Capítulo 6
—Y… ¿Si descubren quién soy?
—Gwen tranquilízate. Todo irá bien.
—Yo no soy como ellos, Serena. No me han criado con esos modales.
—Bueno, para eso estoy yo. Para enseñártelos.
—No he sido una buena alumna... ¿Verdad?
—Les gustarás. Y en el caso de que no lo hicieras ¿Acaso importa? En cuestión de unas semanas desaparecerás —Gwen sintió una punzada en el corazón. Todo era más fácil si tenías un apellido.
—Cierto... a lo bueno una se acostumbra rápido.
—Sí querida. Pero este mundo del que te gustaría formar parte... es tan sólo fachada. Hay mucha víbora suelta, y ¿qué me dices a eso de que estés siempre en boca de todos? No sabes durante cuánto tiempo hablaron de mí. Me llamaban «la pobrecita». Y las amigas... nunca sabes cuáles son de verdad y cuáles se acercan al fuego que más calienta. No sé si me he explicado.
—Sí, lo has hecho a la perfección. Mi mundo tampoco es fácil, Serena. El dinero siempre escasea y los problemas jamás desaparecen por mucho que te esfuerces. No odio mi vida, no me malinterpretes. De hecho, me considero afortunada. Gracias a los representaciones que hago en el pequeño teatro he podido contribuir en los gastos del orfanato durante años y cuando miro a otras desafortunadas… Trabajando de sol a sol en el mercado o peor, vendiendo su cuerpo por unas monedas… Cuando veo la ostentosidad de la que se hace gala en cada acto social no puedo dejar de pensar en esa pobre gente, en los pequeños sin hogar... pero sobre todo pienso en que si yo poseyera todo eso, si yo poseyera tan solo la mitad, a cuanta gente podría llegar a cambiarles la vida. No envidio tu vida, para nada. Sabe Dios que yo no casaría en ella. Pero jamás entenderé como personas con tu dinero pueden retirar sus ayudas a gente desangelada y tener la cara de justificarse con estúpidas excusas.
—Oh, Gwen... Por eso te eligió. Eres muy bella por fuera pero aun lo eres más por dentro. Un diamante en bruto; sin alterar; puro y natural. Mi casa siempre será tu casa. Puedes venir siempre que quieras o lo necesites. Pero dejemos de hablar así... parece una despedida y acabas de llegar.
—Cierto —Gwen dibujó una sonrisa. Le tranquilizó la idea de saber que su relación con Serena no era postiza. Algo había de real en todo aquello. De este modo se dejó llevar olvidando sus inseguridades y abrazando aquel cambio bienvenido.
—No olvides pellizcarte de vez en cuando los pómulos para mantenerlos sonrosados. Pero no delante de ellos. Eso nunca. Te he elegido un vestido para la ocasión, Allison te lo está preparando en tu alcoba —a continuación tocó su melena—. Esta noche tienes que estar espectacular, sé que odias empolvarte la cabellera pero debemos acogernos a los convencionalismos. Podríamos recogerte el cabello en un aparatoso peinado y que lucieses tu preciosa tonalidad azabache… ¿Qué te parece? Aunque… no estás acostumbrada, querida, y probablemente te molestará nada más realizártelo. Mejor usaremos una peluca, tengo una que será perfecta, ya empolvada y voluminosa en el centro pero con varios bucles sueltos. Colocaremos unas perlas a su alrededor a modo de tiara. ¡Estarás preciosa!
—Me pongo en tus manos, amiga —riendo Gwen le dio un cariñoso abrazo.
—Lo sé querida, pero también quiero que te sientas a gusto pues sólo así estarás más segura.
—¿La peluca entonces?
—¡Sí! Venga, sube a vestirte que vamos con el tiempo justo —Serena le guiñó un ojo al tiempo que le daba una palmadita en la espalda para que se apresurara.
Transcurrió una buena hora de estirones, arreglos, risas y gritos hasta que llegó el momento de la verdad con el sonido de la puerta y los pasos cansados de Rufus, siempre pensando en «cuándo acabaría todo ese jaleo y podría irse a dormir».
—Buenas noches, Rufus. Venimos a recoger a las damas, ¿están listas? —expresó efusivo James.
—Lady Serena me ha indicado que les conduzca hasta la sala de invitados. Estarán listas en unos minutos.
—Cuando mi hermana dice que bajará en seguida es que aún le queda. Rufus, márchese a descansar que ya conocemos el camino —indicó Damien entre risas, con un brazo agarró de los hombros a su amigo—. James, que te parece si nos servimos un buen coñac mientras esperamos a nuestras acompañantes. Sé de buena tinta que Michael guardaba uno…
Allison miraba desde las escaleras a los jóvenes que desaparecían hacia el estudio de su antiguo señor. Observó al joven marqués y se mordió el labio de deseo, «qué suerte tenía lady Gisele por estar prometida con alguien tan apuesto». Deprisa corrió hacia los aposentos de su señora y abrió la puerta de un golpe.
—¡Ya están aquí, milady! Oh.... es tan apuesto... Ojalá yo tuviese un prometido así
— Allison se dejó caer en la silla mientras su mente imaginaba que un hombre como él la admiraba—. ¿Cómo es?
—¿Lord Halley?
—Sí. Seguro que la adora, es súper atento y baila con usted en todos los eventos sociales a los que asisten. Y usted, milady, tiene que estar tan enamorada... —Gwen puso los ojos en blanco y pensó en James.
—Allison, no te había dicho que no me hablases de usted, ¡eres incorregible, muchacha! —soltó una carcajada— . En cuanto a James, no es oro todo lo que reluce —ante su cara de desconcierto, le explicó—. Me refiero a que a veces puede llegar a ser un poco aburrido. Ves, no porque sea guapo es perfecto.
—Pero milady, ¿cómo puede ser aburrido un hombre así? Si sólo con esa sonrisa, una ya se derrite… Usted, es modesta y no quiere reconocer que está locamente enamorada de él. Está bien, le guardaré el secreto.
—Pero…—Gwen se echó a reír sin poder contenerse. Esa muchacha estaba completamente loca.
—Su vida es tan perfecta… Y mírese, milady, parece usted un ángel. Cuando la vea le dejará sin aliento, ojalá algún día algún joven como lord Halley se fije en mí, pero ya sé que no. Mi madre siempre me dice que vuelo demasiado alto y que un día un disgusto me cortará las alas. Sabe, a veces dudo que alguien pueda mirarme como su prometido la mira a usted.
—Nunca digas eso Allison. Encontrarás a un buen muchacho, ya verás.
Serena abrió la puerta. Gwen la observó y sonrió con satisfacción, ¡qué bella era su amiga! Siempre iba elegante y sutil. Su pelo empolvado estaba recogido en un aparatoso moño de varios centímetros sobre el que sobresalía un pequeño adorno en forma de velero, la última moda en Londres. Sus sortijas eran espectaculares y llamativas...
Empezó a sentir pánico. «Notarán que soy una impostora, jamás estaré a la altura».
—Gisele, estás preciosa —Serena había vivido siempre entre la nobleza y las damas nunca se dejaban ver descuidadas. No obstante, había algo distinto en Gwen, su belleza era embriagadora pero había algo más como un porte noble. Algo, que hacía que encajase perfectamente entre la alta sociedad. «Menos mal que no vive entre nosotras... sería la comidilla de todas las jóvenes envidiosas», pensó admirándola—. Sin duda, ese vestido ha sido diseñado pensando en alguien como tú.
Gwen sonrió. Su melena estaba oculta tras la empolvada peluca, decorada con perlas y lazos azules, de la misma tonalidad que su voluptuoso vestido. El corsé le apretaba tanto que no podía ni respirar y la falda… ¡Qué horror! Era tan grande que para dar dos pasos tardaba varios minutos.
—Quiero regalarte algo —continuó Serena—. Para mí son muy especiales y me encantaría que los llevaras tú —Extendió los dedos. Unos diamantes blancos en forma de corazón colgaban de una perla diminuta—. Son algo sencillos, pero creo que lucirán muy bien en ti. Me los regaló mi difunto marido. Jamás he conseguido ponérmelos desde... hace tiempo. Para mí sería un orgullo que fueran tuyos Gisele.
—Serena yo... no sé qué decir. Son muy muy bonitos. Es el mejor regalo que nadie me ha hecho nunca.
—Salvo el anillo de pedida —matizó Allison. Gwen y Serena cruzaron unas miradas cómplices.
—Desde luego —dijo Serena mientras observaba a Gwen—. Dicho esto, creo que deberíamos ir bajando. No podemos demorarnos más. Los caballeros nos aguardan en el salón.
Gwen respiró profundamente ¿Superaría el examen? Sentía que aquella noche era toda una prueba, esencial para que el plan saliera como estaba previsto. Sabía que todos los ojos se centrarían en ella. Un mal gesto podría destruir su imagen. Su paso firme a través del vestíbulo engañaba, porque en realidad era como una niña asustada ante su primera regañina.
James se levantó de un brinco cuando Gwen apareció en la sala. Tan sólo necesitó tres segundos para desear que toda aquella historia fuera cierta y que ella fuera suya para el resto de su vida.
—Estás... No tengo palabras para describirte. Me cortas la respiración.
—Me tomaré eso como un cumplido —James sonrió a pesar de que sus palabras se clavaron en su pecho como pequeños cuchillos. No entendía porqué siempre era tan fría con él.
—Si me permites, me gustaría cogerte de la mano —Gwen se ruborizó.
—Supongo que es lo más natural dada nuestra circunstancia. Soy tu prometida, ¿no?
—Sí, lo eres —dijo James con una carcajada.
Rufus les abrió la puerta principal de Rungor House y una ventilada les golpeó con fuerza los rostros.
—Daros prisa si no queréis salir volando —Damien les señaló el camino hacía el carruaje y observó delicadamente la espalda de Gwen al entrar.
—Permíteme decirte que esta noche estas preciosa. Ese vestido....
—Gracias Damien. Puedes ahorrarte el resto —James lo fulminó con la mirada—, ¿te recuerdo que es mi prometida?
—Lo siento amigo, pero te recuerdo yo a ti que no lo es, quizá te hayas olvidado embobado por su belleza, pero esto es una farsa —soltando una carcajada subió al carruaje tras las damas.
James miró por la ventana y observó cómo el mundo se ponía patas arriba. El fuerte viento había levantado la tierra del suelo y las ramas de los árboles volaban arcaicamente entre el cielo negro.
—Parece el fin del mundo. ¿Lo veis?
—Es aterrador. No me gusta salir con este temporal —expresó con temor Serena. Su hermano le puso una mano tranquilizadora en el brazo y le sonrió.
—Tranquila, Serena no dejaré que te suceda nada.
—Más te vale, bribón. Y ya que estás tan preocupado por mí, por qué no me haces el favor de dejar de pensar tanto en las mujeres y haces algo de provecho, como casarte.
—Por Dios, hermana. ¡Qué poco me aprecias!
—¿Os imagináis que fuera el fin del mundo? —interrumpió James.
—James no digas estupideces —le amonestó Damien.
—¿No tenéis ningún plan pendiente? A mi gustaría ir a París, nunca he salido de esta ciudad y me encantaría viajar.
—James, sabes bien por qué irías a París... Dicen que hay unas buenas.... mujeres.
La verdad es que yo también iría.
—Dios Damien, ¡eres un caso! Sois un par de inmaduros los dos.
—Pero… —dijeron los jóvenes al unísono.
—Bueno, silencio, que con tanta cháchara estamos poniendo nerviosa a Gwen. Querida, ¿cómo estás?
—Bien, no te preocupes.
Gwen clavó su mirada en el paisaje. Jamás había visto un lugar como aquel. El carruaje bordeó un pequeño lago que decoraba la entrada del palacio y pudo observar como cuatro cisnes dormían a la orilla medio escondidos entre unos matorrales. El cielo parecía atraparlos en una profunda noche de la que jamás podrían escapar. No había luna ni estrellas, solo las nubes plomizas y el alarido del viento que jugaba a ser un lobo.
—¿Tenéis cisnes?
—Sí. Hace cuatro años, si la memoria no me falla, se construyó este embalse por orden de Lucas.
—¿Quién?
—Mi hermano. Te hable de él el otro día. Ahora lo conocerás y a la abuela, se mueren por verte. Hasta Corley me ha preguntado por ti.
—¿Lord Corley? ¿asistirá a la cena? —preguntó Serena extrañamente nerviosa al pensar que el amigo de su difunto marido estaría presente esa noche. El estómago le dio un vuelco inexplicable.
—Sí, me dijo que no se lo perdería por nada del mundo —tocó la mano de Gwen, quien rápidamente la apartó e intentó insuflarle ánimo—. Todo saldrá bien, ya lo verás.
Gwen seguía presurosa los pasos de su supuesto prometido por el corredor que los llevaría hasta el gran salón. Mientras, su cabeza repasaba cada detalle protocolario. Los rostros desconocidos de los cuadros que adornaban las paredes de la imponente mansión la observaban despiadadamente y ella sintió que podían leerle la mente. «No fue idea mía…», se disculpó mentalmente. Si unas inertes figuras dormidas entre la densa pintura seca podían hacerle sentir mal... ¿Cómo podría con lo que se avecinaba?
Serena alargó el brazo y acarició su espalda. Gwen notó calor, complicidad. No estaba sola. Podría con ello. Al fin y al cabo su trabajo era actuar. Eso siempre se le había dado estupendamente. James paró en seco ante unas puertas de roble macizo y se giró hacia el mayordomo de la casa pidiéndole con gestos que esperase unos minutos.
—¿Preparados?
Gwen sintió la mano de Serena en la suya propia y le sonrió. Miró a James y asintió con la cabeza. Él le indicó al mayordomo que abriese y éste dio paso al calor que se desprendía de la sala. James se introdujo en la gran estancia, ella respiró profundamente y lo siguió.
—James querido, por fin habéis llegado —la duquesa viuda fijó la mirada curiosa en la joven extremadamente hermosa que acompañaba a su nieto. Sonriendo supo por qué su pequeño tenía tantas ganas de desposarse. La dama era una joya.
—Abuela permíteme presentarle a mi prometida, lady Gisele Carlliveni — la duquesa viuda afinó su ya algo borrosa vista y la escrutó con sumo cuidado de arriba a abajo.
—Gisele, ésta es mi abuela. Lady Margaret, duquesa viuda de Malford.
—Mucho gusto en conocerla, excelencia.
—Llámame Margaret, querida. Casi somos familia, ¿no? —señaló— Es un placer. Veo que mi nieto tiene muy buen gusto. Me regocijo pensando que ha aprendido de una servidora —Gwen sonrió. Se había quedado sin palabras. Serena acudió en su ayuda.
—Excelencia, hacía mucho tiempo que no coincidíamos.
—Querida, que alegría verla tan....
—¿Entera? —sonriendo le guiñó un ojo.
—Está espectacular. Venga a mi lado. Les presentaré al resto de invitados — la duquesa viuda asió con decisión el brazo de Serena mientras le ponía sobre chismorreos de la alta sociedad.
Ya en la mesa, Gwen se colocó frente a su prometido, Serena frente a su hermano Damien y la abuela en uno de los extremos, al lado de la gran silla que presidía la mesa y que pertenecería al dueño de la casa.
El mayordomo apareció anunciando la llegada del duque y su acompañante, lord Corley. Serena observó a Gwen deseando estar equivocada por lo que estaba a punto de suceder. En aquel instante en su cara se dibujó una expresión de horror, la misma que se reflejaba en la del duque. La copa se le escurrió de sus manos y terminó estallando en el suelo.
—Yo… ¡lo siento muchísimo! no sé qué me ha debido de pasar —se disculpó Gwen con los comensales. Sus ojos dejaban un camino claro hacia sus pensamientos.
Serena casi se pudo mecer entre ellos. Sin duda, aquel hombre misterioso que la había besado en la noche de disfraces se trataba de Lucas, el hermano de James.
—¡Tú! —gritó Lucas. No podía dar crédito a sus ojos. Había estado pensando en ella toda la noche, todo el día, incluso ahora que posaba frente a él, pensaba en ella— Pero…no entiendo, ¿cómo me has encontrado?
—Lucas, ¿la conoces? ¿Conoces a mi prometida? —James sintió como una garra heladora le estrujaba el cuello dejándolo sin aliento. Se había ido todo al garete.
—¿¡Tu quéee!? Eres… digo… ¿usted es la prometida de mi hermano? —ante el asentimiento de cabeza que le dirigió ella, apretó la mandíbula lívido de furia. «¡Pero qué está pasando!», la miró a los ojos con ira y se preguntó qué tramaría la dama. ¿Su prometida? Ja, y un cuerno—. Es… un placer conocerla, por fin —dijo entre dientes. Se acercó a ella y le besó la mano con brusquedad masticando la ira que lo consumía.
—¡Lucas! Por un momento parecía que la conocías —James reía por lo que creía un groso error—. Su nombre es lady Gisele Carlliveni.
—¿Carlliveni? No me suena. No será de por aquí.
—Mi padre era un conde italiano que se desposó con una dama londinense —recitó el papel aprendido—. A su muerte, me trasladé con mi prima, la condesa de Rungor, tengo entendido que la conoce, ¿no?
—Sí, claro. Su difunto esposo era amigo mío —totalmente anonadado se giró hacia lady Rungor y la saludó—. Me alegro de volver a verla, milady. Es un placer.
—El placer es mío, excelencia —Serena se dejó besar la mano y luego saludó tímidamente a lord Corley.
Durante la primera media hora Lucas no le quitó el ojo de encima. La furia seguía quemándole por dentro y a duras penas se controlaba para no estallar. Se imaginaba apretando ese precioso cuello de embustera. Menuda intrigante. Esa ninfa de ojos violetas lo había embrujado al igual que hizo con su hermano. Se la imaginó en brazos de James dejándose besar como él lo había hecho hace dos noches en el baile de disfraces y sin ser consciente de ello rompió la copa que asía entre sus dedos.
—¡Lucas! Oh, Dios mío…Estás sangrando —totalmente ajeno a cuanto le rodeaba miró a su abuela que estaba sumamente preocupada, observó su mano y vio el corte que le había dejado el cristal.
—Abuela, no es nada —se levantó y se dirigió a la puerta—. Damas, caballeros, si me disculpan… —salió de la sala mareado y no por la sangre derramada, sino por la ira que lo consumía. Se dirigió al estudio y apuró una copa de coñac.
Algo repuesto y cubriendo torpemente la herida regresó al gran salón a tiempo de escuchar el interrogatorio al que estaba siendo sometida la pequeña seductora de ojos violetas. Se acercó a la mesa y tomó asiento.
—Cuéntenos lady Gisele, ¿cómo se conocieron? —preguntó Brian.
—Verá lord Corley, coincidimos en el teatro. Sé que no es una gran historia pero fue ahí. Mi prima —la miró con una sonrisa cómplice— me propuso asistir dado mi abatimiento de esos días. Al finalizar la obra, vimos a Damien y nos acercamos a saludarle, a su lado estaba lord James. Nos presentaron y así fue.
Todo fruto de la más sencilla y divina coincidencia —Gwen le dedicó una sonrisa a James que hizo enfurecer a Lucas.
—Hijo, si sigues cortando así el bistec te vas a llevar consigo el plato. Más delicadeza —observando el extraño comportamiento de su nieto, de ahora y de hace unos días, la duquesa viuda supo que algo le carcomía por dentro y por como miraba a la joven dama empezó a sospechar qué podría ser lo que ocultaba.
—Y dígame ¿qué obra fueron a ver? —James miró de reojo a Serena esperando que ella hubiera tenido el cuidado de cubrir todos aquellos detalles.
—Vimos Sueño de una noche de verano —«No improvises, ¿qué haces improvisando? Lo vas a estropear todo», pensó Serena—. Es una obra magnífica. No sé si ha tendido el placer de ir a verla.
—Qué extraño, juraría que este año no estaba en cartel… —intervino Lucas con una sonrisa maléfica.
—Bueno, querido, tú no sales mucho, de modo que estarás confundido. Si Gisele dice que la vieron, así será, ¿no? —la ayudó la duquesa viuda.
—Sí, creo recordar que yo también asistí…—Todos los presentes se giraron sorprendidos hacia la querida lady Josephine Jones, la amiga más preciada de la duquesa viuda. Serena la miró boquiabierta, gracias a su equivocación habían logrado salvar la situación, mentalmente se lo agradeció.
—Y díganos querida, ¿siempre ha vivido en Italia? No parece tener acento…
—¡Oh, no! Mi padre era italiano, pero siempre hemos vivido en el norte — improvisó, la velada era un desastre. Necesitaba salir de allí cuanto antes, la cabeza le daba vueltas y cada vez que miraba al dichoso duque sentía que se desmayaba. Condenado destino, ¿por qué de entre todos los nobles de Londres tenía que ser él?
—Vaya, ¿en qué parte? Una anciana como yo, a estas alturas de la vida solo le queda lastimarse por los lugares que jamás conocerá. He escuchado cosas magníficas del norte.
—Y seguro que todas son ciertas. Vengo de Nottingham.
—¿Eso no está muy al norte?
—Sí. Pero no es muy distinto a todo esto. A veces me sorprendo paseando por calles que son exactamente iguales a mi hogar. Realmente me siento como en casa, excelencia.
—Sí, apuesto a que sí —contestó Lucas.
La conversación continuó media hora más hasta que dio por finalizada la cena. Los hombres se levantaron y marcharon a tomar una copa, mientras que las mujeres pasaron al saloncito. Gwen aprovechó el momento para excusarse e ir al baño.
Lucas observó como la dama de sus desgracias huía por la puerta y con una excusa partió en pos de ella. Esa impostora no se saldría con la suya. Escondido cerca de la biblioteca esperó a que apareciese y cuando lo hizo la agarró hacia adentro.