CAPÍTULO 28

Alana llevaba varios días sin saber nada de Lugh. Había pasado por el pub Molly Malone y por el Ghrian; incluso, había estado paseando durante horas por el bosque, con la esperanza de encontrarlo, pero sin resultado.

No paraba de darle vueltas a la noche de las luciérnagas, a un hecho en particular: él había parado cuando ella se lo había pedido. Sin escenas. Sin recriminaciones. Sin gritos ni insultos. Cualquier otro la hubiese tildado de calientabraguetas, y con razón. Pero Lugh no. Él se había apartado de ella al instante, sin más reproches.

Después de todas las molestias que se había tomado para seducirla, aquella interrupción le debía de haber frustrado muchísimo, pero, aun así, él se había detenido.

¿Qué significaba eso?

Respeto.

¿Qué demostraba?

Que Lugh era un hombre en el que poder confiar.

Entonces, ¿por qué se había alejado de ella de aquella manera?

No lo entendía.

Su humor no mejoró cuando recibió un WhatsApp de Stephen para verse por la tarde en un parque a las afueras de la ciudad. Lo encontró sentado en un banco, debajo de un roble, en un rincón poco transitado. Su aura era más fría y oscura que nunca y, por su expresión, parecía estar bastante enfadado.

—¿Se te ha muerto el canario? —inquirió Alana, mordaz, al sentarse a su lado, haciendo referencia a una canción española de los noventa que había escuchado en la radio.

—La que se ha muerto es mi hermana, Heather —repuso Stephen, de malos modos.

Alana dio un respingo. Solo había hablado con aquella chica una vez, pero le había parecido un encanto. Se sintió mal al instante.

—Lo siento mucho, no quise… —Puso la mano sobre su brazo en señal de condolencia, y un fogonazo destelló en su mente.

En su visión, Stephen golpeaba a Heather una y otra vez, con el rostro desencajado por la rabia y el odio, mientras la muchacha trataba de defenderse, en vano, de su ataque.

—Por Dios… ¿qué has hecho? —musitó Alana, poniéndose de pie de repente, incapaz de permanecer cerca de él—. La has matado tú.

—Baja la voz, ¿quieres? —susurró Stephen, mirando a su alrededor, mientras la cogía del brazo y la obligaba a sentarse—. Esa bastarda ha tenido lo que se merecía por zorra. Quedarse embarazada de uno de esos engendros del demonio… —masculló con rabia—. Y luego Sean… ¡Maldición! Incluso la diosa Danu me ha traicionado.

Alana lo miró, con el ceño fruncido, sin terminar de comprender sus balbuceos, pero percibiendo el odio que emanaba de su aura.

—¡Él va a ser el futuro Guardián! —concluyó con amargura.

—¿Quién? —preguntó Alana, perdida.

—Mi hermano Sean. La diosa Danu lo ha elegido a él.

Había oído hablar de Sean O’Malley. Era el dueño de The Black Irish Sheep, uno de los mejores restaurantes de la ciudad, en donde, por un casual, Diana había trabajado varias veces como camarera para ganar un dinero extra, y su amiga no hablaba demasiado bien de él.

—¿Cómo lo sabes?

—Le ha salido la marca de los Guardianes: una serpiente dorada alrededor de su wuivre —explicó, y sus facciones se contrajeron de frustración—. A él, que siempre ha renegado de la magia. Ni siquiera tiene la destreza de hacer levitar una pluma.

—Pero, por lo que he oído decir, hace un suflé como nadie —repuso Alana, con tono irónico, lo que le valió un gruñido del hombre—. Mira, no veo cuál es el problema. Si es como dices, los milesianos no lo aceptarán.

—Aun así, se ganará la lealtad de la mayoría de ellos solo por el hecho de que ha sido elegido por la diosa Danu. Y eso va a ser un gran inconveniente para nuestro plan.

—Tal vez, si hablas con él, se una a la revuelta —razonó Alana.

—Tú no conoces a Sean —bufó Stephen—. Es un jodido boy scout: responsable y leal hasta la médula. Nunca traicionaría a nuestro tío, ni rompería el Pacto de Tres.

—Pero si él ha renegado de la magia, tal vez no acepte el título del Guardián.

—Ser Guardián no es algo que se pueda aceptar o rehusar. En cuanto aparece la marca, los poderes se van acrecentando de forma exponencial. El cuerpo de Sean cada vez será más fuerte.

—Pues no debe de haberle sentado bien la noticia.

—De momento, está demasiado borracho para pensar en eso. Desde que se enteró de la muerte de Heather, no ha hecho más que beber. El restaurante lleva días cerrado. Está tan destrozado que ni siquiera ha sido capaz de ir a trabajar. Se ha escondido en su refugio de los Gap of Dunloe y, conociéndolo, tardará en regresar.

Lógico y normal, después de aquella tragedia. Si Eli muriese… Alana no era capaz de pensar en lo que sería su vida sin ella.

Con ganas de alejarse de aquel hombre lo antes posible, pues su cercanía la ponía enferma, lo enfrentó, sin miramientos.

—¿Para esto querías verme? ¿Para hacerme partícipe de tu asesinato y compartir conmigo tu frustración?

—No, si te he hecho venir ha sido por Erin. Me han llegado rumores de que os habéis hecho muy amigas.

—No conozco a Erin.

—¿Y si te dijera que Erin está reencarnada en el cuerpo de cierta chica española llamada Diana?

Alana lo miró, con sorpresa. Todo encajó en su cabeza. Eso explicaba la intensa energía que emanaba de ella y los colores que había percibido en su aura. El azul era la energía de Erin.

—Es la comidilla del mundo mágico —continuó diciendo Stephen—. Al parecer, ella no recuerda nada de su anterior vida. Sus poderes todavía no han aflorado, así que es un blanco fácil.

—¿Qué insinúas?

—Hay que acabar con ella antes de que sus poderes se manifiesten. Y tú te vas a encargar de ello.

Por su mente, pasaron un montón de momentos vividos con Diana. Risas y charlas que habían compartido desde que se conocieron. Era una buena persona. Era su amiga.

—Ni hablar —farfulló.

—¿Qué has dicho?

—Nadie va a hacerle daño a Diana. No lo permitiré.

—Déjame aclararte algo, zorra —gruñó Stephen, mientras la cogía con fuerza del pelo, en un movimiento veloz—. Puede que Alexandre te haya mandado a Irlanda para que me ayudes a iniciar esta revuelta, pero no te olvides de que aquí estás bajo mis órdenes. Debes obedecerme.

—¿Y si no lo hago?

—Eres vidente. Busca en mi interior y podrás observar lo que les hago a las mujeres que me enfurecen por cualquier motivo —declaró, al tiempo que le cogía de la mano y la ponía sobre su mejilla.

Su cuerpo fue bombardeado, al instante, por un cúmulo de sensaciones, donde la violencia y el miedo se enroscaban en una espiral de dolor. Gritos, lágrimas y sangre. Vio el rostro de varias mujeres, jóvenes y hermosas, con sus cuerpos vejados, violados y abandonados en el bosque. Todas muertas. Todas asesinadas por el hombre que, en ese momento, la observaba con malicia.

Trastabilló hacia atrás en su prisa por alejarse de él y cayó al suelo de culo, de forma que le arrancó una carcajada de burla.

—Ahora ya sabes con la clase de persona que estás colaborando. Obedece, Alana, si sabes lo que te conviene, y acaba con esa furcia pelirroja. Te doy una semana para hacerlo o lo haré yo —advirtió, antes de alejarse de allí, silbando una cancioncilla.

Maldito psicópata. Era un necio si pensaba que la había impresionado con su numerito de poder. Alexandre y Yago, las figuras masculinas que amenazaban su vida desde su más tierna infancia, estaban cortadas por el mismo patrón: poderosos, sádicos y violentos.

Lugh era el primer hombre dulce y cariñoso que había conocido.

Por alguna extraña razón, pensar en él la hizo sentir mejor.