.

7 Y oí una voz que decía: «Levántate, Pedro, mátalos y come de ellos».

8 «No, Señor —respondí—. Jamás he comido algo que nuestras leyes judías declaren impuro o inmundo»[bu].

9 Pero la voz del cielo habló de nuevo: «No llames a algo impuro si Dios lo ha hecho limpio».

10 Eso sucedió tres veces antes de que la sábana, con todo lo que había dentro, fuera subida al cielo otra vez.

11 En ese preciso momento, tres hombres que habían sido enviados desde Cesarea llegaron a la casa donde estábamos hospedados.

12 El Espíritu Santo me dijo que los acompañara y que no me preocupara que fueran gentiles. Estos seis hermanos aquí presentes me acompañaron, y pronto entramos en la casa del hombre que había mandado a buscarnos.

13 Él nos contó cómo un ángel se le había aparecido en su casa y le había dicho: «Envía mensajeros a Jope y manda a llamar a un hombre llamado Simón Pedro.

14 ¡Él te dirá cómo tú y todos los de tu casa pueden ser salvos!».

15 Cuando comencé a hablar —continuó Pedro—, el Espíritu Santo descendió sobre ellos tal como descendió sobre nosotros al principio.

16 Entonces pensé en las palabras del Señor cuando dijo: «Juan bautizó con[bv] agua, pero ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo».

17 Y, como Dios les dio a esos gentiles el mismo don que nos dio a nosotros cuando creímos en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para estorbar a Dios?

18 Cuando los demás oyeron esto, dejaron de oponerse y comenzaron a alabar a Dios. Dijeron: —Podemos ver que Dios también les ha dado a los gentiles el privilegio de arrepentirse de sus pecados y de recibir vida eterna.

La iglesia en Antioquía de Siria

19 Mientras tanto, los creyentes que fueron dispersados durante la persecución que hubo después de la muerte de Esteban, viajaron tan lejos como Fenicia, Chipre y Antioquía de Siria. Predicaban la palabra de Dios, pero sólo a judíos.

20 Sin embargo, algunos de los creyentes que fueron a Antioquía desde Chipre y Cirene les comenzaron a predicar a los gentiles[bw] acerca del Señor Jesús.

21 El poder del Señor estaba con ellos, y un gran número de estos gentiles creyó y se convirtió al Señor.

22 Cuando la iglesia de Jerusalén se enteró de lo que había pasado, enviaron a Bernabé a Antioquía.

23 Cuando él llegó y vio las pruebas de la bendición de Dios, se llenó de alegría y alentó a los creyentes a que permanecieran fieles al Señor.

24 Bernabé era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y firme en la fe. Y mucha gente llegó al Señor.

25 Después Bernabé siguió hasta Tarso para buscar a Saulo.

26 Cuando lo encontró, lo llevó de regreso a Antioquía. Los dos se quedaron allí con la iglesia durante todo un año, enseñando a grandes multitudes. (Fue en Antioquía donde, por primera vez, a los creyentes[bx] los llamaron cristianos).

27 Durante aquellos días, unos profetas viajaron de Jerusalén a Antioquía.

28 Uno de ellos, llamado Ágabo, se puso de pie en una de las reuniones y predijo por medio del Espíritu que iba a haber una gran hambre en todo el mundo romano. (Esto se cumplió durante el reinado de Claudio).

29 Así que los creyentes de Antioquía decidieron enviar una ayuda a los hermanos de Judea, y cada uno dio lo que podía.

30 Así lo hicieron, y confiaron sus ofrendas a Bernabé y a Saulo para que las llevaran a los ancianos de la iglesia de Jerusalén.

12

Asesinato de Santiago y encarcelamiento de Pedro

1 Por ese tiempo, el rey Herodes Agripa[by] comenzó a perseguir a algunos creyentes de la iglesia.

2 Mandó matar a espada al apóstol Santiago (hermano de Juan).

3 Cuando Herodes vio cuánto esto le agradó al pueblo judío, también arrestó a Pedro. (Eso sucedió durante la celebración de la Pascua)[bz].

4 Después lo metió en la cárcel y lo puso bajo la vigilancia de cuatro escuadrones de cuatro soldados cada uno. Herodes tenía pensado llevar a Pedro a juicio público después de la Pascua.

5 Pero, mientras Pedro estaba en la cárcel, la iglesia oraba fervientemente por él.

Pedro escapa milagrosamente de la cárcel

6 La noche antes de ser sometido a juicio, Pedro dormía sujetado con dos cadenas entre dos soldados. Otros hacían guardia junto a la puerta de la prisión.

7 De repente, una luz intensa iluminó la celda y un ángel del Señor se puso frente a Pedro. El ángel lo golpeó en el costado para despertarlo y le dijo: ¡Rápido! ¡Levántate! Y las cadenas cayeron de sus muñecas.

8 Después, el ángel le dijo: Vístete y ponte tus sandalias. Pedro lo hizo, y el ángel le ordenó: Ahora ponte tu abrigo y sígueme.

9 Así que Pedro salió de la celda y siguió al ángel, pero todo el tiempo pensaba que era una visión; no se daba cuenta de que en verdad eso estaba sucediendo.

10 Pasaron el primer puesto de guardia y luego el segundo y llegaron a la puerta de hierro que lleva a la ciudad, y esta puerta se abrió por sí sola frente a ellos. De esta manera cruzaron la puerta y empezaron a caminar por la calle, y de pronto el ángel lo dejó.

11 Finalmente Pedro volvió en sí. ¡De veras es cierto! —dijo—. ¡El Señor envió a su ángel y me salvó de Herodes y de lo que los líderes judíos[ca] tenían pensado hacerme!

12 Cuando se dio cuenta de esto, fue a la casa de María, la madre de Juan Marcos, donde muchos se habían reunido para orar.

13 Tocó a la puerta de entrada, y una sirvienta llamada Rode fue a abrir.

14 Cuando ella reconoció la voz de Pedro, se alegró tanto que, en lugar de abrir la puerta, corrió hacia adentro y les dijo a todos: —¡Pedro está a la puerta!

15 —¡Estás loca! —le dijeron. Como ella insistía, llegaron a la conclusión: Debe ser su ángel.

16 Mientras tanto, Pedro seguía tocando. Cuando por fin abrieron la puerta y lo vieron, quedaron asombrados.

17 Él les hizo señas para que se callaran y les contó cómo el Señor lo había sacado de la cárcel. Díganles a Santiago y a los demás hermanos lo que pasó, dijo. Y después se fue a otro lugar.

18 Al amanecer, hubo un gran alboroto entre los soldados por lo que había sucedido con Pedro.

19 Herodes Agripa ordenó que se hiciera una búsqueda exhaustiva para encontrar a Pedro. Como no pudieron encontrarlo, Herodes interrogó a los guardias y luego los condenó a muerte. Después Herodes se fue de Judea para quedarse en Cesarea por un tiempo.

Muerte de Herodes Agripa

20 Ahora bien, Herodes estaba muy enojado con los habitantes de Tiro y de Sidón. Entonces ellos enviaron una delegación para que hiciera las paces con él, porque sus ciudades dependían del país de Herodes para obtener alimento. Los delegados se ganaron el apoyo de Blasto, el asistente personal de Herodes,

21 y así se les concedió una cita con Herodes. Cuando llegó el día, Herodes se puso sus vestiduras reales, se sentó en su trono y les dio un discurso.

22 El pueblo le dio una gran ovación, gritando: ¡Es la voz de un dios, no la de un hombre!

23 Al instante, un ángel del Señor hirió a Herodes con una enfermedad, porque él aceptó la adoración de la gente en lugar de darle la gloria a Dios. Así que murió carcomido por gusanos.

24 Mientras tanto, la palabra de Dios seguía extendiéndose, y hubo muchos nuevos creyentes.

25 Cuando Bernabé y Saulo terminaron su misión en Jerusalén, regresaron[cb] llevándose con ellos a Juan Marcos.

13

Bernabé y Saulo son encomendados

1 Entre los profetas y maestros de la iglesia de Antioquía de Siria se encontraban Bernabé, Simeón (llamado el Negro[cc]), Lucio (de Cirene), Manaén (compañero de infancia del rey Herodes Antipas[cd]) y Saulo.

2 Cierto día, mientras estos hombres adoraban al Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: Consagren a Bernabé y a Saulo para el trabajo especial al cual los he llamado.

3 Así que, después de pasar más tiempo en ayuno y oración, les impusieron las manos y los enviaron.

Primer viaje misionero de Pablo

4 Entonces Bernabé y Saulo fueron enviados por el Espíritu Santo. Descendieron hasta el puerto de Seleucia y después navegaron hacia la isla de Chipre.

5 Allí, en la ciudad de Salamina, fueron a las sinagogas judías y predicaron la palabra de Dios. Juan Marcos fue con ellos como su asistente.

6 Después viajaron de ciudad en ciudad por toda la isla hasta que finalmente llegaron a Pafos, donde conocieron a un hechicero judío, un falso profeta llamado Barjesús.

7 El tal se había apegado al gobernador, Sergio Paulo, quien era un hombre inteligente. El gobernador invitó a Bernabé y a Saulo para que fueran a verlo, porque quería oír la palabra de Dios;

8 pero Elimas, el hechicero (eso es lo que significa su nombre en griego), se entrometió y trataba de persuadir al gobernador para que no prestara atención a lo que Bernabé y Saulo decían. Trataba de impedir que el gobernador creyera.

9 Saulo, también conocido como Pablo, fue lleno del Espíritu Santo y miró al hechicero a los ojos.

10 Luego dijo: ¡Tú, hijo del diablo, lleno de toda clase de engaño y fraude, y enemigo de todo lo bueno! ¿Nunca dejarás de distorsionar los caminos verdaderos del Señor?

11 Ahora mira, el Señor ha puesto su mano de castigo sobre ti, y quedarás ciego. No verás la luz del sol por un tiempo. Al instante, neblina y oscuridad cubrieron los ojos del hombre, y comenzó a andar a tientas, mientras suplicaba que alguien lo tomara de la mano y lo guiara.

12 Cuando el gobernador vio lo que había sucedido, se convirtió, pues quedó asombrado de la enseñanza acerca del Señor.

Pablo predica en Antioquía de Pisidia

13 Luego Pablo y sus compañeros salieron de Pafos en barco rumbo a Panfilia y desembarcaron en la ciudad portuaria de Perge. Allí Juan Marcos los dejó y regresó a Jerusalén;

14 pero Pablo y Bernabé siguieron su viaje por tierra adentro hasta Antioquía de Pisidia[ce]. El día de descanso fueron a las reuniones de la sinagoga.

15 Después de las lecturas acostumbradas de los libros de Moisés[cf] y de los profetas, los que estaban a cargo del servicio les mandaron el siguiente mensaje: Hermanos, si tienen alguna palabra de aliento para el pueblo, ¡pasen a decirla!

16 Entonces Pablo se puso de pie, levantó la mano para hacer que se callaran y comenzó a hablar: Hombres de Israel —dijo— y ustedes, gentiles[cg] temerosos de Dios, escúchenme.

17 El Dios de esta nación de Israel eligió a nuestros antepasados e hizo que se multiplicaran y se hicieran fuertes durante el tiempo que pasaron en Egipto. Luego, con brazo poderoso los sacó de la esclavitud.

18 Tuvo que soportarlos[ch] durante los cuarenta años que anduvieron vagando por el desierto.

19 Luego destruyó a siete naciones en Canaán y le dio su tierra a Israel como herencia.

20 Todo esto llevó cerca de cuatrocientos cincuenta años. Después de eso, Dios les dio jueces para que gobernaran hasta los días del profeta Samuel.

21 Luego el pueblo suplicó por un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, un hombre de la tribu de Benjamín que reinó durante cuarenta años.

22 Pero Dios quitó a Saúl y lo reemplazó con David, un hombre de quien Dios dijo: «He encontrado en David, hijo de Isaí, a un hombre conforme a mi propio corazón; él hará todo lo que yo quiero que haga[ci]».

23 Y es precisamente uno de los descendientes del rey David, Jesús, ¡el Salvador de Israel prometido por Dios!

24 Antes de que él viniera, Juan el Bautista predicaba que todo el pueblo de Israel tenía que arrepentirse de sus pecados, convertirse a Dios y bautizarse.

25 Cuando estaba en los últimos días de su ministerio, Juan preguntó: «¿Creen ustedes que yo soy el Mesías? No, ¡no lo soy! Pero él pronto viene, y yo ni siquiera soy digno de ser su esclavo ni de desatarle las sandalias de sus pies».

26 Hermanos —ustedes, hijos de Abraham, y también ustedes, gentiles temerosos de Dios—, ¡este mensaje de salvación ha sido enviado a nosotros!

27 La gente de Jerusalén y sus líderes no reconocieron a Jesús como la persona de quien hablaron los profetas. En cambio, lo condenaron y, al hacerlo, cumplieron las palabras de los profetas que se leen todos los días de descanso.

28 No encontraron ninguna razón legal para ejecutarlo, pero de cualquier forma le pidieron a Pilato que lo matara.

29 Una vez que llevaron a cabo todo lo que las profecías decían acerca de él, lo bajaron de la cruz[cj] y lo pusieron en una tumba.

30 ¡Pero Dios lo levantó de los muertos!

31 Y, durante varios días, se apareció a los que habían ido con él de Galilea a Jerusalén. Actualmente ellos son sus testigos al pueblo de Israel.

32 Y ahora nosotros estamos aquí para traerles la Buena Noticia. La promesa fue dirigida a nuestros antepasados.

33 Y ahora Dios nos la cumplió a nosotros, los descendientes, al resucitar a Jesús. Esto es lo que el segundo salmo dice sobre Jesús: «Tú eres mi Hijo. El día de hoy he llegado a ser tu Padre[ck]».

34 Pues Dios había prometido levantarlo de los muertos, no dejarlo que se pudriera en la tumba. Dijo: «Yo te daré las bendiciones sagradas que le prometí a David[cl]».

35 Otro salmo lo explica con más detalle: «No permitirás que tu Santo se pudra en la tumba[cm]».

36 Este salmo no hace referencia a David, pues, después de haber hecho la voluntad de Dios en su propia generación, David murió, fue enterrado con sus antepasados y su cuerpo se descompuso.

37 No, el salmo se refería a otra persona, a alguien a quien Dios resucitó y cuyo cuerpo no se descompuso.

38 Hermanos, ¡escuchen! Estamos aquí para proclamar que, por medio de este hombre Jesús, ustedes tienen el perdón de sus pecados.

39 Todo el que cree en él es declarado justo ante Dios, algo que la ley de Moisés nunca pudo hacer.

40 ¡Tengan cuidado! No dejen que las palabras de los profetas se apliquen a ustedes. Pues ellos dijeron:

41 «Miren, ustedes burlones, ¡asómbrense y mueran! Pues estoy haciendo algo en sus días, algo que no creerían aun si alguien les dijera[cn]».

42 Cuando Pablo y Bernabé salieron de la sinagoga ese día, la gente les suplicó que volvieran a hablar sobre esas cosas la semana siguiente.

43 Muchos judíos y devotos convertidos al judaísmo siguieron a Pablo y a Bernabé, y ambos hombres los exhortaban a que continuaran confiando en la gracia de Dios.

Pablo se dirige a los gentiles

44 A la semana siguiente, casi toda la ciudad fue a oírlos predicar la palabra del Señor.

45 Cuando algunos judíos vieron las multitudes tuvieron envidia; así que calumniaban a Pablo y debatían contra todo lo que él decía.

46 Entonces Pablo y Bernabé hablaron con valentía y declararon: Era necesario que primero les predicáramos la palabra de Dios a ustedes, los judíos; pero ya que ustedes la han rechazado y se consideran indignos de la vida eterna, se la ofreceremos a los gentiles.

47 Pues el Señor nos dio este mandato cuando dijo: «Yo te he hecho luz para los gentiles, a fin de llevar salvación a los rincones más lejanos de la tierra[co]».

48 Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y le dieron las gracias al Señor por su mensaje, y todos los que fueron elegidos para la vida eterna se convirtieron en creyentes.

49 Así que el mensaje del Señor se extendió por toda esa región.

50 Luego los judíos provocaron a las mujeres religiosas influyentes y a los líderes de la ciudad, e incitaron a una turba contra Pablo y Bernabé, y los echaron de la ciudad.

51 Así que ellos se sacudieron el polvo de sus pies en señal de rechazo y se dirigieron a la ciudad de Iconio.

52 Y los creyentes[cp] se llenaron de alegría y del Espíritu Santo.

14

Pablo y Bernabé en Iconio

1 Lo mismo sucedió en Iconio[cq]. Pablo y Bernabé fueron a la sinagoga judía y predicaron con tanto poder que un gran número de judíos y griegos se hicieron creyentes.

2 Sin embargo, algunos de los judíos rechazaron el mensaje de Dios y envenenaron la mente de los gentiles[cr] en contra de Pablo y Bernabé;

3 pero los apóstoles se quedaron allí por mucho tiempo, predicando con valentía acerca de la gracia del Señor. Y el Señor demostraba que el mensaje era verdadero al darles poder para hacer señales milagrosas y maravillas;

4 pero la gente de la ciudad estaba dividida en cuanto a su opinión sobre ellos. Algunos estaban del lado de los judíos, y otros apoyaban a los apóstoles.

5 Entonces una turba de gentiles y judíos, junto con sus líderes, decidieron atacarlos y apedrearlos.

6 Cuando los apóstoles se enteraron, huyeron a la región de Licaonia, a las ciudades de Listra y Derbe y sus alrededores.

7 Y allí predicaron la Buena Noticia.

Pablo y Bernabé en Listra y Derbe

8 Mientras estaban en Listra, Pablo y Bernabé se toparon con un hombre lisiado de los pies. Como había nacido así, jamás había caminado. Estaba sentado,

9 escuchando mientras Pablo predicaba. Pablo lo miró fijamente y se dio cuenta de que el hombre tenía fe para ser sanado.

10 Así que Pablo lo llamó con voz alta: ¡Levántate! Y el hombre se puso de pie de un salto y comenzó a caminar.

11 Cuando la multitud vio lo que Pablo había hecho, gritó en su dialecto local: ¡Estos hombres son dioses en forma humana!

12 Decidieron que Bernabé era el dios griego Zeus y que Pablo era Hermes por ser el orador principal.

13 El templo de Zeus estaba situado justo fuera de la ciudad. Así que el sacerdote del templo y la multitud llevaron toros y coronas de flores a las puertas de la ciudad, y se prepararon para ofrecerles sacrificios a los apóstoles.

14 Cuando los apóstoles Bernabé y Pablo oyeron lo que pasaba, horrorizados se rasgaron la ropa y salieron corriendo entre la gente, mientras gritaban:

15 Amigos[cs], ¿por qué hacen esto? ¡Nosotros somos simples seres humanos, tal como ustedes! Hemos venido a traerles la Buena Noticia de que deben apartarse de estas cosas inútiles y volverse al Dios viviente, quien hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos.

16 En el pasado, él permitió que todas las naciones siguieran su propio camino,

17 pero nunca las dejó sin pruebas de sí mismo y de su bondad. Por ejemplo, les envía lluvia y buenas cosechas, y les da alimento y corazones alegres.

18 No obstante, aun con estas palabras, a duras penas Pablo y Bernabé pudieron contener a la gente para que no les ofreciera sacrificios.

19 Luego unos judíos llegaron de Antioquía e Iconio, y lograron poner a la multitud de su lado. Apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, pensando que estaba muerto;

20 pero los creyentes[ct] lo rodearon, y él se levantó y regresó a la ciudad. Al día siguiente, salió junto con Bernabé hacia Derbe.

Pablo y Bernabé regresan a Antioquía de Siria

21 Después de predicar la Buena Noticia en Derbe y de hacer muchos discípulos, Pablo y Bernabé regresaron a Listra, Iconio y Antioquía de Pisidia,

22 donde fortalecieron a los creyentes. Los animaron a continuar en la fe, y les recordaron que debemos sufrir muchas privaciones para entrar en el reino de Dios.

23 Pablo y Bernabé también nombraron ancianos en cada iglesia. Con oración y ayuno, encomendaron a los ancianos al cuidado del Señor, en quien habían puesto su confianza.

24 Luego atravesaron nuevamente Pisidia y llegaron a Panfilia.

25 Predicaron la palabra en Perge y después descendieron hasta Atalia.

26 Por último, regresaron en barco a Antioquía de Siria, donde habían iniciado su viaje. Los creyentes de allí los habían encomendado a la gracia de Dios para que hicieran el trabajo que ahora habían terminado.

27 Una vez que llegaron a Antioquía, reunieron a la iglesia y le informaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo él también había abierto la puerta de la fe a los gentiles.

28 Y se quedaron allí con los creyentes por mucho tiempo.

15

El concilio de Jerusalén

1 Cuando Pablo y Bernabé estaban en Antioquía de Siria, llegaron unos hombres de Judea y comenzaron a enseñarles a los creyentes[cu]: A menos que se circunciden como exige la ley de Moisés, no podrán ser salvos.

2 Pablo y Bernabé no estaban de acuerdo con ellos y discutieron con vehemencia. Finalmente, la iglesia decidió enviar a Pablo y a Bernabé a Jerusalén, junto con algunos creyentes del lugar, para que hablaran con los apóstoles y con los ancianos sobre esta cuestión.

3 La iglesia envió a los delegados a Jerusalén, quienes de camino se detuvieron en Fenicia y Samaria para visitar a los creyentes. Les contaron —para alegría de todos— que los gentiles[cv] también se convertían.

4 Cuando llegaron a Jerusalén, toda la iglesia —incluidos los apóstoles y los ancianos— dio la bienvenida a Pablo y a Bernabé, quienes les informaron acerca de todo lo que Dios había hecho por medio de ellos.

5 Pero después algunos creyentes que pertenecían a la secta de los fariseos se pusieron de pie e insistieron: Los convertidos gentiles deben ser circuncidados y hay que exigirles que sigan la ley de Moisés.

6 Así que los apóstoles y los ancianos se reunieron para resolver este asunto.

7 En la reunión, después de una larga discusión, Pedro se puso de pie y se dirigió a ellos de la siguiente manera: Hermanos, todos ustedes saben que hace tiempo Dios me eligió de entre ustedes para que predicara a los gentiles a fin de que pudieran oír la Buena Noticia y creer.

8 Dios conoce el corazón humano y él confirmó que acepta a los gentiles al darles el Espíritu Santo, tal como lo hizo con nosotros.

9 Él no hizo ninguna distinción entre nosotros y ellos, pues les limpió el corazón por medio de la fe.

10 Entonces, ¿por qué ahora desafían a Dios al poner cargas sobre los creyentes[cw] gentiles con un yugo que ni nosotros ni nuestros antepasados pudimos llevar?

11 Nosotros creemos que todos somos salvos de la misma manera, por la gracia no merecida que proviene del Señor Jesús.

12 Todos escucharon en silencio mientras Bernabé y Pablo les contaron de las señales milagrosas y maravillas que Dios había hecho por medio de ellos entre los gentiles.

13 Cuando terminaron, Santiago se puso de pie y dijo: Hermanos, escúchenme.

14 Pedro[cx] les ha contado de cuando Dios visitó por primera vez a los gentiles para tomar de entre ellos un pueblo para sí mismo.

15 Y la conversión de los gentiles es precisamente lo que los profetas predijeron. Como está escrito:

16 «Después yo volveré y restauraré la casa[cy] caída de David. Reconstruiré sus ruinas y la restauraré,

17 para que el resto de la humanidad busque al SEÑOR, incluidos todos los gentiles, todos los que he llamado para que sean míos. El SEÑOR ha hablado,

18 Aquel que hizo que estas cosas se dieran a conocer desde hace mucho[cz]».

19 Y mi opinión entonces es que no debemos ponerles obstáculos a los gentiles que se convierten a Dios.

20 Al contrario, deberíamos escribirles y decirles que se abstengan de comer alimentos ofrecidos a ídolos, de inmoralidad sexual, de comer carne de animales estrangulados y de consumir sangre.

21 Pues esas leyes de Moisés se han predicado todos los días de descanso en las sinagogas judías de cada ciudad durante muchas generaciones.

Carta para los creyentes gentiles

22 Entonces los apóstoles y los ancianos, junto con toda la iglesia de Jerusalén, escogieron delegados y los enviaron a Antioquía de Siria con Pablo y Bernabé para que informaran acerca de esta decisión. Los delegados escogidos eran dos de los líderes de la iglesia[da]: Judas (también llamado Barsabás) y Silas.

23 La carta que llevaron decía lo siguiente: Nosotros, los apóstoles y los ancianos, sus hermanos de Jerusalén, escribimos esta carta a los creyentes gentiles de Antioquía, Siria y Cilicia. ¡Saludos!

24 Tenemos entendido que unos hombres de aquí los han perturbado e inquietado con su enseñanza, ¡pero nosotros no los enviamos!

25 Así que decidimos, después de llegar a un acuerdo unánime, enviarles representantes oficiales junto con nuestros amados Bernabé y Pablo,

26 quienes han arriesgado la vida por el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

27 Les enviamos a Judas y a Silas para confirmar lo que hemos decidido con relación a la pregunta de ustedes.

28 Pues nos pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponer sobre ustedes una carga mayor que estos pocos requisitos:

29 deben abstenerse de comer alimentos ofrecidos a ídolos, de consumir sangre o la carne de animales estrangulados y de inmoralidad sexual. Si hacen esto, harán bien. Adiós.

30 Los mensajeros salieron de inmediato para Antioquía, donde convocaron a una reunión general de los creyentes y entregaron la carta.

31 Y hubo mucha alegría en toda la iglesia ese día cuando leyeron este mensaje alentador.

32 Entonces Judas y Silas, ambos profetas, hablaron largo y tendido con los creyentes para animarlos y fortalecerlos en su fe.

33 Se quedaron allí un tiempo, y luego los creyentes los enviaron de regreso a la iglesia de Jerusalén con una bendición de paz[db].

35 Pablo y Bernabé se quedaron en Antioquía. Ellos y muchos otros enseñaban y predicaban la palabra del Señor en esa ciudad.

Pablo y Bernabé se separan

36 Después de un tiempo Pablo le dijo a Bernabé: Volvamos a visitar cada una de las ciudades donde ya antes predicamos la palabra del Señor para ver cómo andan los nuevos creyentes.

37 Bernabé estuvo de acuerdo y quería llevar con ellos a Juan Marcos;

38 pero Pablo se opuso terminantemente ya que Juan Marcos los había abandonado en Panfilia y no había continuado con ellos en el trabajo.

39 Su desacuerdo fue tan intenso que se separaron. Bernabé tomó a Juan Marcos consigo y navegó hacia Chipre.

40 Pablo escogió a Silas y, al salir, los creyentes lo encomendaron al cuidado misericordioso del Señor.

41 Luego viajó por toda Siria y Cilicia, fortaleciendo a las iglesias.

16

Segundo viaje misionero de Pablo

1 Pablo fue primero a Derbe y luego a Listra, donde había un discípulo joven llamado Timoteo. Su madre era una creyente judía, pero su padre era griego.

2 Los creyentes[dc] de Listra e Iconio tenían un buen concepto de Timoteo,

3 de modo que Pablo quiso que él los acompañara en el viaje. Por respeto a los judíos de la región, dispuso que Timoteo se circuncidara antes de salir, ya que todos sabían que su padre era griego.

4 Luego fueron de ciudad en ciudad enseñando a los creyentes a que siguieran las decisiones tomadas por los apóstoles y los ancianos de Jerusalén.

5 Así que las iglesias se fortalecían en su fe y el número de creyentes crecía cada día.

Un llamado de Macedonia

6 Luego, Pablo y Silas viajaron por la región de Frigia y Galacia, porque el Espíritu Santo les había impedido que predicaran la palabra en la provincia de Asia en ese tiempo.

7 Luego, al llegar a los límites con Misia, se dirigieron al norte, hacia la provincia de Bitinia[dd], pero de nuevo el Espíritu de Jesús no les permitió ir allí.

8 Así que siguieron su viaje por Misia hasta el puerto de Troas.

9 Esa noche Pablo tuvo una visión: Puesto de pie, un hombre de Macedonia —al norte de Grecia— le rogaba: ¡Ven aquí a Macedonia y ayúdanos!

10 Entonces decidimos[de] salir de inmediato hacia Macedonia, después de haber llegado a la conclusión de que Dios nos llamaba a predicar la Buena Noticia allí.

En Filipos, Lidia cree en Jesús

11 Subimos a bordo de un barco en Troas, navegamos directo a la isla de Samotracia y, al día siguiente, desembarcamos en Neápolis.

12 De allí llegamos a Filipos, una ciudad principal de ese distrito de Macedonia y una colonia romana. Y nos quedamos allí varios días.

13 El día de descanso nos alejamos un poco de la ciudad y fuimos a la orilla de un río, donde pensamos que la gente se reuniría para orar, y nos sentamos a hablar con unas mujeres que se habían congregado allí.

14 Una de ellas era Lidia, de la ciudad de Tiatira, una comerciante de tela púrpura muy costosa, quien adoraba a Dios. Mientras nos escuchaba, el Señor abrió su corazón y ella aceptó lo que Pablo decía.

15 Fue bautizada junto con otros miembros de su casa y nos invitó a que fuéramos sus huéspedes. Si ustedes reconocen que soy una verdadera creyente en el Señor —dijo ella—, vengan a quedarse en mi casa. Y nos insistió hasta que aceptamos.

Pablo y Silas en la cárcel

16 Cierto día, cuando íbamos al lugar de oración, nos encontramos con una joven esclava que estaba poseída por un demonio. Era una adivina que ganaba mucho dinero para sus amos.

17 Ella seguía a Pablo y también al resto de nosotros, gritando: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo y han venido para decirles cómo ser salvos.

18 Esto mismo sucedió día tras día hasta que Pablo se exasperó de tal manera que se dio la vuelta y le dijo al demonio que estaba dentro de la joven: Te ordeno, en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella. Y al instante el demonio la dejó.

19 Las esperanzas de sus amos de hacerse ricos ahora quedaron destruidas, así que agarraron a Pablo y a Silas y los arrastraron hasta la plaza del mercado ante las autoridades.

20 ¡Toda la ciudad está alborotada a causa de estos judíos! —les gritaron a los funcionarios de la ciudad.

21 Enseñan costumbres que nosotros, los romanos, no podemos practicar porque son ilegales.

22 Enseguida se formó una turba contra Pablo y Silas, y los funcionarios de la ciudad ordenaron que les quitaran la ropa y los golpearan con varas de madera.

23 Los golpearon severamente y después los metieron en la cárcel. Le ordenaron al carcelero que se asegurara de que no escaparan.

24 Así que el carcelero los puso en el calabozo de más adentro y les sujetó los pies en el cepo.

25 Alrededor de la medianoche, Pablo y Silas estaban orando y cantando himnos a Dios, y los demás prisioneros escuchaban.

26 De repente, hubo un gran terremoto y la cárcel se sacudió hasta sus cimientos. Al instante, todas las puertas se abrieron de golpe, ¡y a todos los prisioneros se les cayeron las cadenas!

27 El carcelero se despertó y vio las puertas abiertas de par en par. Dio por sentado que los prisioneros se habían escapado, por lo que sacó su espada para matarse;

28 pero Pablo le gritó: ¡Detente! ¡No te mates! ¡Estamos todos aquí!

29 El carcelero pidió una luz y corrió al calabozo y cayó temblando ante Pablo y Silas.

30 Después los sacó y les preguntó: —Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?

31 Ellos le contestaron: —Cree en el Señor Jesús y serás salvo, junto con todos los de tu casa.

32 Y le presentaron la palabra del Señor tanto a él como a todos los que vivían en su casa.

33 Aun a esa hora de la noche, el carcelero los atendió y les lavó las heridas. Enseguida ellos lo bautizaron a él y a todos los de su casa.

34 El carcelero los llevó adentro de su casa y les dio de comer, y tanto él como los de su casa se alegraron porque todos habían creído en Dios.

35 A la mañana siguiente, los funcionarios de la ciudad mandaron a la policía para que le dijera al carcelero: ¡Suelta a esos hombres!

36 Entonces el carcelero le dijo a Pablo: —Los funcionarios de la ciudad han dicho que tú y Silas quedan en libertad. Vayan en paz.

37 Pero Pablo respondió: —Ellos nos golpearon en público sin llevarnos a juicio y nos metieron en la cárcel, y nosotros somos ciudadanos romanos. ¿Ahora quieren que nos vayamos a escondidas? ¡De ninguna manera! ¡Que vengan ellos mismos a ponernos en libertad!

38 Cuando la policía dio su informe, los funcionarios de la ciudad se alarmaron al enterarse de que Pablo y Silas eran ciudadanos romanos.

39 Entonces fueron a la cárcel y se disculparon con ellos. Luego los sacaron de allí y les suplicaron que se fueran de la ciudad.

40 Una vez que salieron de la cárcel, Pablo y Silas regresaron a la casa de Lidia. Allí se reunieron con los creyentes y los animaron una vez más. Después se fueron de la ciudad.

17

Pablo predica en Tesalónica

1 Más tarde, Pablo y Silas pasaron por las ciudades de Anfípolis y Apolonia y llegaron a Tesalónica donde había una sinagoga judía.

2 Como era su costumbre, Pablo fue al servicio de la sinagoga y, durante tres días de descanso seguidos, usó las Escrituras para razonar con la gente.

3 Explicó las profecías y demostró que el Mesías tenía que sufrir y resucitar de los muertos. Decía: Este Jesús, de quien les hablo, es el Mesías.

4 Algunos judíos que escuchaban fueron persuadidos y se unieron a Pablo y Silas, junto con muchos hombres griegos temerosos de Dios y un gran número de mujeres prominentes[df].

5 Entonces ciertos judíos tuvieron envidia y reunieron a unos alborotadores de la plaza del mercado para que formaran una turba e iniciaran un disturbio. Atacaron la casa de Jasón en busca de Pablo y Silas a fin de sacarlos a rastras y entregarlos a la multitud[dg].

6 Como no los encontraron allí, en su lugar sacaron arrastrando a Jasón y a algunos de los otros creyentes[dh] y los llevaron al concejo de la ciudad. Pablo y Silas han causado problemas por todo el mundo —gritaban—, y ahora están aquí perturbando también nuestra ciudad.

7 Y Jasón los ha recibido en su casa. Todos ellos son culpables de traición contra el César porque profesan lealtad a otro rey, llamado Jesús.

8 La gente de la ciudad y también los del concejo de la ciudad quedaron totalmente confundidos por esas palabras.

9 Así que los funcionarios obligaron a Jasón y a los otros creyentes a pagar una fianza y luego los soltaron.

Pablo y Silas en Berea

10 Esa misma noche, los creyentes enviaron a Pablo y a Silas a Berea. Cuando llegaron allí, fueron a la sinagoga judía.

11 Los de Berea tenían una mentalidad más abierta que los de Tesalónica y escucharon con entusiasmo el mensaje de Pablo. Día tras día examinaban las Escrituras para ver si Pablo y Silas enseñaban la verdad.

12 Como resultado, muchos judíos creyeron, como también lo hicieron muchos griegos prominentes, tanto hombres como mujeres.

13 Cuando unos judíos de Tesalónica se enteraron de que Pablo predicaba la palabra de Dios en Berea, fueron allá y armaron un alboroto.

14 Los creyentes enseguida tomaron medidas y enviaron a Pablo a la costa, mientras que Silas y Timoteo permanecieron allí.

15 Los que acompañaban a Pablo fueron con él hasta Atenas; luego regresaron a Berea con instrucciones para Silas y Timoteo de que se apresuraran a unirse a él.

Pablo predica en Atenas

16 Mientras Pablo los esperaba en Atenas, se indignó profundamente al ver la gran cantidad de ídolos que había por toda la ciudad.

17 Iba a la sinagoga para razonar con los judíos y con los gentiles[di] temerosos de Dios y hablaba a diario en la plaza pública con todos los que estuvieran allí.

18 También debatió con algunos filósofos epicúreos y estoicos. Cuando les habló acerca de Jesús y de su resurrección, ellos dijeron: ¿Qué trata de decir este charlatán con esas ideas raras? Otros decían: Parece que predica de unos dioses extranjeros.

19 Entonces lo llevaron al Concilio Supremo de la ciudad[dj]. Ven y háblanos sobre esta nueva enseñanza —dijeron.

20 Dices cosas bastante extrañas y queremos saber de qué se trata.

21 (Cabe explicar que todos los atenienses, al igual que los extranjeros que están en Atenas, al parecer pasan todo el tiempo discutiendo las ideas más recientes).

22 Entonces Pablo, de pie ante el Concilio[dk], les dirigió las siguientes palabras: Hombres de Atenas, veo que ustedes son muy religiosos en todo sentido

23 porque, mientras caminaba observé la gran cantidad de lugares sagrados. Y uno de sus altares tenía la siguiente inscripción: «A un Dios Desconocido». Este Dios, a quien ustedes rinden culto sin conocer, es de quien yo les hablo.

24 Él es el Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él. Ya que es el Señor del cielo y de la tierra, no vive en templos hechos por hombres,

25 y las manos humanas no pueden servirlo, porque él no tiene ninguna necesidad. Él es quien da vida y aliento a todo y satisface cada necesidad.

26 De un solo hombre[dl] creó todas las naciones de toda la tierra. De antemano decidió cuándo se levantarían y cuándo caerían, y determinó los límites de cada una.

27 Su propósito era que las naciones buscaran a Dios y, quizá acercándose a tientas, lo encontraran; aunque él no está lejos de ninguno de nosotros.

28 Pues en él vivimos, nos movemos y existimos. Como dijeron algunos de sus[dm] propios poetas: «Nosotros somos su descendencia».

29 Y, como esto es cierto, no debemos pensar en Dios como un ídolo diseñado por artesanos y hecho de oro, plata o piedra.

30 En la antigüedad Dios pasó por alto la ignorancia de la gente acerca de estas cosas, pero ahora él manda que todo el mundo en todas partes se arrepienta de sus pecados y vuelva a él.

31 Pues él ha fijado un día para juzgar al mundo con justicia por el hombre que él ha designado, y les demostró a todos quién es ese hombre al levantarlo de los muertos.

32 Cuando oyeron a Pablo hablar acerca de la resurrección de los muertos, algunos se rieron con desprecio, pero otros dijeron: Queremos oír más sobre este tema más tarde.

33 Con esto terminó el diálogo de Pablo con ellos,

34 pero algunos se unieron a él y se convirtieron en creyentes. Entre ellos estaban Dionisio —un miembro del Concilio[dn]—, una mujer llamada Dámaris y varios más.

18

Pablo conoce a Priscila y a Aquila en Corinto

1 Después Pablo salió de Atenas y fue a Corinto[do].

2 Allí conoció a un judío llamado Aquila, nacido en la región del Ponto, quien estaba recién llegado de Italia junto con su esposa, Priscila. Habían salido de Italia cuando Claudio César deportó de Roma a todos los judíos.

3 Pablo se quedó a vivir y a trabajar con ellos, porque eran fabricantes de carpas de campaña[dp] al igual que él.

4 Cada día de descanso, Pablo se encontraba en la sinagoga tratando de persuadir tanto a judíos como a griegos.

5 Después de que Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo pasó todo el tiempo predicando la palabra. Testificaba a los judíos que Jesús era el Mesías;

6 pero cuando ellos se opusieron y lo insultaron, Pablo se sacudió el polvo de su ropa y dijo: La sangre de ustedes está sobre sus propias cabezas; yo soy inocente. De ahora en adelante iré a predicar a los gentiles[dq].

7 Entonces salió de allí y fue a la casa de Ticio Justo, un gentil que adoraba a Dios y que vivía al lado de la sinagoga.

8 Crispo, el líder de la sinagoga, y todos los de su casa creyeron en el Señor. Muchos otros en Corinto también escucharon a Pablo, se convirtieron en creyentes y fueron bautizados.

9 Una noche, el Señor le habló a Pablo en una visión y le dijo: ¡No tengas miedo! ¡Habla con libertad! ¡No te quedes callado!

10 Pues yo estoy contigo, y nadie te atacará ni te hará daño, porque mucha gente de esta ciudad me pertenece.

11 Así que Pablo se quedó allí un año y medio enseñando la palabra de Dios.

12 Cuando Galión llegó a ser gobernador de Acaya, unos judíos se levantaron contra Pablo y lo llevaron ante el gobernador para juzgarlo.

13 Acusaron a Pablo de persuadir a la gente a adorar a Dios en formas contrarias a nuestra ley.

14 Pero justo cuando Pablo comenzó a defenderse, Galión se dirigió a los acusadores de Pablo y dijo: Escuchen, ustedes judíos, si aquí hubiera alguna fechoría o un delito grave, yo tendría una razón para aceptar el caso;

15 pero dado que es sólo un asunto de palabras y nombres, y de su ley judía, resuélvanlo ustedes mismos. Me niego a juzgar tales asuntos.

16 Así que los expulsó de la corte.

17 Entonces la multitud[dr] agarró a Sóstenes, el líder de la sinagoga, y lo golpeó allí mismo en la corte; pero Galión no le dio a eso ninguna importancia.

Pablo regresa a Antioquía de Siria

18 Después Pablo se quedó en Corinto un tiempo más, luego se despidió de los hermanos y fue a Cencrea, que quedaba cerca. Allí se rapó la cabeza según la costumbre judía en señal de haber cumplido un voto. Después se embarcó hacia Siria y llevó a Priscila y a Aquila con él.

19 Primero se detuvieron en el puerto de Éfeso, donde Pablo dejó a los demás. Mientras estuvo en Éfeso, fue a la sinagoga para razonar con los judíos.

20 Le pidieron que se quedara más tiempo, pero él se negó.

21 Al irse, sin embargo, dijo: Si Dios quiere, regresaré[ds]. Entonces zarpó de Éfeso.

22 La siguiente parada fue en el puerto de Cesarea. De allí subió y visitó a la iglesia de Jerusalén[dt], y luego regresó a Antioquía.

23 Después de pasar un tiempo en Antioquía, Pablo regresó por Galacia y Frigia, donde visitó y fortaleció a todos los creyentes[du].

Apolos recibe instrucción en Éfeso

24 Mientras tanto, un judío llamado Apolos —un orador elocuente que conocía bien las Escrituras— llegó a Éfeso desde la ciudad de Alejandría, en Egipto.

25 Había recibido enseñanza en el camino del Señor y les enseñó a otros acerca de Jesús con espíritu entusiasta[dv] y con precisión. Sin embargo, él sólo sabía acerca del bautismo de Juan.

26 Cuando Priscila y Aquila lo escucharon predicar con valentía en la sinagoga, lo llevaron aparte y le explicaron el camino de Dios con aún más precisión.

27 Apolos pensaba ir a Acaya, y los hermanos de Éfeso lo animaron para que fuera. Les escribieron a los creyentes de Acaya para pedirles que lo recibieran. Cuando Apolos llegó, resultó ser de gran beneficio para los que, por la gracia de Dios, habían creído.

28 Refutaba a los judíos en debates públicos con argumentos poderosos. Usando las Escrituras, les explicaba que Jesús es el Mesías.

19

Tercer viaje misionero de Pablo

1 Mientras Apolos estaba en Corinto, Pablo viajó por las regiones del interior hasta que llegó a Éfeso, en la costa, donde encontró a varios creyentes[dw].

2 —¿Recibieron el Espíritu Santo cuando creyeron? —les preguntó. —No —contestaron—, ni siquiera hemos oído que hay un Espíritu Santo.

3 —Entonces, ¿qué bautismo recibieron? —preguntó. Y ellos contestaron: —El bautismo de Juan.

4 Pablo dijo: —El bautismo de Juan exigía arrepentirse del pecado; pero Juan mismo le dijo a la gente que creyera en el que vendría después, es decir, en Jesús.

5 En cuanto oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.

6 Después, cuando Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo descendió sobre ellos, y hablaron en otras lenguas[dx] y profetizaron.

7 Había unos doce hombres en total.

Pablo ministra en Éfeso

8 Luego Pablo fue a la sinagoga y predicó con valentía durante los siguientes tres meses, discutiendo persuasivamente sobre el reino de Dios;

9 pero algunos se pusieron tercos, rechazaron el mensaje y hablaron públicamente en contra del Camino. Así que Pablo salió de la sinagoga y se llevó a los creyentes con él. Entonces asistía diariamente a la sala de conferencias de Tirano, donde exponía sus ideas y debatía.

10 Esto continuó los siguientes dos años, de modo que gente de toda la provincia de Asia —tanto judíos como griegos— oyó la palabra del Señor.

11 Dios le dio a Pablo el poder para realizar milagros excepcionales.

12 Cuando ponían sobre los enfermos pañuelos o delantales que apenas habían tocado la piel de Pablo, quedaban sanos de sus enfermedades y los espíritus malignos salían de ellos.

13 Un grupo de judíos viajaba de ciudad en ciudad expulsando espíritus malignos. Trataban de usar el nombre del Señor Jesús en sus conjuros y decían: ¡Te ordeno en el nombre de Jesús, de quien Pablo predica, que salgas!

14 Siete de los hijos de Esceva, un sacerdote principal, hacían esto.

15 En una ocasión que lo intentaron, el espíritu maligno respondió: Conozco a Jesús y conozco a Pablo, ¿pero quiénes son ustedes?

16 Entonces el hombre con el espíritu maligno se lanzó sobre ellos, logró dominarlos y los atacó con tal violencia que ellos huyeron de la casa, desnudos y golpeados.

17 Esta historia corrió velozmente por toda Éfeso, entre judíos y griegos por igual. Un temor solemne descendió sobre la ciudad, y el nombre del Señor Jesús fue honrado en gran manera.

18 Muchos de los que llegaron a ser creyentes confesaron sus prácticas pecaminosas.

19 Varios de ellos, que practicaban la hechicería, trajeron sus libros de conjuros y los quemaron en una hoguera pública. El valor total de los libros fue de cincuenta mil monedas de plata[dy].

20 Y el mensaje acerca del Señor se extendió por muchas partes y tuvo un poderoso efecto.

21 Tiempo después Pablo se vio obligado por el Espíritu[dz] a pasar por Macedonia y Acaya antes de ir a Jerusalén. Y, después de eso —dijo—, ¡tengo que ir a Roma!

22 Envió a sus dos asistentes, Timoteo y Erasto, a que se adelantaran a Macedonia mientras que él se quedó un poco más de tiempo en la provincia de Asia.

Disturbio en Éfeso

23 Por ese tiempo, se generó un grave problema en Éfeso con respecto al Camino.

24 Comenzó con Demetrio, un platero que tenía un importante negocio de fabricación de templos de plata en miniatura de la diosa griega Artemisa[ea]. Él les daba trabajo a muchos artesanos.

25 Los reunió a todos, junto con otros que trabajaban en oficios similares y les dirigió las siguientes palabras: Caballeros, ustedes saben que nuestra riqueza proviene de este negocio.

26 Pero, como han visto y oído, este tal Pablo ha convencido a mucha gente al decirles que los dioses hechos a mano, no son realmente dioses; y no sólo lo ha hecho en Éfeso, ¡sino por toda la provincia!

27 Por supuesto que no sólo hablo de la pérdida del respeto público para nuestro negocio. También me preocupa que el templo de la gran diosa Artemisa pierda su influencia y que a Artemisa —esta magnífica diosa adorada en toda la provincia de Asia y en todo el mundo— ¡se le despoje de su gran prestigio!

28 Al oír esto, montaron en cólera y comenzaron a gritar: ¡Grande es Artemisa de los efesios!

29 Pronto toda la ciudad se llenó de confusión. Todos corrieron al anfiteatro, arrastrando a Gayo y Aristarco, los compañeros de viaje de Pablo, que eran macedonios.

30 Pablo también quiso entrar, pero los creyentes no lo dejaron.

31 Algunos de los funcionarios de la provincia, amigos de Pablo, también le enviaron un mensaje para suplicarle que no arriesgara su vida por entrar en el anfiteatro.

32 Adentro era un griterío; algunos gritaban una cosa, y otros otra. Todo era confusión. De hecho, la mayoría ni siquiera sabía por qué estaba allí.

33 Los judíos de la multitud empujaron a Alejandro hacia adelante y le dijeron que explicara la situación. Él hizo señas para pedir silencio e intentó hablar;

34 pero cuando la multitud se dio cuenta de que era judío, empezaron a gritar de nuevo y siguieron sin parar como por dos horas: ¡Grande es Artemisa de los efesios! ¡Grande es Artemisa de los efesios!

35 Por fin, el alcalde logró callarlos lo suficiente para poder hablar. Ciudadanos de Éfeso —les dijo—, todos saben que la ciudad de Éfeso es la guardiana oficial del templo de la gran Artemisa, cuya imagen nos cayó del cielo.

36 Dado que esto es un hecho innegable, no deberían perder la calma ni hacer algo precipitado.

37 Ustedes han traído a estos hombres aquí, pero ellos no han robado nada del templo ni tampoco han hablado en contra de nuestra diosa.

38 Si Demetrio y los artesanos tienen algún caso contra ellos, las cortes están en sesión y los funcionarios pueden escuchar el caso de inmediato. Dejen que ellos presenten cargos formales;

39 y si hubiera quejas sobre otros asuntos, podrían resolverse en una asamblea legal.

40 Me temo que corremos peligro de que el gobierno romano nos acuse de generar disturbios, ya que no hay razón para todo este alboroto; y si Roma exige una explicación, no sabremos qué decir.

41 [eb] Entonces los despidió y ellos se dispersaron.

20

Pablo viaja a Macedonia y a Grecia

1 Cuando se acabó el alboroto, Pablo mandó llamar a los creyentes[ec] y los alentó. Después se despidió y viajó a Macedonia.

2 Mientras estuvo allí, animó a los creyentes en cada pueblo que atravesó. Luego descendió a Grecia,

3 donde se quedó tres meses. Se preparaba para regresar en barco a Siria cuando descubrió que unos judíos tramaban una conspiración contra su vida; entonces decidió regresar por Macedonia.

4 Varios hombres viajaban con él. Sus nombres eran Sópater, hijo de Pirro, de Berea; Aristarco y Segundo, de Tesalónica; Gayo, de Derbe; Timoteo; también Tíquico y Trófimo, de la provincia de Asia.

5 Ellos se adelantaron y nos esperaron en Troas.

6 Finalizada la Pascua[ed], subimos a un barco en Filipos de Macedonia y, cinco días después, nos reencontramos con ellos en Troas, donde nos quedamos una semana.

Última visita de Pablo a Troas

7 El primer día de la semana, nos reunimos con los creyentes locales para participar de la Cena del Señor[ee]. Pablo les estaba predicando y, como iba a viajar el día siguiente, siguió hablando hasta la medianoche.

8 El cuarto de la planta alta, donde nos reuníamos, estaba iluminado con muchas lámparas que titilaban.

9 Como Pablo hablaba y hablaba, a un joven llamado Eutico, que estaba sentado en el borde de la ventana, le dio mucho sueño. Finalmente se quedó profundamente dormido y se cayó desde el tercer piso y murió.

10 Pablo bajó, se inclinó sobre él y lo tomó en sus brazos. No se preocupen —les dijo—, ¡está vivo!

11 Entonces todos regresaron al cuarto de arriba, participaron de la Cena del Señor[ef] y comieron juntos. Pablo siguió hablándoles hasta el amanecer y luego se fue.

12 Mientras tanto, llevaron al joven a su casa ileso y todos sintieron un gran alivio.

Pablo se reúne con los ancianos de Éfeso

13 Pablo viajó por tierra hasta Asón, donde había arreglado que nos encontráramos con él, y nosotros viajamos por barco.

14 Allí él se unió a nosotros, y juntos navegamos a Mitilene.

15 Al otro día, navegamos frente a la isla de Quío. Al día siguiente, cruzamos hasta la isla de Samos y[eg], un día después, llegamos a Mileto.

16 Pablo había decidido navegar sin detenerse en Éfeso porque no quería pasar más tiempo en la provincia de Asia. Se apresuraba a llegar a Jerusalén, de ser posible, para el Festival de Pentecostés.

17 Cuando llegamos a Mileto, Pablo envió un mensaje a los ancianos de la iglesia de Éfeso para pedirles que vinieran a su encuentro.

18 Cuando llegaron, Pablo declaró: Ustedes saben que desde el día que pisé la provincia de Asia hasta ahora,

19 he hecho el trabajo del Señor con humildad y con muchas lágrimas. He soportado las pruebas que me vinieron como consecuencia de las conspiraciones de los judíos.

20 Nunca me eché para atrás a la hora de decirles lo que necesitaban oír, ya fuera en público o en sus casas.

21 He tenido un solo mensaje para los judíos y los griegos por igual: la necesidad de arrepentirse del pecado, de volver a Dios y de tener fe en nuestro Señor Jesucristo.

22 Ahora estoy obligado por el Espíritu[eh] a ir a Jerusalén. No sé lo que me espera allí,

23 sólo que el Espíritu Santo me dice que en ciudad tras ciudad, me esperan cárcel y sufrimiento;

24 pero mi vida no vale nada para mí a menos que la use para terminar la tarea que me asignó el Señor Jesús, la tarea de contarles a otros la Buena Noticia acerca de la maravillosa gracia de Dios.

25 Y ahora sé que ninguno de ustedes, a quienes les he predicado del reino, volverá a verme.

26 Declaro hoy que he sido fiel. Si alguien sufre la muerte eterna, no será mi culpa[ei],

27 porque no me eché para atrás a la hora de declarar todo lo que Dios quiere que ustedes sepan.

28 Entonces cuídense a sí mismos y cuiden al pueblo de Dios. Alimenten y pastoreen al rebaño de Dios —su iglesia, comprada con su propia sangre[ej]— sobre quien el Espíritu Santo los ha designado ancianos[ek].

29 Sé que, después de mi salida, vendrán en medio de ustedes falsos maestros como lobos rapaces y no perdonarán al rebaño.

30 Incluso algunos hombres de su propio grupo se levantarán y distorsionarán la verdad para poder juntar seguidores.

31 ¡Cuidado! Recuerden los tres años que pasé con ustedes —de día y de noche mi constante atención y cuidado— así como mis muchas lágrimas por cada uno de ustedes.

32 Y ahora los encomiendo a Dios y al mensaje de su gracia, que tiene poder para edificarlos y darles una herencia junto con todos los que él ha consagrado para sí mismo.

33 Yo nunca he codiciado la plata ni el oro ni la ropa de nadie.

34 Ustedes saben que mis dos manos han trabajado para satisfacer mis propias necesidades e incluso las necesidades de los que estuvieron conmigo.

35 Y he sido un ejemplo constante de cómo pueden ayudar con trabajo y esfuerzo a los que están en necesidad. Deben recordar las palabras del Señor Jesús: «Hay más bendición en dar que en recibir».

36 Cuando Pablo terminó de hablar, se arrodilló y oró con ellos.

37 Todos lloraban mientras lo abrazaban y le daban besos de despedida.

38 Estaban tristes principalmente porque les había dicho que nunca más volverían a verlo. Luego lo acompañaron hasta el barco.

21

Viaje de Pablo a Jerusalén

1 Después de despedirnos de los ancianos de Éfeso, navegamos directamente a la isla de Cos. Al día siguiente, llegamos a Rodas y luego fuimos a Pátara.

2 Allí abordamos un barco que iba a Fenicia.

3 Divisamos la isla de Chipre, la pasamos por nuestra izquierda y llegamos al puerto de Tiro, en Siria, donde el barco tenía que descargar.

4 Desembarcamos, encontramos a los creyentes[el] del lugar y nos quedamos con ellos una semana. Estos creyentes profetizaron por medio del Espíritu Santo, que Pablo no debía seguir a Jerusalén.

5 Cuando regresamos al barco al final de esa semana, toda la congregación, incluidos las mujeres[em] y los niños, salieron de la ciudad y nos acompañaron a la orilla del mar. Allí nos arrodillamos, oramos

6 y nos despedimos. Luego abordamos el barco y ellos volvieron a casa.

7 Después de dejar Tiro, la siguiente parada fue Tolemaida, donde saludamos a los hermanos y nos quedamos un día.

8 Al día siguiente, continuamos hasta Cesarea y nos quedamos en la casa de Felipe el evangelista, uno de los siete hombres que habían sido elegidos para distribuir los alimentos.

9 Tenía cuatro hijas solteras, que habían recibido el don de profecía.

10 Varios días después, llegó de Judea un hombre llamado Ágabo, quien también tenía el don de profecía.

11 Se acercó, tomó el cinturón de Pablo y se ató los pies y las manos. Luego dijo: El Espíritu Santo declara: «De esta forma será atado el dueño de este cinturón por los líderes judíos en Jerusalén y entregado a los gentiles[en]».

12 Cuando lo oímos, tanto nosotros como los creyentes del lugar le suplicamos a Pablo que no fuera a Jerusalén.

13 Pero él dijo: ¿Por qué todo este llanto? ¡Me parten el corazón! Yo estoy dispuesto no sólo a ser encarcelado en Jerusalén, sino incluso a morir por el Señor Jesús.

14 Al ver que era imposible convencerlo, nos dimos por vencidos y dijimos: Que se haga la voluntad del Señor.

Pablo llega a Jerusalén

15 Después de esto, empacamos nuestras cosas y salimos hacia Jerusalén.

16 Algunos creyentes de Cesarea nos acompañaron y nos llevaron a la casa de Mnasón, un hombre originario de Chipre y uno de los primeros creyentes.

17 Cuando llegamos, los hermanos de Jerusalén nos dieron una calurosa bienvenida.

18 Al día siguiente, Pablo fue con nosotros para encontrarnos con Santiago, y todos los ancianos de la iglesia de Jerusalén estaban presentes.

19 Después de saludarlos, Pablo dio un informe detallado de las cosas que Dios había realizado entre los gentiles mediante su ministerio.

20 Después de oírlo, alabaron a Dios. Luego dijeron: Tú sabes, querido hermano, cuántos miles de judíos también han creído, y todos ellos siguen muy en serio la ley de Moisés;

21 pero se les ha dicho a los creyentes judíos de aquí, de Jerusalén, que tú enseñas a todos los judíos que viven entre los gentiles que abandonen la ley de Moisés. Ellos han oído que les enseñas que no circunciden a sus hijos ni que practiquen otras costumbres judías.

22 ¿Qué debemos hacer? Seguramente se van a enterar de tu llegada.

23 Queremos que hagas lo siguiente: Hay entre nosotros cuatro hombres que han cumplido su voto;

24 acompáñalos al templo y participa con ellos en la ceremonia de purificación, y paga tú los gastos para que se rapen la cabeza según el ritual judío. Entonces todos sabrán que los rumores son falsos y que tú mismo cumples las leyes judías.

25 En cuanto a los creyentes gentiles, ellos deben hacer lo que ya les dijimos en una carta: abstenerse de comer alimentos ofrecidos a ídolos, de consumir sangre o la carne de animales estrangulados, y de la inmoralidad sexual.

Arresto de Pablo

26 Así que, al día siguiente, Pablo fue al templo con los otros hombres. Ya comenzado el ritual de purificación, anunció públicamente la fecha en que se cumpliría el tiempo de los votos y se ofrecerían sacrificios por cada uno de los hombres.

27 Cuando estaban por cumplirse los siete días del voto, unos judíos de la provincia de Asia vieron a Pablo en el templo e incitaron a una turba en su contra. Lo agarraron

28 mientras gritaban: ¡Hombres de Israel, ayúdennos! Este es el hombre que predica en contra de nuestro pueblo en todas partes y les dice a todos que desobedezcan las leyes judías. Habla en contra del templo, ¡y hasta profana este lugar santo llevando gentiles[eo] adentro!

29 (Pues más temprano ese mismo día lo habían visto en la ciudad con Trófimo, un gentil de Éfeso[ep], y supusieron que Pablo lo había llevado al templo).

30 Toda la ciudad fue estremecida por estas acusaciones y se desencadenó un gran disturbio. Agarraron a Pablo y lo arrastraron fuera del templo e inmediatamente cerraron las puertas detrás de él.

31 Cuando estaban a punto de matarlo, le llegó al comandante del regimiento romano la noticia de que toda Jerusalén estaba alborotada.

32 De inmediato el comandante llamó a sus soldados y oficiales[eq] y corrió entre la multitud. Cuando la turba vio que venían el comandante y las tropas, dejaron de golpear a Pablo.

33 Luego el comandante lo arrestó y ordenó que lo sujetaran con dos cadenas. Le preguntó a la multitud quién era él y qué había hecho.

34 Unos gritaban una cosa, y otros otra. Como no pudo averiguar la verdad entre todo el alboroto y la confusión, ordenó que llevaran a Pablo a la fortaleza.

35 Cuando Pablo llegó a las escaleras, la turba se puso tan violenta que los soldados tuvieron que levantarlo sobre sus hombros para protegerlo.

36 Y la multitud seguía gritando desde atrás: ¡Mátenlo! ¡Mátenlo!

Pablo habla a la multitud

37 Cuando estaban por llevarlo adentro, Pablo le dijo al comandante: —¿Puedo hablar con usted? —¿¡Hablas griego!? —le preguntó el comandante, sorprendido.

38 ¿No eres tú el egipcio que encabezó una rebelión hace un tiempo y llevó al desierto a cuatro mil miembros del grupo llamado «Los Asesinos»?

39 —No —contestó Pablo—, soy judío y ciudadano de Tarso de Cilicia, que es una ciudad importante. Por favor permítame hablar con esta gente.

40 El comandante estuvo de acuerdo, entonces Pablo se puso de pie en las escaleras e hizo señas para pedir silencio. Pronto un gran silencio envolvió a la multitud, y Pablo se dirigió a la gente en su propia lengua, en arameo[er].

22

1 Hermanos y estimados padres —dijo Pablo—, escuchen mientras presento mi defensa.

2 Cuando lo oyeron hablar en el idioma[es] de ellos, el silencio fue aún mayor.

3 Entonces Pablo dijo: Soy judío, nacido en Tarso, una ciudad de Cilicia, y fui criado y educado aquí en Jerusalén bajo el maestro Gamaliel. Como estudiante de él, fui cuidadosamente entrenado en nuestras leyes y costumbres judías. Llegué a tener un gran celo por honrar a Dios en todo lo que hacía, tal como todos ustedes hoy.

4 Perseguí a los seguidores de El Camino, acosando a algunos hasta la muerte, y arresté tanto a hombres como a mujeres para arrojarlos en la cárcel.

5 El sumo sacerdote y todo el consejo de ancianos pueden dar fe de que esto es cierto. Pues recibí cartas de ellos, dirigidas a nuestros hermanos judíos en Damasco, las cuales me autorizaban a encadenar a los cristianos de esa ciudad y traerlos a Jerusalén para que fueran castigados.

6 Cuando iba de camino, ya cerca de Damasco, como al mediodía, de repente una intensa luz del cielo brilló alrededor de mí.

7 Caí al suelo y oí una voz que me decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?».

8 «¿Quién eres, señor?», pregunté. Y la voz contestó: «Yo soy Jesús de Nazaret[et], a quien tú persigues».

9 La gente que iba conmigo vio la luz pero no entendió la voz que me hablaba.

10 Yo pregunté: «¿Qué debo hacer, Señor?». Y el Señor me dijo: «Levántate y entra en Damasco, allí se te dirá todo lo que debes hacer».

11 Quedé ciego por la intensa luz y mis compañeros tuvieron que llevarme de la mano hasta Damasco.

12 Allí vivía un hombre llamado Ananías. Era un hombre recto, muy devoto de la ley y muy respetado por todos los judíos de Damasco.

13 Él llegó y se puso a mi lado y me dijo: «Hermano Saulo, recobra la vista». Y, en ese mismo instante, ¡pude verlo!

14 Después me dijo: «El Dios de nuestros antepasados te ha escogido para que conozcas su voluntad y para que veas al Justo y lo oigas hablar.

15 Pues tú serás su testigo; les contarás a todos lo que has visto y oído.

16 ¿Qué esperas? Levántate y bautízate. Queda limpio de tus pecados al invocar el nombre del Señor».

17 Después de regresar a Jerusalén y, mientras oraba en el templo, caí en un estado de éxtasis.

18 Tuve una visión de Jesús[eu], quien me decía: «¡Date prisa! Sal de Jerusalén, porque la gente de aquí no aceptará tu testimonio acerca de mí».

19 «Pero Señor —argumenté—, seguramente ellos saben que, en cada sinagoga, yo encarcelé y golpeé a los que creían en ti.

20 Y estuve totalmente de acuerdo cuando mataron a tu testigo Esteban. Estuve allí cuidando los abrigos que se quitaron cuando lo apedrearon».

21 Pero el Señor me dijo: «¡Ve, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles[ev]!».

22 La multitud escuchó hasta que Pablo dijo esta palabra. Entonces todos comenzaron a gritar: ¡Llévense a ese tipo! ¡No es digno de vivir!

23 Gritaron, arrojaron sus abrigos y lanzaron puñados de polvo al aire.

Pablo revela su ciudadanía romana

24 El comandante llevó a Pablo adentro y ordenó que lo azotaran con látigos para hacerlo confesar su delito. Quería averiguar por qué la multitud se había enfurecido.

25 Cuando ataron a Pablo para azotarlo, Pablo le preguntó al oficial[ew] que estaba allí: —¿Es legal que azoten a un ciudadano romano que todavía no ha sido juzgado?

26 Cuando el oficial oyó esto, fue al comandante y le preguntó: ¿Qué está haciendo? ¡Este hombre es un ciudadano romano!

27 Entonces el comandante se acercó a Pablo y le preguntó: —Dime, ¿eres ciudadano romano? —Sí, por supuesto que lo soy —respondió Pablo.

28 —Yo también lo soy —dijo el comandante entre dientes—, ¡y me costó mucho dinero! Pablo respondió: —¡Pero yo soy ciudadano de nacimiento!

29 Los soldados que estaban a punto de interrogar a Pablo se retiraron velozmente cuando se enteraron de que era ciudadano romano, y el comandante quedó asustado porque había ordenado que lo amarran y lo azotaran.

Pablo ante el Concilio Supremo

30 Al día siguiente, el comandante ordenó que los sacerdotes principales se reunieran en sesión con el Concilio Supremo judío[ex]. Quería averiguar de qué se trataba el problema, así que soltó a Pablo para presentarlo delante de ellos.

23

1 Mirando fijamente al Concilio Supremo[ey], Pablo comenzó: Hermanos, ¡siempre he vivido ante Dios con la conciencia limpia!

2 Al instante, Ananías, el sumo sacerdote, ordenó a los que estaban cerca de Pablo que lo golpearan en la boca.

3 Pero Pablo le dijo: ¡Dios te golpeará a ti, hipócrita corrupto[ez]! ¿Qué clase de juez eres si tú mismo infringes la ley al ordenar que me golpeen así?

4 Los que estaban cerca de Pablo, le dijeron: —¿Te atreves a insultar al sumo sacerdote de Dios?

5 —Lo siento, hermanos. No me había dado cuenta de que él es el sumo sacerdote —contestó Pablo—, porque las Escrituras dicen: «No hablarás mal de ninguno de tus gobernantes[fa]».

6 Pablo se dio cuenta de que algunos miembros del Concilio Supremo eran saduceos y que otros eran fariseos, por lo tanto gritó: Hermanos, ¡yo soy fariseo, al igual que mis antepasados! ¡Y estoy en juicio porque mi esperanza está en la resurrección de los muertos!

7 Esto dividió al Concilio —puso a los fariseos contra los saduceos—,

8 porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, pero los fariseos sí creen en todo esto.

9 Así que hubo un gran alboroto. Algunos de los maestros de ley religiosa que eran fariseos se levantaron de un salto y comenzaron a discutir enérgicamente. Nosotros no encontramos nada malo en él —gritaban—. Tal vez algún espíritu o ángel le habló.

10 Como el conflicto se tornó más violento, el comandante tenía temor de que descuartizaran a Pablo. De modo que les ordenó a sus soldados que fueran a rescatarlo por la fuerza y lo regresaran a la fortaleza.

11 Esa noche el Señor se le apareció a Pablo y le dijo: Ten ánimo, Pablo. Así como has sido mi testigo aquí en Jerusalén, también debes predicar la Buena Noticia en Roma.

Plan para matar a Pablo

12 A la mañana siguiente, un grupo de judíos[fb] se reunió y se comprometió mediante un juramento a no comer ni beber hasta matar a Pablo.

13 Eran más de cuarenta los cómplices en la conspiración.

14 Fueron a los sacerdotes principales y a los ancianos y les dijeron: Nos hemos comprometido mediante un juramento a no comer nada hasta que hayamos matado a Pablo.

15 Así que ustedes y el Concilio Supremo deberían pedirle al comandante que lleve otra vez a Pablo ante el Concilio. Aparenten que quieren examinar su caso más a fondo. Nosotros lo mataremos en el camino.

16 Pero el sobrino de Pablo —el hijo de su hermana— se enteró del plan y fue a la fortaleza y se lo contó a Pablo.

17 Pablo mandó llamar a uno de los oficiales romanos[fc] y le dijo: Lleva a este joven al comandante; tiene algo importante que decirle.

18 Entonces el oficial lo hizo y explicó: El prisionero Pablo me llamó y me pidió que le trajera a este joven porque tiene algo que decirle.

19 El comandante lo tomó de la mano, lo llevó a un lado y le preguntó: —¿Qué es lo que quieres decirme?

20 El sobrino de Pablo le dijo: —Unos judíos van a pedirle que usted lleve mañana a Pablo ante el Concilio Supremo, fingiendo que quieren obtener más información.

21 ¡Pero no lo haga! Hay más de cuarenta hombres escondidos por todo el camino, listos para tenderle una emboscada. Ellos han jurado no comer ni beber nada hasta que lo hayan matado. Ya están listos, sólo esperan su consentimiento.

22 —Que nadie sepa que me has contado esto —le advirtió el comandante al joven.

Pablo es enviado a Cesarea

23 Entonces el comandante llamó a dos de sus oficiales y les dio la siguiente orden: Preparen a doscientos soldados para que vayan a Cesarea esta noche a las nueve. Lleven también doscientos lanceros y setenta hombres a caballo.

24 Denle caballos a Pablo para el viaje y llévenlo a salvo al gobernador Félix.

25 Después escribió la siguiente carta al gobernador:

26 De Claudio Lisias. A su excelencia, el gobernador Félix. ¡Saludos!

27 Unos judíos detuvieron a este hombre y estaban a punto de matarlo cuando llegué con mis tropas. Luego me enteré de que él era ciudadano romano, entonces lo trasladé a un lugar seguro.

28 Después lo llevé al Concilio Supremo judío para tratar de averiguar la razón de las acusaciones en su contra.

29 Pronto descubrí que el cargo tenía que ver con su ley religiosa, nada que merezca prisión o muerte en absoluto;

30 pero cuando se me informó de un complot para matarlo, se lo envié a usted de inmediato. Les he dicho a sus acusadores que presenten los cargos ante usted.

31 Así que, esa noche, tal como se les había ordenado, los soldados llevaron a Pablo tan lejos como Antípatris.

32 A la mañana siguiente, ellos regresaron a la fortaleza mientras que las tropas a caballo trasladaron a Pablo hasta Cesarea.

33 Cuando llegaron a Cesarea, lo presentaron ante el gobernador Félix y le entregaron la carta.

34 El gobernador la leyó y después le preguntó a Pablo de qué provincia era. —De Cilicia —contestó Pablo.

35 —Yo mismo oiré tu caso cuando lleguen los que te acusan —le dijo el gobernador. Luego el gobernador ordenó que lo pusieran en la prisión del cuartel general de Herodes[fd].

24

Pablo ante Félix

1 Cinco días después, Ananías, el sumo sacerdote, llegó con algunos de los ancianos judíos y con el abogado[fe] Tértulo, para presentar su caso contra Pablo ante el gobernador.

2 Una vez que hicieron entrar a Pablo, Tértulo presentó los cargos en su contra ante el gobernador con el siguiente discurso: Usted ha dado un largo período de paz a nosotros, los judíos y, con previsión, nos ha promulgado reformas.

3 Por todo esto, su excelencia, le estamos muy agradecidos;

4 pero no quiero aburrirlo, así que le ruego que me preste atención sólo por un momento.

5 Hemos descubierto que este hombre es un alborotador que constantemente provoca disturbios entre los judíos por todo el mundo. Es un cabecilla de la secta conocida como «los nazarenos».

6 Además, trataba de profanar el templo cuando lo arrestamos[ff].

8 Puede averiguar la veracidad de nuestras acusaciones si lo interroga usted mismo.

9 Así que los demás judíos intervinieron, declarando que todo lo que Tértulo había dicho era cierto.

10 Entonces el gobernador le hizo una seña a Pablo para que hablara. Y Pablo dijo: Yo sé, señor, que usted ha sido juez de asuntos judíos durante muchos años, por lo tanto, presento con gusto mi defensa ante usted.

11 Con facilidad puede averiguar que llegué a Jerusalén hace no más de doce días para adorar en el templo.

12 Los que me acusan nunca me encontraron discutiendo con nadie en el templo ni provocando disturbios en ninguna sinagoga o en las calles de la ciudad.

13 Estos hombres no pueden probar las cosas por las cuales me acusan.

14 Pero admito que soy seguidor de El Camino, al cual ellos llaman secta. Adoro al Dios de nuestros antepasados y firmemente creo en la ley judía y en todo lo que escribieron los profetas.

15 Tengo la misma esperanza en Dios que la que tienen estos hombres, la esperanza de que él resucitará tanto a los justos como a los injustos.

16 Por esto, siempre trato de mantener una conciencia limpia delante de Dios y de toda la gente.

17 Después de estar ausente durante varios años, regresé a Jerusalén con dinero para ayudar a mi pueblo y para ofrecer sacrificios a Dios.

18 Los que me acusan me vieron en el templo mientras yo terminaba una ceremonia de purificación. No había ninguna multitud a mi alrededor ni ningún disturbio;

19 pero algunos judíos de la provincia de Asia estaban allí, ¡y ellos deberían estar aquí para presentar cargos si es que tienen algo en mi contra!

20 Pregúnteles a estos hombres que están aquí de qué crimen me encontró culpable el Concilio Supremo judío[fg],

21 excepto por una sola vez que grité: «¡Hoy se me juzga ante ustedes porque creo en la resurrección de los muertos!».

22 En ese momento, Félix, quien estaba bastante familiarizado con El Camino, levantó la sesión y dijo: Esperen hasta que llegue Lisias, el comandante de la guarnición. Entonces tomaré una decisión sobre el caso.

23 Le ordenó a un oficial[fh] que mantuviera a Pablo bajo custodia pero le diera ciertas libertades y permitiera que sus amigos lo visitaran y se encargaran de sus necesidades.

24 Unos días después, Félix regresó con su esposa, Drusila, quien era judía. Mandó llamar a Pablo, y lo escucharon mientras les habló acerca de la fe en Cristo Jesús.

25 Al razonar Pablo con ellos acerca de la justicia, el control propio y el día de juicio que vendrá, Félix se llenó de miedo. Vete por ahora —le dijo—. Cuando sea más conveniente, volveré a llamarte.

26 También esperaba que Pablo lo sobornara, de modo que lo mandaba a llamar muy a menudo y hablaba con él.

27 Pasaron dos años así, y Félix fue sucedido por Porcio Festo. Y, como Félix quería ganarse la aceptación del pueblo judío, dejó a Pablo en prisión.

25

Pablo ante Festo

1 Tres días después de que Festo llegó a Cesarea para asumir sus nuevas funciones, partió hacia Jerusalén,

2 donde los sacerdotes principales y otros líderes judíos se reunieron con él y le presentaron sus acusaciones contra Pablo.

3 Le pidieron a Festo que les hiciera el favor de trasladar a Pablo a Jerusalén (ya que tenían pensado tenderle una emboscada y matarlo en el camino).

4 Pero Festo respondió que Pablo estaba en Cesarea y que pronto él mismo iba a regresar allí.

5 Así que les dijo: Algunos de ustedes que tengan autoridad pueden volver conmigo. Si Pablo ha hecho algo malo, entonces podrán presentar sus acusaciones.

6 Unos ocho o diez días después, Festo regresó a Cesarea y, al día siguiente, tomó su lugar en la corte y ordenó que trajeran a Pablo.

7 Cuando Pablo llegó, los líderes judíos de Jerusalén lo rodearon e hicieron muchas acusaciones graves que no podían probar.

8 Pablo negó los cargos. No soy culpable de ningún delito contra las leyes judías, ni contra el templo, ni contra el gobierno romano, dijo.

9 Entonces Festo, queriendo complacer a los judíos, le preguntó: —¿Estás dispuesto a ir a Jerusalén y ser juzgado ante mí allá?

10 Pero Pablo contestó: —¡No! Esta es la corte oficial romana, por lo tanto, debo ser juzgado aquí mismo. Usted sabe muy bien que no soy culpable de hacer daño a los judíos.

11 Si he hecho algo digno de muerte, no me niego a morir; pero si soy inocente, nadie tiene el derecho de entregarme a estos hombres para que me maten. ¡Apelo al César!

12 Festo consultó con sus consejeros y después respondió: —¡Muy bien! Has apelado al César, ¡y al César irás!

13 Unos días más tarde el rey Agripa llegó con su hermana, Berenice[fi], a presentar sus respetos a Festo.

14 Durante su visita de varios días, Festo conversó con el rey acerca del caso de Pablo. —Aquí hay un prisionero —le dijo— cuyo caso me dejó Félix.

15 Cuando yo estaba en Jerusalén, los sacerdotes principales y los ancianos judíos presentaron cargos en su contra y me pidieron que yo lo condenara.

16 Les hice ver que la ley romana no declara culpable a nadie sin antes tener un juicio. El acusado debe tener una oportunidad para que confronte a sus acusadores y se defienda.

17 Cuando los acusadores de Pablo llegaron aquí para el juicio, yo no me demoré. Convoqué al tribunal el día siguiente y di órdenes para que trajeran a Pablo,

18 pero las acusaciones que hicieron en su contra no correspondían a ninguno de los delitos que yo esperaba.

19 En cambio, tenían algo que ver con su religión y con un hombre muerto llamado Jesús, quien —según Pablo— está vivo.

20 No sabía cómo investigar estas cuestiones, así que le pregunté si él estaba dispuesto a ser juzgado por estos cargos en Jerusalén;

21 pero Pablo apeló al emperador para que resuelva su caso. Así que di órdenes de que lo mantuvieran bajo custodia hasta que yo pudiera hacer los arreglos necesarios para enviarlo al César.

22 —Me gustaría oír personalmente a ese hombre —dijo Agripa. Y Festo respondió: —¡Mañana lo oirá!

Pablo habla con Agripa

23 Así que, al día siguiente, Agripa y Berenice llegaron al auditorio con gran pompa, acompañados por oficiales militares y hombres prominentes de la ciudad. Festo dio órdenes de que trajeran a Pablo.

24 Después Festo dijo: Rey Agripa y los demás presentes, este es el hombre a quien todos los judíos tanto aquí como en Jerusalén quieren ver muerto;

25 pero en mi opinión, él no ha hecho nada que merezca la muerte. Sin embargo, como apeló al emperador, decidí enviarlo a Roma.

26 ¿Pero qué debo escribirle al emperador?, pues no hay ningún cargo concreto en su contra. Así que lo he traído ante todos ustedes —especialmente ante ti, rey Agripa— para tener algo que escribir después de que lo interroguemos.

27 ¡Pues no tiene sentido enviarle un prisionero al emperador sin especificar los cargos que hay en su contra!

26

1 Entonces Agripa le dijo a Pablo: Tienes permiso para hablar en tu defensa. Así que Pablo, haciendo una seña con la mano, comenzó su defensa:

2 Me considero afortunado, rey Agripa, de que sea usted quien oye hoy mi defensa en contra de todas estas acusaciones que han hecho los líderes judíos,

3 porque sé que usted es un experto en costumbres y controversias judías. Ahora, por favor, escúcheme con paciencia.

4 Como bien saben los líderes judíos, desde mi temprana infancia recibí una completa capacitación judía entre mi propia gente y también en Jerusalén.

5 Ellos saben, si quisieran admitirlo, que he sido miembro de los fariseos, la secta más estricta de nuestra religión.

6 Ahora se me juzga por la esperanza en el cumplimiento de la promesa que Dios les hizo a nuestros antepasados.

7 De hecho, ésta es la razón por la cual las doce tribus de Israel adoran a Dios con celo día y noche, y participan de la misma esperanza que yo tengo. Aun así, Su Majestad, ¡ellos me acusan por tener esta esperanza!

8 ¿Por qué les parece increíble a todos ustedes que Dios pueda resucitar a los muertos?

9 Yo solía creer que mi obligación era hacer todo lo posible para oponerme al nombre de Jesús de Nazaret[fj].

10 Por cierto, eso fue justo lo que hice en Jerusalén. Con la autorización de los sacerdotes principales, hice que muchos creyentes[fk] de allí fueran enviados a la cárcel. Di mi voto en contra de ellos cuando los condenaban a muerte.

11 Muchas veces hice que los castigaran en las sinagogas para que maldijeran[fl] a Jesús. Estaba tan violentamente en contra de ellos que los perseguí hasta en ciudades extranjeras.

12 Cierto día, yo me dirigía a Damasco para cumplir esa misión respaldado por la autoridad y el encargo de los sacerdotes principales.

13 Cerca del mediodía, Su Majestad, mientras iba de camino, una luz del cielo, más intensa que el sol, brilló sobre mí y mis compañeros.

14 Todos caímos al suelo y escuché una voz que me decía en arameo[fm]: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Es inútil que luches contra mi voluntad[fn]».

15 «¿Quién eres, señor?», pregunté. Y el Señor contestó: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues.

16 Ahora, ¡levántate! Pues me aparecí ante ti para designarte como mi siervo y testigo. Deberás contarle al mundo lo que has visto y lo que te mostraré en el futuro.

17 Y yo te rescataré de tu propia gente y de los gentiles[fo]. Sí, te envío a los gentiles,

18 para que les abras los ojos, a fin de que pasen de la oscuridad a la luz, y del poder de Satanás a Dios. Entonces recibirán el perdón de sus pecados y se les dará un lugar entre el pueblo de Dios, el cual es apartado por la fe en mí».

19 Por lo tanto, rey Agripa, obedecí esa visión del cielo.

20 Primero les prediqué a los de Damasco, luego en Jerusalén y por toda Judea, y también a los gentiles: que todos tienen que arrepentirse de sus pecados y volver a Dios, y demostrar que han cambiado por medio de las cosas buenas que hacen.

21 Unos judíos me arrestaron en el templo por predicar esto y trataron de matarme;

22 pero Dios me ha protegido hasta este mismo momento para que yo pueda dar testimonio a todos, desde el menos importante hasta el más importante. Yo no enseño nada fuera de lo que los profetas y Moisés dijeron que sucedería:

23 que el Mesías sufriría y que sería el primero en resucitar de los muertos, y de esta forma anunciaría la luz de Dios tanto a judíos como a gentiles por igual.

24 De repente Festo gritó: —Pablo, estás loco. ¡Tanto estudio te ha llevado a la locura!

25 Pero Pablo respondió: —No estoy loco, excelentísimo Festo. Lo que digo es la pura verdad,

26 y el rey Agripa sabe de estas cosas. Yo hablo con atrevimiento porque estoy seguro de que todos estos acontecimientos le son familiares, ¡pues no se hicieron en un rincón!

27 Rey Agripa, ¿usted les cree a los profetas? Yo sé que sí.

28 Agripa lo interrumpió: —¿Acaso piensas que puedes persuadirme para que me convierta en cristiano en tan poco tiempo[fp]?

29 Pablo contestó: —Sea en poco tiempo o en mucho, le pido a Dios en oración que tanto usted como todos los presentes en este lugar lleguen a ser como yo, excepto por estas cadenas.

30 Entonces el rey, el gobernador, Berenice y todos los demás se pusieron de pie y se retiraron.

31 Mientras salían, hablaron del tema y acordaron: Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte o la cárcel.

32 Y Agripa le dijo a Festo: Podría ser puesto en libertad si no hubiera apelado al César.

27

Pablo navega a Roma

1 Cuando llegó el tiempo, zarpamos hacia Italia. A Pablo y a varios prisioneros más los pusieron bajo la custodia de un oficial romano[fq] llamado Julio, un capitán del regimiento imperial.

2 También nos acompañó Aristarco, un macedonio de Tesalónica. Salimos en un barco matriculado en el puerto de Adramitio, situado en la costa noroeste de la provincia de Asia[fr]. El barco tenía previsto hacer varias paradas en distintos puertos a lo largo de la costa de la provincia.

3 Al día siguiente, cuando atracamos en Sidón, Julio fue muy amable con Pablo y le permitió desembarcar para visitar a sus amigos, a fin de que ellos pudieran proveer sus necesidades.

4 Desde allí nos hicimos a la mar y nos topamos con fuertes vientos de frente que hacían difícil mantener el barco en curso, así que navegamos hacia el norte de Chipre, entre la isla y el continente.

5 Navegando en mar abierto, pasamos por la costa de Cilicia y Panfilia, y desembarcamos en Mira, en la provincia de Licia.

6 Allí, el oficial al mando encontró un barco egipcio, de Alejandría, con destino a Italia, y nos hizo subir a bordo.

7 Tuvimos que navegar despacio por varios días y, después de serias dificultades, por fin nos acercamos a Gnido; pero teníamos viento en contra, así que cruzamos a la isla de Creta, navegando al resguardo de la costa de la isla con menos viento, frente al cabo de Salmón.

8 Seguimos por la costa con mucha dificultad y finalmente llegamos a Buenos Puertos, cerca de la ciudad de Lasea.

9 Habíamos perdido bastante tiempo. El clima se ponía cada vez más peligroso para viajar por mar, porque el otoño estaba muy avanzado[fs], y Pablo comentó eso con los oficiales del barco.

10 Les dijo: Señores, creo que tendremos problemas más adelante si seguimos avanzando: naufragio, pérdida de la carga y también riesgo para nuestras vidas;

11 pero el oficial a cargo de los prisioneros les hizo más caso al capitán y al dueño del barco que a Pablo.

12 Ya que Buenos Puertos era un puerto desprotegido —un mal lugar para pasar el invierno—, la mayoría de la tripulación quería seguir hasta Fenice, que se encuentra más adelante en la costa de Creta, y pasar el invierno allí. Fenice era un buen puerto, con orientación al suroeste y al noroeste solamente.

Tormenta en el mar

13 Cuando un viento suave comenzó a soplar desde el sur, los marineros pensaron que podrían llegar a salvo. Entonces levaron anclas y navegaron cerca de la costa de Creta;

14 pero el clima cambió abruptamente, y un viento huracanado (llamado Noreste) sopló sobre la isla y nos empujó a mar abierto.

15 Los marineros no pudieron girar el barco para hacerle frente al viento, así que se dieron por vencidos y se dejaron llevar por la tormenta.

16 Navegamos al resguardo del lado con menos viento de una pequeña isla llamada Cauda[ft], donde con gran dificultad subimos a bordo el bote salvavidas que era remolcado por el barco.

17 Después los marineros ataron cuerdas alrededor del casco del barco para reforzarlo. Tenían miedo de que el barco fuera llevado a los bancos de arena de Sirte, frente a la costa africana, así que bajaron el ancla flotante para disminuir la velocidad del barco y se dejaron llevar por el viento.

18 El próximo día, como la fuerza del vendaval seguía azotando el barco, la tripulación comenzó a echar la carga por la borda.

19 Luego, al día siguiente, hasta arrojaron al agua parte del equipo del barco.

20 La gran tempestad rugió durante muchos días, ocultó el sol y las estrellas, hasta que al final se perdió toda esperanza.

21 Nadie había comido en mucho tiempo. Finalmente, Pablo reunió a la tripulación y le dijo: Señores, ustedes debieran haberme escuchado al principio y no haber salido de Creta. Así se hubieran evitado todos estos daños y pérdidas.

22 ¡Pero anímense! Ninguno de ustedes perderá la vida, aunque el barco se hundirá.

23 Pues anoche un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien sirvo estuvo a mi lado

24 y dijo: «¡Pablo, no temas, porque ciertamente serás juzgado ante el César! Además, Dios, en su bondad, ha concedido protección a todos los que navegan contigo».

25 Así que, ¡anímense! Pues yo le creo a Dios. Sucederá tal como él lo dijo,

26 pero seremos náufragos en una isla.

El naufragio

27 Como a la medianoche de la decimocuarta noche de la tormenta, mientras los vientos nos empujaban por el mar Adriático[fu], los marineros presintieron que había tierra cerca.

28 Arrojaron una cuerda con una pesa y descubrieron que el agua tenía treinta y siete metros de profundidad. Un poco después, volvieron a medir y vieron que sólo había veintisiete metros de profundidad[fv].

29 A la velocidad que íbamos, ellos tenían miedo de que pronto fuéramos arrojados contra las rocas que estaban a lo largo de la costa; así que echaron cuatro anclas desde la parte trasera del barco y rezaron que amaneciera.

30 Luego los marineros trataron de abandonar el barco; bajaron el bote salvavidas como si estuvieran echando anclas desde la parte delantera del barco.

31 Así que Pablo les dijo al oficial al mando y a los soldados: Todos ustedes morirán a menos que los marineros se queden a bordo.

32 Entonces los soldados cortaron las cuerdas del bote salvavidas y lo dejaron a la deriva.

33 Cuando empezó a amanecer, Pablo animó a todos a que comieran. Ustedes han estado tan preocupados que no han comido nada en dos semanas —les dijo.

34 Por favor, por su propio bien, coman algo ahora. Pues no perderán ni un solo cabello de la cabeza.

35 Así que tomó un poco de pan, dio gracias a Dios delante de todos, partió un pedazo y se lo comió.

36 Entonces todos se animaron y empezaron a comer,

37 los doscientos setenta y seis que estábamos a bordo.

38 Después de comer, la tripulación redujo aún más el peso del barco echando al mar la carga de trigo.

39 Cuando amaneció, no reconocieron la costa, pero vieron una bahía con una playa y se preguntaban si podrían llegar a la costa haciendo encallar el barco.

40 Entonces cortaron las anclas y las dejaron en el mar. Luego soltaron los timones, izaron las velas de proa y se dirigieron a la costa;

41 pero chocaron contra un banco de arena y el barco encalló demasiado rápido. La proa del barco se clavó en la arena, mientras que la popa fue golpeada repetidas veces por la fuerza de las olas y comenzó a hacerse pedazos.

42 Los soldados querían matar a los prisioneros para asegurarse de que no nadaran hasta la costa y escaparan;

43 pero el oficial al mando quería salvar a Pablo, así que no los dejó llevar a cabo su plan. Luego les ordenó a todos los que sabían nadar que saltaran por la borda primero y se dirigieran a tierra firme.

44 Los demás se sujetaron a tablas o a restos del barco destruido[fw]. Así que todos escaparon a salvo hasta la costa.

28

Pablo en la isla de Malta

1 Una vez a salvo en la costa, nos enteramos de que estábamos en la isla de Malta.

2 La gente de la isla fue muy amable con nosotros. Hacía frío y llovía, entonces encendieron una fogata en la orilla para recibirnos.

3 Mientras Pablo juntaba una brazada de leña y la echaba en el fuego, una serpiente venenosa que huía del calor lo mordió en la mano.

4 Los habitantes de la isla, al ver la serpiente colgando de su mano, se decían unos a otros: ¡Sin duda este es un asesino! Aunque se salvó del mar, la justicia no le permitirá vivir;

5 pero Pablo se sacudió la serpiente en el fuego y no sufrió ningún daño.

6 La gente esperaba que él se hinchara o que cayera muerto de repente; pero después de esperar y esperar y ver que estaba ileso, cambiaron de opinión y llegaron a la conclusión de que Pablo era un dios.

7 Cerca de la costa adonde llegamos, había una propiedad que pertenecía a Publio, el funcionario principal de la isla. Él nos recibió y nos atendió con amabilidad por tres días.

8 Dio la casualidad de que el padre de Publio estaba enfermo con fiebre y disentería. Pablo entró a verlo, oró por él, puso sus manos sobre él y lo sanó.

9 Entonces todos los demás enfermos de la isla también vinieron y fueron sanados.

10 Como resultado, nos colmaron de honores y, cuando llegó el tiempo de partir, la gente nos proveyó de todo lo que necesitaríamos para el viaje.

Pablo llega a Roma

11 Tres meses después del naufragio, zarpamos en otro barco, que había pasado el invierno en la isla; era un barco de Alejandría que tenía como figura de proa a los dioses gemelos[fx].

12 Hicimos la primera parada en Siracusa[fy], donde nos quedamos tres días.

13 De allí navegamos hasta Regio[fz]. Un día después, un viento del sur empezó a soplar, de manera que, al día siguiente, navegamos por la costa hasta Poteoli.

14 Allí encontramos a algunos creyentes[ga], quienes nos invitaron a pasar una semana con ellos. Y así llegamos a Roma.

15 Los hermanos de Roma se habían enterado de nuestra inminente llegada, y salieron hasta el Foro[gb] por el Camino Apio para recibirnos. En Las Tres Tabernas[gc] nos esperaba otro grupo. Cuando Pablo los vio, se animó y dio gracias a Dios.

16 Una vez que llegamos a Roma, a Pablo se le permitió hospedarse en un alojamiento privado, aunque estaba bajo la custodia de un soldado.

Pablo predica en Roma bajo custodia

17 Tres días después de haber llegado, Pablo mandó reunir a los líderes judíos locales. Les dijo: —Hermanos, fui arrestado en Jerusalén y entregado al gobierno romano, a pesar de no haber hecho nada en contra de nuestro pueblo ni de las costumbres de nuestros antepasados.

18 Los romanos me llevaron a juicio y querían ponerme en libertad, porque no encontraron ninguna causa para condenarme a muerte;

19 pero cuando los líderes judíos protestaron por la decisión, creí necesario apelar al César, aunque no tenía deseos de presentar cargos contra mi propia gente.

20 Les pedí a ustedes que vinieran hoy aquí para que nos conociéramos y para que yo pudiera explicarles que estoy atado con esta cadena porque creo que la esperanza de Israel —el Mesías— ya ha venido.

21 Ellos respondieron: —No hemos recibido ninguna carta de Judea ni ningún informe en tu contra de nadie que haya venido por aquí;

22 pero queremos escuchar lo que tú crees, pues lo único que sabemos de este movimiento es que se le ataca por todas partes.

23 Entonces fijaron una fecha, y ese día mucha gente llegó al lugar donde Pablo estaba alojado. Él explicó y dio testimonio acerca del reino de Dios y trató de convencerlos acerca de Jesús con las Escrituras. Usando la ley de Moisés y los libros de los profetas, les habló desde la mañana hasta la noche.

24 Algunos se convencieron por las cosas que dijo, pero otros no creyeron.

25 Después de discutir entre unos y otros, se fueron con las siguientes palabras finales de Pablo: El Espíritu Santo tenía razón cuando les dijo a sus antepasados por medio del profeta Isaías:

26 «Ve y dile a este pueblo: Cuando ustedes oigan lo que digo, no entenderán. Cuando vean lo que hago, no comprenderán.

27 Pues el corazón de este pueblo está endurecido, y sus oídos no pueden oír, y han cerrado los ojos, así que sus ojos no pueden ver, y sus oídos no pueden oír, y sus corazones no pueden entender, y no pueden volver a mí para que yo los sane[gd]».

28 Así que quiero que sepan que esta salvación de Dios también se ha ofrecido a los gentiles[ge], y ellos la aceptarán[gf].

30 Durante los dos años siguientes Pablo vivió en Roma pagando sus gastos él mismo[gg]. Recibía a todos los que lo visitaban,

31 y proclamaba con valentía el reino de Dios y enseñaba acerca del Señor Jesucristo; y nadie intentó detenerlo.

Biblia Nueva Traducción Viviente
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