Capítulo 13
James caminaba cabizbajo sintiéndose como un idiota por haber caído en la trampa de forma tan estúpida. Era un blanco de primera y ella lo sabía por eso lo había engatusado, y él, con un ego desmesurado, creyó que la había conquistado por sus encantos. Lucas tenía razón, las mujeres eran unas manipuladoras. Estaba tan resentido que la odiaba con toda su alma, deseó que su negro corazón se pudriese con ella.
Cuántas noches penó junto a ella por sus desgracias siendo ella misma la fuente de todas ellas.
Anduvo sin tregua retrasando el momento de enfrentarse a su verduga; su traición le dolía como la más vil de las torturas. No se podría decir que la amase pero sí confiaba en ella. Era una gran amiga, una confidente y lo había pisoteado, le utilizó para hacerse con su fortuna dejándolo en ridículo sin piedad. Quizá era eso, si era sincero, lo que más le escocía, que le hubiese picado en su orgullo. A un hombre le costaba aceptarlo.
Volvió a pegar un enorme trago de la botella que sostenía con desgana en la mano y se dirigió hacia un carruaje de alquiler.
Seguramente se merecía todo aquello por inmaduro pero ya estaba hecho, ahogar su amargura en el alcohol no le traería nada bueno, lo mejor era afrontar los problemas de frente y él iba a cortar ese de raíz esa misma noche. Margaritte se había equivocado de víctima, era un Benet y aunque tarde demostraría que era merecedor del apellido. No volvería a ceder ante los vicios; a partir de esa noche las cosas cambiarían en su vida.
Pensó en el barco de Johannes Peterson y sonrió, el navío mercante marcharía hacia las colonias en un mes y quizá podría convencer al testarudo capitán que lo llevase con él. Se decía de aquella tierra que estaba llena de oportunidades, que los menos pudientes habían conseguido hacer fortuna en tan sólo unos meses. No tenía miedo al trabajo duro, estaba dispuesto a demostrarle a su familia que era mucho más que un atontado muchacho. Sí, ese barco sería su billete a una vida mejor.
Resuelto hizo a un lado la botella y entró en el coche indicándole al cochero la dirección a la que tenía que dirigirle. «Vamos a ver quién ríe el último, Margaritte…».
—¡James, querido! ¿Qué haces aquí? No te esperaba esta noche —dijo Margaritte levantándose de la enorme cama mientras se atusaba el cabello caoba que le caía cuan largo era por la espalda. Corrió hacia su amante y se echó en sus brazos—. Que solita me has tenido, cariño… Claro, con todas las mujeres que te persiguen ya no tienes tiempo para mí.
James observó impasible el seductor pestañeo de esos ojos verdes que antaño tanto le afectaba. Esta vez, no sintió nada. Aquella mujer tenía dotes teatrales pues aun cuando sabía la verdad le costaba reconocer en esa preciosa coqueta la víbora que en realidad era. Se obligó a sonreírle y aceptó el beso que ella le ofreció. Poco a poco sus caricias consiguieron encenderle y su mente fue borrando el objeto de su visita. Como un sonámbulo en sus brazos se dirigió hacia la cama, ella se desvistió y ronroneó su nombre. Se acercó a él y le susurró: «relájate, mi amor...». James reaccionó ante el apelativo cariñoso y se apartó de ella como si le quemase. Su amante lo miró extrañada.
—¿Qué sucede, James? ¿Es que ya no me deseas...? —Su mirada bajó hasta la entrepierna del joven lord y torció la boca en una media sonrisa. James se mesó el cabello y respiró hondo pensando en el plan.
—No, no es eso…
—Entonces, ¿qué podría preocuparte tanto como para que me rechaces? Qué pasa, querido háblame de ello. Sabes que siempre estoy dispuesta a escucharte…
—«claro, para captar cualquier cosa que te ayude a desplumarme», pensó James. Se dirigió a la mesita de noche de la joven y apoyó las manos en ella, bajó la cabeza y suspiró; comenzaba su revancha.
—No sé si podría… Pensarías que soy muy poco hombre, Marga.
—Jamás lo haría, James. Te recuerdo que yo sé muy bien qué clase de hombre eres, pocos me han hecho gozar como tú.
—¡Pero soy incapaz de proteger a mi familia! ¿Qué caballero que se precie de serlo arruinaría a los suyos por una maldita timba?
—¿¡De qué estás hablando!? —estalló Margaritte sin ser consciente de la subida de tono. James de espaldas a ella sonrió; la intrigante estaba desvelando sus cartas. Decidió estirar más la cuerda e hizo uso de todo su ingenio para parecer ante ella como un auténtico desgraciado.
—¡He sido tan estúpido, Marga…! Creí que la farsa con la actriz funcionaría pero Lucas es demasiado sagaz, contrató a un detective y lo descubrió todo. Mi plan ha fallado y ahora mi familia pagará por mis errores, no sé si mi hermano sabrá que aposté Malford House pero intentaré hablar con ese hombre, el tal Pirata, hacerle entender que esa casa es nuestra desde hace generaciones, ¡no puede arrebatárnosla! Estoy dispuesto a hacer lo que sea… Incluso he pensado en darle esta joya para que me dé más tiempo. Era de mi madre... —James descubrió el estuche que guardaba bajo la chaqueta y le mostró una pulsera de rubís.
—¡No lo entiendo! Dijiste que conseguirías el dinero, que sería muy fácil hacerte con cuanto quisieses y que tenías una dichosa fortuna aguardándote —James se giró y la miró con ojos apenados. Estaba totalmente desquiciada, su bello rostro estaba transfigurado por la rabia.
—Lo sé, pero he subestimado a Lucas… No se creyó ni por un momento lo de mi supuesta prometida y ya sabes que no puedo tocar el dinero sin el permiso de mi familia.
—¡Por el amor de…! Tienes veintiún años, James. ¿Cómo no vas a poder hacer uso de tus bienes?
—Bueno, hay algo… Pero es imposible, demasiado arriesgado. No, no funcionaría…
—¡Habla, por Dios! ¿Qué es eso que se podría hacer?
—¿Estás bien, querida? Pareces, no sé, angustiada…
—Claro que lo estoy, me duele verte sufrir así. Ese hombre tendría que pagar por los problemas que te está causando. ¡No es justo!
—Lo sé. Nunca tendría que haber ido a la partida aquella noche…
—James, ¿qué es eso de lo que hablabas? ¡Dímelo! Quizá sea la solución aunque ahora no lo veas.
—¡El matrimonio! Si estuviese casado impugnaría el testamento, mi madre puso la cláusula del enlace para asegurarse que sentaba cabeza si deseaba hacerme con mi herencia antes de los veinticinco. Lucas y la abuela tenían que dar su consentimiento pero ésta no era una condición necesaria, mi madre rogaba en una carta a parte que mi familia supervisase el matrimonio para evitar que cometiese una locura. Siempre decía que era demasiado impulsivo y cabezota, que por fastidiarles me casaría hasta con una cantante de ópera. Sé que es una locura Margaritte y siempre has dicho que no eras mujer de compromisos, pero es la única solución. Si me desposase podría reclamar mi herencia y si Lucas se negase, lo llevaría ante los tribunales y ganaría, estoy seguro.
—¿¡Casarnos!? Yo… yo… no sé bien qué decir, James. Sabes que nunca me he atado a nadie… pero puede que tengas razón y que ésta sea la única solución, querido —Margaritte miró a su amante y se sintió llena de gozo, ¡una dama! Sería una auténtica dama. Esto era más de lo que habría imaginado, ese estúpido era un pozo de sorpresas, quería saltar de alegría. Miró a la puerta y sintió un estremecimiento al pensar en él, en su verdadero marido, qué haría con ese borracho ahora… suponía un impedimento para sus nuevos planes.
Definitivamente tenía que eliminarlo, su marido debía morir.
—Lo siento, Marga, sé que no es lo que deseas… pero te juro que intentaré velar por ti siempre, te estoy pidiendo demasiado, lo sé, al fin de cuentas vas a sacrificarte por unas personas que ni conoces. Sólo puedo prometerte que a mi lado jamás te faltará nada. Si me aceptas intentaré hacerte feliz.
—¡Huyamos a Gretna Green! Es ahora o nunca, querido. Salgamos esta misma noche hacia allí, James.
—¿Hoy? Bueno, por qué no. Lo mejor es partir cuanto antes de aquí, alejarnos de mi hermano y sus recriminaciones por lo de la farsa con la chica, la partida de cartas, tu engaño, mis vicios y devaneos… La lista es interminable, me muero de ganas por ver la cara que pone cuando nos vea aparecer —soltó James con una carcajada acercándose a ella. La cogió de la mano y la apremió hacia la entrada. Ella se soltó de golpe.
—¿Mi engaño? ¿Qué engaño, James?
—¿Qué?, ¿tú? No, no. Me refería a todas las mentiras que le he ido contando y a la farsa con la actriz. Hablaba de mi engaño para con él.
—Ah… claro...
Si James no se hubiera girado hacia la puerta habría visto el rostro de odio de Margaritte, y evidentemente, se habría percatado de que la joven alocada había cogido una daga de la mesa y se acercaba sigilosa a su espalda para traicionarle de nuevo clavándosela en lo más profundo de sus costillas. Si no se hubiera girado, tal vez la noche hubiera tenido otro final.
***
Gwen deambulaba nerviosa por el salón. De vez en cuando paraba, resoplaba y se acercaba a la ventana apartando los cortinajes y echando un vistazo al exterior, reanudaba la caminata y vuelta a repetir la misma historia una y otra vez. Allison intentaba seguirla con la mirada mientras estrujaba sus dedos en un intento de calmar los latidos descontrolados de su corazón.
Horas antes lady Gisele, o mejor dicho la señorita Gwendolyne, la llamó para que le diese un recado a su madre, al ver la sorpresa grabada aún en sus facciones supo que la noche anterior había puesto la oreja tras la puerta y era consciente de todo el entuerto en el que se hallaba metida. Le hizo sentarse junto a ella y durante un buen rato le narró su historia. Allison aún no daba crédito, sobre todo, porque esa joven destilaba tal aura de nobleza que nadie al verla diría que su infancia estaba plagada de la más dura de las realidades, la de la gente sin posibles.
Sin embargo, era reacia a perderle el tratamiento de cortesía, siempre sería su lady o a lo sumo, la señorita Gwendolyn. Esa mujer era una dama de los pies a la cabeza aunque por sus venas no corriese sangre noble. Observó a la condesa y sonrió, su señora siempre bordaba cuando estaba nerviosa a pesar de la poca mano que tenía para ello.
Lady Serena tendría muchas cualidades pero ciertamente el bordado no era una de ellas.
El mayordomo interrumpió en la estancia y la sacó de sus cavilaciones; las tres, como en un acuerdo tácito, se acercaron a él avasallándole con los ojos repletos de preguntas no formuladas.
—La cocinera ya está aquí, milady. Tiene buenas nuevas que les gustaría escuchar.
—Hágala pasar inmediatamente, Rufus —Serena se giró hacia Gwen y le apretó la mano—. Espero que sea algo bueno…
—Sea lo que sea, sabremos hacer uso de ello. Como dice mi padrino Julius: «La información siempre te da poder».
—Confío en ello, querida —contestó la condesa forzando una sonrisa. Gwen se despertó esa misma mañana con el convencimiento de que algo no encajaba, le dijo que tenía un mal presentimiento sobre el plan de esa noche, que por alguna razón sentía que pasaría algo malo. Esas palabras bastaron para ponerla en acción y rápidamente llamaron a la cocinera para que se acercase hasta la casa de la amante de James y averiguase todo lo posible. Y ahora, tras largas horas de espera, tendrían respuestas. Rogó que su amiga se equivocase en sus predicciones.
Allison observó cómo su madre entraba en el saloncito con las mejillas arreboladas. La cofia que sujetaba su pelo estaba torcida, un signo poco común en ella por lo que dedujo que había corrido hasta la mansión para dar cuenta de sus novedades cuanto antes.
—Mi ladies, les traigo noticias de la casa de esa señorita —remarcó con sorna la última palabra—. Me acerqué hasta allí para hablar con la cocinera como ustedes me pidieron y no se imaginan cual fue mi sorpresa al encontrarme a la buena mujer en la puerta con las maletas hechas. Por los pelos di con ella… Según me contó llevaba meses sin cobrar y esa misma mañana se encaró con su ama abatida por aquella injusticia y ésta le respondió que le pagaría cuando le diese la real gana, que era su criada y como tal no debía exigirle cuentas de nada. La cocinera se hartó y renunció. Estaba tan cansada de esa mujer que aflojó fácilmente la lengua; me contó que era un demonio insoportable que maltrataba a todos sus empleados.
—Menuda perla… —apuntilló Serena.
—Por lo visto sí, milady, pero eso no es todo. La empleada me dijo que la visitaban muchos hombres, pero que había uno que era asiduo.
—James —afirmó Gwen.
—No milady, lord Halley era uno más de la larga lista de esa mujer. El hombre en cuestión era alto, rubio y delgado. La cocinera le tenía pavor por su aspecto. Lo describió como un… un... ¡aahh, sí! Un pirata. Con una gran cicatriz que le surcaba parte del rostro y un arete en la oreja.
—¡Es él! —exclamó Serena—. Ese individuo apodado Pirata es al parecer pariente de la amante de James, se confabuló con ella para dilapidar la fortuna del pobre muchacho. El detective lo detallaba en su informe, según explicó Malford.
—¿Dice usted que es un familiar, milady?
—Sí, por eso gozaría de tanta libertad en la casa, creemos que es su primo —intervino Gwen.
—Pero eso no es posible, lady Gisele. Ese hombre no es su primo, estoy convencida de ello.
—¿Cómo está tan segura, señora Rose?
—Porque los parientes… —se giró hacia su hija y le indicó que saliese de allí, Allison hizo un mohín pero cumplió la orden de su progenitora. Se acercó a sus señoras y bajó el tono a un susurro—. ¡No yacen juntos!
Las damas emitieron un grito ahogado al unísono. Perversamente se relamió, pocas veces se gozaba de la plena atención de dos personas de tal abolengo y si además se le añadía un sabroso cotilleo…
—Y le aseguro que eso es lo que hacían esos dos —continuó—. Es más, la cocinera me dijo que en una ocasión los escuchó discutir tras una noche de… emm... pasión. Él le gritó que era una furcia por acostarse con otros hombres, ella le respondió, a su vez, que era un desagradecido, un borracho y que lo hacía por los dos porque si no no tendrían dónde caerse muertos. El hombre, le reprochó que estuviese encandilada del marqués de Halley y ella se burló tildando a lord James de «mocoso endeble». Tras varios segundos en silencio la criada oyó cómo el hombre soltaba una carcajada y le decía… —hizo una pausa para prolongar el suspense y soltó la bomba—. ¡Que era la mejor de las esposas!
—¡¿Qué!? —Gwen y Serena se miraron aterrorizadas. Si esa mujer estaba casada…
¡El plan jamás funcionaría!
—No puede ser… ¿Cómo va a estar casada? Ningún hombre aceptaría que su esposa tuviese amantes, por todos los santos.
—Eso mismo le dije yo a la cocinera, lady Gisele y ésta me contestó que por lo que extrajo de esa conversación el hombre era un vividor que había perdido los ahorros de ambos en el juego. La señora le propuso esa medida como algo provisional hasta que tuviesen lo bastante para irse lejos.
Serena se dejó caer en el sofá olvidando la compostura y la feminidad propia de una dama. Su amiga hizo lo mismo a su lado y se sumieron en un incómodo silencio mientras seguían asimilando la información recibida. Gwen se incorporó acordándose de la cocinera y la elogió por el trabajo realizado.
—Señora Rose, a su lado el detective Galager es un aprendiz. Es usted impresionante.
—No me ponga méritos que no me corresponden, milady, esa sirvienta estaba deseando dos buenos oídos como éstos —se estiró las orejas— para lanzar pestes contra su señora.
—Sea como fuere, su ayuda ha resultado esencial, señora Rose. Gracias a usted quizá haya una posibilidad de darle a esa mala mujer un merecido escarmiento —matizó Serena al tiempo que recuperaba las formas y se sentaba con propiedad.
Visiblemente complacida por los halagos de las dos damas, la cocinera regresó a sus quehaceres diarios.
—¡Gwen, qué vamos a hacer! James está en peligro, si es cierto lo que nos ha contado la señora Rose el plan jamás llegará a buen término, porque sencillamente una mujer no se casa si ya lo ha hecho antes.
—Tranquila, Serena, pensemos. El plan consistía en que James visitase a su amante para desahogar sus penas haciéndole creer que no había recaudado el dinero acordado con el tal Pirata y convencerla, además, de que su hermano había descubierto varias cosas. Entre ellas, el plan con la supuesta prometida que le ayudaría a cobrar la herencia.
—Luego —prosiguió Serena repitiendo las palabras de Lucas— debería rogarle que huyese con él a Gretna Green para convertirse en su esposa y juntos reclamar el dinero de su herencia. En el camino esperarían Lucas, Damien y Brian que los interceptarían y la llevarían hasta las autoridades acusándola de robo, ya que James le habría introducido disimuladamente la pulsera de rubís en su bolsito. Le propondrían no denunciarla si escribía, a cambio, una carta dirigida a su cómplice, en la que le citaría en el puerto. Allí, lo obligarían a enrolarse en un barco para no regresar jamás. En cuanto a la tal Margaritte, se libraría de todo si aceptase marcharse de Londres.
—Bien, ese plan no nos sirve puesto que ella jamás aceptará casarse con James, seguramente intentará avisar a su marido de que el marqués no tiene el dinero y éste querrá deshacerse de él o huir. No me fío de ella, Serena. Creo que James saldrá malparado de ésta.
—¿Y qué propones Gwen?
—Por lo pronto enviar una nota a casa del duque contándole todo lo que sabemos de esos dos…
—¡Pero es muy tarde, ya habrán salido! —la interrumpió Serena.
—Lo sé, pero de todas formas hay que intentar esa vía por si acaso se han retrasado. Enviaremos a Allison con ellos, les dará alcance y les contará todo lo que sabemos. Mientras, tú y yo nos dirigiremos al Támesis.
—¿Qué vamos a hacer allí?
—Detenerles, creo que intentarán huir como ratas cobardes en el primer barco que zarpe. Sólo espero que James esté bien.
—¿Crees que podrían haberle…? —No se atrevió a pronunciar el terrible final que podría aguardar al muchacho. Le tenía mucho aprecio, no quería ni pensar en esa posibilidad.
—Esa mujer es lista, Serena, y lo peor de todo es que no tiene escrúpulos, por salirse con la suya es capaz de cualquier cosa… Pero tenemos que tener fe, quizá James salga airoso de esta situación.
—Dios te oiga, querida —rezó Serena. Luego, volvió a pensar en las palabras de su amiga y la miró confusa—. Gwen, ¿qué vamos a hacer nosotras en el puerto? Dos damas solas y desprotegidas… ¡Seremos carne de cañón para maleantes!
—No iremos vestidas como ahora, estaremos disfrazadas.
—¿Disfrazadas, de qué?
—De mujeres de la mala vida, por supuesto.
—¡Ahhh sí! ¿Cómo no lo había imaginado…? Definitivamente has perdido la cordura —dijo Serena con una carcajada.
—No, escucha tengo un plan. Cuando ellos lleguen simularemos una pelea entre nosotras y montaremos una escena. Tras captar su atención, una de nosotras se acercará al hombre echándosele encima y coqueteando para distraerle. Mientras, la otra, apuntará con una pistola a la mujer y se la llevará al carruaje, que nos estará esperando más apartado. La meterá dentro y esperará a la otra, quien deberá armar un escándalo que atraiga a la policía. Los agentes no tardarán en acudir puesto que previamente les enviaremos una nota anónima citándoles en el puerto por un supuesto caso de contrabando. Por ello, estarán haciendo una ronda por allí. Cuando se acerquen, la que se encargue de esa parte tendrá que decirles que el hombre la ha intentado agredir al evitar que robe a un marinero, éste último confirmará la versión porque previamente le habremos contratado.
Luego, ya juntas, dirigiremos hacia Malford House a la tal Margaritte. Allí esperaremos a los hombres y rendirá cuentas ante ellos.
—¡Madre de…! Recuérdame que nunca haga nada malo contra ti, amiga. Está bien, como veo que no me queda más remedio me sumaré a esta locura aun sabiendo que no acabará nada bien…
—¡Necesitamos armas! Dime que guardas las de tu marido —Serena la miró con lágrimas en los ojos y se dirigió hacia la puerta.
—Nunca pude deshacerme de sus cosas, Gwen. Vayamos al estudio de Michael ahí estará todo lo que necesitamos. ¿Y la ropa?
—Tengo dos vestidos en mi baúl que con unos rápidos retoques pueden servirnos.
Cubriremos el rostro con harina de arroz y colocaremos colorete en los párpados; además, pintaremos de rojo los labios.
—¿Cómo?
—Conseguiremos el tono con cera de abejas y los pigmentos rojos de una de las plantas de tu jardín. Enviaremos a Rufus a por la cera, ese hombre es capaz de encontrar cualquier cosa en tiempo récord.
Serena se acercó al escritorio y sacó del cajón la pistola de chispas de Michael. La depositó en la mesa y miró a su amiga con pavor.
—No hay tiempo de explicarte cómo funciona este tipo de pistola, Serena. No me mires así, mi padrino me enseñó a manejarlas para que me pudiese defender, incluso tengo una. Busca la cajita donde tu esposo guardaría la pólvora, la cargaremos ahora. Esta arma sólo admite un disparo, si se gasta deberemos reponer la pólvora. Tranquila, no habrá necesidad. Llevaremos las de ambas cargadas por si acaso y me guardaré la cajita, pero no hay necesidad de usarlas, sólo las utilizaremos para intimidar. Si la cosa se pusiese fea, tú apunta y dispara apretando el gatillo. Aunque espero que no lleguemos a ese extremo...
Gwen sacó una moneda de su bolsillo y la colocó en la palma de su mano. Miró a Serena y le sonrió. La suerte decidiría quién sería quién en esa noche...
***
Lucas estaba nervioso tenía el presentimiento de que algo no marcharía bien, intentó localizar al maldito Pirata pero no dio con él en ninguna taberna del puerto. Se dirigió a las casas de juego y tampoco. Luego, se apostó un buen rato frente a la casa que el iluso de James mantenía con su asignación mensual y esperó a ver si la amante de su hermano hacía algo raro. Nada. Decidió marcharse aun cuando la sensación de desasosiego le seguía oprimiendo el pecho.
Miró la hora y partió hacia donde había quedado con los demás, era muy tarde y se estarían preguntando dónde demonios andaría. Pasó por delante de una pequeña taberna y en un último intento probó suerte. Esta vez sí obtuvo respuestas ¿Qué le importaba a él que ese hombre fuese un vividor que solía presumir de su bella esposa cada vez que tomaba un trago? Frustrado salió de ese pestilente lugar y reanudó sus pasos. Cuando llegó, Brian se le acercó.
—¿Se puede saber dónde estabas? Han pasado dos horas desde que quedamos.
—Corley, no me regañes como una vieja gruñona. Tenía cosas qué… —de repente se calló, no podía ser… ¡era una locura! Pero, ¿y si la bella esposa de ese malnacido era en realidad, Margaritte? Miró a su amigo y dudó en contarle sus sospechas, si se equivocaba el plan saldría irremediablemente mal y si tenía razón, James podría correr un grave peligro. Se giró hacia Brian dispuesto a explicarle su teoría cuando el carruaje de la condesa de Rungor apareció.
—¿Qué diablos hace Serena aquí? Les dijimos que no interviniesen —dijo Brian malhumorado. Sorprendido observó cómo la doncella de la condesa descendía del vehículo y se agarraba las faldas para correr hacia ellos. Agitada les contó las sospechas de las mujeres y su endiablado plan.
—¡Por Dios santo…! Cuando la enganche… ¿Pero es que esa mujer no tiene dos dedos de frente? —explotó Lucas totalmente aterrorizado por la suerte que podrían correr James, Gwen y Serena—. Espero que James esté bien sino yo mismo me desharé de esas ratas de cloaca. ¡Damien! Ve a casa de Margaritte con Allison y buscad a James, podría estar malherido. Brian, tú y yo iremos al puerto a por esos dos.
Pensó en Gwen y sintió una punzada en el pecho. La maldijo en silencio por su impulsividad, ¿por qué no podría ser como el resto y sentarse a bordar mientras los hombres se encargaban de todo? No, ella no. Ella tenía que coger una pistola e irse a la peor zona de Londres para enfrentar a dos criminales. Malditas mujeres. Cuando le pusiese la mano encima… Pensó en todos los peligros a los que estaba expuesta y tuvo mucho miedo, miedo de no ver a su fierecilla jamás.