Capítulo 24

 

 

 

 

Gwen fijó la mirada en sus zapatos y caminó por el corredor deseando terminar cuanto antes con aquella historia. Las paredes desconchadas rezumantes de humedad así como las ventanas bloqueadas por barrotes... casi sentía que le faltaba el aire. Cualquier persona por muy cuerda que estuviera podría llegar a perder el juicio en aquella siniestra institución en la que la terapia de cura consistía en duros castigos físicos.

Comprendió entonces que allí no solo se encontraban los enfermos mentales si no aquellos traicionados y desertados por la sociedad.

Los gritos escondidos tras las celdas le taladraron el cerebro. Años y años de maltrato físico y psicológico se disfrazaban tras aquellos gruesos muros en tratamientos y cuidados especiales para gente también especial. Los políticos alardeaban de una ciudad en progreso que miraba hacia el futuro con los brazos abiertos y sin embargo enterraban ahí lo que ellos consideraban «basura». Entonces, se prometió así misma que aunque le costara la vida entera mejoraría aquel lugar que dormía bajo la manta del diablo.

Lucas la miró de reojo. Casi podía leer a la perfección lo que su imaginación había creado.

—Gwen no te preocupes, la sacaremos de aquí.

—Eso si sigue cuerda. Esta gente... por Dios, Lucas… ¿Los has visto? Estoy segura que desearían antes la muerte que pasar un día más aquí. Te juro que haré todo lo que esté en mi mano, moveré cielo y tierra para conseguir cambiar este asqueroso lugar.

Lucas le cogió de la mano buscando complicidad. No era un momento fácil pero aun así se sorprendió de lo fuerte que podía llegar a ser su esposa; una mujer luchadora y bondadosa. Era lo que más amaba de aquella jovencita de ojos del color de la amatista. Sabía que lucharía por mejorar las condiciones de esos pobres desgraciados y él la ayudaría.

—No sé cómo vamos a conseguir sacarla de aquí. Si tras la suma que hemos derrochado sólo hemos conseguido un pase privado evitando que la entrevista con la «paciente», como la ha llamado ese supuesto enfermero, fuese en una sala común —continuó Gwen.

—Subestimas el poder del dinero, otra vez.

—Lucas, no es lo mismo que nos dejen entrar que llevarnos a una mujer de aquí.

—Déjame a mí esas cosas. Tu madre se vendrá con nosotros, si el dinero no basta usaré mis influencias y en cuestión de unas horas estará fuera —Lucas paró en seco—. Gwen, ya hemos llegado. Puerta 35.

Gwen se mordió el labio. Tras aquellas paredes, a tan solo cinco metros de ella, estaba su madre. ¿Habría sido lo suficientemente fuerte como para no perder el juicio después de tantos años? ¿Con qué tipo de persona se encontraría?

—Cariño, si no puedes entrar nadie te va a juzgar. Sólo estamos tú y yo. No tienes por qué verla así, puedo encargarme yo —le sugirió a animó Lucas.

—¡Jamás! Llevo demasiado tiempo abandonando a esta mujer. Es mi madre y esté como esté la querré igual —entonces, respiró hondo y ordenó al enfermero que caminaba tras ellos que abriera la puerta. Al pasar por su lado le susurró «disfrute del espectáculo, señora», aludiendo a todas las damas y caballeros que asistían a la institución para reírse de los pacientes. Gwen lo miró desprendiendo chispas de odio por los ojos—. Y tú te haces llamar enfermero ¿no es así? déjame hacer una pequeña corrección léxica, tú no eres un enfermero, eres un carcelero, un villano, eres peor que la escoria —el enfermero guardó la llave y se dispuso a darles la espalda cuando Gwen lo agarró del brazo—. No te atreverás —el hombre de aspecto rudo y pálido como la nieve soltó una carcajada y dijo:

—Nos lo hemos pasado muy bien con la maldita loca.

—¿Cómo has dicho, desgraciado?

—Llámame como quieras... bonita. Sabes… esa piltrafa que se esconde tras la puerta tenía esos preciosos ojos cuando llegó. De hecho, se parecía mucho a ti damita… ¿No será pariente suya?  Espero que no, porque sería una pena… ¿Sabe? Ahora sus ojos son tan pequeños que casi parece un topo —y comenzó a reírse tan fuerte que los cristales de las ventanas vibraron unos segundos; casi pareció que iban a explotar.

Lucas se acercó al perverso hombre y sin medir sus actos le dio un derechazo que lo tumbó. Agarró la llave que sujetaba en la mano y abrió la puerta de la celda. Luego, se agachó y entró el cuerpo inerte dentro de la estancia sin fijarse en la mujer asustada que observaba la escena.

Gwen arrugó la nariz al aspirar el hedor tan denso como la niebla que se escapó de la habitación. Cerró los ojos y se tapó la nariz. Observó al enfermero y miró sorprendida a Lucas, quien le guiñó un ojo. Seguidamente su mirada se desplazó hacia la mujer pálida que tiritaba de temor.

Caminó hacia ella y ésta aulló de terror. Gwen ahogó un gemido al comprobar la extrema delgadez que lucía su madre. Su demacrado cuerpo descansaba sobre un pestilente catre tan fino como una hoja. Gwen, movida por el instinto protector que había empezado a sentir con el peso de su embarazo se abalanzó sobre su madre. La mujer instantáneamente, recogió su cuerpo casi en una bola y comenzó a gemir agónicamente.

—¡Madre! Soy yo, tu hija.

—Gwen, cariño, la estás asustando.

Lucas la apartó despacio y la abrazó mientras observaba a la demacrada mujer de cabello rasurado que compartía los mismos rasgos hermosos de su esposa. Sus pobres vestimentas consistían en una raída bata a la que lady Emma se aferraba con todas sus fuerzas. Lucas cerró los ojos asqueado ante el trato que le habían prodigado a esa dama. Juró que les haría pagar, a todos los que formaban parte de ese endemoniado centro.

—¿Cómo la puedo asustar? Soy su hija —Gwen se dirigió a la vieja silla que presidía la pequeña habitación y se sentó mientras sentía cómo las lágrimas se perdían por entre sus mejillas. Lucas se acercó a su esposa y dejó que se abrazara a él dando rienda suelta a su dolor. Sorprendido, observó cómo lady Emma había dejado de llorar y los miraba con unos ojos plagados de angustia.

—Gwen… —la joven siguió la mirada de su marido y se animó a hablar.

—Madre… —la mujer no contestó. No parpadeó ni movió un ápice su cuerpo. Las palabras de Gwen no hicieron efecto alguno. Parecía totalmente ida—. Creo que es imposible que me reconozcas. La última vez que estuvimos juntas podías cogerme entre tus brazos. Pero soy yo —esperaron una respuesta. Cualquier cosa que les diera esperanzas de que tras aquel cuerpo fustigado y maltratado, yacía una mujer fuerte que no había perdido la noción de su vida. Pero no sucedió absolutamente nada. Gwen abrazó a Lucas desesperada. Pensó en el extraño sueño que la había perseguido toda su vida, esa mujer que estaba frente a ella era la protagonista de ese recuerdo, no le cupo la menor duda. Sin embargo, la risa ya no trasformaba sus facciones, ahora la desesperación había ocupado su lugar.

—Lucas dime que todo irá bien.

—Cariño —Lucas le retiró con cuidado el mechón de su rostro afligido—. Esto no va a ser fácil. Tendrás que tener más paciencia que nunca. No sabemos el horror por el que ha pasado. Nadie se puede hacer una idea salvo ella.

—Tienes razón.

Gwen se apartó de su marido y se dirigió hacia ella, despacio, sosegada, intentando transmitir en sus ojos toda la ternura que había almacenado al imaginar a su madre viva. Al fin consiguió llegar a los pies de la cama. Hizo amago de sentarse y al no provocar ninguna sorpresa en la reacción de su madre, terminó acomodándose a su lado.

—Sabes —le habló la joven entre susurros—, me habían dicho que tenías unos ojos preciosos y ahora veo que... bueno, no mentían —Gwen se volvió a morder el labio. A continuación miró a Lucas buscando ayuda—. Madre, no sé por lo que has pasado. Pero ahora estoy aquí y te voy a sacar de este asqueroso lugar donde jamás tendrías que haber estado.

La condesa empezó a mover las piernas. Volvía a sentirse inquieta y nerviosa. Gwen se levantó de golpe y cerró los ojos preparándose para escuchar esos gritos insoportables.

Pero en su lugar, comenzó a hablar desenfrenadamente como si necesitara soltar todas las palabras contenidas durante décadas. Hablaba tan rápido que ni Gwen ni Lucas pudieron entender nada.

—La han vuelto loca Lucas, está completamente loca —y como si su madre hubiera comprendido las palabras de su hija, se cayó y giró el rostro en busca de los ojos de Gwen.

—¿Alguna vez has sentido celos desenfrenados? ¿Quizá rabia por alguna injusticia? ¿Alguna vez has sentido odio por alguien? Puede ser que hayas creído que eres menos persona que otros o que el mundo seguiría igual si no existieras. Si alguna vez has sentido todo esto, no estás más cuerda que yo ni que todos los que están aquí encerrados. Estás igual de loca que nosotros —Lucas sonrió.

Aquella mujer había sobrevivido a la marea corrosiva de aquella institución. Su cuerpo, y su mirada, expresaban enfermedad pero su mente estaba intacta. De eso estaba seguro.

—Sí, quizá esté totalmente loca.

—Completamente —corrigió Emma—. Yo… no sé cuánto tiempo ha pasado... ¿Cuantos años tengo? ¿Acaso importa?

—Madre yo... siempre he pensado que habías muerto.

—¿Acaso no lo estoy? Llevo más de media vida esperando el juicio final pero nunca me llega mi turno. Mi libertad ha sido tan ridícula que he llegado a sentir celos de las arañas que se escapaban por las ranuras de la puerta. Debéis marcharos. Antes de que os encierren para siempre.

—No me iré sin ti.

—Esa luz que entra ¿Es el sol? he llegado a creer que es un truco de estos malditos bastardos. Seguro que es el reflejo del sol entrando por la cueva.

—¿Qué cueva?

—La gruta, la caverna. ¿Quién es real y quien una imaginación?

—Mamá dame la mano. Confía en mí —Emma la miró a los ojos y la reconoció.

—No estás muerta ¿Verdad?

—No, mamá. No estoy muerta.

—Me has encontrado.

—Sí. Y te prometo que jamás te volveré perder —la abrazó fuertemente notando su fragilidad. Las costillas se clavaron en su cintura y sintió como su cuerpo temblaba—.Venga, salgamos de aquí.

Lucas cogió en brazos a la condesa y se dirigió a la puerta. En ese momento el enfermero volvió en sí y los encaró.

—¡Eh! ¡Dónde creen que van con esa paciente! —les gritó. Gwen se giró y con toda la rabia del mundo le atizó otro puñetazo en la cara.

—Eres un bastardo. Me encargaré de que todos vosotros os pudráis en la cárcel. Te juro que así será.

—No vais a conseguir sacarla de aquí.

—¿Ah, no? ¿Cuánto dinero crees que cuesta este anillo? —Gwen se quitó la joya que le había regalado la duquesa viuda por sus nupcias y se lo mostró con una sonrisa—. Puedes mirártelo en la cara. Lo tienes marcado. Creo que tu compañero de la entrada lo encontrará muy valioso —a continuación decenas de voces salieron de sus dormitorios buscando palpar la libertad que les habían truncado.

***

—¿Van a ser así todas las noches, jovencita? —dijo la duquesa viuda mientras se terminaba de ataviar con una bata de seda—. Hija mía, deben ser las tres de la mañana. Tu madre es como un reloj suizo —cada noche, desde que Emma había entrado en  la casa de la familia Benet, a la misma hora, la mujer comenzaba a gritar desenfrenadamente despertando a todos, tanto criados como señores.

—Mi señora, ¿quiere que le prepare alguna infusión? —preguntó solícita la doncella de la nueva duquesa.

—Gracias Anne te lo agradezco. Anda abuela vuelve a la cama, yo me encargaré de mi madre.

—¿Quieres que vaya contigo? —propuso Lucas que acababa de aparecer por el pasillo que conducía a la habitación que ocupaba su suegra.

—No Lucas, sabes que ella se siente más segura cuando estamos a solas.

—De acuerdo. Avísame si necesitas algo —contestó regresando a su recámara.

Gwen se acercó al dormitorio de su madre quien al verla entrar, dejó de gritar como si de una niña pequeña se tratara y hubiera visto a su madre interrumpir en el dormitorio.

—Madre ¿qué sucede?

—Hija, no quiero que entren. No quieroooooo

—Madre nadie va a entrar. Estás a salvo. Estás en casa. Éste es tu hogar. Aquí nada te va a pasar.

—Seguro que entran y me pegan por haber gritado hoy.

—¿Eso hacían?

—No quiero. No puedo más. Ayúdame hija. Protégeme —decía Emma mientras agarraba el camisón de Gwen fuertemente.

—Madre, escúchame. Nadie te va a hacer nada —De repente, alguien tocó a la puerta.

—Ves... me has engañado. Ya vienen.

—No, es Anne, mi doncella. Te trae una infusión para que te relajes.

—¿Se la dejo aquí en esta mesa?

—Sí, gracias Anne. Ya puede marcharse —a continuación observó a su madre—Ves, era sólo una infusión. Ya verás que bien te sienta —Gwen le acarició el brazo dulcemente—.Venga mamá, deja de retorcerte el camisón. Estás a salvo aquí, siempre lo estarás.

—Es que… está mojado

—¿Cómo que esta mojado? Déjame ver... ¡Madre!, ¿Te has....?

—Pensaba que venían.... yo.... pensaba que volvían a mi cuarto.

—No te preocupes. Te cambiaré y volverás a estar seca. Ven anda. No te preocupes. Mírame a los ojos y créeme cuando te digo que a mi lado no te pasará nada. Aquí estás a salvo. Nadie va a interrumpir en tu cuarto a... hacerte nada.

Era la octava noche que pasaba en casa y todos los días sin expectación sucedía la misma historia. Gritaba, luego lloraba, llegaba Gwen y se tranquilizaba. Solía cambiarle el camisón varias veces en una misma noche y terminaba sucumbiendo ante el sueño junto a ella.

Por las mañanas solía despotricar cuando la bañaban y le colocaban las vestimentas. Hacía tantos años que no hacía nada de todo aquello que su piel temblaba con el tacto del agua caliente y los trajes le hacían rozaduras en las caderas. «Poco a poco» solían ser las palabras de Gwen, Emma no estaba loca. Solo había aprendido a tener miedo de todo: de la lluvia, de la oscuridad, de las voces, del sonido de los carruajes que pasaban cerca de la mansión… Sobre todo, de esos hombres que le arrebataron su futuro.

Los criados habían respetado al dedillo las órdenes de su señor y ninguno había comentado nada sobre la extraña invitada que se alojaba en la casa. Pero sería cuestión de tiempo que alguno hablase, necesitaban una solución.

—Lucas, estoy preocupada —Gwen se incorporó y miró a su esposo, que aún yacía adormilado en la cama—. Realmente está sufriendo y yo no puedo ayudarla. No sé cómo ayudarla.

—Gwen, lo estás haciendo muy bien. Solo necesita tiempo. Lleva muchos años allí metida. Es normal que las noches sean largas para ella y que las pesadillas le jueguen malas pasadas. Ten fe.

—Creo que es Londres. No se siente segura en esta ciudad. Ni siquiera me atrevo a sacarla a pasear… Y Lucas, hemos evitado que se corra el rumor de su existencia, pero si la cosa sigue así al final se sabrá y no está lista para enfrentarse a nadie —Gwen hundió la cara en la almohada y dio un puñetazo. Lucas le hizo girar hacia él.

—¿Qué te parece si la sacáramos de aquí?

—No sé si es buena idea moverla a otro lugar. Seguro que se asusta y cree que la llevamos de vuelta a ese asqueroso centro.

—Quizá le vaya bien sentir que está lejos de aquí. No sé, Gwen, puede que un entorno más bucólico, con la naturaleza, despierte en ella sentimientos más humanos. Daríamos paseos por el campo y apenas tendríamos visitas sociales.

—¿Dónde estás pensando en llevarla?

—Podríamos trasladarla a mi casa de campo, ¿qué te parece?

—Oh, no Lucas. La abuela me ha contado que James se ha mudado allí para aclarar sus ideas y tomar el rumbo de su vida. Ahora que tu hermano ha decidido dar un paso hacia el camino de la madurez, no creo que le apetezca enfrentarse a la recuperación de mi madre. Además, para ir a tus tierras tenemos que pasar por la zona donde sucedió todo y si lo reconoce…

—Tienes razón, cariño. Pues, quizá debería escribir a lord Bute y pedirle que si podríamos alojarnos en Luton Hoo una temporada. Estará encantado.

—¿Tú crees? —dijo Gwen mientras se quitaba la bata de cuatros y se acomodaba en la cama. La tripa cada vez le pesaba más y entre las incomodidades del embarazo y su madre que más parecía una hija de cuatro años, sentía que necesitaba un cambio in situ.

—Venga, probemos.

—No sé Lucas. Tengo miedo de que sea peor para ella —apoyó los brazos para tomar impulso e introducirse bajo las sabanas cuando sintió una punzada en el hombro—. ¡Ahhhhhh!

—¿Qué pasa? ¿Es el bebé?

—No, no te preocupes, él está bien. Es mi hombro y los cambios de temperatura. No puedo evitar sentir dolor y me he percatado de que es más intenso cuando el frío se acerca ¿Es una locura verdad? Pensaba que la herida ya estaba curada…

—No es ninguna locura, cariño. Recuerdo ver a  mi difunto tío abuelo relampaguear entre palabrota y palabrota mientras decía «mañana va a llover. Lo sabe bien mi pierna»—. Gwen sonrió

—Me encanta cuando me cuentas historias de tu familia —dijo mientras se masajeaba la zona dolorida—. Sabes… yo siempre confío en tu juicio y determinación. Si dices que le irá bien a mi madre ese cambio de ambiente lo haré encantada.

—Venga pequeña. Duerme algo que dentro de un rato ya sabes que toca... —Gwen dio un golpe en la pierna derecha de su marido.

—¿Traerme un vaso de agua?—soltó una carcajada y lo besó seductora— Eres muy malo...