Capítulo 1
Londres, 1768 Lo mataría.
Ese era el pensamiento que cruzaba durante todo el día por la mente de Lucas Alexander Benet, cuarto duque de Malford, cuando pensaba en su hermanastro. El maldito cabeza hueca se había metido en problemas y esta vez de los gordos. Por su culpa estaba en ese atolladero, pero ni loco pensaba comprometerse con la insípida hija del barón de Ruland para compensarle por la suma que le debía el mocoso.
Según el barón, James se había apostado a las cartas y perdido el magnífico collar de esmeraldas que la duquesa viuda, su abuela, le regaló a su fallecida madre el día de sus nupcias. Una joya que su abuela adoraba y reservaba para la próxima duquesa. La vieja lo despellejaría vivo cuando se enterase y él lo asesinaría, pues el hombre había tenido la osadía de exigirle, ¡a él!, el pago inmediato de la deuda o perdonársela a cambio de que se desposase con su anodina hija. Obviamente, se negó en redondo ante tal descabellada sugerencia y el pomposo barón lo amenazó con hacer un escándalo. Ni qué decir que lo echó con cajas destempladas.
¿Matrimonio? Ja. Esa era una palabra que él no volvería a escuchar jamás, su hermano sería el encargado de perpetuar el apellido. Pero él nunca volvería a unirse a una mujer, todas eran unas intrigantes. Todas eran como ella.
Oyó un sonido y pensando que James había regresado se apresuró a la entrada. Al llegar vio tan solo a Cyril Bailey, su mayordomo.
—¿Qué haces ahí plantado, Bailey? ¿Ha aparecido ya James? Mándame a ese cobarde a mi despacho en cuanto llegue —sin darle tiempo a responder se giró dispuesto a sumergirse en la tediosa tarea de contabilidad que había ido posponiendo toda la semana.
—¡Espere excelencia! Han traído esta carta para usted, creo que es de lord James.
—Ese irresponsable… ¡qué tramará ahora! Dime, Bailey, qué he hecho yo para merecer tal condena. Este hermano mío acabará con mi paciencia.
—Lord James es joven, alteza. Quizá usted no se acuerde pero a su edad le daba los mismos quebraderos de cabeza a su padre, que Dios lo tenga en su gloria. La vida ha agriado su carácter pero antes era un joven tan dicharachero como su hermano. Lady Rose se apenaría si lo viese convertido en un hombre tan frío.
Con una carcajada Lucas miró al descarado mayordomo. Ese hombre blandía su lengua como un arma feroz. Se preguntó cómo soportaba su desfachatez, pocos se atrevían a hablarle de esa manera y curiosamente su empleado era uno de ellos. El viejo llevaba más de cinco décadas al servicio de los Benet y por ello se creía con ciertos derechos, como el de reprenderle siempre que se le antojaba. ¡Diablos! Hasta ese engreído se le descontrolaba…
—Recuérdame por qué te pago, Bailey, y soporto tus bobadas.
—Porque sabe que me necesita, ¿quién sino aguantaría su mal humor?...
Lucas le respondió con un gruñido a lo que el viejo mayordomo contraatacó con una carcajada mientras se alejaba hacia las cocinas. Con una sonrisa pensó en que ese decrépito le había hecho olvidarse de su enfado, pero al leer la nota de su hermano su ira regresó con más fuerza que antes.
Lucas,
No me esperéis para cenar, tengo cosas que hacer de máxima importancia. Seguramente ya habrás recibido nuevas sobre mí y estarás furioso, aun así te rogaría que fueses discreto con la abuela, ya sabes cómo se pone. Y en cuanto a ese tema déjalo en mis manos yo sabré apañármelas con el barón. No me esperes despierto pues llegaré al amanecer y tranquilo que no estaré solo, Damien me acompaña.
James Benet
¿Tranquilo? Lucas resopló con enfado preguntándose en qué andaría ese par, cuando esos dos se juntaban eran como la peor de las marabuntas. Resignado se dirigió al estudio y soñó con el día en que no tuviese que preocuparse por ese inconsciente. ¿Qué estaría tramando ahora?
***
James Benet miraba nervioso la botella de coñac medio vacía que sujetaba. Se sentía aterrado, su abuela lo asesinaría por apostarse su joya más querida. Era un collar valiosísimo, no sólo por su cuantía sino también porque pasaba entre las mujeres Benet de generación en generación. Y él lo había perdido. Todo fue tan rápido… El tedioso baile de los marqueses de Sulligant, la partida de naipes, su asignación quincenal despilfarrada tras unas malas manos y luego la dichosa gargantilla.
Repasó con detenimiento su día. Esa misma mañana el suave ronquido de su amante Margaritte lo había despertado. Confundido, pues no recordaba haberla visitado la noche anterior, se vistió y se apresuró a localizar un coche de alquiler para dirigirse a su casa. Cuando se acercaba a Malford House divisó cómo el carruaje del barón de Ruland paraba en la entrada de la mansión y el viejo avaro entraba. De repente, su mente se aclaró, comprendió lo que había hecho y huyó de allí, de vuelta con Margaritte.
La noche anterior, tras salir del club al que había acudido con su mejor amigo Damien, se dirigió al baile de los marqueses de Sulligant; estaba completamente borracho y cuando las matronas empezaron a acosarlo con sus dulces e inocentes hijas decidió esconderse, vio cómo un grupo de hombres empezaba una partida de cartas y se sumó. Entre ellos estaba su verdugo, el barón de Ruland, un hombre ambicioso que soñaba con emparentarse con su familia. El condenado le retó y él aceptó jugándose la preciosa joya de la familia. Cuando la perdió se sintió tan mareado que escapó de allí refugiándose en los brazos de su amante.
Y ahora estaba ahí, en el vestíbulo de la casa de Damien esperándolo para poner en marcha un plan y solucionar su metida de pata. Pensó en su hermanastro y se aflojó el cuello de la camisa, lo castraría. No eran hijos de la misma madre, dado que la de Lucas murió dándolo a luz, pero consideraba a la suya como propia, pues lo había criado desde los cuatro años, cuando se presentó en casa del duque para el trabajo de institutriz que se ofertaba.
Lady Rose Clarens era una joven que lo había perdido todo por las deudas de juego de su padre, quien acabó quitándose la vida. Desesperada decidió aceptar el empleo del duque sin saber que llegarían a enamorarse y acabaría siendo la nueva duquesa. Cuidó del pequeño Lucas como si fuese su verdadera madre y años más tarde lo tuvo a él.
James siempre había estado muy unido a Lucas, a pesar de la diferencia de edad, pues llegó cuando su hermanastro ya tenía nueve años; pero cinco años atrás, tras la muerte de sus padres en un accidente, se distanciaron. Lucas se refugió en las responsabilidades familiares y él, buscó el apoyo de Damien ocultando su dolor entre los placeres que le ofrecía la buena sociedad.
—Vamosss, hombre, que llegaremos tarrrdee ─ apremió James con la voz entumecida por el alcohol a su amigo cuando lo vio aparecer por las escaleras.
—¡James, bribón! ¿Qué estás haciendo aquí? ─le contestó Damien; acercándose a su amigo─. ¿Has dicho que llegaremos tarde?, ¿a dónde? Y, ¿qué demonios hiciste ayer? Desapareciste del club.
—¡Ni me lo mencionesss! Las esmeraldas, amigo, ellas tienen la culpa. Ese codicioso… ¡Dios! Lucas me desollará vivo cuando me encuentre, por ellas, porque él las quiere, pero la vieja no lo consentirá porque son suyas. No se las puede quedar, ¿sabes? Oh no, ¿podrían obligarnos a casarnos si no se las doy? No, no me casaré. La abuela no lo permitirá. Venga, al Beef and Liberty. Ahí está la solución, ¿no lo vesss? Lucas se alegrará.
—¡¿Qué!? ─ inquirió desconcertado mirando los vidriosos ojos de James─. No entiendo ni una palabra de lo que dices, muchacho. ¿Quién demonios se va a casar? Y ¿por qué tu hermano querría ponerse las esmeraldas de tu abuela?
—¿Se casa? ¿Quién se casa? Cállate... me desconcentras. Una partidita de esas de póquer, y me voy con mi abuela a la cama. Osea... con el collar de mi abuela, leche. Ese barón de Rululand... ¿Cómo era? Ruluand, Rulandon, ¡Ruland! No se quedará con las esmeraldas de la abuela, ¿lo ves? Es muy sencillo Damien: juego, gano el dinero, se lo doy al barón y se olvida de la joya.
—¿Sencillo? ─soltó con una carcajada al tiempo que observaba como su amigo apuraba el resto de alcohol de la botella—. Anda dame eso que no te va a ayudar mucho ir como una cuba.
—Damien, no deberías beberrrr tanto te nubla las entendederas, amigo. En el carrrruaje te lo explicaré, presta atención porque tiene que salir bien, no podemos perderrrlas.
Soltando una carcajada observó como James se balanceaba de un lado a otro intentando caminar lo más correcto posible dada la melopea que llevaba. Le ayudó a subir y luego se dispuso a escuchar su disparatada historia. Poco a poco fue reconstruyendo la noche pasada y supo qué quería el joven.
Su descabellado plan consistía en formar parte de una partida clandestina que tendría lugar aquella noche. Allí, pretendía ganar una buena suma con la que pagar al barón para que se olvidase del collar. Llegaron al teatro de Covent Garden y subieron al piso superior, donde se alojaba el Beef and Liberty, un club de caballeros. Miró a su amigo y aun sabiendo que era un error, le siguió en su última locura.
James miró con el entrecejo fruncido a los que serían sus contrincantes. Aquella era una partida clandestina que se ofrecía una vez al año, o eso le habían dicho. Señores de todos los rincones de Inglaterra, Escocia e incluso, algún americano, acudían a la cita.
Se enteró gracias a su amante que conocía a uno de los hombres que organizaba la timba e hizo que lo introdujese bajo el nombre de su hermano. Una vez dentro le entraron las dudas, ¿y si alguien le descubría? Aunque por otra parte sólo los organizadores sabían la verdadera identidad de los jugadores, pues éstos utilizaban nombres falsos.
Volvió a observar a su alrededor y no vio ningún rostro familiar. La fortuna le sonreía. Se fijó en los dos escoceses, el americano y el hombre que se hacía llamar Pirata, un nombre que le venía al dedillo dada su pinta, que formarían parte de la mesa en la que le tocaba jugar. Se sentó junto a ellos y les sonrió nervioso.
Luego esperó a que se barajasen los naipes y tras las primeras apuestas se hizo el silencio en la mesa. James perdió una buena suma en la primera mano, pero decidió continuar ya que estaba convencido de que la suerte estaba de su lado. Los escoceses se retiraron, permaneciendo sólo el americano, el tal Pirata y él.
Tras la segunda mano, James se empezó a preocupar, estaba perdiendo mucho dinero. El americano se retiró y quedó a la merced del Pirata. Desvió la mirada buscando a Damien, pero su amigo estaba enfrascado en su whisky lejos de la mesa.
Miró sus nuevas cartas y estalló en carcajadas. ¡Color al As de Picas! Eufórico cogió la bolsita repleta de monedas que le quedaba y la esparció en el centro de la mesa.
—Hago ‘All-in’, Pirata. Voy con todo lo que tengo y subo las apuestas. Me juego las escrituras de mi casa, aunque, bueno, no las tengo aquí, quizá deberíamos olvidarnos… ─James se sintió indeciso por un momento, ¡pero qué estaba haciendo! Lucas lo mataría si perdía la mansión familiar, miró a su contrincante y supo que no se podría desdecir. Respiró hondo y sonrió, tenía una jugada maestra, no podía perder.
—Tranquilo, muchacho ─lo cortó el Pirata─. Me fiaré de tu palabra. Venga, ¡juguemos!
James miró a su enemigo en el juego y torciendo la boca en una pícara sonrisa, mostró sus cartas. Riendo alargó la mano para hacerse con cuanto había apostado su oponente, pero éste le paró en seco.
—No corras tanto, muchacho ─puso sus cartas sobre la mesa y soltó una carcajada al ver la reacción de James─. Full de Damas con Ases. Vaya, señores, creo que a partir de hoy soy el dueño de una inmensa mansión. ¿Cómo decías que se llamaba, muchacho?
—Malford House…─contestó con un hilito de voz.
—Vamos James, amigo, no te castigues así, podría haberle pasado a cualquiera, ese tipo era jodidamente bueno. Nunca hubieses ganado. Sí, tienes razón, ha sido estúpido venir aquí, pero ya está hecho, lamentarse ahora no sirve de nada. ¿Y si hablas con Lucas? Quizá él encuentre una solución…
James se levantó de un salto y estampó la botella que estaba agotando contra el suelo.
—¡Pero cómo se te ocurre! ¡Me matará! Oh, Dios… ¡Soy tan estúpido!, ¿por qué habré hecho una cosa así? Y cómo diantres ha podido ganar el tal Pirata todas las manos, no lo entiendo Damien… ¿Qué voy a hacer?
—Espera, ¿qué te ha dicho antes de que saliésemos? Has hablado con él en privado, ¿no?─James le miró cabizbajo y asintió con la cabeza.
—Me ha asegurado que sabía quién era yo verdaderamente. No me preguntes cómo porque estaba tan abatido que ni se lo he mencionado, el caso es que me ha dado dos meses para saldar la deuda, por lo visto tiene un viaje que no puede posponer pero a su regreso me buscará. Estaba tan confuso que hasta le he suplicado que no nos arrebate Malford House… Al final se ha apiadado y me ha propuesto canjear la propiedad por una buena suma de dinero.
—Espera, entonces si acepta dinero ya lo tienes resuelto, James. ¿No eres el heredero de la fortuna de tus abuelos maternos?
—Sí, pero tú bien sabes la cláusula que impuso mi madre para cobrarla. ¡Menuda entrometida! No podré disponer de ese dinero hasta que me case o cumple veinticinco años.
—Entonces hazlo.
—¿El qué?, ¿casarme?, ¿pero es que te has vuelto loco?
—No, piénsalo. Si te casases o al menos finges que lo vas a hacer, los abogados te dejarán disponer de ese dinero y más si convences a Lucas de esa boda. Él te apoyará y te darán lo que necesitas.
—Pero eso es imposible, Damien, ¿quién querría casarse conmigo en esas circunstancias? Y qué haría yo con esa esposa luego… No, amigo, no estoy listo para encadenarme a una mujer de por vida. Además, ¿conoces a alguien que aceptase algo así? Huiría al proponérselo.
—Una actriz
—¿¡Quéeee!?
—Es la solución, ¿no lo ves? Si contratases a una actriz ella fingiría que es tu prometida, cobrarías el dinero de tus abuelos, pagarías al barón, al tal Pirata y la farsa acabaría. El día de la boda tu bella prometida te dejaría plantado ante el altar y tú te mostrarías tan desolado que ni tu hermano ni tu abuela te forzarían a casarte de nuevo. Es perfecto, ¿a que sí? Ahora sólo necesitamos una impostora y creo que sé dónde podríamos encontrarla. Vamos James, no hay tiempo que perder. Tu futura esposa nos espera.
***
El hombre aguardaba impaciente a su cita, pero esta se retrasaba. Pasó el peso de su cuerpo de un pie al otro mientras absorbía una bocanada de rapé. Pensó en aquella noche y sonrió, el polluelo había caído en la trampa tal y como vaticinó. Gracias a ese mequetrefe ahora serían inmensamente ricos, sonrió imaginándose la vida que les esperaba. Y todo gracias a ese inconsciente.
—Está hecho —sentenció, cuando la persona que esperaba llegó a su lado.
—¿Ha sospechado algo?
—No, todo ha sido perfecto, tal y como dijiste. El pobre estaba tan desolado que cuando terminamos hasta me suplicó que me olvidase de la deuda, me dio lástima el desgraciado. Estaba aterrorizado por la reacción del hermano, tanto que pensé que dado su estado de embriaguez podría cometer una locura, así que le di un plazo de dos meses para conseguir el dinero o las escrituras de la casa.
—¿¡Dos meses!? ¿Eres estúpido? Si el duque se entera de nuestro engaño estaremos perdidos. ¿Cómo se te ocurre? Por tu bien espero que ese mocoso decida mantenerlo todo en secreto y consiga el maldito dinero. Vigílalo de cerca, no quiero que la gallinita de los huevos de oro se escape. James Benet es nuestro pasaporte a una vida mejor.