Capítulo 7

 

 

 

 

—¡Suéltame, patán! Me hace daño, pero ¿qué le pasa? Es que acaso se ha vuelto loco, ¡soy la prometida de su hermano! ─gritó Gwen escapando de esos labios; apoyó las manos en su pecho y lo empujó con todas sus fuerzas para quitárselo de encima.

—¡Ja! Por encima de mi cadáver, bruja. No sé qué buscas embaucando a ese pobre mocoso, pero no te lo permitiré. No eres más que una vulgar aprovechada que ha seducido a un niño para hacerse con su dinero. Que poco inteligente, hermosura, sólo tenías que abrirme tus piernas y yo te hubiese puesto el mundo a tus pies. ¿Por qué conformarte con un marqués si podías tener un duque? Yo pago muy bien a mis mujeres.

— ¡Desgraciado! ─gritó Gwen al tiempo que estallaba la palma de su mano contra su rostro─. Yo amo a su hermano, es verdad. Todo esto es un malentendido, si se serenase y me dejase explicarle…

—¿Qué tienes que explicarme? Que estás tan enamorada que a la primera de cambio te entregas al beso de otro, ¿o es que acaso mis labios te recordaron a los de James…?

Lucas estaba enloquecido, aquella mujer sacaba lo peor de él. A su lado perdía la compostura de la que siempre hacía gala. Se apartó de su cuerpo y caminó hasta el escritorio mesándose los cabellos. Se sentó en él y la miró.

—Bueno, vayamos al grano, Gisele o como quiera que te llames; ¿cuánto quieres por apartarte de él? Te daré una buena suma si desapareces ahora mismo de su vida. Y si lo que buscas es un título yo te lo proporcionaré también, serás la amante de un duque, ¿qué te parece? ─dijo con ironía. Necesitaba herirla, estaba celoso, furioso con esos dos. Ella era su ninfa, jamás aceptaría que fuese de James. Jamás.

—Me parece que es un malnacido. Usted me confundió con otra persona y yo también. Aquella noche creí que era James, él no iba a asistir al baile, pero cuando me besó pensé que había cambiado de opinión. Luego usted me llamó Joan y supe de mi gravísimo error. Nos separamos y ahí acabó todo. Por lo menos para mí, ese beso no significó nada ─Gwen estaba desesperada, si no la creía todo se iría al garete y no se podía permitir tal cosa. Recordó uno de los trucos de su amiga Frances y agachando la cabeza se pellizcó el ojo con la uña. Las lágrimas brotaron por su rostro y ella simuló que estallaba en un descontrolado sollozo.

Lucas la miró sorprendido y sonrió internamente. No creía ni una sola palabra de lo que decía. ¡Menuda actriz!

Serena estaba desesperada. Gwen no estaba en el excusado y el duque había desaparecido del salón. Él la había reconocido, sus ojos le delataron. En ellos se pudo leer la sorpresa y la furia cuando vio como James la presentaba. Debería haberlo evitado, ella sospechaba que él era el caballero que la asaltó en el balcón y no dijo nada. Lord Malford era un hombre peligroso, alguien acostumbrado a obtener lo que quería y se había encaprichado de la muchacha. No pararía hasta conseguirla.

Oyó un ruido y se dirigió hasta la biblioteca. Unas voces, ¡estaban allí, qué desastre! Se agachó e intentó averiguar qué pasaba dentro.

—Lady Rungor, ¿qué hace aquí sola? ─Serena se irguió sobresaltada. La habían pillado con las manos en la masa, a ver cómo explicaba de forma elegante que una dama estuviese espiando por la rendija de la cerradura.

—¿Y usted, milord? Debería estar en el salón con los demás.

—Como usted, milady.

—Bueno, yo… yo estaba buscando el excusado. Oí unas voces y me acerqué. Creía que eran ladrones, sabe. Se me ocurrió mirar por la rendija para cerciorarme, antes de dar la alarma. El otro día leí en el periódico General Advertiser un artículo de los Bow Street Runners en el que aconsejaban estar precavidos dado el aumento de robos que se estaban produciendo en viviendas de gente adinerada. Creo que mencionaban a una banda…

Brian sonrió con placer, lady Serena no sabía mentir. El delicioso rubor que le coloreaba la cara y el temblor en su voz la delataba. Se fijó en esos ojos del color del mar e irremediablemente su mirada bajó hasta sus labios.

—Es usted muy bonita, lady Rungor ─ sus palabras los sorprendieron a ambos─ Perdone, no quise decir eso… No es que no sea usted, bella, por supuesto que lo es, yo sólo… ─la carcajada de la condesa lo cortó. Pero qué le pasaba, parecía un mozalbete inexperto.

«¡Granuja!»

El grito que salió tras la puerta de la biblioteca los sorprendió a ambos y Brian supo qué estaba ocultando. Dentro, Lucas y lady Gisele parecían batirse en un duelo verbal.

—Con que ladrones, ¿eh?

Serena sintió como enrojecía de pies a cabeza. Sonrió y se encogió de hombros.

—Es lo que pensaba hasta que miré ─ Otro estallido hizo que la condesa pensase en su amiga, la pobrecita estaría aterrorizada─. Lord Corley, tenemos que frenarles, debe ayudarme a acabar con esta locura.

—No ─repuso él con una sonrisa.

—¿No? Y lo dice así de simple, podría hacerle daño. ¡Escuche como le grita!

—Lo hago, milady, y también oigo como le iguala ella. Creo que Lucas ha encontrado la horma de su zapato. Algo, que ya le hacía falta a ese cascarrabias.

—Pero, ¡qué dice! Ella es la prometida de su hermano, cómo puede pensar…

—No disimule conmigo, condesa. Usted y yo sabemos que esos dos no sienten nada, no hay más que verles, ni se miran. Bueno, igual el cachorrito está deslumbrado por su belleza, pero su prima lo ignora. Sin embargo, no ha apartado los ojos de Lucas durante toda la velada.

—¡Eso es mentira!

—No, y lo sabe. Además, no se me ha pasado por alto la sorpresa de ambas al ver a Lucas y la de mi amigo al conocer por fin a la supuesta amada de su hermano. Y lo mejor sabe qué es, que esa damita se parece demasiado a una joven que ha enloquecido a Lucas. Él me dio una descripción detallada y Gisele se ajusta al dedillo a ella.

—Está delirando…

—Quizá o quizá no ─respondió él riendo al observar el rubor en el rostro de la condesa. Esa preciosidad tendría los días contados como espía.

«¡Maldita embaucadora!»

—Por favor, haga algo. ¡Van a matarse! ─suplicó Serena acercándose a él y agarrándolo por las solapas de la casaca.

Brian miró ese hermoso rostro y su perfume lo cautivó. Nunca se había sentido tan confundido por una mujer, con cinco hermanas a su cargo no tenía tiempo de andar pensando en el sexo femenino. Pero esa belleza siempre había sido su perdición, desde la primera vez que la vio. Y ahora estaba tan sola que despertaba en él un instinto protector. Miró su boca y fue bajando el rostro. Despacio, dándole la oportunidad de apartarse. Sus labios se tocaron y encontró el cielo. Ella abrió la boca y él introdujo su lengua buscando desesperado su sabor.

—¡No! No puedo, lo siento yo… ─rompió a llorar y huyó de él.

—¡Serena! ─la llamó Brian. «Necio», se reprochó. No tendría que haberla besado, no estaba preparada. Miró hacia donde había desaparecido y suspiró. La deseaba, siempre lo había hecho, y si tenía que arrebatársela a un fantasma, que así fuese. Recordó la primera vez que la vio del brazo de Michael, el odio que sintió hacia sí mismo por enamorarse de la mujer de su amigo. Desde entonces huía de ella, pero ya era hora de enfrentarla, de decirle todo lo que había callado durante años. Serena tendría que dejar ir a su difunto esposo, quisiese o no.

Serena entró en el excusado y buscó con frenesí el colgante que portaba cerca de su corazón. Lo besó y susurró: «Michael… ¡Perdóname!». Se tocó los labios y la culpabilidad aumentó, pues por primera vez en dos años había dejado de pensar en su esposo. Por primera vez deseó a otro.

Gwen miraba furiosa a ese mastodonte moreno que la sacaba de quicio. Por las barbas de Cristo, con todos los hombres que habían y tenía que caer en las garras del hermano de James. El muy estúpido se estaba burlando de ella, incluso le dio su pañuelo para que se secase las lágrimas, creía haberlo convencido. Pero no, era terco como una mula. Y así se lo hizo saber.

—Entonces, ¿cuánto quiere?

—¡¿Cómo!?

—Vamos, gatita, no insultes mi inteligencia. ¿De verdad, me crees tan tonto como para tragarme ese cuento? Dime, ¿qué te ha prometido James para que te rebajes a algo tan sucio? Si hasta habéis jugado con los sentimientos de la abuela ─soltó Lucas para hacerla sentir mal.

Sus palabras surtieron efecto en la joven, que en seguida tuvo enormes remordimientos por haber engañado a la duquesa viuda.

—Yo… No le estamos mintiendo, tiene que creerme.

—Lo que creo es que eres una farsante, una mentirosa que va tras nuestra fortuna ─dijo Lucas acercándose a ella—. Y creo, además, que necesitas aprender a diferenciar los besos de un hombre y de un chiquillo…

Lucas deslizó los dedos por su peluca y de un solo toque se la arrebató dejando su melena al aire.

—Así está mejor

—¡Granuja!

—Te deseo Gisele, aun sabiendo lo que eres, te quiero calentando mi cama ─Como un sonámbulo se acercó a ella y la devoró con la mirada; la agarró de la nuca y la besó de nuevo, pero esta vez no había furia, sólo anhelo.

Gwen se intentó apartar de ese torbellino pero su cuerpo la traicionaba. Sintió sus manos rodeándola y oyó como susurraba su falso nombre. Eso la hizo reaccionar, volvió a la realidad e intentó  apartarle. Falló y entonces se le ocurrió algo.

—¡Bruja!, maldita embaucadora, me las pagarás ─dijo Lucas con rabia lamiéndose la sangre que le corría por el labio. ¡Le había mordido!─ Volvió a acorralarla y le robó otro beso. Cuando ella abrió la boca para gritar él la invadió con su lengua, atacándola sin piedad.

La acercó hasta el escritorio y la apoyó en él capturando sus labios de nuevo. Esta vez, ella se dejó llevar. De repente, un golpe en la puerta los separó.

—Lucas, maldito seas, déjala. Abre la puerta. Gisele, ¿estás bien? ¿Qué está pasando ahí, por qué no se oye nada? ¡Gisele! Serena me ha dicho que estás aquí con él, contesta Gisele.

Gwen y Lucas se miraban conscientes de lo que habría pasado si no los hubiesen interrumpido.

—Nunca podrás probarme que lo amas, no cuando tus ojos y tu cuerpo dicen lo contrario — observó su abatimiento y la duda volvió a surgir, parecía tan vulnerable…  Pero los hechos la condenaban, era una caza fortunas, como lo fue Alice. Una sospecha se formó en su mente y sintió como miles de dagas se alojaban en su pecho─. James está en esto, ¿verdad?

—Tengo que irme, lo siento… ─Gwen estaba abatida. La atracción que sentían era tan fuerte que él tenía razón, su cuerpo hablaba por sí solo. Las había fallado, las pequeñas la necesitaban y ahora… rompió a llorar. Esas pobres criaturas se quedarían sin un hogar y todo por su culpa.

—Gisele, esto no ha acabado. No puedes huir de lo que nos está pasando, lo sientes tanto como yo. Nuestros cuerpos se acoplan como si estuviesen hechos el uno para el otro. Por favor, piensa en mi propuesta, te daría cuanto deseases. Sé mi amante, Gisele.

Otro golpe. Lucas la miró y supo que estaba tan aturdida como él. Se acercó a la puerta y la abrió justo cuando James arremetía con el hombro, por lo que cayó despatarrado en el suelo.

James los observó y fue consciente de lo que había pasado. Gwen estaba hecha un desastre, sin peluca y con las mejillas sonrojadas y llenas de las marcas que la incipiente barba de Lucas le había dejado. Él no presentaba mejor aspecto.

—Gisele, déjanos solos. Serena te espera fuera.

La joven corrió a la puerta y desapareció cayendo hecha un mar de lágrimas en los brazos de su amiga. Necesitaba salir de esa casa cuanto antes.

—Lucas, si no fueses mi hermano te retaría a duelo por lo que le has hecho a Gisele. ¿Cómo has podido? Es mi prometida.

—James, tú y yo sabemos que eso no es cierto. Ni la abuela se ha creído esta comedia. Exijo saber por qué has hecho esto.

—Tú no lo entiendes, Lucas. La quiero de verdad, me he enamorado de ella.

—Sandeces, lo que tienes es un picor en la entrepierna que tu amante podrá curar. No la amas, James. Es sólo lujuria porque es una mujer muy bella, una mentirosa que te ha atrapado para hacerse con tu dinero.

—No, Lucas, Gisele no es así y no consiento que hables de ella en esos términos. Esa mujer es mía.

—¿Tuya? Mocoso engreído. Aléjate de ella o lo lamentarás ─era incapaz de imaginársela en los brazos de su hermano. Sólo de pensarlo enloquecía de rabia.

—La quieres para ti, ¿verdad? No te basta con todo lo que tienes, también me quieres robar a Gisele… Pues no, no lo consentiré.

—Esa mujer no te ama cabeza hueca porque insistes en ello. ¿Qué buscas James?

—Nada, Lucas. Sólo sé que la quiero y que deseo hacerla mi esposa.

—Está bien, lo aceptaré.

—¿En serio? ¿De verdad vas a dar tu visto bueno al compromiso? ─ preguntó James receloso. Lucas se había rendido demasiado pronto.

—Sí, pero con una condición.

—¿Cuál?

—Que te vayas dos semanas, en ese tiempo intentaré descubrir si tu dama te procesa el mismo afecto o no.

—Y, ¿qué harás para conseguirlo, hermano?

—Intentar seducirla, qué si no.