Capítulo 15
La luz de la mañana se filtraba por la ventana del carruaje, Serena yacía dormida frente a ella y Allison estaba a su lado silenciosa. La doncella aún seguía impresionada por los acontecimientos de la noche, como le ocurría a ella misma. Recordó la congoja de Allison cuando entraron en el gran salón de Malford House, la pobre muchacha se refugió en sus brazos hecha un mar de lágrimas por la gravedad de James.
Era una mañana triste para todos. El coche entro por la calle Piccadilly y Gwen se acercó a Serena para despertarla, habían llegado a casa.
Las tres mujeres anduvieron hasta la gran mansión y se desplazaron dentro en el más absoluto silencio. Serena subió las escaleras al lado de Gwen sumida en sus propios pensamientos hasta que de pronto recordó algo.
—¡Gwen! ¿Qué voy a hacer con Roselinde? Vendrá para su clase de baile y yo…
¡Soy incapaz de tenerme en pie! —La hermana pequeña de Brian acudía desde hacía unos días a la casa para aprender buenos modales; cuando él se lo propuso ella estuvo encantada de ayudar a esa pequeñuela aunque sospechaba que era un enredo del vizconde para echarle el guante puesto que en casi todas las citas había estado presente. Ese hombre era implacable en sus intentos y notaba como poco a poco se iba haciendo un hueco en su lastimado corazón. No podía ser, sin embargo, se estaba acostumbrando a su presencia y si era sincera la esperaba con impaciencia durante todo el día.
—No creo que el vizconde traiga hoy a su hermana, sabe que necesitas descansar. De todas formas, podrías enviarles una nota diciéndole que estás indispuesta y que les verás mañana.
—Sí, tienes razón. Eso haré —se despidió de ella y entró en su recámara pensando en la niña, era increíble el aprecio que le había cogido a ese diablillo de cuatro años en tan sólo unos días. Se imaginó junto a Brian rodeada de todas sus hermanas y le gustó. La estampa le hizo rememorar su más anhelado sueño de infancia, formar parte de una gran familia.
Gwen despidió a Allison y le ordenó que se fuese a dormir. Una vez a solas se acercó al tocador y cogió papel. Había llegado el momento de dejar esa vida que no le pertenecía y marcharse cuanto antes de allí o ya nunca sería capaz. Era lo correcto, lo sabía, pero aun así no pudo evitar el torrente de lágrimas que surcó su rostro mientras escribía las primeras palabras de su despedida.
***
Lucas entró en su estudio y se dejó caer en la silla de madera que estaba colocada frente a la gran mesa. No había pegado ojo en toda la noche velando el sueño de su hermano. Se sentía culpable por su estado puesto que él lo envió a la boca del lobo y cierto es que la abuela no le ayudó a sentirse mejor ya que cuando todos se hubieron marchado lo sacó del cuarto para exigirle que le dijese qué había sucedido. Lucas decidió contarle toda la verdad y con ello se ganó una buena reprimenda.
Ahora abrazó el silencio que reinaba en la estancia y se sirvió un trago de whisky para serenarse. El alcohol entumeció sus sentidos y le fue adormitando hasta que un golpe seco en la puerta le despertó.
—¡Bailey, pase hombre pase! —dijo Lucas con ironía cuando el mayordomo se coló en el estudio sin recibir el permiso de su amo—. Como siempre, amigo, eres muy oportuno.
—Le traigo estas dos cartas, su excelencia, he creído que le gustaría verlas cuanto antes —Lucas le arrebató las misivas de la mano y le indicó que se marchase con la mirada, cuando se quedó solo observó el remitente. En ambas había un sobre en blanco, cogió una al azar e ignorando el contenido se fijó en la firma: Lord Mound Stuart. Tercer Conde de Bute.
La célebre firma del que fue exministro de Gran Bretaña le hizo centrarse en cada una de las palabras que le dirigió el descendiente de la Casa de Estuardo. Cuando finalizó se quedó reflexionando sobre la escueta carta en la que el conde le indicaba que tenían que verse y le extendía una invitación para pasar varios días en su campiña alentándole a acudir acompañado de cuantos quisiese. Rechazó la idea de inmediato, iría a Luton a recoger la carta para el rey y regresaría inmediatamente. Tomó la segunda carta y se levantó furioso al leerla. Al instante, volvió a cambiar de opinión, sí iría a Luton, pero no lo haría solo. Vaya que no.
La duquesa viuda salía de la biblioteca cuando vio cruzar a su nieto como una exhalación. Sorprendida observó como Lucas gritaba al cochero y partía a gran velocidad. Se acercó al mayordomo y le interrogó con la mirada.
—Vamos, Bailey, desembucha. ¿Qué mosca le ha picado a mi nieto para comportarse así?
—Excelencia, no tengo idea de lo que le ha sucedido a su alteza, pero apostaría mi puesto a que no es un qué sino más bien un quién.
—¿Cómo? Habla más claro, hombre. Qué sabes de todo esto, no me creo que no hayas metido tus narices en el asunto —el mayordomo se envaró ofendido ante la pulla de la duquesa—. No te hagas el ofendido ahora, ambos sabemos que sabes todo cuanto ocurre en esta casa. Más de una vez te he visto sospechosamente cerca de la puerta del estudio, cualquier día te descubriremos con la oreja pegada en ella —soltó con una carcajada.
—Jamás me inmiscuiría en los asuntos del duque, excelencia. Y si insinúa que soy un fisgón es que no me conoce después de… —la duquesa se giró hacia el estudio dejándole con la palabra en la boca. Él la siguió cuando ella le hizo un gesto con la cabeza y se adentraron en la estancia. Se acercó a la mesa y cogió la carta arrugada que presidía el centro, la alisó cuanto pudo y se la entregó a su excelencia, no sin antes echarle un vistazo al contenido. Claro que lo hizo por si la duquesa necesitaba ayuda de haber algún problema, no porque se muriese de interés por conocer qué le había hecho estallar al duque de esa manera, eso jamás.
—Vaya, vaya… Así que esta es la razón de los cambios de humor de mi nieto —dio un saltito batiendo las palmas—. ¡Lo sabía, Bailey! Lucas está enamorado de esa muchacha, por fin se han escuchado mis plegarias.
La duquesa viuda le pasó la carta y salió de la estancia con una gran sonrisa. El mayordomo se acercó a la mesa y dejó la carta tal y como estaba cuando entraron. Salió silbando del estudio mientras pensaba en lo feliz que sería su señor cuando reconociese que había perdido la cabeza por esa «muchacha testaruda», como él la llamaba.
***
Lucas saltó del carruaje cuando éste paró en Rungor House. Estaba furioso y así se lo haría saber a esa fierecilla. Recordó sus palabras y se puso enfermo de ira. « Lucas, me marcho. Ha llegado la hora de partir, quisiera que sepas que a pesar de todo lo que nos ha pasado me alegro de haberte conocido, siempre te llevaré entre mis recuerdos, Gwen». ¡Y un cuerno! Tocó colérico a la puerta y se coló en la mansión arrollando a Rufus a su paso. En ningún momento analizó el porqué lo enfadaba tanto que ella se quisiese marchar despidiéndose por carta, tampoco quiso reconocer que le aterraba perderla.
Lucas vociferó el nombre de Gwen hasta que ésta apareció. Gwen no daba crédito a lo que veían sus ojos, ese demente había perdido el juicio definitivamente. Bajó rauda las escaleras y lo encaró intentando silenciar sus gritos para no despertar a Serena. Algo que fue inútil pues unos minutos después la condesa apareció enojada a punta de escalera exigiéndole al duque que se marchase.
—¿Que está sucediendo aquí? ¿James está bien? —Gwen asintió con la cabeza lo que hizo que Serena suspirara en busca de paciencia. Lucas volvía a las andadas con el dichoso tema de «yo seré tuyo, tú serás mía.....» —. No pienso tolerar un comportamiento semejante en mi casa, excelencia. Puede que usted sea un gran duque pero en mi casa mando yo y no consentiré una escena como la que usted acaba de montar. Pero, ¿qué le pasa? ¿Es que ha perdido el juicio? —estalló furiosa Serena desde la escalera. Se tocó el cabello y soltó un gritito, comenzó a peinarse con las manos y regresó a su cuarto para colocarse la bata puesto que cuando la voz del duque la despertó salió tan rápido de la cama que se la olvidó poner.
Abajo, Gwen taladraba al duque con los ojos y él desprendía chispas por los suyos.
—Quiero hablar contigo, lo haremos aquí o donde gustes, pero ya.
—Basta ya, excelencia. Toda esta historia ha terminado.
—Así que vuelvo a ser excelencia, ¿eh? Pues dime, señorita, ¿iba usted a despedirse de la condesa o también le iba a regalar una de sus emotivas cartas?
—No sea irónico conmigo y cállese por Dios, que ella no sabe nada aún.
—¡Vaya! De modo que he sido el primero en gozar de sus planes. Siendo así la cosa me siento más tranquilo, la verdad —ironizó.
—Lucas, por favor, baja la voz no tiene sentido informar a todo el servicio de nuestras diferencias. Y no sé por qué te pones así, este no es mi mundo y tú lo sabes, ya es hora de que me vaya. Nunca tendría que haber aceptado el plan de James. Fue un gran error, ahora lo sé. Esta noche pasada ha sido una auténtica locura —le suplicó Gwen dejando a un lado los formalismos.
—Bueno, querida, pero lo hiciste y ahora no te puedes marchar sin al menos acabar con tu farsa. Ni siquiera has pensado en tu pobre amiga a la que criticarán por tu culpa.
—Pero, ¿por qué?
—Cuando se sepa que la prometida de James se ha marchado abandonándole no sólo mancharás de vergüenza a los Benet sino también a tu supuesta prima a la que acusarán de cómplice de la fechoría. Murmurarán todo tipo de acusaciones y seguramente correrá la voz de que te has fugado con un amante. ¿Te imaginarás lo que dirán de tu carabina? Que te ayudó y la condenarán por ello —Lucas sonrió interiormente sintiendo que estaba ganando la batalla. Gwen se quedaría, al menos por algún tiempo más.
—¡Por Dios! Yo… yo… No había pensado en todo eso...
—Ya veo, suerte que yo sí. Como verás aún te queda mucho por hacer antes de huir.
—Yo no huyo, Lucas. Soy pobre, una don nadie que no tiene familia, ni casa, ni un maldito vestido como éste que llevo. En mi mundo la única preocupación es conseguir el pan del día siguiente, no pensar en qué modelito me quedará mejor. Ésa, me guste o no, es mi realidad y algún día volveré a ella porque es allí a donde pertenezco. Esto —dijo abarcando con los brazos todo cuanto le rodeaba— no es para mí y nunca lo será. Así que no me vuelvas a acusar de huir porque no tienes ni idea de lo que significa vivir como yo lo hago cada día.
Lucas pensó en lo extremadamente hermosa que estaba cuando se enfadaba, imaginó a esa misma joven en ese otro ambiente tan desolador y se enfureció. Gwen nunca volvería a pasar por todo eso, aún no quería pensar en cómo evitaría que la joven regresase al dichoso orfanato, pero lo haría.
—¡Oh, amiga! No tienes que volver allí jamás, ésta es tu casa Gwen. Te lo he dicho miles de veces, te quiero como una hermana y deseo que te quedes conmigo —interrumpió Serena. Había escuchado silenciosa la conversación de ambos jurándose que no se inmiscuiría salvo que el duque se propasase, pero no lo pudo evitar y acabó abriendo la boca.
—Te lo agradezco Serena, pero no podría abusar así de tu hospitalidad. Este no es mi sitio…
—Y ese otro mundo del que hablas, ¿sí?
—La verdad es que ya no sé a dónde pertenezco, Lucas. Creo que ya no encajo en ningún lugar, cómo podría batallar con las miserias de los menos afortunados cuando he probado la otra cara de la moneda. Y aquí nunca encajaré porque no puedo interpretar un papel toda mi vida; yo no soy como vosotros, por mis venas no corre sangre noble y por supuesto no tengo una gran fortuna para mantenerme. Quizá me dedique por un buen tiempo al teatro y luego, no sé, podría casarme —Lucas sintió unos terribles celos al imaginarla con otro hombre y cerró los puños con fuerza.
—Déjate de tonterías y vayamos a la biblioteca para hablar de nuestro plan.
—¿Nuestro? ¿Es que ahora tú también participas en esta farsa?
—Me guste o no así es, vosotros me metisteis en todo esto y ahora tendremos que solucionarlo. He estado dándole vueltas a una idea; creo que James y tú deberíais tener una riña de enamorados. Para evitar el escándalo haremos correr el rumor de que vuestro compromiso no está formalizado porque tú tienes ciertas reservas, ya que ésta es una unión que planearon nuestros padres cuando erais unos niños. Espero que funcione esta pequeña mentira… ¿Con quién has hablado sobre tu relación con James?
—Con nadie. La buena sociedad sabe que él me pretende y esperan que al final de temporada se selle nuestra unión. Sólo a los familiares y amigos más íntimos le hablamos del compromiso. James no quería poner vuestro nombre en entredicho.
—¿Y cómo pensaba casarse contigo, entonces? Una noticia así no se podría ocultar.
—No habría tal enlace. Tu hermano pensó en cortejarme durante un tiempo y luego sellar nuestro compromiso, fijar la fecha de la boda e intentar conseguir el dinero antes de ese día. En caso de que no lo lograse, yo debería dejarlo plantado ante el altar.
—¡Ah! Y eso no crearía un escándalo…
—Sí, pero James creía que era un mal menor.
—¿¡Un mal menor!? Muchacho malcriado… —Lucas oscureció la mirada y la encaró—.Y dime, gatita, ¿no pensasteis en que si hacíais una cena con la familia y amigos y eras presentada como su prometida la noticia correría entre todo Londres? Ciertamente la querida Josephine no se caracteriza por su discreción.
—Sí, éramos conscientes y de hecho en cierto modo así fue. Muchas damas me preguntaron en cuanto asistimos a los siguientes actos sociales pero nunca confirmé nada. Me esforcé por dar a entender que James me interesaba, que él me pretendía y que posiblemente tendríamos un final feliz, pero que aún nada estaba hecho. Yo… quería atrasar la mentira cuanto pudiese, por eso nunca he aceptado que es mi prometido. Y me consta que él también ha dado evasivas.
—Menos mal. Bien, entonces, el plan funcionará, tendréis una pelea en público y tras eso os alejaréis. Pronto se sabrá que vuestra relación ha dejado de ser tal y todos respiraremos tranquilos por fin.
—Podría ser en el baile que celebran los marqueses de Growling el jueves de la semana que viene, la flor y nata de la sociedad se reunirá allí. Y ahora silencio, pasemos al salón que el vestíbulo no es lugar para hablar de estas cosas —Serena se giró y emprendió la marcha.
—¡Serena! Emm… verás… tu ropa... —la condesa se miró y se puso colorada como un tomate. ¡Iba en bata! Sonó la puerta y ahogó un grito. Nadie podía verla así, sería bochornoso. Se disculpó con la pareja y fue a cambiarse. Gwen y Lucas se acomodaron en el gran salón.
—Y tú, ¿por qué sigues vestida como ayer?
—No he podido dormir, Lucas. A pesar del cansancio, las emociones de ayer me han mantenido en vela, así que me he puesto a preparar mis baúles para partir mañana hasta que has llegado tú vociferando.
—Bueno, no voy a disculparme —dijo malhumorado—. Deberás deshacer esos baúles cuanto antes porque aún estarás aquí algún tiempo.
—Los desharé si quiero —le retó rebelde. Las puertas del salón se abrieron y Rufus entró.
—Disculpe, milady, han traído esta caja para usted.
—Gracias, Rufus. Déjemela en la mesa, por favor —el mayordomo asintió con la cabeza e hizo lo que le ordenó la joven. Luego, desapareció en silencio.
—Debería traer a Bailey para que aprendiese de este hombre a ser menos entrometido —miró la caja y arrugó el ceño—. Veo que tienes un admirador, gatita.
—¿Celoso, excelencia?
—¡Qué! No me hagas reír, en mi vida he estado celoso por una mujer y tú, gatita, no vas a ser la excepción, siento decírtelo pero así es. Bueno, vas abrirlo de una maldita vez o qué.
Gwen soltó una carcajada por su arranque de celos, pese a lo que él aseguraba, y se acercó a la caja. Al descubrir la tapa soltó un grito horrorizada se apartó de ella con repulsión y Lucas tomó su lugar examinando el contenido.
—¡Hijo de puta! ¿Cómo se atreve? —volvió a ver la rata muerta y cogió la nota que la acompañaba, «morirás, puta»—. ¿Quién es, quién querría verte muerta?
—Y yo que sé. Antes de llegar aquí no tenía ni un solo enemigo y desde que os conozco, mira… —Gwen estalló en sollozos y Lucas la abrazó consolándola.
—Tranquila, cariño, encontraré al que está detrás de todo esto e iré a por él —la separó de su cuerpo y le dio un beso casto en los labios. Ella estaba tan desconsolada que no protestó—. Lo solucionaré todo, confía en mí. No llores más, Gwen, no soporto verte así. Escucha, tengo que irme unos días pero no puedo hacerlo sabiendo que estás en peligro. Vendréis conmigo, las dos.
—Pero…
—Ni peros, ni nada. Mañana saldremos para Luton.
Julius miró el papel de nuevo y suspiró; por fin la había encontrado, Rungor House. Había tardado tres días en dar con la muchacha, deseó que estuviese bien y no hubiese llegado tarde pues nunca se lo perdonaría. Estuvo siguiendo una pista falsa durante dos días seguidos por culpa de dos jovencitas del teatro que le dijeron que Gwen se había fugado con un señorito.
Por supuesto que no se lo había creído, como tampoco creyó lo que la joven le dijo en su última carta para que no se preocupase por ella. ¿Gwen trabajando de criada con lo altiva que era? Jamás. Ahí había empezado a sospechar que algo no encajaba y supo que estaba en lo cierto cuando les intentaron contratar para acabar la faena que dejaron pendiente diecinueve años atrás.
Cuando las jóvenes del teatro le dijeron lo de la fuga, se dirigió al orfanato a buscar respuestas. Allí, sólo halló un nombre James Benet. Frances, una de las amigas de Gwen acabó confesándole las intenciones de su ahijada de hacerse pasar por una condesa de no sé qué, prometida de ese tal James Benet. Sus pesquisas anduvieron por ahí entonces y nada. En casa de ese ricachón nadie conocía a su Gwen. Tonteó con una sirvienta que tras varios besos aflojó la lengua y le habló de una joven de la que se decía que era la prometida del hermano del dueño de la mansión, lady Gisele.
Julius sospechó que esa lady era su Gwen e intentó averiguar donde vivía, lo que le llevó otro día. Finalmente el mozo de los establos le habló de las bellas amigas del duque, le costó horrores sacarle el nombre al olvidadizo muchacho pero al final lo recordó. La condesa de Rungor y lady Gisele, la joven que según él siempre que sonreía se iluminaba el cielo. La descripción que le dio coincidía con Gwen así que tras varias averiguaciones más ahí estaba, frente a la gran mansión. Tocó y un hombre estirado le abrió.
—¿Quién es usted? El servicio tiene que entrar por la puerta de atrás. Vaya hacia allí o márchese —manifestó mientras cerraba la puerta que el intruso agarró con el brazo.
—¿¡Ehhh!? Espere, hombre. Vengo a ver a lady Gisele, vaya y dígale que Julius le espera.
—¿A usted? —Rufus miró a ese zarrapastroso y soltó una carcajada—. No me haga reír, anda. Si piensa que voy a molestar a milady por usted…
—¡Joder! Malditos estiraos —empujó a Rufus y se coló en la casa. Desde el vestíbulo comenzó a gritar el nombre de Gwen.
—Váyase ahora mismo de aquí, pulgoso. Y deje de gritar, ésta es una casa decente.
—¿Pulgoso? Llame ahora mismo a la dama o le daré una buena dosis de esto —le dijo mostrándole el puño—. ¡Vamooos!
—No puedo llamar a milady. ¡Suélteme! —Julius cogió al mayordomo de las solapas de la chaqueta y estiró el puño hacia atrás— No está, milady no está.
Julius lo soltó y se mesó el cabello.
—¿Cómo que no está? Bueno no pasa nada la esperaré aquí hasta que llegue.
—Pues le entrarán calambres, puesto que la condesa y lady Gisele se han marchado para varios días.
— ¿¡Qué!?
—¿Por qué me mira así? ¿Qué quiere? Ya le he dicho…
—Tranquilo, hombre, que no voy a agredirte. Mira esto es lo que hay, yo necesito ver a Gwen, digo a lady Gisele, y usted no me quiere aquí molestando así que le propongo algo, trabajaré en los establos hasta que la dama regrese, a cambio me dará una cama y comida —Julius soltó una carcajada al ver la cara espantada del mayordomo. Le dio un amistoso golpe en la espalda que casi lo derrumba y lo siguió hasta su nuevo lugar de trabajo.