CAPÍTULO 60

Alana se recompuso lo mejor que pudo y comenzó a andar hacia el campamento. Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que casi se da de bruces contra Taran, que parecía venir del «cuarto de baño» que habían improvisado a unos metros de allí.

El fomoriano le lanzó una mirada amenazadora y luego la ignoró. Sin duda, a excepción de Lugh, él era el que parecía más disgustado con ella, y no lo podía culpar. Pero tal vez había una forma de compensar el dolor que de forma indirecta le había provocado.

—Taran —lo llamó, y él se detuvo al escuchar su voz, pero no se giró.

Primero Lugh y luego él, parecía que su destino era hablar con las espaldas de los hombres, pero eso no la frenó.

—Conocí a Heather, era una muchacha muy dulce. Si hubiese sabido lo que Stephen iba a hacerle, hubiese hecho cualquier cosa por impedirlo —aseguró y lo decía en serio—. Siento mucho lo que le pasó.

Taran no se giró a mirarla. Tan solo movió de forma imperceptible la cabeza, única señal de que la había oído, y reanudó su marcha.

—Yago y Stephen son muy amigos —susurró Alana antes de que avanzara más de dos pasos. Su comentario lo detuvo de nuevo—. Una noche los escuché hablar por teléfono. Los dos alardeaban de sus… De lo que Yago estaba haciendo conmigo y lo que Stephen le hacía a otra chica. Incluso Stephen le mandó un vídeo en el que se veía cómo violaba a una pobre infeliz. Yago me obligó a verlo —balbució, y se le revolvió el estómago solo de recordarlo—. En una escena salía una discoteca de fondo: Salou Beach. Yago comentó que aquel era el nuevo coto de caza de su amigo. Seguro que lo encuentras allí.

Entonces Taran sí que se giró. Sus ojos brillaban, sedientos de venganza, pero su expresión era tranquila.

—Gracias —musitó, antes de girarse y regresar al campamento.

Alana lo siguió poco después. Cuando llegó, todos seguían en torno al mapa, hablando de la estrategia que iban a seguir al entrar. Se acercó a ellos en silencio y se puso entre Lugh y Taran, tratando de mostrar normalidad, aunque por dentro se sentía como un flan.

El dios del Sol le dedicó una breve mirada antes de continuar hablando como si ella no estuviese a escasos diez centímetros de él.

—Eli dice que este es el estudio de Alexandre Quiroga —explicó Lugh, mientras señalaba un punto en el mapa—, y que suele encerrarse allí después de cenar. Una de las prioridades es dar con él y recuperar la piedra de Biróg. No podemos permitir que algún inconsciente libere a Balor de su cautiverio, pondría en peligro el mundo mágico.

¡Ups!

Con todo lo que había ocurrido, Alana había olvidado aquel pequeño detalle.

—Así que cuando entremos —prosiguió diciendo Lugh. Alana tiró de su camiseta para llamar su atención—, Taran y yo… ¿qué? —gruñó Lugh, mirándola.

—Creo que olvidé contaros algo —susurró—. Os vais a reír. Bueno, tal vez no —repuso, al ver sus miradas serias e impacientes—. Resulta que, sin quererlo, liberé a Balor.

—¿Qué?

—Todo tiene su explicación. Drua me engañó, entre otras cosas porque no era Drua, era Idris —masculló con disgusto. Cada vez que recordaba lo que esa mujer había hecho sufrir a Eli, se enervaba—. Y también engañó a Alexandre. Me hizo recitar un hechizo, pensando en que haría a mi padrastro invencible, y lo que realmente consiguió fue liberar el espíritu de Balor y que este invadiera su cuerpo. Así que Alexandre ya no es Alexandre, ahora es Balor —concluyó, e hizo una mueca.

Un silencio asombrado invadió el campamento antes de que todos, al unísono, comenzaran a hablar.

—¡Por Domnu! —exclamaron los mellizos.

—¿Esa bruja de Idris está en el pazo? —inquirió Morrigan, con una mirada feroz.

—¡Mujer! ¿Es que acaso no valoras tu vida ni un ápice? —farfulló Lugh, pues todos eran conscientes de que aquella confesión equivalía a una condena de muerte.

—Bueno, la culpa en parte es tuya. Si me hubieras enseñado gaélico un poco mejor me hubiese dado cuenta del significado del hechizo.

—En cuanto Dagda sepa lo que has hecho, no va a tener ninguna clemencia contigo —señaló Taran y no le faltaba razón.

—Bueno, tampoco hay que exagerar. Todos hemos metido la pata alguna vez —repuso Morrigan saliendo en su defensa, como siempre—. Recuerdo que hace tiempo yo misma perdí la cabeza e intenté matar a Dagda, pero ahora los dos nos reímos de ello cuando lo recordamos. Además, los padres suelen tener una debilidad especial en todo lo relacionado con sus hijas —añadió, mientras guiñaba un ojo a Alana.

—¿Lo sabes?

—No hay que ser demasiado perspicaz para deducirlo.

—¿Deducir el qué? —preguntaron los cuatro hombres a la vez.

—¿Dagda es tu padre? —inquirió Eli, con asombro.

Pese a la seriedad de la situación, Alana y Morrigan intercambiaron una mirada divertida.

Los hombres la miraron con diferentes grados de asombro, pero en los ojos de Lugh, además, había reproche. Seguro que pensaba que le había vuelto a mentir.

—Si Balor está ahí dentro deberemos tomar precauciones —declaró Taran—. Una cosa es enfrentarse a unos cuantos druidas sedientos de poder y otra hacerlo contra uno de los fomorianos más fuertes y sanguinarios que han existido. Sin olvidar que tienen una de las dagas de Findias.

—Contamos con el elemento sorpresa —señaló Maon.

Justo en aquel momento, desde el pazo se oyeron voces de alarma y sirenas.

—Adiós al elemento sorpresa —gruñó Sionn.

—Preparaos —ordenó Lugh mientras se ponía la Capa de las Nieblas—, caeremos sobre ellos antes de que… ¿Qué crees que estás haciendo?

Alana tardó un segundo en darse cuenta de que estaba hablando con ella. Morrigan le acababa de dar uno de sus cuchillos —esa mujer era una versión femenina de Rambo— y le estaba enseñando un par de trucos para empuñarlo.

—Preparándome.

—Ni hablar. Tú te quedas aquí, con Eli.

—Ni hablar —repuso ella, con el mismo tono y las mismas palabras—. Voy con vosotros. Soy la única que puede recuperar el libro de Dagda y tiene demasiado poder como para dejarlo en malas manos.

—Está bien —gruñó Lugh, concediéndole la razón a desgana—. ¿Dónde está el dichoso libro?

—En el estudio de Alexandre.

Lugh se quitó la capa y se la acomodó sobre los hombros mientras le explicaba:

—Si te pones la capucha, te haces invisible, puedes traspasar cualquier muro, pared o puerta. Entras, lo coges y sales —instruyó, con mirada severa—. Nada de tonterías, ¿me oyes?

Alana asintió, en silencio.

Por un momento, los dos se miraron a los ojos mientras los dedos de Lugh se entretenían en el broche que aseguraba la capa y, como siempre sucedía cuando estaban juntos, todo desapareció a su alrededor.

Vio que los ojos de Lugh se desviaron hacia su boca y se mordía el labio de aquella manera tan sexy, como si estuviese conteniendo las ganas de besarla.

Lo iba a hacer. La iba a besar. Pero, justo cuando empezaba a acercar su rostro al de ella, la voz de Taran rompió el momento.

—Los demás, ataquemos —instó el general daniano con voz grave—. Nuestra prioridad es dar con Balor e Idris, y eliminarlos.

Eli los miró esperanzada.

—¿Yo también puedo…?

—¡No! —cortaron todos al unísono.

La adolescente bufó y se cruzó de brazos mientras los fulminaba con la mirada.

—Será mejor para todos si te quedas aquí, Eli —murmuró Alana y la cogió de los hombros para alentarla—. Alguien debe cuidar el campamento mientras regresamos. El caldero está aquí y es demasiado valioso para dejarlo sin vigilancia.

Eli, que no había tomado en consideración aquel detalle, asintió a desgana.

Con una última mirada intensa en su dirección, Lugh dio una señal a los demás y transmutaron todos en forma de ave. Un segundo después, Alana dio un abrazo a su hermana, se puso la capa y emprendió la marcha hacia el pazo.

No se detuvo ante muros ni puertas ni paredes, fue directa hacia el despacho de Alexandre sin perder el paso, corriendo, incluso, en algunos tramos. A su alrededor, todos iban de aquí para allá, conscientes de que estaban siendo atacados, pero sin saber muy bien de dónde provenía el ataque.

Las bolas de energía volaban, descargas eléctricas, ráfagas de viento… Cada uno se defendía con las habilidades mágicas que poseía, pero pronto fue evidente que los invasores tenían una fuerza muy superior a los Hijos de Breogán. Después de todo, eran dioses.

Alana llegó al despacho jadeando por la carrera. El libro de Dagda seguía donde lo había dejado, abierto sobre la mesa de Alexandre por la página del hechizo que había liberado a Balor. Por suerte, Idris no había encontrado la forma de hacerse con él.

Se aproximó a la mesa para cogerlo, pero cuál fue su sorpresa cuando el libro se desmaterializó entre sus dedos al intentar agarrarlo. La Capa de las Nieblas debía ser la causante de ello.

Miró a su alrededor, para asegurarse de que estaba sola y se quitó la capucha. Solo entonces pudo coger el libro entre sus manos. Lo abrazó contra su cuerpo, lo envolvió con la capa, y justo cuando iba a ponerse la capucha, Yago apareció ante ella.

—Idris estaba en lo cierto. Me dijo que tarde o temprano volverías a por el libro. Aunque yo esperaba que lo hicieras porque me echabas de menos —añadió, con una sonrisa maliciosa. Luego la miró de arriba abajo de una forma que le puso los pelos de punta—. ¡Pero mírate! ¡Estás preciosa! No queda ni rastro de las noches que hemos pasado juntos. Creo que lo tendré que remediar —agregó, y antes de que pudiese reaccionar, le dio una bofetada tan fuerte que la tiró al suelo.