CAPÍTULO 46

Lugh la condujo por un largo pasillo hasta una estancia custodiada por dos guardias.

—Bienvenida a la Sala de los Tesoros —anunció, mientras la invitaba a pasar, con un ademán—. Como bien sabes, estos objetos mágicos ayudaron a ganar la guerra contra los fomorianos. Esta es la Claíomh Solais o Espada del Sol —continuó explicando Lugh, al tiempo que señalaba una lujosa espada con una reluciente empuñadura de oro—. Una vez se desenvaina, no hay enemigo que no caiga ante ella. Su filo es capaz de quebrar cualquier espada, incluso las de metal fomoriano, que es de una dureza especial.

Alana pasó los ojos, sin demasiado interés, por la espada. En cambio, sus ojos relampaguearon al ver el siguiente tesoro.

—¿Ese es el famoso Caldero de Dagda? —inquirió, con la incredulidad tiñendo su voz.

No era para menos. Aquel objeto no tenía, ni por asomo, el tamaño que se esperaba en un caldero. Era más bien un pequeño cuenco, con la circunferencia justa para que cupiese entre sus manos. Tampoco era especialmente llamativo ni lujoso, nada de oro y piedras preciosas. Tan solo un diseño sencillo de bronce con un trisquel y varios símbolos mágicos grabados en la superficie.

—¿Desilusionada?

—No, es solo que lo esperaba diferente. ¿Es cierto que tiene propiedades curativas?

—Sí, pero solo puede sanar a los seres sobrenaturales y curar las heridas que han sido infringidas por armas mágicas. No funciona con los siadsan.

—¿Cómo se utiliza? ¿Hay que llenarlo de agua o de alguna pócima en particular para que funcione?

—No, solo tienes que cogerlo entre tus manos y decir dos palabras para que brote líquido de él, hasta llenarse. Una vez se bebe, cualquier herida sana mientras el corazón no haya dejado de latir.

—¿Qué palabras?

Uisge beatha.

—Agua de vida —susurró Alana, recordando la traducción—. ¿El resultado es instantáneo? ¿Solo sirve para heridas o también cura lesiones de otro tipo? No sé, por decir algo, una lesión medular de las que te condenan a una silla de ruedas para el resto de tu vida.

Lugh frunció el ceño y la observó con extrañeza.

¡Mierda! Se estaba pasando con las preguntas y él estaba empezando a sospechar.

—No, no es instantáneo. La persona que bebe de él queda en un estado de inconsciencia hasta que sus heridas se curan, y eso puede tardar horas. Y en cuanto a si puede curarlo todo, supongo que dependerá de la lesión. Pero, si quieres, podemos preguntarle a Dagda…

—No es necesario, era simple curiosidad. Y aquella debe de ser tu lanza —comentó Alana, buscando un cambio de tema.

Lugh siguió la dirección de la mirada de la joven y sonrió con orgullo. A simple vista, parecía un arma modesta: un simple mango de madera con una punta de bronce.

—Sí, es la Gáe Assail o Lanza de Assal. Solo yo la puedo empuñar y nunca fallo un objetivo.

—Me imaginaba que tu lanza sería más… grande —murmuró Alana, provocativa.

—Enorme, ¿recuerdas? —repuso Lugh, con voz ronca y ella sintió que se ruborizaba un poco.

—¿Puedo tocarla o va a sonar alguna alarma?

—No hay alarmas en Avalon —respondió Lugh, riendo—. Y puedes tocarla siempre que quieras —añadió con un guiño, continuando con el doble sentido de la conversación.

Alana iba a replicar a su sugerencia cuando una tosecilla los interrumpió. Se giraron al unísono y descubrieron que Mac Gréine estaba en la puerta. Una sonrisa blanda sesgaba sus labios, pero su aura crepitaba más oscura que nunca.

—Siento interrumpiros, pero creo que Dagda está buscándote.

Lugh soltó un suspiro y la miró, indeciso.

—No te preocupes por mí, ve tranquilo —susurró Alana, y se alzó de puntillas para depositar un breve beso en sus labios.

—Yo la acompañaré hasta que vuelvas —propuso Mac Gréine, solícito, mientras sus ojos se clavaban en ella con frialdad.

Lugh se lo agradeció dándole una palmada en el hombro y salió del Salón de los Tesoros con paso rápido.

—¿En verdad Dagda lo estaba buscando o es una excusa para deshacerte de él?

—Necesitaba hablar contigo de forma urgente, pero en verdad el viejo me ha preguntado por Lugh hace un momento. Bueno, la verdad es que la que parecía interesarle eras tú —respondió Mac Gréine, mientras se encogía de hombros. Se acercó a ella y Alana pudo sentir la tensión que irradiaba su cuerpo—. Tu plan no ha funcionado: Diana debe morir.

El corazón de Alana se detuvo.

—¿Qué?

—Acabo de declararle mi amor y… Esa estúpida me ha rechazado. Continúa enamorada de Elatha —masculló, con el rostro contraído por la furia y el desengaño—. Tenemos que actuar ya, no podemos perder más tiempo. Debemos acabar con ella lo antes posible —añadió, retándola con la mirada a que dijera algo.

La mente de Alana comenzó a barajar ideas y posibilidades, tratando de encontrar una opción satisfactoria que salvara la vida de su amiga.

—No creo que la solución sea matarla. Creo que la mejor opción sería utilizarla de moneda de cambio.

—¿Para qué?

—Para conseguir el libro mágico de Dagda. He oído decir que contiene toda su sabiduría, hechizos de todas clases, algunos tan poderosos que pueden someter a un pueblo entero. Incluso podríamos probar un hechizo de transmutación para que Stephen pudiese ocupar el cuerpo de Sean y así pudiese ser el nuevo Guardián —improvisó, en un intento de convencerlo.

—No has pensado en un pequeño detalle: solo Dagda o alguien de su sangre puede tocar el libro. Ni siquiera yo, siendo su nieto, puedo. Perdí ese privilegio cuando me reencarné en otro cuerpo.

—No lo entiendes, sería solo una excusa. Les decimos que queremos el libro a cambio de Diana y los atraemos a una emboscada. Sería el momento de iniciar la revuelta.

Mac Gréine sopesó sus palabras, pensativo.

—Podría funcionar —reconoció, al fin—. Pero solo si eliminamos antes a Lugh —añadió, con una mirada dura—. Y lo harás tú. Esta misma noche.

Alana se temía aquello. Inspiró de forma profunda y habló, sorprendida de que la voz no le temblara tanto como lo hacían las piernas.

—Mataré a Lugh con una única condición: quiero el Caldero de Dagda.

Si no conseguía el libro, al menos tendría el caldero para tratar de sanar a Eli.

—Sírvete tu misma —concedió Mac Gréine, sin mucho interés.

—¿Puedo cogerlo así, sin más?

—Los guardias de la puerta están de nuestra parte, apoyan la revuelta. Además, esta noche ha estado aquí Elatha, haré que las sospechas recaigan sobre él, eso creará más tensión con los fomorianos.

Alana cogió el pequeño cuenco con manos temblorosas y, levantándose la falda con un movimiento rápido, lo metió en el bolsillo del cancán, rezando para que nadie se diese cuenta de que lo tenía allí escondido. Al hacerlo, sus dedos rozaron la daga de Findias. Solo de pensar en clavarla en la carne de Lugh fue suficiente para que el estómago se le revolviese.

Era una manipuladora.

Era una mentirosa.

Pero no era una asesina.

¿Y si le contase la verdad?

¿Cómo reaccionaría?

El dibujo de Eli se abrió paso en su mente. Él atenazando su cuello con las manos, ahogándola, quitándole la vida con su fuerza.

No podía reaccionar de otro modo si le contaba la verdad. Y, aun así, ¿cómo no intentarlo?