Capítulo 5
—¿Un poco más de té? -Gwen no contestó. Su mente se encontraba tan lejos que las voces de Serena y Allison apenas parecían reales.— ¡¿Más té?!.... ¿Gisele?....
—Lo siento, ¿Qué me has dicho?
—¿Qué te ocurre? Llevas toda la mañana ausente —dijo preocupada; miró a la joven criada que no perdía detalle de la conversación e intentó deshacerse de ella
—. Allison, ve a la cocina y pregúntale a tu madre si ha conseguido por fin el maldito salmón.
—Por supuesto, milady —Serena observó cómo Allison desaparecía de la sala. A continuación, fijó su mirada en los ojos perdidos de Gwen.
—Ahora, dime que te ocurre.
—Nada, en serio. No estoy acostumbrada a estas cosas y la verdad es que me distraigo hasta con el remate tan precioso de los bajos de la cortina.
—Sí, son geniales, ¿verdad? Pero ahora me dirás qué ocurre. ¿Estás asustada? ¿Es eso? Todo va a salir bien no te preocupes.
—Ayer ocurrió algo que... Bueno, no puedo quitármelo de la cabeza.
—Cuéntame, querida.
—¿Recuerdas que te dije que un hombre me intentó besar?
—Sí, claro. Y permíteme aconsejarte que no le des mayor importancia. A veces ocurren esas cosas y la verdad es que lo pasa peor el que es rechazado.
—Me besó.
— ¿¡Qué!?
—Me besó no una, sino varias veces.... y de una manera.....
—Pero, ¿cuándo?
— No sé exactamente el momento. La verdad es que sucedió todo muy deprisa. Me sentí tan deseada...
—¿Quién te besó?
—No sé su nombre. Apenas hablamos. Pero coincidimos el día anterior a la fiesta, antes de llegar a tu casa. Paré a comer en una casa de comidas y ahí estaba él, tuvimos una escena desagradable. Chocamos cuando me marchaba del lugar con la mala suerte que la copa que tenía en la mano se resbaló y le empapó el traje. Fue muy grosero cuando me disculpé.
—Vaya, ¡qué coincidencia!
—Ayer me confundió con otra mujer y por eso me besó. Y la verdad, Serena, es que nadie me había besado nunca de ese modo —se pasó los dedos por los labios como queriendo recuperar el tacto cálido de aquel joven—. Cuando se percató del error el muy truhán lejos de sentirse arrepentido hasta se alegró. ¡Y me volvió a besar! Me puse hecha una furia y lo sigo estando cuando pienso en ese desvergonzado, pero si te soy sincera hubo un momento en el que yo también respondí…—Gwen agachó la cabeza terriblemente avergonzada. Su amiga le alzó el rostro y le sonrió comprensiva.
—Gwen, sé cómo te sientes. Cuando todo es pasión; cuando no puedes leer el pensamiento de tu compañero; cuando todo es un juego y parece que se va a desvanecer... —sus ojos se iluminaron por las lágrimas contenidas. Hacía tiempo que no experimentaba nada parecido y el amor de su vida... aquel que la había hecho enloquecer... yacía dormido a varios metros del suelo. El paso pueril de Allison sonó próximo a la puerta. Serena sacudió su cabeza como queriendo despojarse de todo aquel veneno. Se había tomado demasiadas licencias... Aquel terreno emocional estaba enteramente prohibido, por el bien de su salud.
—El salmón se está preparando —espetó Allison irrumpiendo en la sala.
—Gracias, Allison —la joven criada se acomodó de nuevo en una silla próxima a las damas que estaban en el sofá. Sabía que algo se cocía... y no era precisamente en la cocina—. La verdad es que el decorado de la fiesta de anoche dejaba bastante que desear. Las celebraciones ya no son lo que eran.
Serena se perdió en las profundidades de su taza. Menuda estupidez... rio interiormente. A veces se sorprendía de lo cómica que podía llegar a ser consigo misma. La soledad la había convertido en su mejor amiga. Gwen dibujó una tímida mueca en su rostro, que cobró vida propia para intentar mimetizarse con lo que ahí se esperaba de ella.
—Hoy hace un día horrible, ¿verdad queridas? Tiene pinta de ponerse a llover para siempre. Espero que Clementine se acuerde de la colada —miró de reojo a Allison esperando una reacción.
—Si quiere puedo ir a recordárselo…
—¡Oh, Allison! Siempre tan atenta, gracias muchacha.
—Claro, milady —soltó la joven, mientras sus pasos lentos contradecían sus palabras. Se moría por quedarse, sabía que estaban tramando algo y su curiosidad la incitaba a saber qué era.
Gwen observó cómo desaparecía Allison y cuando sintió que estaban solas, explotó.
—Ese estúpido... ¿qué se piensa, eh? Insinuó que yo era una fresca. ¡Yo! Cuando fue él quien se abalanzó sobre mí como un tigre hambriento. Si lo tuviera aquí delante ahora mismo.... lo abofetearía sin pensármelo.
—¿Quién será, Gwen? ¿No dijo nada que nos ayude a saber su identidad?
—No... Bueno, mencionó a una mujer, por eso supe que me estaba confundiendo con otra.
—¿Qué nombre? —Serena se acercó a Gwen muerta de la intriga...
—Dijo el nombre de Joan.
—¿Joan? Conozco a varias con ese nombre. Una de ellas es una fresca... haría una buena carrera de ramera —de inmediato sus ojos adquirieron tamaños galácticos. Joan, esa Joan... se decía que era la nueva amante de él. No... ¡No podía ser!, sería otra, tenía que serlo, por el bien de todos—. Gwen debes de olvidar a ese hombre misterioso ya.
—¿Crees que quiero conocerlo? Ojalá no lo vuelva a ver jamás.
Serena la miró deseando que sus sospechas no fuesen acertadas y que el hombre misterioso de su amiga no fuese quien ella se temía que era o estarían perdidos.
—Solo te digo que centres tus energías en el plan. Todo debe salir tal y como se espera. Gwen, sé muy bien qué tipo de mujer eres y algo me dice que es la primera vez que mientes y engañas a tus seres queridos. Lo que no llego a entender es la razón por la que alguien como tú haya podido terminar enredada en este berenjenal.
—Porque necesito ese dinero. Crecí en un orfanato y la gente de allí es mi única familia. En los últimos años han remitido las ayudas de los benefactores y si seguimos así el orfanato cerrará.
—¡Vaya! Es duro escuchar eso. Ahora empiezo a entenderte un poco más, querida. Sinceramente, he estado tan inmersa en mis desgracias que he llegado a ignorar lo que sucedía a mi alrededor. Creo que ya sé lo que quiero hacer... A partir de ahora tendréis otra benefactora, me encantaría ayudar.
—¿En serio?
—Claro que sí amiga. Nada me haría más feliz. Y... en cuanto a lo que hablábamos… No debes perder el norte, Gwen. Son sólo unos besos con alguien al que no vas a volver a ver. Él no encaja en nuestros planes.
—Lo sé.
—Pues no lo olvides. Hay mucho en juego.
La grisácea luz del día más parecía un inicio apocalíptico. James bajó del carruaje y se colocó bien las vestimentas. Tenía un aire atildado, como si jugara a tentar a los dioses a una lucha por la perfección. Se acomodó la peluca y tocó a la puerta de Rungor House. El mayordomo de rostro hierático le dio la bienvenida.
—Hola, Rufus, lady Gisele me está esperando, por favor dígale que estoy aquí.
—Veo que hoy no viene usted con lord Damien… Pase, lord Halley, avisaré a las damas de su llegada.
—El bueno de Damien estará durmiendo aún, Rufus. Algo, que le confieso me tienta a mí también —dijo entre risas.
—Si me mi disculpa, milord, iré a anunciarle...
Rufus atravesó el hall, recorrió la sala de invitados, la sala de reuniones y por fin llegó al lugar más querido por su señora. Ella lo llamaba, la sala Serena, donde solía pasar la mayor parte del tiempo. La chimenea trabajaba al cien por cien y los sofás de terciopelo de corte francés, eran los más cómodos de la casa. Rufus contempló como su cuerpo volvía a recuperar el sentido cuando abrió la puerta y una ola de calor lo sacudió.
—El marqués de Halley desea ver a lady Gisele. ¿Lo hago pasar, milady? — preguntó a la condesa.
—Sí, Rufus, hágalo pasar. —Dijo Serena.
Rufus cerró la puerta y la realidad fría volvió a sacudirle la espalda. Recorrió la sala de reuniones, la sala de visitas, el hall y de nuevo se encontró con lord James.
—Siento la espera, milord. Lady Gisele lo recibirá en seguida. Si me acompaña... —cuando llegaron a la sala de reuniones James notó como el recuerdo del fallecido conde volvía como un ingrávido velo. Las cabezas de los ciervos, las pinturas de caza... todo aquel ambiente bucólico que tanto adoraba estaba intacto. Casi pudo escuchar la voz del que fue un gran amigo de su hermano jactándose de los premios que colgaban de las paredes con sus rostros fantasmagóricos.
—¡James! Qué alegría verte de nuevo —Serena se levantó del sofá y fue directa a James para saludarle como era debido—. Nos tenías abandonadas, granuja. ¿Por qué no has llegado antes? Te hemos esperado durante días —lo riñó amablemente la condesa.
—Mi querida Serena, me ha sido imposible acudir antes. He estado ausente de Londres durante varios días —mintió con remordimiento, no podía decirle a las damas que había estado encerrado con su amante durante su ausencia. Y bueno, Lucas le había endosado el papeleo de una de sus fincas como castigo por la suma que le habían tenido que pagar al barón de Ruland cuando acudió por segunda vez exigiendo el collar familiar—. Gwendolyn, qué alegría verla de nuevo. ¡Dios santo! A la luz del día es usted más bella de lo que recordaba… Mi familia quedará convencida de nuestro amor en cuanto la vean.
—Gracias James. Es muy galante —Gwen forzó una sonrisa. Le costaba tratar con cortesía al joven pues aunque ella había aceptado la farsa, lo culpaba por aparecer en su vida. Su sola presencia le recordaba que era una impostora. Una mujer capaz del peor engaño por dinero, aun cuando sus intenciones eran buenas.
El corazón del joven comenzó a galopar. Era tan hermosa que cortaba la respiración, se sintió hechizado.
—Milady, deberíamos tutearnos. Sonamos muy distantes con tanto formalismo y se supone que estamos prometidos —cuando la joven asintió con la cabeza, retomó la conversación—. He venido también para informaros que mañana tendrá lugar la cena de presentación de Gisele ante amigos y familiares. Ha habido un cierto alboroto tras desvelar que estoy prometido... con alguien de la que nunca habían escuchado hablar.
—Siéntate James y no nos prives de los detalles. Cuéntanoslo todo.
—Antes querría hablar con Gwendolyn. Aún no hemos acordado...
—Sí, los detalles de mi contrato —terminó de decir la joven. Sonaba salvaje y James no pudo sino sonreír.
—Exacto —Serena hizo ademán de levantarse.
—No hace falta que te marches. Podemos dejar las formalidades tras la puerta, ¿no? junto con Rufus. Aquí sabemos bien a lo que venimos —Gwen podía ser dulce como un terrón de azúcar pero todo aquel que la conocía sabía que era un arma de doble filo.
—Está bien, mañana nuestro plan arrancará con la cena. Allí serás presentada oficialmente a mi familia como mi prometida. Deberás vestir elegante.... sofisticada. Bueno, de todo eso se encargará Serena. Quiero que hoy repasemos los detalles de nuestra historia, pues no nos podemos permitir el lujo de improvisar. Como actriz sabrás los riesgos que supone no prepararse el guion ¿no?
—La verdad es que no. Siempre me los he sabido.
—No esperaba menos de ti —hizo un pausa mientras fijaba sus ojos en los de Gwen y a continuación apartó la mirada para posarla en las hileras de libros que vestían las estanterías de roble, tratando de distinguir los autores—. Deberíamos... —carraspeó— Hablar del dinero.
—Sí, es el tema que más me interesa.
—Treinta mil libras, ¿será suficiente?
—Emm… yo creo que… sí, sí, estará bien —declaró Gwen estrechando la mano que él le tendía. «Ojalá sea suficiente…», pensó.
—Bueno ahora querido, cuéntanos cómo ha reaccionado tu familia ante la noticia que les has dado. Quiero saberlo todo —Serena se sentó junto a James dispuesta a pasar un gran rato. El té se enfriaba en la tetera y las tazas de cerámica reposaban sus posos dibujando pequeños tribales.
—Esta mañana me levanté intranquilo sabiendo que en unos minutos se sabría la verdad. Me sentía mal porque no me gusta engañar a mi familia, sobre todo a la abuela. Pero es por estricta necesidad, ese dinero es esencial para evitarles la ruina. Así que me armé con esa convicción en la mente y me dirigí a hablar con ellos…
— ¿Pero a qué tanta prisa? —lady Margaret, duquesa viuda de Malford, trataba de dibujar en una taza diminuta el lazo diminuto de una niña diminuta jugando con un perro también diminuto.
—Necesito deciros algo importantísimo. ¿Dónde está Lucas?
—Encerrado en su estudio; anda como perro sin amo. Muy raro. No sé qué le sucedería ayer.
—Bueno, es igual. Avisaré a Bailey para que vaya a por él.
—No te muevas —Margaret levantó el pincel al tiempo que fruncía el ceño en desaprobación con su última pincelada—.Ya está avisado. Vendrá en seguida. Y ¿bien, muchacho? ¿Se puede saber que sucede?
—Espera abuela, no lo contaré dos veces, y quiero hacerlo bien. Por mí y por ella.
—¿Por ella? Te advierto que no quiero una de esas mujeres que frecuentas pululando por aquí. Ya hago la vista gorda con vuestras tonterías pero esta casa....
¡Es sagrada!
—Abuela por Dios, qué cosas dices.
—No me he caído de una higuera James. Llevo en este mundo mucho más tiempo que tú, no intentes engañarme que no te saldrá bien —se abrió la puerta y apareció por fin Lucas.
—¿Qué pasa? Bailey se ha empeñado en que viniese cuanto antes. Si es para desayunar en familia, abuela, ya te he dicho que no…
James observó el aspecto desaliñado de Lucas y se extrañó.
—¿Has dormido algo? —le interrumpió James.
—No. No he podido pegar ojo.
—Pues como yo. Siéntate hermano. Necesito contaros algo.
—Si no te importa prefiero estar de pie. Y termina rápido que tengo mucho que hacer, tú también deberías ponerte manos a la obra con tu nueva obligación. Te recuerdo que tienes mucho papeleo atrasado de la finca —James hizo un mohín y asintió con la cabeza.
—Sí, sí. Bueno, pues quédate de pie pero presta atención —lo cortó.
Margaret dejó la taza sobre la mesa y echó un vistazo a sus nietos.
—Lucas, hijo, estás horrible. Quién te ha visto y quién te ve. Y tu estado sólo puede ser por una cosa: las mujeres.
—Déjalo abuela. No quiero hablar del asunto. Venga, James, que no tengo todo el día para tus tonterías. Date prisa.
—Me voy a casar.
—¿¡Qué!? —De repente el aspecto terrible de Lucas y la taza diminuta de Margaret dejaron de tener interés. A continuación, se hizo un silencio religioso.
—James, ¿pero qué dices? Hijo, el matrimonio es para siempre. No es una de tus aventurillas pecaminosas —a lo largo de su vida James se había empeñado con brío y gana al conocimiento del pecado y su abuela lo conocía. Sus palabras salían directas desde la privilegiada atalaya que el ejercicio de la vida le había brindado.
—Lo sé abuela, lo sé. Pero ella me ha hechizado como ninguna otra.... La amo y nos vamos a casar —Lucas agachó la mirada. Su actitud había tomado tonos taciturnos. Sabía bien de lo que hablaba su hermano a él también lo habían hechizado, un ángel de ojos violetas.
—Pero, ¿quién es? No nos habías hablado de ella antes.
—Abuela, todo ha sido muy rápido. Pero ambos estamos seguros de lo que sentimos. Su nombre es Gisele.
—¿Gisele? No me suena, ¿es de aquí? ¿Quién es su padre? James, será de nuestro estatus, ¿no? Sabes que los títulos no son lo más importante para mí, pero la sociedad no lo entendería y no nos podemos permitir el lujo de otro escándalo. Después de lo de Alice…
—¡Abuela! No menciones a esa mujer —la cortó Lucas furioso—. James, no te casarás con una mujer sin título. Tienes una posición social que respetar.
—¡Pero queréis escucharme! Ella es una dama, se llama Gisele Carlliveni, hija del conde de Gervosani. Su padre era italiano.
—¿Un conde italiano? Con razón no me sonaban…
—Me gustaría celebrar una cena en su honor mañana y que podáis llegar a conocerla. Es muy importante para mí y para ella, ya que desde que sus padres murieron está muy sola.
—¡Oh, pobrecita! De acuerdo, James —la abuela se levantó y se acercó a él abrazándole y batiendo las palmas—. Así que estás enamorado, muchacho. ¡¡¿Quién me iba a decir a mí que tú... precisamente tú, serías el primero de mis nietos en desposarse?!! La vida te da sorpresas, vaya que si te las da.
—De acuerdo, reservo la noche de mañana para ti —Lucas con los ojos clavados en el suelo fue directo a la puerta y antes de salir se giró mirando a su hermano.
Algo no le cuadraba, no sabía que era pero algo le olía mal—. Supongo que he de felicitarte, hermano. Espero que sepas lo que haces o te arrepentirás, las mujeres pueden ser unas víboras cuando se lo proponen —tras sus palabras desalentadoras, desapareció.
—¿Qué diantres le pasa?
—James, a los misterios del hombre los cubre una fina capa que prefiero no desvelar. Y ahora, a preparar nuestra cena. Has dicho que será familiar, pero no puede faltar Josephine, ni Brian, ni el barón… —El joven siguió sonriente a su abuela, contaba con su apoyo así que todo saldría bien…
Serena estalló en carcajadas imaginando lo que se avecinaría la próxima noche. Gwen, por el contrario, se sentía aterrorizada. «Qué había hecho…», se repitió una y mil veces.
—Gwendolyn, por favor, acompáñame a dar un paseo. Necesitamos ponernos de acuerdo en los detalles. Todo tiene que ser perfecto mañana.
La joven contempló a su “prometido” y asintió con la cabeza siguiéndolo hasta la puerta. Giró y miró a Serena. «Bien, ya no hay marcha atrás.»
***
Lucas observó cómo la mañana llegaba desde las cinco. Su cabeza había repasado y repasado aquella noche. No podía quitarse de la cabeza ese aroma, esos labios tan deseables y sus ojos. El destino la había colocado en su camino dos veces y sin embargo en ningún momento fue capaz de atraparla, de poseerla. ¿Volvería a verla? Lo necesitaba. Hacía tiempo que su deseo no había crecido tanto hasta hacerle perder el sentido.
Se levantó de la cama resoplando. «Olvídate de ella. Hay tantas mujeres bellas que lo darían todo por ti. Y te vas a encaprichar de la única a la que no vas a volver a ver..... Pero… ni peros ni nada. Tampoco besaba tan bien. Joan... esa sí te lleva por la calle de la amargura. Vaya mujer, vaya curvas... pero... esos ojos tan hermosos, como las amatistas… ¿Quién tiene esos ojos si no es una diosa? Tienes que encontrarla ya… ¿Y si no la vuelves a ver nunca más? Despierta Lucas. Esto no está bien. No puedes perder el control de este modo. Nunca. Lo prometiste. Por tu bien».
Se vistió rápidamente sabiendo que no podría volver a conciliar el sueño y se dirigió a su estudio encerrándose en él. Ojeó la montaña de papeles que desde el escritorio lo llamaba y suspiró de aburrimiento.
De repente, el aroma de Gwen lo sacudió de golpe. «La necesitas. La vas a encontrar. Necesitas poseerla. Qué cintura tenía y cómo se acercaba a tu cuerpo. Tan delicada...». Su mente revivió los cortes de su vestido y cómo sus piernas esbeltas y finas jugaban a asomarse hasta que se enredaron en su cintura. Lucas volvió dio un manotazo en la mesa. «¡Qué te pasa!», se dijo frustrado.
La puerta de la entrada principal de Malford House se abrió y dio paso a Brian Calvin Carter, vizconde Corley.
—Buenos días, Bailey, ¿cómo está? —le dio un manotazo amistoso en el hombro, fruto de todos los años que había pasado entre esas paredes, y se encaminó hacia el estudio—. Imagino que el cascarrabias de mi amigo está en su estudio, ¿no?
—En efecto, lord Corley. Allí está encerrado desde las primeras luces de la mañana y si quiere mi consejo no se acerque mucho; su excelencia tiene hoy un humor de perros —el mayordomo tomó la delantera y se acercó hasta la puerta cerrada. Tocó y recibió un gruñido de protesta —. Lo dicho, milord, suerte con él.
—Tranquilo, hombre. Lucas es como el dicho: « perro ladrador, poco mordedor». Aunque te confieso que me mantendré alejado por si decide atacar —declaró con humor guiñando un ojo a Bailey.
Brian abrió la puerta y se introdujo en la estancia, al observar el estado de su amigo supo que algo le carcomía por dentro. Tomó asiento y esperó a que comenzase a hablar.