Capítulo 3
Estimada Gwendolyn Petter,
No sabe cuánto me complace que haya aceptado mi propuesta. He de confesarle que tenía mis reservas, pues su negativa parecía irrevocable y sea lo que sea lo que le ha hecho cambiar de opinión doy gracias por ello. Sé que sigue teniendo dudas por este descabellado plan porque hasta yo las siento, pero le aseguro que es por una buena causa. Ah, espero que no le incomode que le envíe esta carta al teatro, fue lo único que se me ocurrió ya que usted no me dejó ninguna seña en su anterior misiva.
Quisiera explicarle brevemente en qué consistirá su papel en esta trama. Verá, necesito cobrar una herencia para saldar cuanto antes una deuda, de no hacerlo no sólo perdería una valiosísima joya familiar, sino también la residencia de los Benet. Mi familia es ajena a este hecho y le agradecería que continuase guardando el secreto porque como imaginará no quiero preocuparles al respecto.
El caso es que existe una cláusula en la que se estipula que para cobrar ese dinero deberé estar casado y mis parientes deberán dar su consentimiento. Ahí entra usted. Debe ayudarme a demostrarle a mi familia que tras conocerla y enamorarnos perdidamente hemos decidido contraer matrimonio. Le advierto que ésta será una tarea ardua puesto que mis parientes son conscientes de la aversión que le tengo al matrimonio. No obstante, tras verla actuar estoy casi seguro que logrará convencerles de mi amor por usted.
Iremos a varios actos sociales y familiares juntos hasta el día de nuestro enlace, cuando yo le entregaré el dinero que previamente hayamos acordado y usted desaparecerá por un buen tiempo. Me fingiré desolado para que mi familia no descubra la trampa y ahí se acabará nuestra historia.
Dentro de dos días enviaré a las siete de la mañana un carruaje a la puerta del teatro que la llevará hasta la parte norte de la calle Piccallidy, concretamente a Rungor House. Allí, le estará esperando Lady Serena Carton, condesa de Rungor; quien le proporcionará todo lo que necesite y le dará nuevas instrucciones. Adjunto una bolsita de monedas para que la gaste, si fuese necesario, durante el viaje. Ah, le rogaría que a partir de ahora nos tuteásemos, será lo más conveniente. La veré pronto, querida.
James Benet
Gwen se maravillaba de todo aquello que aparecía ante sus ojos. Siempre había deseado recorrer Londres como lo hacía ahora, lo que nunca imaginó es que lo haría en esas circunstancias…
El carruaje pasó por Fleet Street y la joven se sorprendió ante el bullicio que desprendía la calle; unos segundos más tarde exhaló un gemido de incredulidad cuando estuvo frente a la Catedral de San Pablo. Recordó las palabras de la madre Elisabeth:
«Gracias a Dios que pudo ser reconstruida. Sólo de pensar en cómo quedaría tras el gran incendio de 1666… ¡Se me ponen los pelos de punta, querida niña! Deberíamos rezar todos por el arquitecto, Christopher Wren. Qué trabajo más maravilloso ha hecho…»
Sí, la madre tenía razón, era imponente. Había soñado con ese momento tanto tiempo… La buena mujer le había descrito la ciudad al dedillo y ella le había dado forma en su imaginación, pero la realidad superaba con creces a sus fantasías. Emocionada se recostó en el asiento y pensó en el descabellado plan de los jóvenes lores. Era una locura que jamás llegaría a buen puerto, pero lo haría por las pequeñas, necesitaban el dinero con urgencia y si ello implicaba que debía convertirse en una impostora, así sería. «Mentirosa, lo haces por ti, porque deseas vivir esta aventura», Gwen acalló esa voz interior que contenía una gran verdad y volvió a admirar el paisaje londinense.
Un letrero llamó su atención “Dolly´s Steak-house” y su estómago emitió un rugido recordándole que hacía un día que no probaba bocado. Golpeó el techo y gritó al cochero que se detuviese.
El hombre acudió a ayudarla cuando ella ya estaba deslizándose del asiento; su acción le valió una reprimenda velada en los ojos del hombre. «Mierda», pensó la joven, nunca se acostumbraría a esos formalismos. En el orfanato una joven aprendía a valerse por sí misma pero a las damas les encantaba parecer desvalidas. Debería acostumbrarse a parecer una muñequita indefensa sin un ápice de cerebro si quería que la farsa tuviese éxito.
Tocó la bolsita repleta de monedas que James le había hecho llegar dos días atrás junto a la carta y se acercó al establecimiento dispuesta a disfrutar de un jugoso bistec acompañado de un refrescante vaso de aguamiel. Mientras gozaba de su pequeño festín observó cómo una pareja se sentaba en la mesa contigua a la suya.
Componían una estampa ejemplar, todos los comensales se giraban para observarlos. La hermosa mujer de tez clara y cabellos negros contrastaba con el porte de su acompañante. Reía coqueta y sensual de lo que el hombre le susurraba al oído. No obstante fue él quien le hizo perder el apetito, Gwen contempló al caballero y sintió un revuelo en el estómago, era extraordinariamente atractivo, el más guapo que había visto jamás.
Su cabello castaño estaba salpicado de motas doradas que destellaban con la luz que se filtraba por el ventanal de la posada, recogido en una pulcra coleta enroscada con un lazo negro a juego con la tonalidad de su vestimenta. Su rostro alargado estaba enmarcado por unos ojos grises enormes coronados de largas pestañas, resaltados por unos pómulos altos y estrechos; sus labios plenos resplandecían con la blancura de esos dientes perfectos que invitaban a perderse en aquella boca. Pero era su mentón cuadrado y alargado el que le otorgaba esa aura de autoridad que lo hacía irresistible. Pensó mareada si algún día una huérfana pobre como ella encontraría a un hombre tan imponente como aquel.
De repente, el extraño fijó su mirada en ella, alzó la copa que le acababan de servir y sonrió mientras absorbía su contenido. La mujer le tocó el brazo con cara enfadada y se acercó más a él. Sin embargo, el extraño continuó con su mirada fija en ella. Un escalofrío le recorrió la espalda y supo que tenía que huir de allí, de él, depositó sobre la mesa varias monedas y recogió apresuradamente sus pertenencias lanzándose hacia la entrada justo cuando el adonis se levantaba con su copa. Chocaron y el contenido los empapó.
—Maldita loca, mire lo que ha hecho, me ha puesto perdido. ¿Por qué no mira por dónde anda antes de arrollar a la gente?
Gwen apretó los puños con fuerza para no estallar con el temperamento del que solía hacer gala. Qué se creía ese engreído para hablarle así, se suponía que era una dama, le debía respeto. Suspirando se recordó que debía aparentar un papel y con la cabeza gacha se disculpó con ese idiota.
—Disculpe mi torpeza señor, me siento tan abrumada… ─estalló en un fingido sollozo. Gwen observó cómo el extraño sacaba un pañuelo de su casaca e intentaba limpiar la mancha que ahora adornaba su camisa blanca. La joven sonrió interiormente y deseó que no se le fuese nunca─. Si me perdona, yo… Tengo que irme. De verdad, lo siento muchísimo, mi señor.
— Sí, claro que sí, ¿¡quée!? No, no… ¡Espere!
Gwen salió deprisa de aquel lugar; cuando estuvo segura de que nadie la escuchaba profirió un estallido de maldiciones propias del peor marinero. Qué hombre tan horrendo, ojalá no lo viese jamás. Se rio de sí misma al recordar cómo lo había sorprendido su atractivo. Algo que ahora se le antojaba muy distante. « ¿Guapo?, ese hombre no sería más atractivo que un… ¡Un cerdo!». Subió al carruaje y le ordenó al cochero que marchasen sin demora.
Lucas corrió tras la joven y soltó una carcajada tras escuchar la retahíla de insultos con los que la bella joven le obsequió. Recordó su sollozo, que ahora sabía muy bien que era fingido y tuvo ganas de asesinarla, «será arpía», pensó.
Se sentía avergonzado por su comportamiento, pero su hermosura lo había desconcertado desde que la vio sentada en aquel rincón. Era tan extraordinaria que se olvidó hasta de la presencia de Joan, su amante. Sólo tenía ojos para ella. Decidió rellenar su copa para saciar el deseo que se estaba apoderando de su cuerpo justo cuando ella se le echó encima, su aroma lo abrumó de tal forma que reaccionó bruscamente. Ahora sólo quería alcanzarla, no podía dejarla ir.
El sirviente que les atendía se puso en su camino e hizo que la perdiese de vista.
—Señor, disculpe lo ocurrido, por favor regrese a su mesa y ahora mismo le serviremos a usted y a su dama una botella de nuestro mejor vino. Por supuesto correrá a cargo de la casa.
—Quítese de mi camino, hombre ─le gritó Lucas enfadado mientras lo apartaba con el brazo para correr tras la joven. Echó una mirada a Joan y dudó un segundo, pero la tentación pudo más e intentó alcanzar a la desconocida, sin embargo, ya era tarde. Ella se había subido a un carruaje y se alejaba de allí. Siguiéndola con la vista se prometió que la encontraría. Dio media vuelta y se dirigió a su mesa dispuesto a aplacar la ira de su amante.
***
Gwen volvió a sacar la carta de su bolsillo y releyó la última instrucción de James: «La llevará hasta la parte norte de la calle Piccallidy, concretamente a Rungor House. Allí, le estará esperando Lady Serena Carton, condesa de Rungor; quien le proporcionará todo lo que necesite y le dará nuevas instrucciones». Miró la imponente entrada y respiró, el encontronazo con ese asno pomposo la había dejado nerviosa. Se tranquilizó una vez más y tocó a la puerta deseando que no ocurriesen más sorpresas inesperadas. Tras varios segundos, un viejo mayordomo abrió.
—¡Buenos días! ¿En qué puedo ayudarla?
—¡Buenos días! Mi nombre es Gwen… Digo, Lady Gisele Carlliveni, tengo cita con su excelentísima señora.
El mayordomo la miró extrañado y le dijo que aguardase un momento. Minutos después regresó.
—Disculpe la tardanza, milady, la condesa la está esperando. Sígame, la conduciré hasta ella.
—Sí, gracias.
Gwen cruzó el vestíbulo y siguió al mayordomo hacia la derecha. El hombre abrió las puertas del salón y anunció su llegada. Cuando entró se sorprendió al ver a una joven rubia muy bonita sentada en un sillón. Se la había imaginado de muchas formas pero, sin duda, ninguna tenía que ver con esa dama de cabellos oro y ojos azules. Parecía un ángel. No obstante, ese mentón rebelde confirmaba lo que ya sabía, que estaba ante Lady Serena Carton.
—Vaya, vaya, así que tú eres Gwendolyn, la famosa actriz de la que tanto habla James. Es un placer conocerte, muchacha. Siéntate, ¡Dios mío! No me extraña que lleves a ese joven de cabeza, eres toda una belleza. Sin duda causarás sensación esta temporada. ─le dijo la condesa mientras le daba un cariñoso apretón de manos y la sentaba a su lado.
—Mi excelentísima señora, yo… ─las carcajadas de la condesa la sorprendieron tanto que se distrajo de lo que estaba diciendo.
—Pero niña, ¿cómo me has llamado? Con razón tenías a Rufus tan confuso, mi excelentísima…, qué bueno ─exclamó lanzando otra risotada—. Verás, esa deferencia sólo se destina a los duques, que son los que ostentan el título más elevado por debajo del rey y los príncipes, claro. Cuando te refieras a alguien de menor rango como el mío bastará con “su señoría” o “milord” y “milady”.
¿Entendido?
—Sí, ¡vaya! Con razón su mayordomo me ha mirado de forma extraña ─dijo Gwen sonriendo.
—Por favor, deja los formalismos conmigo y háblame de tú. Ah, y llámame Serena, es lo que hacen mis amigos. Y a partir de hoy, tú formarás parte de esa lista.
—Gracias, milady, perdón… Serena. Y bueno, en ese caso, preferiría que me llamases Gwen, es así como todo el mundo lo hace.
—¡Gwen! Me gusta. Bueno y ahora a lo que nos concierne, tenemos cuatro días para instruirte, al menos en lo más básico que atañe a la alta sociedad. El sábado pondremos a prueba tus conocimientos en el baile que organizan los condes de Brighton y si estás preparada el lunes James organizará una cena familiar donde te presentará formalmente. ¡Oh! No pongas esa cara de susto, estoy segura de que podrás hacerlo. Además, el baile es de disfraces por lo que tendrás más libertad de movimientos. ¿Qué me dices Gwen, empezamos? ─exclamó Serena batiendo las palmas y poniéndose en pie.
Asintió con la cabeza mientras se preguntaba por qué la condesa se habría metido en aquel atolladero…
***
Lucas entró a hurtadillas a su recámara, se sentía como un mocoso cuando era un hombre de treinta y un años, pero esa vieja cacatúa lo amonestaría por su ausencia y su estado de embriaguez como si fuese un mozalbete. ¿Quién lo diría? El gran duque de Malford escondiéndose de su propio mayordomo. Encendió la vela que estaba encima de la repisa de la chimenea y giró sorprendido ante el carraspeo que se emitió tras él.
Incrédulo observó a Cyril Bailey, su mayordomo, ataviado con un camisón blanco que le llegaba hasta las rodillas y un gorrito de dormir del mismo color con una borla en la punta. Las piernas cruzadas y los brazos apoyados en el sillón, ¡su sillón! Situado de forma estratégica para sorprenderlo al entrar. Era tan ridícula la escena que estalló en carcajadas, lo que le granjeó una reprimenda por parte del sirviente.
—¡Dichosos los ojos que lo ven, su excelencia! ¿Es que se había olvidado usted de su propia dirección?
—¡Por Diosss, Bailey! Me has dado un susssto de muerrrte, qué haces ahí plantado como un setón ─rio Lucas.
—Debería usted alegrarse de que estos viejos huesos aún padezcan por usted. Ha estado tres días ausente y no es propio de usted, su alteza. Y para colmo aparece así, totalmente ebrio.
—La culpa esss de ella Bailey, de esa seductora que se me ha metido en la piel. Prometí encontrarla, ¿sabes? Pero no lo he hecho. Es como si la tierra ssse la hubiese tragado.
—Alteza, suena usted como un hombre enamorado…
—Enamo… ¡Quée! Mira que eres grrracioso, Bailey, es puro dessseo. Esa mujer adornará mi cama, ya lo verás, amigo. El amor se lo dejo a los tonnntoos, yo ya aprendí la lección y con una vez me basta. Ella… Será mi nueva amante, Joan protestará pero le regalaré varias joyas, las mujerrres lo perrrdonan todo con diamantesss.
—Tiene usted razón, pero todas no son como ella, su excelencia. Venga, será mejor que le ayude a acostarse. Mañana será otro día y lo verá todo con más claridad.
Pero la mañana fue horrible para Lucas, los excesos de los días anteriores le estaban pasando factura. Se sentía demacrado y con un dolor de cabeza terrible. Nunca debió abandonarse de esa forma y menos con Joan, ahora le montaría una escena cuando la dejase. Pensó en ella y el atractivo que antaño lo hacía enloquecer ahora le parecía de lo más corriente. Sin embargo, su mente enfocó ese rostro que lo perseguía hasta en sueños desde hace tres días y supo que necesitaba encontrarla o su cuerpo no encontraría alivio. Esa mujer tendría que estar en su cama cuanto antes. Un estruendoso golpe lo sacó de sus cavilaciones y miró con enfado a la puerta.
—Bailey, ¿quién si no?
—Disculpe, su alteza, ha llegado esta carta para usted. No tiene remitente, la entregó un pilluelo que salió corriendo. ¿Desea leerla o me deshago de ella?
—Tráemela Bailey, quiero leerla ─contestó Lucas mientras alargaba la mano para coger la misiva y abrirla con impaciencia. ¿Sería de ella?, pero bueno ¿qué le estaba pasando? Sin ninguna duda, se había vuelto loco…Leyó el contenido y estalló en carcajadas. ¡Esa pequeña loca!
Hola, querido
Sé que odias los actos sociales, pero aun así me atreveré a retarte. Búscame en el baile del conde de Brighton, encuéntrame y seré tuya a la luz de la luna, en los jardines.
Tendrás hasta la media noche, de lo contrario me abandonaré a los brazos de mi nuevo admirador y jamás volverás a saber de mí. Sí, Lucas, pese a lo que crees soy capaz de dejarte. Tú decides, o juegas o me pierdes.
Tuya (de momento) Joan