PRÓLOGO 1

Hace mucho tiempo, cuando los dioses poblaban la tierra, una raza de poderosos guerreros habitó Irlanda. Eran los Fomoré, o fomorianos, descendientes de la diosa Domnu, seres divinos llegados de tierras más allá del océano desconocido; criaturas de fuerte temperamento que estaban asociadas a la noche y a la naturaleza en su estado más salvaje.

Los fomorianos estaban dirigidos por varios reyes, la mayoría de ellos despóticos y crueles, pero, sin duda, el más temible de todos era Balor, el guerrero de un solo ojo.

Cuenta una leyenda que Balor mantenía un romance con Idris, una poderosa druidesa. Cada día, Idris le echaba las runas a su amado para asegurarse de que el destino le fuera propicio frente a sus enemigos, los Tuatha dé Danann, también conocidos como danianos. Sin embargo, en una de aquellas ocasiones, las runas auguraron que, en un futuro, él encontraría la muerte bajo la mano de uno de sus propios nietos.

Como por aquel entonces, Balor solo poseía una hija pequeña, decidió burlar a su destino y la encerró en una torre de cristal en la isla de Tory, custodiada por doce mujeres con el único cometido de mantenerla alejada de los hombres con el fin de que nunca pudiese concebir hijo alguno. Así pues, Ethniu, que así se llamaba la hija de Balor, pasó los años recluida en aquella torre, hasta convertirse en una joven de gran belleza.

Narran los bardos que, no muy lejos de donde ella estaba custodiada, vivía un joven y apuesto daniano llamado Cian, que poseía una vaca mágica que daba siempre leche y que confería a aquel que la bebía una inusitada fuerza.

Balor, que codiciaba tal posesión, un día la robó.

Dispuesto a recuperar su tesoro, Cian solicitó la ayuda de Biróg, una druidesa tan poderosa como Idris. Creyendo que la vaca estaba en la isla de Tory, Biróg lanzó un hechizo para que las doce mujeres que custodiaban la torre cayeran en un profundo sueño y así el joven daniano pudiese acceder a ella sin contratiempos. Pero cuando Cian se adentró en aquel lugar, a quien encontró, en vez de a su vaca, fue a la hermosa Ethniu.

La joven se enamoró, al instante, del apuesto daniano. Por su parte, prendado de su belleza, Cian no pudo evitar seducirla. Disfrutaron de una noche de pasión y, aunque quiso llevarla consigo, Biróg les hizo comprender que su futuro juntos no era posible. Ethniu no podía abandonar aquella torre o Balor emprendería una guerra que asolaría Irlanda. Así pues, los jóvenes amantes se separaron entre lágrimas, dispuestos a vivir tan solo con el recuerdo de la noche compartida. No obstante, el destino quiso que la semilla de Cian arraigara en el vientre de Ethniu y, para consternación de todos, nueve meses después, la muchacha dio a luz a trillizos.

Cuando Balor se enteró de la noticia, montó en cólera y, para evitar que la profecía se pudiese cumplir, arrojó a los tres bebés al océano desde lo alto de la torre, con la intención de darles muerte. Pero la druidesa Biróg, advertida por las runas, consiguió salvar a uno de ellos.

Para mantener su existencia oculta de Balor, lo dejó bajo la custodia de Manannán, un poderoso dios marino, que lo entrenó para que se convirtiera en un héroe de leyenda y cumpliera, un día, la profecía de acabar con Balor.

Aquel bebé fue llamado Lugh y creció hasta convertirse en un apuesto hombre y en un talentoso guerrero. Pronto se ganó la reputación de ser feroz en la batalla, rápido de mente y hábil en todo aquello que se proponía.

Cumpliendo con su destino, Lugh se puso al frente de los danianos y lideró la batalla contra Balor y su ejército fomoriano. Haciendo uso de la Lanza de Assal, uno de los cuatro tesoros mágicos de los Tuatha dé Danann, Lugh dio muerte a su abuelo y cumplió la profecía, poniendo, así, fin a la guerra con los fomorianos.

Cuando se enteró de la muerte de Balor, Idris juró hacer uso de la magia más oscura para traer a su espíritu de vuelta, incluso si con ello hacía peligrar el equilibrio de la naturaleza.

Para que esto no sucediera, Biróg solicitó la ayuda de Dagda, el Dios Supremo de los danianos y Señor de la Magia. Juntos elaboraron un hechizo tan poderoso que consiguió encerrar el espíritu del rey fomoriano en una piedra mágica. De esa forma, Balor no podría reencarnarse jamás.

Biróg escondió la piedra fuera de Irlanda, en una tierra tan hermosa y salvaje como la suya propia: Brigantia, y la protegió hasta el día de su muerte.

Durante generaciones, las descendientes de Biróg, herederas de los poderes mágicos de la druidesa, custodiaron la piedra para mantenerla a salvo del mal.

Y así fue, hasta la llegada de Alexandre Quiroga.