CAPÍTULO 42
Lugh estaba deseando darles una paliza a sus tres hermanastros, aunque no se decidía por cuál de ellos empezar.
Podía hacerlo por lbhreac, que, al ver por primera vez a Alana, se había atrevido a robarle un beso, aunque luego se había excusado en que no sabía que ella estaba con él.
Tal vez comenzaría por Fiachna, que había estado toda la cena comiéndosela con los ojos y no había disimulado, ni por un segundo, el deseo que sentía al recorrer con ojos codiciosos el cuerpo de la muchacha.
Definitivamente, iba a empezar por Gaidiar, decidió al escuchar cómo Alana rompía a reír de nuevo por algún comentario del más joven de los hijos de Manannán. No le gustaba nada la facilidad con la que le estaba arrancando sonrisas.
Alana se debió percatar de su mal humor porque dejó de reír y lo miró con curiosidad.
—¿Va todo bien? Te noto un poco… tenso.
Sí, estaba tenso y era por culpa de ella, que le había provocado una erección en un salón lleno de gente al aparecer con aquel vestido dorado y avivaba su enojo al no parar de recibir miradas de deseo por parte de los hombres que tenía a su alrededor.
Para los selkies, alguien con la piel dorada como la de Alana era de un seductor exotismo. Y aquella noche tenía una buena porción al descubierto y parecía más dorada que nunca.
—¿Qué le has hecho a tu piel? Parece oro —masculló, con un mal humor que contradecía la suavidad con la que le estaba acariciando el brazo.
—Me he puesto una crema que me ha dejado Griane. Me ha dicho que lleva oro y nácar. Además, huele de maravilla, ¿verdad? —comentó, mientras le acercaba la tierna piel de su muñeca a la nariz.
Sí, olía de maravilla, por eso su erección creció hasta resultar incómoda.
Miró con fastidio a Griane, que los observaba muy satisfecha. Seguro que la muy tunanta lo estaba exacerbando adrede y estaba disfrutándolo al máximo.
—Relájate —susurró Alana en su oído—. Se supone que es una fiesta y hay que pasarlo bien. Por cierto, ¿te he dicho ya lo atractivo que estás disfrazado de pez?
En cualquier otra ocasión, se hubiese reído de su ingenio. El atuendo de los hombres selkies consistían en un pantalón de suave piel, tan fina y delicada como la seda, y una especie de camisa hecha con escamas de plata. Alana no había disimulado su mirada de deseo al verlo y eso lo había hecho sentir un poco mejor, pero no hasta el punto de sonreír.
—¿Por qué estas de tan mal humor?
Porque desde que la viera con ese proyecto de vestido no encontraba el momento de quitárselo, porque en lo único que podía pensar era en sacarla de allí y disfrutar de su cuerpo y porque sabía que les esperaba una larga noche por delante antes de que pudiera hacerlo. Pero, sobre todo, porque ella había dicho ocho veces que «no» a la posibilidad de que fuese su mujer cuando Griane lo mencionó. Ocho. Y cada una de ellas había fustigado su orgullo.
—Creo que está de mal humor porque sabe que esta noche va a perder —proclamó lbhreac.
Eso era justo lo que necesitaba, una excusa para evitar una respuesta que no quería dar.
—Mis hermanitos han estado entrenándose duro para vencerte en la contienda —reveló Griane— y, como buena hermana, es mi deber brindarles mi apoyo. He apostado a que esta vez, al menos, uno de ellos quedará en pie —añadió en tono confidente, arrancando las risitas de varias mujeres y la mirada fastidiada de los tres hermanos.
Un pensamiento se abrió paso en la mente de Lugh. Aquella contienda era una ocasión perfecta para lucir su fuerza ante Alana. Cuando venciese a todos, la muchacha se daría cuenta de la suerte que tenía de estar con él, de que era un orgullo ser su mujer.
Deseoso de demostrarle sus habilidades en la lucha, se puso en pie.
—Pues no lo aplacemos más —declaró Lugh, mientras retaba a los tres hombres con la mirada.
—¿En serio os vais a enzarzar en una pelea en mitad de una fiesta? —preguntó Alana con una expresión en el rostro que no supo descifrar.
—La contienda es parte de la fiesta.
Alana fue a decir algo más, pero quedó muda de asombro al ver que el suelo del salón comenzaba a abrirse, hasta descubrir un círculo perfecto de arena de unos veinte metros de diámetro, situado a un par de metros bajo el nivel del suelo.
—An Ciorcal Gaineamh. El Círculo de Arena —tradujo Lugh—. No se admiten armas ni magia. Es una lidia cuerpo a cuerpo, un honor reservado a los mejores guerreros selkies. ¿No vas a darme un beso para desearme suerte?
—¿Es que acaso la necesitas? —inquirió Alana, con una ceja arqueada.
—No, pero igual quiero un beso.
Alana le dio un beso pálido y fue entonces cuando detectó que algo no iba bien.
—¿Qué te ocurre?
—No lo hagas, Lugh. No pelees. No tienes que demostrar nada.
—Pero es que necesito demostrarte algo a ti —explicó, mientras le ponía un dedo en la barbilla para alzarle el rostro hacia él—. No te preocupes por mí, álainn. Mejor reza por ellos.
Media hora después, el salón retumbaba con el eco de su nombre mientras todos lo coreaban al unísono. Acababa de derribar a Gaidiar después de una dura pelea. Griane no mentía, los hijos de Manannán habían mejorado mucho sus habilidades en el combate cuerpo a cuerpo. Ibhreac había sido un duro contrincante y le había costado más de lo esperado acabar con el pequeño de los tres. Solo le quedaba vencer a Fiachna, el más fuerte.
Justo antes de empezar, buscó a Alana con la mirada. Lejos de estar gritando su nombre como las demás mujeres, ella se mantenía callada y con el rostro inexpresivo.
—Prepárate, dios del Sol, porque esta noche vas a dejar de brillar —rezongó Fiachna, mientras comenzaba a moverse en la arena, uno frente al otro, midiéndose con la mirada.
Su contrincante dio el primer golpe, un puñetazo rápido, pero él lo esquivó con facilidad y, aprovechando el impulso que había tomado, lo derribó en el suelo con un movimiento circular.
Nuevos vítores estallaron en el recinto, todos invocando su nombre. Lugh alzó los ojos en busca de Alana y la encontró mirándose las uñas.
Fiachna se puso en pie de nuevo y le lanzó una patada alta, pero Lugh, en un movimiento veloz, se lanzó al suelo y atacó la pierna sobre la que se apoyaba, haciéndole perder el equilibrio y derribándolo otra vez.
Más vítores lo aclamaron y Lugh volvió a buscar a Alana con la mirada. En esta ocasión la encontró bostezando. ¡Bostezando!
Estaba tan desconcertado por su falta de interés que perdió la concentración y, antes de darse cuenta, Fiachna lo derribó de un cabezazo. Solo tuvo unos segundos para celebrarlo antes de que Lugh lo dejara inconsciente con un potente puñetazo.
En cuanto salió del Círculo de Arena, todos corrieron a darle la enhorabuena, todos menos Alana, que parecía ajena a todo el jolgorio.
Cuando por fin pudo alcanzarla, se irguió orgulloso ante ella.
—He ganado.
—Nunca lo he dudado. Eres el más fuerte —respondió ella, como si no fuese nada loable su mérito.
Aquello lo descolocó.
—¿No te impresiona ni mi poder ni mi fuerza?
—He crecido rodeada de hombres poderosos que se sirven de su fuerza para reivindicar su supremacía. Es fácil mostrarte fuerte cuando eres fuerte. Lo difícil para un hombre fuerte es mostrarse dulce y gentil —explicó ella, con voz suave—. Eso es lo que siempre me impresiona de ti, Lugh, que tienes el valor de mostrar tu ternura conmigo sin que tengas el erróneo pensamiento de que eso te va a hacer parecer débil.
Lugh la miró, desconcertado. Nunca había pensado que su ternura pudiese ser digna de elogio ni que fuese la cualidad que más valorase ella, pues en su mundo primaban el poder y la fuerza.
De nuevo volvió a preguntarse por la vida que llevaba ella en España y de la que nunca hablaba. Siempre que Lugh sacaba el tema, ella lo esquivaba con rodeos.
Abrió la boca para preguntarle, pero ella se le adelantó de nuevo.
—¿Qué significa mo chuisle?
—Este no es el momento para contestar a esa pregunta, álainn —respondió Lugh, con sinceridad.
—¿Y cuál será el momento?
—Cuando estés preparada para escuchar su significado.
Ella aceptó sus palabras con un breve movimiento de la cabeza. Se acercó a él y le rodeó el cuello con los brazos, uniendo sus cuerpos de una forma deliciosa.
—Ahora que ya has demostrado a todos que sigues siendo el más fuerte, ¿qué te parece si nos escapamos de la fiesta y me demuestras a mí tu ternura? —inquirió, con tono sugerente, mientras acariciaba sus labios con delicadeza.
Lugh sintió que el cuerpo se le inflamaba de deseo.
—No sé si podré ser demasiado tierno contigo la primera vez.
—Lo sé, por eso te voy a dar tres intentos —respondió Alana, con un guiño.
Sin poder contenerse ni un segundo más, Lugh la cogió en brazos y la sacó de allí.
La primera vez, le hizo el amor de forma ardiente, la segunda fue dulcemente apasionada y, en la tercera, por fin pudo demostrarle toda la ternura que se merecía.