Capítulo 19
—Cariño, ¿qué pasa? Llevas mucho rato callada.
Gwen dejó de mirar el paisaje que se filtraba por el exterior de la ventana y se giró hacia él. Lucas tenía el ceño fruncido e intentó simular una sonrisa para tranquilizarle.
Viajaban los dos solos en el carruaje del que ahora era su marido mientras que el resto fue en el de Serena. Pensó en su nueva situación y la congoja le sobrevino de nuevo, no estaba preparada para todo aquello y mucho menos para ser una duquesa, ni siquiera le gustaba esa vida. Era una mujer libre que adoraba pensar por sí sola, no una muñequita de porcelana insulsa, «qué he hecho…», pensó con temor.
—Tranquilo, estoy bien. Simplemente me siento un poco indispuesta, pero se me pasará.
—Gwen…
—Lucas, déjalo. No quiero hablar de ello, ahora no. Estoy muy nerviosa y temo que estallaré en incontrolables sollozos que te empaparán. Menuda estampa haremos entonces, ¿eh? —se burló la joven torciendo la boca en una pícara sonrisa.
Sus palabras le confirmaron lo que ya sospechaba, Gwen tenía miedo de ser rechazada por su familia. Si la muchacha pudiese huiría ahora mismo para no regresar jamás.
—Todo saldrá bien, te lo prometo.
—¿Cómo puedes prometer una cosa así? Lucas, nada irá bien. La duquesa viuda sabe la verdad sobre mis orígenes y no creo que acepte nuestro matrimonio de buena gana, por Dios si ni siquiera tengo una dote que aportar al matrimonio… Además, medio Londres cree que soy la prometida de tu hermano, quien sospecho que no se tomará muy bien la noticia. Y para colmo no sé cómo diantres voy a hacer de duquesa, no tengo ni idea.
—Sólo sé tú misma y les encantarás tanto como a mí.
—No tendría que haberte hecho caso; te dije que lo mejor era que hablases tú primero con tu familia antes de que apareciese yo. Esto será tan bochornoso para todos…
—Ahora ellos son tu familia también, no lo olvides. Deja de preocuparte así, pues ya nada podemos hacer para cambiar nuestra situación, nos hemos casado y estamos juntos en esto. No te dejaré sola y si tus peores temores se hiciesen realidad y nadie te aceptase los obligaría a hacerlo, después de todo de algo tiene que servir ser un duque, ¿no? —bromeó.
—Y si no te hiciesen caso, ¿qué harías gran excelencia?
—Me marcharía con mi duquesa a donde ella fuese muy feliz, aunque eso implicase acabar mis días en un triste orfanato rodeado de chiquillas preguntonas.
Gwen lo miró feliz y saltó a sus brazos. Le cogió el rostro entre las manos y con su mirada le transmitió cuánto lo adoraba. Luego se fundieron en un interminable beso.
—Lucas, hay algo que me gustaría preguntarte.
El duque miró a la joven acurrucada encima de él y suspiró; algo le decía que la temida conversación había llegado. Lo cierto es que Gwen había esperado muchísimo para sacarle el tema pero sabía que era el momento de hablar.
—Sospecho que por la indecisión que leo en tus ojos quieres preguntarme algo que crees que me hará enfadar. No temas, muchacha, te contaré cuanto quieras saber.
—Es lady Alice, ¿qué paso, Lucas? Los rumores dicen que tuviste algo que ver en su muerte.
—¿Y tú los crees? —la cogió de los hombros y la encaró furioso, que su mujer pudiese creer algo así lo enloquecía.
—Por supuesto que no. Sé que jamás serías capaz de una cosa así, pero me gustaría conocer la verdad, Lucas. ¿Qué te hizo esa mujer?
Su marido giró el rostro hacia la ventana y apretó la mandíbula con fuerza. Gwen se apartó de él confusa, si Lucas reaccionaba así con una mera pregunta es que quizá aún le doliese hablar de ella.
—Debiste amarla mucho, ¿verdad? —tímidamente posó su mano en el hombro de él y le dio un apretón trasmitiéndole su apoyo y a pesar del dolor que sentía en el corazón decidió ser bondadosa con el recuerdo de esa mujer—. Nunca intentaré sustituirla, Lucas. Sé que no podré llegar a su altura pero te juro que lo intentaré.
Lucas se giró al oír las palabras de su mujer y la miró a los ojos.
—Espero que no te atrevas a hacerlo. Nunca estarás a su altura, ¿sabes por qué? — Gwen ahogó una exclamación y agachó el rostro incapaz de soportar su rechazo, las lágrimas caían sin control por su rostro. Lucas alzó su rostro con la mano y le dedicó una sonrisa.
—Porque tú eres una gran mujer, cariño. No llores, por favor —los sollozos de la joven se incrementaron al escucharlo—. Jamás amé a esa mujer, ahora lo sé. Creí hacerlo durante un tiempo pero no fue así. Alice me deslumbró con su belleza pero nunca me hizo reír, maldecir y vibrar por ella. Sólo una mujer lo ha conseguido en estos treinta años de vida y esa, mi pequeña gatita, has sido tú.
—Oh, Lucas… ¡Te amo! —él soltó una carcajada y la besó.
—Yo también te amo, cariño.
—Esposo, ¿qué pasó con ella, entonces?
—No hay mucho que contar, Gwen. Era joven e impulsivo me casé con ella y al mes me dijo que estaba embarazada, un día al llegar de una cita la encontré yaciendo con otro hombre…
—¡Dios santo…! —lo interrumpió abrazándolo—. Cuánto debiste sufrir, mi amor.
—Bueno, ya es agua pasada.
—Y el amante… ¿lo conocías?
—Sí, era el padrino de Alice. Lo gracioso de todo es que yo lo estimaba, me caía bien ese bribón.
—¡Oh, no!
—Aquel día me enteré también de que mi padre y su esposa habían fallecido en un accidente de carruaje. No quería ver a nadie así que me marché unos días de la casa de campo a Londres; Gallager investigó para mí y descubrió que esos dos comenzaron la relación cuando ella era aún casi una niña, él se arruinó y como ella aún seguía siendo pura decidió casarla con un tonto millonario al que pretendían desplumar y asesinar. Y así fue. Sólo que al único que mataron fue a mi padre, Alice lo confesó todo cuando la encaré incluso me restregó por la cara que el hijo que esperaba no era mío, sino de él. En medio de la discusión quiso huir y al bajar las escaleras se enredó con la falda y cayó perdiendo la vida con el golpe. Días después supe que su amante se había suicidado. Y eso es todo.
Durante años me odié, Gwen, mi estupidez acabó con mi familia.
—Lucas no, tú no eres el responsable; esos dos desgraciados se aprovecharon de todos vosotros. Debes perdonarte y seguir viviendo. Gracias por contármelo, sé que te ha costado mucho. Te prometo que siempre estaré a tu lado, esposo, nunca te abandonaré —él le sonrió y le agradeció sus palabras de aliento con la mirada.
—Y ahora, dime, ¿cómo fue tu infancia? Quiero saberlo todo —Gwen soltó una carcajada maravillada y se levantó del asiento para colocarse enfrente.
—Muy bien, te lo contaré sólo si tú prometes hacer lo mismo.
—Trato hecho, gatita.
Se acomodó en su asiento y se dispuso a escucharla soltando varias carcajadas ante las historias que atesoraba la joven. Cuando le tocó el turno se desnudó ante ella sacando todos los recuerdos que había guardado bajo llave durante años.
Lucas observaba cómo su espléndida mujer se metía a todo el servicio en el bolsillo. Hacía unos minutos que mandó llamar a los empleados para presentarles formalmente a su nueva duquesa y rápidamente Gwen había tomado las riendas saludando personalmente a cada uno e interesándose por sus vidas. Hasta el pesado de Bailey andaba hinchado como un pavo real, incluso tuvo el descaro de sermonearle cuando pasó por su lado.
—Bien, excelencia, por fin a acertado usted. Ahora conserve bien a nuestra duquesa o responderá ante todos nosotros.
—¿Nuestra? Desaparece de mi vista almidonado antes de que te haga sacar yo.
—No intente aparentar severidad, sus ojos desvelan la dicha que siente.
—Algo que podría acabar muy pronto si te sigo viendo frente a mí, cacatúa.
Con una carcajada el mayordomo siguió al resto de los criados que ya habían regresado a sus quehaceres.
Gwen se acercó a su esposo con una sonrisa y se agarró a su brazo. Se palpaba la camaradería existente entre su marido y el mayordomo. Ese hombre apreciaba a Lucas como un hijo.
—¿Es siempre así?
—No, es peor —soltó Lucas con una carcajada y guiñándole el ojo.
Un carraspeo a sus espaldas hizo que ambos se girasen. La duquesa viuda ocupaba el centro de la puerta del saloncito sosteniendo entre sus manos un periódico, su mirada traslucía el enfado que sentía.
—Qué significa esto, hijo. ¿Te has atrevido a casarte? ¿¡Cómo has podido, Lucas!?
— la duquesa se acercó a ellos echa una furia y encaró a su nieto con la mirada.
—Abuela…
—La culpa es mía, excelencia —lo cortó Gwen protegiéndolo.
—Jovencita, conozco muy bien a mi nieto y sé de sobra que nadie puede obligarle a hacer nada que él no quiera. Si se casó contigo lo hizo porque así lo deseaba.
—Entiendo que estés disgustada, abuela, pero Gwen es ahora mi esposa y no dejaré que nadie la menosprecie ni siquiera tú.
—Baja esos humos, muchacho, que aquí el único que se merece mis críticas eres tú. Estoy furiosa por lo que has hecho, te has casado sin mi presencia. ¿Cómo crees que me he sentido cuando una conocida me ha felicitado por las nupcias de mi nieto? Imagínate mi cara, era todo un poema. Luego, he sabido por la sección de sociedad que era cierto, te habías casado. ¿Tan poco te importo que no pudiste esperar? ¡Te casaste sin la presencia de tu familia! Hice muchos planes pensando en vuestra boda y vas y te casas de improvisto. Eres un desconsiderado y no te lo perdonaré tan fácilmente.
—Espera, ¿qué? Estás diciendo que tú creías que nos íbamos a casar, ¿cómo es eso posible?
—¡Oh, vamos! A veces te pareces demasiado a mi hijo, tan inteligentes para algunas cosas y tan poco para otras… Lucas, saltaba a la vista que estabais hechos el uno para el otro, todos lo sabíamos menos vosotros —se acercó a su nueva nieta y le cogió de las manos—. Bienvenida a la familia, Gwen.
—Entonces, ¿no estás enfadada, abuela? Esto podría desatar otro escándalo si se descubre que Gwen no es lady Gisele.
—No dejaremos que eso ocurra. Si yo pude hacerlo, ella también podrá.
—¿Qué quiere decir, duquesa?
—Por Dios niña, llámame abuela. Digo que yo tampoco soy noble y mírame ahora.
—¿Quéee? —preguntó Lucas anonadado.
—Bueno, hijo, es una larga historia. Verás yo era hija de un comerciante de telas, durante muchos años viajé por medio mundo hasta que a los diecisiete años me instalé en la India con mi padre. Tu abuelo por aquel entonces era un aventurero irresponsable que creyó que nunca heredaría el ducado puesto que era el segundo hijo. Su familia le envió una carta exigiéndole que volviese cuanto antes, él en un arrebato de rebeldía decidió desafiarles casándose con una mujer sin título. Nos conocimos por casualidad y supongo que decidió que yo podría servir, por mi parte él suponía algo de estabilidad en mi vida, ya que mi padre siempre estaba fuera de casa y me sentía muy sola. Nos casamos y viajamos hacia Londres, al llegar aquí nos informaron que su hermano había fallecido en un duelo y que él debía asumir todas las responsabilidades. Durante mucho tiempo estuvo amargado y se culpó por su arrebato; se había atado a una mujer que no amaba.
—Pero eso no puede ser, abuela, él te adoraba.
—Sí, pero el amor llegó más tarde, cuando tuvimos que sacar este ducado codo con codo. Con mi apoyo me gané su respeto y corazón.
—Sospecho que hay mucho más en esa historia, duquesa.
—Niña…
—Perdón, abuela —se rio tímidamente—. Me cuesta acostumbrarme, he estado tanto tiempo sola…
—Eso ya se ha acabado, ahora formas parte de nuestra familia.
—Gracias… abuela.
—¿Nadie supo nada de tus orígenes? —preguntó ansioso Lucas.
—No, contamos una historia enrevesada en la que yo era una noble de la India a la que tu padre estaba prometido desde que nació. Dijimos que mi padre y el suyo se conocieron y acordaron el matrimonio. Algunos dudaron de la veracidad de nuestro relato pero nadie se atrevió a alzar un rumor en nuestra cuenta, después de todo éramos los nuevos duques, ¿no?
Lucas y Gwen rieron imaginándose aquellos años. Así los encontró James cuando entró, confuso miró la escena y se preguntó qué estaría pasando.
—Vaya, me pregunto qué será eso tan gracioso que ha hecho reír al huraño de mi hermano.
—¡James! Veo que te has recuperado muy bien, Bailey me estuvo informando de tu mejoría, pero me alegra comprobar con mis propios ojos que vuelves a ser el de siempre —le dio un abrazo de oso y una palmada en la espalda a modo de saludo.
—Gisele, ¿cómo estás?
—Deja la farsa, James, que aquí todos sabemos la verdad ya. Deberías estar avergonzado por engañarme de esa manera.
—¡Abuela! Pero cómo…
—Se lo dije yo. James, acompáñame al estudio que tenemos que hablar —le pidió Lucas.
—Señoras… —con una inclinación de cabeza James siguió a su hermano.
Gwen los siguió con la mirada hasta que desaparecieron de su vista y luego miró preocupada a la duquesa viuda.
—Tengo miedo de la reacción de James. Algo me dice que no se tomará bien esta noticia.
—No te preocupes. Mi nieto aún es muy joven para saber lo que quiere, necesita madurar y un pequeño disgusto como éste puede que le venga bien. Tendrá un arrebato y luego lo superará.
Sus palabras se hicieron realidad de inmediato, James salió furioso del estudio pegando un portazo y yéndose a la calle.
***
Serena estaba tomando el té cuando escuchó unos gritos en la entrada. Curiosa se levantó y abrió las puertas del saloncito para ver qué sucedía. Sorprendida comprendió que el formal Rufus estaba enzarzado en una discusión con un hombre de mediana edad y aspecto pintoresco, como de corsario.
—Quítate de en medio, estirado. Ni tú ni nadie me impedirá hablar con ella. Te golpearé Rufus, te lo juro.
—Le he dicho que ella no está aquí, no vino con la condesa. No sea pesado y márchese por donde vino.
—Se me está acabando la paciencia, amigo. Voy a…
—¡Señores! ¿Pero qué está pasando aquí?
Rufus se giró hacia su señora totalmente colorado, nunca había perdido los papeles de aquella manera y todo por ese rufián engreído.
—Milady, perdone, este hombre —frunció el ceño hacia Julius—insiste en ver a lady Gisele.
—¿Y quién es usted?
—Señora…
—Señora no, ella es la condesa de Rungor, su señoría o milady, diríjase a ella con propiedad que es usted un empleado —Julius alzó el puño encarándolo.
—Estás agotando mi paciencia, amigo.
—Bueno, ¡basta los dos! Rufus vuelve a tus quehaceres y usted responda ahora mismo quién es y para qué quiere saber dónde está mi prima.
—Ella no es familiar suya.
—¿Me llama mentirosa?
—Nunca se me ocurriría —se estrujó los sesos pensando en las palabras del mayordomo y se acordó de cómo la tenía que llamar—pero resulta que sé toda la verdad, por eso tengo que dar con ella. Soy su padrino y necesito verla cuanto antes.
—¿Cómo se yo que me dice la verdad?
—No puede saberlo, pero deberá confiar en mí si realmente la aprecia.
—Y eso, ¿por qué?
—Porque si no la encuentro a tiempo la matarán.
***
Lucas tomaba el té con Gwen cuando las puertas del salón se abrieron para dar paso a Bailey.
—Excelencias, tienen una visita. El vizconde de Corley y lady Jennifer Carter desean verles, ¿les hago pasar?
Antes de que pudiesen contestar una jovencita rubia llena de ricitos se coló en la sala, seguida de su abochornado hermano.
—¡Jennifer!
—Brian, no seas pelmazo. No tenemos tiempo de ser remilgados, tú mismo lo has dicho, los duques tienen derecho a saber los rumores que circulan sobre ellos.
—Demonio de niña… Lucas, vuélvete a sentar. Hay algo que os tenemos que contar pero tienes que prometerme que te lo tomarás bien.
—Por todos los demonios, habla de una vez Corley.
Jennifer tomó asiento al lado de la duquesa e interrumpió a su hermano dando la noticia.
—Hace unos días mientras acompañaba a Anabelle, que es mi hermana melliza, a uno de esos aburridos bailes escuché a dos jóvenes que hablaban de usted.
Decían cosas horribles y también del duque. No pude contenerme y las puse en su sitio, lo que me costó una buena regañina de la pesada de Anabelle. Es que a ella le gustan todas esas cosas, sabe. Yo lo odio pero Brian es un cabezota que se niega a aceptar que quiero permanecer soltera y…
—¡Jennifer!
—Perdón, perdón. Bueno, el caso es que cuando el periódico publicó la noticia de sus esponsales el rumor se acrecentó. Lo siento, excelencia, si le consuela yo no creo que sea verdad. Desde que la vi por primera vez supe que era una buena mujer y más siendo prima de lady Rungor. Mi hermano nunca se enamoraría de una mujer cuya prima es una casquivana.
—¡¡¡Jennifer!!!
—Oh, vamos Brian, estamos en confianza. Todos sabemos que estás loco por la condesa desde siempre, se te cae la baba cada vez que la ves —Brian la miró furioso y se preguntó si cabría la posibilidad de que esa endiablada muchacha fuese adoptada.
—Un día de estos te encerraré en un convento.
Con una carcajada Gwen cogió las manos a la deslenguada jovencita y le agradeció sus palabras.
—Lady Jennifer, ¿qué dicen de mí? —la damita la miró totalmente avergonzada y agachó la cabeza.
—Ni se te ocurra repetirlo, Jennifer. Gwen, alguien se ha esforzado por acabar con tu reputación pero no te preocupes que encontraremos una solución.
—Alguien no, sabes tan bien como yo que ha sido la arpía de lady Raise. Esa mujer fue la que lo lió todo, Anabelle lo descubrió preguntando a todas esas tontas debutantes.
—¿Tontas debutantes? Y tú que eres, ¿mocosa? —replicó su hermano enfadado.
—Jennifer, ¿qué dicen de mi esposa? Brian, cállate, necesitamos saberlo todo antes de pensar en un plan. Gwen, cariño, ¿podrás soportarlo o prefieres que hablemos luego?
—No pienso moverme de aquí. Resolveremos esto juntos —dijo resuelta su mujer.
Jennifer observó la mirada tierna con la que el duque miró a su esposa y se preguntó qué se sentiría al ser amada por alguien como él. Luego desechó la idea y volvió a pensar que el matrimonio era un lastre y que ella nunca necesitaría a un hombre.
—Lucas, no creo que… —Brian se mesó el cabello indeciso.
—Dicen que lady Malford ha yacido con los dos hermanos Benet. Y que el duque se ha casado con ella por diversión, para desafiar a su díscolo hermano.
Gwen soltó un grito y comenzó a llorar.
—Mira lo que has hecho, mocosa. Te dije que te mantuvieses en silencio.
—Yo… lo siento tanto…
—No, no, tranquila. Te agradezco tu sinceridad, Jennifer. Es sólo que… ¿Cómo saldré a la calle, Lucas? Toda esa gente pensando lo peor de mí, no seré capaz de enfrentarlos —Su marido se acercó a ella y la abrazó sin pensar en que era inapropiado una demostración de cariño delante de invitados.
—Lo harás, cariño. Y será esta noche en el baile de los marqueses de Growling. Tengo un plan, ¿te acuerdas de lo que nos ha contado la abuela? —cuando su mujer asintió con la cabeza, Lucas prosiguió—. Pues haremos lo mismo.
Crearemos nuestra historia y se me ocurre una que logrará suspiros de envidia. Entre todos haremos correr la voz y acallaremos los malditos rumores. Gwen, te prometo que se arreglará. Pero antes tengo que ver a alguien.
***
—Milady, el duque de Malford quiere verla, ¿lo hago pasar?
—Vaya, Lucas, ¿aquí? —con una carcajada se arregló el pelo—. Por supuesto que sí, ¿a qué espera? Corra a hacerle pasar. «Vaya, vaya, así que Lucas se ha cansado de la insulsa de su mujer…»
El duque que entró en la sala le puso los pelos de punta. Parecía furioso.
—Lucas, querido…
—¡Cállate, mujer y escúchame! Esta noche cesarán los rumores contra mi esposa, me da igual lo que tengas que hacer, pero nadie volverá a hablar mal de ella.
—¿Y si no lo hago?
—Le diré a todo el que me escuche que has sido mi amante durante muchos meses…
—Soy una mujer viuda, tu rumor palidecerá al lado de lo que se dice de tu duquesita.
—No si afirmo que eres fría en la cama, tanto que me hiciste dudar de tu inclinación sexual. ¿Qué crees que pasará si menciono que quizá te atraigan las mujeres?
—¡No serás capaz, malnacido!
—Soy capaz de todo por la gente que me importa. Estás advertida, Joan, o esta noche lo arreglas o te destrozaré. No te conviene meterte conmigo.
—¡Te odio, bastardo! Sabías que te deseaba por esposo, te quería Lucas —él soltó una carcajada burlándose.
—Querías el título y mi fortuna pero cometiste un error, fuiste demasiado evidente.
Adiós Joan, por tu bien espero que no hagas ninguna tontería más.
Joan miró furiosa la puerta por donde había desaparecido el duque y suspiró adiós al ducado. Abrió el periódico y vio una foto del vizconde Corley en el Parlamento y una sonrisa perversa fue dibujándose en el rostro, quizá no podría ser duquesa pero no le importaría ser vizcondesa con tal de abrazar la gran fortuna de lord Corley… Con una carcajada comenzó a dar rienda suelta a una idea.
***
Todos estaban en el baile de los marqueses de Growling con un mismo objetivo contarle a los presentes la increíble historia de amor de los duques.
Los padres de ambos jóvenes se conocieron hace muchos años y de esa amistad nació una promesa, que sus hijos acabarían desposados. Así, durante muchos años lady Gisele creyó que se casaría con el más pequeño de los hijos del duque. Su padre, en el lecho de muerte, le hizo jurar que le daría una oportunidad al joven lord. No obstante, ambos podían incumplir la promesa de sus padres si pasado un tiempo no llegaban a entenderse. A la muerte de su progenitor la joven se trasladó a casa de su prima y allí conoció por primera vez al que debía ser su prometido. Tras un tiempo de cortejo los jóvenes se dieron cuenta que no estaban hechos el uno para el otro. Entonces, el duque al ver que tenía el camino libre decidió declararse a la dama. Ésta que le correspondía desde el primer día en que lo conoció, lo aceptó. Con la bendición de sus familiares se casaron y la nueva duquesa finalmente cumplió con la promesa, unió su vida a uno de los Benet. Obviamente la historia crearía otro escándalo y muchos no creerían ni una sola palabra, pero al menos lograría borrar los rumores de Joan.
Serena buscó a Gwen y por fin dio con su amiga, tenía que contarle lo de su padrino cuanto antes. Se acercó a ella justo cuando apareció Lucas y la sacó a bailar. Con un suspiro volvió junto a las hermanas de Brian para seguir difundiendo la historia, la duquesa viuda y lady Josephine lo hacían por otro, como Brian, James y Damien. En cuestión de minutos todos los asistentes al baile de los marqueses murmuraban sobre los duques y su escandalosa historia.
—¿Cómo estás, cariño?
—Histérica, creo que me desmayaré en cualquier momento.
—De eso nada, gatita, eres la mujer más fuerte que conozco, demuéstralo.
—Pero esto es demasiado, nunca había sentido tanto desprecio, todos están hablando de mí.
—Pues démosles otro motivo para parlotear.
Lucas dio una vuelta con su mujer, la alzó girándola suspendida en el aire y al bajarla la besó apasionadamente. A continuación, todos los abanicos comenzaron a moverse y las exclamaciones resonaron por toda la estancia. Los duques se habían besado en público dejando claro que se amaban, algo que era de muy mal gusto. En público no se demostraba cariño alguno, el escándalo se extendió como la pólvora.
Jennifer se divertía de lo lindo con su nueva misión. Se giró para contemplar a su melliza que también estaba en su salsa, le encantaba codearse con toda esa gente. Ella prefería sus libros porque a través de ellos se sentía viva y aventurera, observó como su hermano recogía la nota que le entregaba un criado y sonriente desaparecía del salón.
Pensó dichosa que lady Rungor lo habría citado. Brian se merecía ser feliz y la condesa era la mujer idónea para él. Batiendo palmas comenzó a andar hacia otro grupo cuando divisó al fondo a la condesa, confusa se giró hacia donde había desaparecido su hermano justo en el momento en el que vio a lady Raise tomar el mismo camino. Con el corazón en el pecho corrió hasta lady Rungor. La maldita intrigante planeaba algo malo contra Brian y como se llamaba Jennifer que no lo conseguiría.
—¿Qué diantres haces tú aquí? Creí que era…
—Sí ya, pensabas que era la mosquita muerta de la condesa —se acercó a él y lo abrazó—. Olvídala, Corley, no pienses en ella y sólo siente. Te deseo…
Joan lo besó restregando su cuerpo. Él la intentó apartar pero ella se resistía, tenía que hacer tiempo hasta que llegasen las hijas de lady Crowell. Su plan no podría fallar, la puerta se abrió y se apartó de él fingiendo cara de sorpresa al haber sido descubiertos con las manos en la masa.
—Quita tus sucias manos de mi hombre.
—Pero qué… ¿qué haces tú aquí, estúpida? —Joan gritó al ver la pistola con la que la encañonaba la desquiciada condesa—. ¿Estás loca, qué haces con eso? Nunca te atreverías a…
Serena se acercó a ella y disparó al suelo. Aterrorizada Joan comenzó a gritar y llorar. La condesa le puso la pistola en la frente.
—Ahora saldrás de esta habitación y te alejarás del vizconde para siempre —retiró la pistola y dejó que escapase hacia la puerta—. ¡Lady Raise! Espero que este suceso no sea comentado y que se acaben los rumores contra lady Malford. De lo contrario te buscaré y acabaré lo que hemos empezado.
—¡Estás loca! —chilló mientras lloraba a pleno pulmón.
Jennifer miraba con la boca abierta a Serena, definitivamente le gustaba esa mujer.
—Jennifer, márchate —le ordenó su hermano, quien miraba a la condesa con la boca abierta.
Todavía sorprendida, la muchacha salió de la biblioteca y se quedó parada en el exterior. Sin poderlo evitarlo estalló en carcajadas, nunca olvidaría la cara de espanto de la baronesa cuando Serena la amenazó.
—Creo que tu hermana sí está disfrutando el baile de hoy.
—¿Se puede saber qué haces con un arma? ¡Podrías lastimarte! —la confrontó Brian enfadado.
—El único que me lastima eres tú, ¿qué hacías besando a esa mujer? Es así como quieres que sea tu esposa… Y llevo esta pistola para defenderme, te recuerdo que estamos en peligro hasta que encontremos al agresor de Gwen —aún no podía contarle que realmente la llevaba para intentar defender a su amiga si las palabras de su padrino se hacían realidad e intentaban asesinarla.
—Serena, yo jamás… ¡Por Dios santo! Te amo, condesa, te amo desde el día en que te conocí del brazo de Michael y supe que jamás serías mía. No voy a esperar más, Serena, necesito una respuesta ya.
—La tienes desde hace mucho tiempo, Brian —se acercó a él y lo besó—. Perdona por haber tardado tanto es que tenía miedo, con Michael todo era diferente fue mi mejor amigo de la infancia y luego mi amor, pero tú… Has trastocado todo mi mundo y lo que me haces sentir me asusta mucho porque nunca lo había experimentado. Te amo Brian y sí, seré tu esposa.
Brian la estrechó entre sus brazos y se besaron apasionadamente ajenos a las voces que se escuchaban en el exterior. De repente, la puerta se abrió y las hijas de los Crowell acompañadas de otros lores irrumpieron en la biblioteca. La pareja se miró y supo que se habían salvado de una buena. Brian dio un paso y sonrió a los anonadados presentes sin soltar a su amada.
—Señores, señoras, les presento a mi prometida, lady Rungor.
Minutos después todo el salón murmuraba acerca de la nueva noticia. Pasarían años hasta que la buena sociedad olvidase aquella ajetreada noche.
Gwen se alejó de la sala para tomar aire. Se acercó al balcón y decidió pasear por los jardines. De pronto una mano le tapó la boca y la escondió tras un árbol. Asustada empezó a patalear y a arañar a su agresor.
—¡Muchacha para o me despellejarás la mano!
Gwen reconoció de inmediato la voz y se giró hacia su padrino.
—Julius, pero ¿qué haces aquí? Me has dado un susto de muerte, maldita sea.
—Esa boca, jovencita. Tú y yo tenemos mucho de qué hablar, dicen que te has casado con un ricachón que es duque, ¿es eso cierto?
—Ahora no es el momento, Julius, ¿por qué no vienes mañana a casa y hablamos?
Así podrás conocer a Lucas.
—De modo que es cierto, mi palomita se ha casado. Bueno, no hay tiempo, tienes que venir conmigo, niña, estás en peligro y ni ese duque tuyo podrá salvarte. No aquí.
—Julius, no puedo irme, Lucas estará buscándome…
—¡Estás en peligro! Si sigues aquí te matará.
—Pero, ¿qué sabes tú? ¿quién querría asesinarme? Padrino me estás asustando.
—Lo siento Gwen, perdóname.
—¿Qué te perdone? Pero, ¿por qué?
—Por esto mi niña…Te juro que es por tu bien.
Julius alzó su pistola y la golpeó con la empuñadura, Gwen cayó inconsciente en sus brazos, lo que le dio la posibilidad de huir de allí. Al otro lado del baile, Lucas buscaba desesperado a su esposa, había desaparecido.