Capítulo 26
Emma lucía la mejor de sus sonrisas. No era para menos; a través de las historias de Cuervo, pudo apreciar a la mujer en la que se había convertido su hija. Una joven que había aprendido a resurgir de las cenizas de la pobreza y respirar el sabor de la dicha.
—Y ¿todo lo del teatro lo hacía para ayudar a las madres del orfanato?
—Sí, algo así. Hubiera trabajao a cambio de medio cigarrillo. Nunca le importó mucho el dinero. Siempre se dejaba seducir por la idea de ayudar antes de ver el modo en que la compensaban. De hecho, me consta que se ha convertio en la mayor benefactora del orfanato Esperanza, además el duque ha abierto una cuenta a nombre del centro pa que puedan subsistir sin necesitar de las ayudas económicas de terceros —ante la mirada de sorpresa de su hermosa acompañante sonrió avergonzado—. Yo… intento mantenerme al corriente de sus movimientos, me gusta saber cómo le va a la muchacha.
—Gracias. Me siento tan orgullosa de ella...
—A veces se obligaba a ser más… ¿Cómo decirlo? ¿Egoísta? y terminaba sorprendiéndose con cuan rapidez volvía a involucrarse en asuntos de caridad. Así es ella. Es lo que más me gusta de esa niña. Nos ha ganao a tos y sospecho que nos ha hecho ser mejores personas, si eso era posible, claro.
Caminaban despacio saboreando el perfume de la noche fruncida en las débiles hojas que adornaban los árboles, al tiempo que la luna buscaba un escondrijo entre las sombras de la naturaleza. Emma podía sentir como su vida volvía galopando impulsada por la brisa fresca de la noche. Había perdido mucho, su juventud, su familia y su identidad, pero del mismo modo en que se había esfumado, lo volvió a recuperar, inexplicablemente.
Cuervo se distrajo de la conversación al escuchar unos pasos a pocos metros de ellos. Su vida había sido una continua emboscada y nunca se permitía bajar la guardia.
—Creo que deberíamos regresar a la fiesta.
—¿Sucede algo? —Emma paró en seco.
—No, solamente creo que nos hemos alejao demasiao. Su hija podría preocuparse.
—¡Ah! no se preocupe por ella. Creo que la he visto muy... ocupada... ya me entiende.
—Insisto. Déjeme acompañarla —Cuervo miró con disimulo a su alrededor buscando una pareja escondida o algún estúpido que se hubiera perdido en el jardín. Muy seguro de lo que había escuchado, su instinto volvía inexorablemente a asaltar a sus sentidos. Los escuchó de nuevo, unos pasos disimulados que se acercaban a ellos. Emma seguía ensimismada entre los pocos recuerdos que compartía con su hija—. Démonos prisa.
—¡Un momento! —una voz desconocida se abrió paso entre la maleza.
—¿Quién anda ahí? —preguntó Cuervo mientras colocaba a Emma justo detrás de él. Los pasos comenzaron a estrechar las distancias hasta que por fin el cuerpo de una dama blandiendo un arma plateada se hizo visible justo detrás del cuerpo de Emma.
—¿Sabes qué sucede? Que cuando uno quiere que se hagan las cosas bien, lo mejor es hacerlo uno mismo —dijo la extraña visitante enmascarada. Cuervo reconoció esa voz. Era la dama misteriosa que había encargado el asesinato de la familia Evans—. Deberías haber muerto. Siempre te has salido con la tuya pero esta noche es tu final. Has hecho que perdiera todo cuanto tengo pero yo me encargaré de que esta noche pierdas lo más valioso que tienes: tu vida y tu hijo —Emma se quitó la máscara y se giró. Aquella voz gangosa y aguda... le resultaba muy familiar. Hacía tiempo que no la había escuchado pero era inolvidable.
—¡Fuiste tú!
—¡Emma! ¡Tú!... te creía...
—Sé muy bien cómo me creías. Dios mío Agatha no… tú no… ¡yo te apreciaba! —Emma la miró a los ojos y sintió cómo los años de dolor y sufrimiento se iban convirtiendo en un venenoso odio— destrozaste mi vida y la de mi hija. ¡Éramos tu familia! ¿Cómo pudiste?
—Bueno... no me lo tengas tan en cuenta... al final sólo murió uno.
— ¡¿Qué?!
—Eras la mujer perfecta. Con el marido perfecto, las amigas perfectas y el bebé perfecto, siempre tenías las palabras adecuadas para cualquier momento. Te aborrecía. Robert debía ser mío. Pero tú me lo robaste, desgraciada. Lo tenía todo planeado, la muerte de mi esposo gracias a las pequeñas dosis de arsénico que le administraba, la seducción…Y entonces, apareciste tú. Te odié desde ese mismo día. Robert estaba loco por ti y ese maldito bebé lo complicó todo, por suerte fue una niña pero no podía arriesgarme a que el próximo fuese varón, mi hijo Alfred debía ser el nuevo conde —soltó rabiosa—. Te enterraré a ti y a tu hijita por fin.
—Estás loca. ¿No crees que ya te has salido con la tuya? ¿No has gozado de todos los bienes que deseabas?
—¡Calla! —la cortó— No hay nada que puedas decir o hacer para librarte de mí —a continuación, apretó el gatillo.
Desde el gran salón, el disparo retumbó entre las cuatro paredes como si un rayo hubiera explotado en medio de la sala. Gwen corrió hacia el jardín en busca de su madre.
—¿¡Madre dónde estás!? ¡Madre! —gritó Gwen. Emma a pesar de escuchar los gritos de su hija, no pudo emitir palabra. A penas le quedaban energías—. ¡Madre por favor! ¡Dime algo! ¿Dónde estás? —Lucas salió despavorido del salón. No podía creer que aún no se hubiera terminado aquella pesadilla.
—¡Eres tú! Dios santo… Te recuerdo. No, no, no…
—Milady... —Cuervo intentó hablar pero la sangre que brotaba de su boca no le permitía intercalar palabra. Emma gritó de rabia—. Mírame... Yo... nunca dañé a su hija —volvió a ceder ante la imposibilidad de hablar, la muerte lo llamaba a gritos y no podía hacerle esperar. La había salvado, eso era lo único que importaba—. Perdóneme… por favor… —Emma volvió a gritar. El rostro pálido del Cuervo perdía sus líneas y terminó transformándose en una mancha oscura, hasta que por fin cayó tendida en el suelo frío de la noche; una noche que le había traído la cruda verdad de su vida.
Tras varios minutos caminando por aquel parque con árboles de extrañas formas Gwen distinguió el cuerpo agazapado de su madre.
—¡Madre! ¿Estás bien? —Gwen la chequeó con sus manos en busca de alguna herida de bala. Acercó su oído al pecho de su madre y por fin escucho un signo de esperanza, el latido abatido de Emma.
—Gwen, cariño, ¿estás bien? —preguntó angustiado Lucas, que también había escuchado el disparo.
—Sí. Pero, mi madre…—el duque observó a su suegra pero no vio signos de agresión.
—¡Lucas! —gritó Brian—. Ayúdame —su amigo se encontraba de rodillas intentando hacerle la respiración asistida a Cuervo quien parecía totalmente ido.
—¡Cuervo! No… —exclamó Gwen al percatarse del cuerpo inerte del que hasta hace poco fue como un ángel de la guarda para ella. Olvidándose de su reciente rencor hacia él, se agachó a su lado sosteniéndole la mano.
—¡No respira! —indicó Brian. Las lágrimas inundaron el rostro de la joven y ahogaron sus gritos en agua.
—Lucas, ayúdame. Debemos llevarlo dentro.
—Brian —Lucas le colocó la mano sombre el hombro intentando calmar a su amigo
—Está muerto.
—¿Qué?, No, no puede estarlo. Seguro que podemos hacer algo… —Gwen se incorporó rápidamente e intentó levantarlo.
—Gwen. ¡Mírame! No hay nada que podamos hacer. Lo siento mi vida —se volvieron a escuchar unos pasos presurosos. Lucas se levantó de golpe dispuesto a enfrentarse con quien hiciera falta.
—¡Están aquí! —gritó el mayordomo del conde de Bute a su señor que acudía hacia donde estaban todos —. Milord, permítame que llevemos a la condesa al salón.
—Sí, eso es, Malford —intervino el conde. Se fijó en el cuerpo sin vida del hombre que yacía en el suelo y suspiró. Pobre lady Durlee, ahora que se recuperaba… Lady Malford sujetaba la mano del individuo y lloraba a pleno pulmón, por lo que pensó que quizá éste era uno de los ladrones que la cuidaron de pequeña, historia que ella misma le confesó al instalarse en su casa. Miró al duque y asintió, sus labios estaban sellados. Jamás nadie sabría qué había pasado aquella noche en Luton Hoo—. Entrémosla, parece muy afectada. Will, vaya adentro y dígale a la duquesa viuda que despache a los invitados. ¡Ya! —ordenó a su criado.
Lucas hizo un gesto con la cabeza en signo de aprobación, Brian se acercó al cuerpo de lady Durlee y con cuidado la alzó entre sus brazos, el conde lo condujo hasta la parte trasera de la casa y desde allí accedieron al interior de la mansión sin ser vistos por los invitados.
Aún en el jardín, el llanto de Gwen se hizo más profundo mientras mecía el cuerpo sin vida del que fue su protector. Lucas, por su parte, buscaba a su alrededor alguna señal que le mostrara una, aunque fuera mísera, pista del asesino. Pero la oscuridad lo había escondido todo y la respuesta al misterio de aquella noche tendría que aguardar hasta que Emma volviera a despertar.
***
La imagen de su dormitorio comenzó a coger cuerpo a medida que iba despertándose. Habían pasado alrededor de dos días en los cuales, Lucas, Brian y Galager junto al cuerpo de policía habían barrido la zona en busca de pruebas. Cuervo había sido enterrado aquella misma mañana bajo la atenta mirada de sus hombres y de su pequeña.
«Así lo hubiera querido él», pensó la joven recordando a ese hombre rudo que durante años estuvo en la sombra cuidándola.
Gwen lloraba a los pies de la cama. Era un llanto casi silencioso pero despertó la atención de su madre.
—Hija... — la voz de Emma sonó entrecortada. Se alegró de verla sana y salva.
—¡Madre! Por fin despiertas. Temía que no lo hicieras nunca.
—Hija no te fíes... no te fíes de ese hombre —desesperada movió la cabeza en busca de la persona que había asesinado a su esposo.
—Mamá no hables. Tienes que recuperar fuerzas.
—Pero...
—Shhhh. Relájate. Estás a salvo te lo prometo.
—Hija, ese hombre, al que tanto admiras... él fue el que intentó matarnos...
—Lo sé —el rostro de Emma mostró la sorpresa que sentía—. No quería que te enterases así. Pero ese hombre… ha formado parte de la única familia que he tenido durante toda mi vida. No lo conocí personalmente hasta hace muy poco, pero él siempre ha estado ahí, cuidándome y mimándome, como mi padrino Julius. Nunca podré perdonarles, pero no puedo odiarles tampoco madre. Espero que lo entiendas. Ellos no son malos y a su modo me han querido como a una hija.
—Yo… no puedo perdonarle hija. Me destrozaron la vida y me arrebataron lo que más quería, a tu padre y a ti.
—Lo sé —la cortó— y tengo intención de responderte a todas las preguntas que quieras pero no será ahora. Necesitas descansar.
—¿No te parece que he descansado demasiado? ¿Cuánto tiempo llevo dormida?
—Varios días
—Creo que no me apetece estar más en la cama —Emma se incorporó.
—¡Madre, no!
—Tenemos que encontrarla.
—¿A quién?
—A tu tía. Ella fue quien intentó asesinarme.
—¿La viste?
—Sí. Ella... se sorprendió al verme. Lo que me hace sospechar que a la que quería dañar era a ti. ¡Hija no entiendo nada! Agatha me confesó que me odiaba, que siempre había deseado a tu padre, que se deshizo de su propio esposo para conseguir cuanto ambicionaba. Éramos amigas… ¡Yo la apreciaba!
—Dios mío… es más peligrosa de lo que imaginé.
—Y ese hombre… ¿Cómo acabó en nuestras vidas? ¿Lo contrató ella, verdad?
—Sí, al parecer lady Herdford —se resistía a llamarla tía, esa mujer no era nada suyo y nunca lo sería— buscó a la banda de Cuervo para ofrecerles un trabajo muy bien remunerado. Tanto, que no pudieron negarse. Pero el plan no salió como tenían pensado y ambas sobrevivimos.
—Tenemos que encontrarla. Quiero que pague por lo que hizo, nos robó la vida y… por su causa terminé confinada en ese horrendo lugar soportando todo tipo de vejaciones. No se librará, Gwen, no lo permitiré.
—La encontraremos. Te lo prometo. Voy a hablar con Lucas, lleva dos días dando palos de ciego en busca de alguna pista sobre tu agresor —se dirigió hacia la puerta y antes de marcharse la miró—. Haremos justicia, te lo juro.
***
El sonido impaciente de alguien aporreando la puerta alarmó a Alfred Anthony Evans, conde de Durlee, quien salió de su despacho sobresaltado por el jaleo proveniente de la entrada.
—Déjeme a mí John, puede retirarse —le indicó el joven a su mayordomo mientras abría él mismo la puerta.
—Buenos días, mi nombre es Paul Galager, detective privado. Vengo en busca de lady Herdford.
—¿Se puede saber cuál es el motivo de su visita?
—Necesito hablar con ella, es un asunto delicado.
—Lo que tenga que decirle a mi madre podrá hacerlo antes conmigo.
—No sé si…
—¡Insisto!
—Está bien, milord. Lady Herdford es la principal sospechosa del asesinato de Peter Haversten, alias el Cuervo. Además, está involucrada en el asesinato del antiguo conde de Durlee. Su madre ha intentado, también, acabar con la vida de la duquesa de Malford y la madre de ésta.
—¿¡Quéee!? No, no es posible. Tiene que haber un error.
—Me temo que no, milord. Tengo la declaración de un testigo —Alfred puso las manos sobre su incipiente barba intentando asimilar toda aquella información—. Le ruego que me permita hablar con ella.
—Verá… yo… Lo cierto es que hace días que no la veo. Creía que estaba visitando a una amiga pero ahora…Tiene que estar equivocado, señor Galager. Mi madre jamás haría algo así, ¡no puede ser! —desesperado pensó en la mujer que permanecía en la casa, no podía decirle la verdad al detective. Debía hablar primero con ella, era su madre y necesitaba conocer de sus labios la auténtica realidad de todo aquello.
—Por favor, póngase en contacto conmigo o con los duques de Malford si le llegara alguna información relacionada con el paradero de su madre —le entregó una tarjeta con sus señas y se dirigió a la puerta—. Muchas gracias por su cooperación y siento ser yo el que porte estas desagradables noticias.
—Confío en su discreción, señor Galager. Buenos días —lo despidió el conde.
—Buenos días —Galager hizo una reverencia y partió sabiendo que entre esas paredes se encontraba lady Herdford, el muchacho no lo había engañado ni por un segundo. Se dirigió hacia Malford House dispuesto a poner sobre aviso a su excelencia.
—¡Madre! —gritó furioso Alfred mientras se dirigía al ala este de la casa donde se encontraban los aposentos del servicio. Llegó al único dormitorio que yacía inhabitado y apartó una estantería. A continuación, unas escaleras lo dirigieron hacia arriba, donde se encontraba la escondida habitación que hace años mandó construir su abuelo cuando estalló la gran guerra—. ¡Madre! Sé que estás aquí escondida, ¡sal! —el joven conde observó el desorden que su madre había causado en la pequeña estancia, las cortinas estaban desgarradas, el catre de plumas rajado con un cuchillo que aún brillaba en el centro del mismo, las puertas del armario arañadas, el cristal de la ventana hecho añicos…—. ¿Qué diantres está pasando aquí? ¿qué es todo esto? —no se atrevió a formular la palabra que acudía a sus labios, pero lo cierto es que su madre había enloquecido. Su peluca estaba torcida y de ella sobresalía despeinado su cabello, sus ropas estaban rasgadas pero lo peor era esa expresión enajenada que le ponía los pelos de punta.
—¡Cariño! ¿Has venido a ver a tu madre? —le dijo con voz ida.
—Tenemos que hablar, un detective ha venido preguntado por ti. Te acusa… ¡de asesinato! —su madre abrió los ojos con sorpresa y Alfred pudo ver cómo regresaban a la vida.
—¿Yo? No… —miró a su alrededor y ahogó un grito ante el desorden que la rodeaba
—Hijo, te juro que no he hecho nada malo.
—Entonces ¿por qué narices te he encontrado aquí? ¿Qué escondes? —se mesó el cabello desesperado.
—No oculto nada. Yo no he hecho nada. Ha sido ella, ellos. Sí, ellos han hecho esto, me han encerrado y han intentado…
—¿¡Qué!? ¿De quién hablas? y ¿qué te han hecho?
—Esos estúpidos, los Benet.
—¿Los Benet? ¿Te refieres al duque de Malford?
—Sí. Su palurda esposa es la causante de todo.
—¿Lady Malford? —Alfred pensó en la hermosa joven y frunció el ceño, a pesar de que siempre era el centro de todos los rumores él la tenía como una joven muy íntegra.
—Sí, ella. Es mala, muy mala. Nos quiere arrebatar todo, Alfred. Pero la peor es esa estúpida que siempre me ha odiado, sí ella tiene la culpa de todo… ¡La odio! Me lo robó, me robó a Robert.
—Madre estás delirando. ¿Qué tiene que ver la duquesa en todo esto? No entiendo nada…
—Es tu prima.
—¿¡Qué?! Nunca has mencionado que tuviera una prima. Me dijiste que los tíos nunca tuvieron hijos.
—Te mentí. Pero lo hice para protegerte. No conociste a su mujer, Emma. Nos odiaba. Llevaban muchos años intentando tener un hijo y no podían. Ella sugirió que su marido tuviera un hijo conmigo. Tu tío accedió, vino una noche de tormenta. ¡Él me sedujo! Tu padre estaba de viaje… sí… luego él murió en un accidente, aunque yo sé que no fue así. Lo mató, esa loca lo mató. ¡Mató a tu padre! Me quedé embarazada y para sorpresa de todos Emma también. No había pruebas de lo que me hicieron… Luego tuvo lugar el accidente y todos murieron. O eso creía yo hasta que la vi de nuevo, venía a por mí, a burlarse —Agatha se acercó a su hijo y le agarró de las solapas de la chaqueta—. No la dejes, no dejes que me haga daño.
—Madre, ¿cómo sabes que fue la tía Emma la que le sugirió a su marido que te sedujera para luego robarte el hijo?
—¿Qué?
—Es una pregunta sencilla.
—Yo… Ella me tenía odio por ser más joven y más bella. Tu tío estaba enamorado de mí, por eso me hacía la vida imposible. Hijo, sufrí un tormento en sus manos… —Alfred recordó la imagen de la joven extremadamente hermosa que presidía el salón de invitados y se extrañó de que alguien tan bello pudiese ser tan perverso. La mujer del cuadro parecía… etérea.
—Yo... ¿Por qué no me lo has contado nunca?
—Por miedo. Ellos mataron a tu padre. Jamás llegó a conocerte y no quiero que te hagan daño.
—Bueno, explícame una cosa: ¿por qué se te acusa de asesinato? Hay un testigo directo que afirma que fuiste tú.
—Es una artimaña de esa estúpida. Quiere quitarnos el título. Primero vendrá a por mí y después te quitaran de en medio como a una mosca.
—No lo voy a permitir. Voy a mover cielo y tierra para demostrar tu inocencia, madre.
—Esa arpía....
—Madre…
—Tan perfecta. Siempre me trataba de menos. Y cuando se murió tu padre.... Comenzó a tratarme como si fuera una débil muchacha. Ella lo tenía todo. Irradiaba felicidad. Tenía un marido que la amaba, una niña encantadora y ¿yo que tenía? Nada, viuda y con un hijo. Mujer del segundón, yo tendría que haberme casado con Robert, me merecía ser condesa después de todo lo que hice… No lo podía permitir, esa mujer me lo iba a quitar todo.
—¿Qué?
—Se merecía morir. Pero es como las cucarachas. Nunca mueren.
—Me has mentido. ¡Dios Santo, fuiste tú! Lo leo en tus ojos…
—¿Qué? —Su madre volvía de su ensimismamiento. Siempre que pensaba en aquella familia perdía la noción de la realidad y una estela de rabia la poseía.
—Decías que ella lo tenía todo. Un marido que la amaba y una niña preciosa y que tú deseabas al tío, pero él la quería a ella, ¿verdad? ¿Qué hiciste, madre? Has dicho que merecías ser condesa después de todo lo habías hecho para conseguirlo. ¡Habla! Dime la verdad. ¿Asesinaste a ese tal Cuervo? ¿a nuestra familia? A… ¡mi padre! Porque yo no soy hijo del tío Robert, todo era una sarta de mentiras… ¿Cómo pudiste? Eran tu familia…
—¡No! Los odiaba, merecían morir. Y sí, eres hijo del idiota de William, él que no era nadie, un segundo hijo nada más. ¡Lo envenené! Sí, no me mires así, jamás habrías llegado tan lejos con él. Todos debían morir… todos…Y lo haré, acabaré lo que empecé hace diecinueve años, Emma no se saldrá con la suya —entonces lo empujó y corrió por las escaleras.
—¡Madre espera! ¡Por favor! ¡John! ¡John! —El joven corrió escaleras abajo con la intención de detener a su madre antes de que fuera demasiado tarde. Buscó a su mayordomo y finalmente lo encontró tumbado en el suelo intentando incorporarse.
—La señora se ha vuelto loca.
—Lo sé John, lo sé —expresó abatido—. ¿Te has fijado hacia donde se ha dirigido?
—No, mi señor. Pero antes de empujarme contra el suelo le he mirado a los ojos....Está… ida…
—He de avisar a los Benet. En ese estado... ¿quién sabe lo que es capaz de hacer?
***
—Excelencia, un criado de Malford House ha traído esto para usted —dijo el mayordomo de Luton Hoo.
—¡Una carta del Conde de Durlee! —manifestó Lucas sorprendido. Emma se sobresaltó. La última vez que había escuchado ese título, su marido aún seguía con vida y ella también era la condesa. Lucas la abrió impaciente y comenzó a leer.
Durante varios minutos, tanto Emma como Gwen intentaron descifrar el contenido de la carta a través de los gestos y las facciones de la cara del duque.
—Debemos partir de inmediato a Londres.
—¿Qué? ¿Qué sucede Lucas?
—El conde de Durlee me alerta de que estamos en peligro. Al parecer su madre ha perdido la cordura. En la carta me solicita una entrevista, por lo visto acaba de enterarse de muchas cosas y tiene preguntas.
—Lo haré yo —pronunció Emma—. En cuanto lleguemos quiero que venga a visitarme, mi sobrino tiene derecho a conocer la verdad.
—Está bien, pero partiremos de inmediato. Es hora de llevar a cabo el plan.
—¿Estás seguro?
—Completamente. Debo ponerme en contacto con el rey ya.