Capítulo 21
Gwen pestañeó confusa, miró a su alrededor e intentó ubicarse. ¿Dónde estaba? La pequeña habitación tenía una diminuta ventana, una roída mesa de madera en la que había un cuenco con agua y el catre en el que se hallaba tumbada. La estancia era tan minúscula que asfixiaba.
Un dolor palpitante se instaló en su sien, dirigió su mano hacia esa molestia y tocó algo viscoso. Al mirar sus dedos comprobó sorprendida que sangraba; de pronto, todo se aclaró. Recordó el secuestro de Julius, la confesión que le desgarró el corazón, su creciente odio hacia los que creía que eran su familia… La huida con Patrick y su engaño; él la había golpeado y luego la encerró. ¿Qué querría de ella?
Oyó unas voces en el exterior y afinó el oído:
—Ni se te ocurra, ¿me oyes? Ese no era el plan.
—Quién eres tú para decirme lo que puedo hacer, perra. ¿¡Crees que por abrirte de piernas unas cuantas noches, puedes darme órdenes!? No seas estúpida, mujer.
—El estúpido eres tú si no ves que tu impulso puede echar al traste todo. Es mejor que la dejes tranquila hasta que ella venga, sabes muy bien que quiere ser ella quien se encargue, las órdenes fueron muy precisas.
—¡Cállate! No hagas que me arrepienta de haberte dejado participar en esto. Ahora lárgate, esa damita es un dulce que voy a probar te guste o no. La deseo y la tendré en mi cama esta noche. Gritará bajo la estocada de mi sable, tú ya sabes cómo es eso. Si te portas bien quizá cuando acabe con ella te visite a ti también. Venga, sé buena chica y aléjate de aquí.
Gwen escuchó como alguien se alejaba de allí y supuso que sería la mujer. La puerta se abrió de golpe y ella fingió que dormía, necesitaba tiempo para pensar en un plan, jamás dejaría que ese bastardo la forzase.
De repente, sintió su respiración frente a su rostro, podía oler su aliento de tan cerca que estaba; sus manos se desplazaron por su cuerpo. Intentó seguir inmóvil soportando su invasión pero una arcada la atacó y sin poder controlarlo abrió la boca para volcar encima de su atacante el poco alimento que horas antes había ingerido. Escuchó una sarta de maldiciones y con lágrimas en los ojos vio como el cobarde de Patrick salía del cuarto dando un portazo. Sonrió exhausta, había ganado unas horas.
Se levantó hacia el cuenco de agua para limpiarse el vómito y experimentó un mareo, se agarró a la mesa y respiró hondo, la vista se le empezó a nublar y sin poder evitarlo se desvaneció en el suelo.
—¿Qué le has hecho? Es un guiñapo —escupió la mujer mientras observaba a la pálida joven tirada en el suelo. Se acercó a ella temerosa de que la contagiase de lo que tuviese y le tocó la frente casi con reverencia, parecía algo enferma pero no tenía fiebre. Sin embargo, al retirarle el cabello vio la sangre seca que coronaba su sien. Sonrió. Ojalá se muriese, se lo merecía.
—Cállate, estúpida. No la he tocado, la maldita me ha vomitado encima antes de que le pusiese las manos encima. Desnúdala y lávala a fondo, no quiero ese repugnante olor cuando me acueste con ella.
—No soy su condenada criada, no pienso tocarla. ¿Es que no la ves? Ésta desgraciada está enferma, si no quieres lavarte de nuevo será mejor que la dejes descansar y la toques cuando se recupere.
—Está bien, te encargarás de ella hasta que mejore. No me molestes a no ser que veas que se ha recuperado —se dirigió a la puerta y antes de salir se giró hacia la mujer—. Ven a mi habitación en unas horas.
—Pero…
—Nada de peros, calentarás mi cama ya que ella no puede.
La mujer miró con odio a su cómplice y se relamió mentalmente pensando en cuando llegase su hora, se había rebajado muchísimo para estar ahí; desde que lo vio por primera vez acechando a la joven supo que era su oportunidad para vengarse de todos ellos, lo persiguió, lo emborrachó y lo sedujo. Luego le contó su historia y él aceptó que participase en el plan, siempre y cuando no tuviesen que repartir los beneficios del trabajo.
Un día después le presentó a la artífice de todo y ahí estaba, a punto de consumir su venganza. Empezaría por ella y después acabaría con los demás. Bajó la vista con asco hacia la joven y le escupió, sonriendo se encaminó hacia la salida. La dejaría así, en el frío suelo apestando a vómito; con una carcajada pensó en que ya no se veía tan hermosa, ahora era un triste andrajo.
Gwen abrió los ojos cuando sintió que estaba sola de nuevo, con dificultad se puso en pie y se dejó caer en la cama. Hecha un ovillo intentó protegerse del frío. Antes de cerrar los ojos rememoró el rostro de esa diabólica mujer. Sólo la vio un segundo pero fue suficiente para reconocerla. Jamás saldría con vida de allí, la examante de James nunca lo permitiría.
***
—Lucas, tranquilízate.
—¿Cómo puedes pedirme una cosa así, Corley?
El vizconde apretó la mandíbula. Su amigo siempre lo llamaba por su título cuando estaba molesto. Era un tratamiento normalizado entre la gente allegada, pero ellos siempre se habían llamado por su nombre de pila, Lucas era como un hermano para él.
—Mi mujer ha desaparecido —protestó enfadado— y lo único que sabemos después de visitar durante tres malditos días todas las tabernas de Londres es que ese idiota podría estar aquí. Y si no está en el Black Lion… ¡Como le haya pasado algo te juro que lo mataré con mis propias manos!
—No, ella estará bien. Venga, entremos, no tiene sentido demorarlo más —se giró hacia su amigo y le puso la mano en el hombro dándole un apretón de ánimo—. Lucas, la encontraremos, aunque tengamos que moler a golpes a medio Londres hasta hallarla.
Lucas asintió con la cabeza y con el corazón henchido de una débil esperanza entró en Black Lion. Llevaba tres días sin dormir recorriendo la ciudad en busca de una pequeña pista sobre su esposa, pero ni Galager, a quien había vuelto a contratar, supo dar con su paradero.
Los rumores en torno a ellos se habían aplacado gracias a la rápida intervención de su abuela, Josephine y Serena, quienes dijeron a cuantos las escucharon que la nueva duquesa estaba en Italia visitando a unos familiares. Por supuesto que las malas lenguas hablaban de un abandono del hogar, pero a Lucas no le importaba, que dijesen cuanto quisiesen; su mente sólo estaba ocupada por su esposa, miles de preguntas se agolpaban en ella, ¿estaría bien? ¿Le habrían hecho daño? ¿Le dolería la herida del brazo? ¿Habría comido bien?
Angustiado se acercó al hombre que servía tras la barra creyendo erróneamente que era el posadero, un tal Joseph Hayne. Éste le dijo que el dueño no se encontraba pero que él era el encargado en su ausencia por lo que tendrían que dirigirse a él. Lucas le preguntó por Julius y le acercó una bolsita de oro para aflojarle la lengua. Tras unos minutos de indecisión, cogió las monedas y silbó a un jovencito que limpiaba una de las mesas. El pequeño se acercó y el hediondo hombre le susurró algo al oído que hizo jadear al mozuelo. Luego, el pequeño echó a correr y desapareció por la puerta.
A la media hora, un gigante de aspecto rudo ocupó la entrada. Repasó con la mirada a cuantos allí estaban hasta fijarla en ellos dos. Se acercó y gruñó algo inteligible al encargado de la taberna y éste sacó varias monedas de la bolsa de Lucas y se las entregó. Sorprendiendo a los dos nobles el robusto individuo se giró hacia el niño que acudió presto a su llamada con un gesto del dedo índice y se las entregó. El pequeño agrandó los ojos y le dedicó una mellada sonrisa.
— Vengan, el Cuervo quiere verles —tras sus palabras se giró y desapareció sin comprobar si lo seguían.
Lucas miró la extravagante sala en la que se encontraban y alzó las cejas hacia Brian, el gusto, o más bien la falta de él, decía mucho del dueño de esa casa. El gigante les había conducido hasta una pequeña vivienda situada a unas calles de la taberna. Nada más entrar les sorprendió que el vestíbulo se hallase totalmente desértico, en la parte de la izquierda habían varias puertas cerradas y a la derecha, otra. El silencio reinaba en esa casa.
El individuo que los guiaba se acercó a la puerta de la derecha y la abrió, al introducirse dentro comprobaron que era una especie de salón de té decorado en un tono rojo chillón con adornos horribles, unos grandes ventanales cubiertos con cortinajes negros, en el centro tres sillones y al fondo una mesa de madera vieja. Pero lo más sorprendente era el cuadro que decoraba la pared del fondo, un retrato de Jorge II en todo su esplendor.
Resultaba algo ridículo por los colores tan cantarines con los que se había retratado al anterior monarca. De hecho, tenía hasta carmín en los labios y polvos en los mofletes. El pobre Jorge parecía más una ramera de puerto que un rey.
—Veo que les interesa el cuadro —dijo una voz a sus espaldas—. Nuestro querido Daniel lo pintó.
—¿Daniel? —preguntó Lucas al girarse y observar cómo su guía había desaparecido, sustituido por un pintoresco personaje que parecía el jefe de toda esa panda.
Vestía de verde chillón y portaba un sombrero verde más oscuro del que sobresalía una gran pluma morada, así como una peluca blanca que llevaba suelta cayendo en graciosos tirabuzones ante su rostro poco agraciado y marcado por una cicatriz. No obstante, lo más singular eran los zapatos puntiagudos de gran hebilla y del mismo tono rojizo de la estancia. Un bastón de oro colgaba de su brazo izquierdo.
—Sí, el gigante que os ha conducio hasta mí. Me llamo Peter Haversten, aunque todo el mundo me conoce como Cuervo. Según tengo entendio andaban preguntando por uno de los míos, ¿no?
—No me importa quien sea, he venido a por mi esposa y no me iré sin ella. Así que llame a su esbirro o iré yo a por él, que dé la cara el muy cobarde —el cabecilla le sonrió mostrando sus amarillentos dientes.
—Vaya, así que es verdá que mi palomita se nos ha casao con un estirao —Lucas lo miró con cara de pocos amigos y el otro soltó una carcajada—. Tranquilo, sentémonos.
Lucas observó cómo el insólito individuo se acercó a uno de los sillones y se dejó caer con la elegancia de un sultán. Luego, los miró y les indicó magnánimo que tomasen asiento a su lado para proseguir con su diatriba a continuación.
—Como les decía, la pequeña es como una hija para mí. Tanto Julius como yo hemos procurao darle lo mejor siempre, supongo que es un modo de pagar por mis pecaos y resarcirme por la vida que le robé.
—¿De qué está hablando?
—Eran otros tiempos, muchacho, el hambre apretaba y por aquel entonces yo era un joven ambicioso que buscaba el respeto de los suyos. Habría hecho cualquier cosa por una libra y así fue. Un buen día, una figura vestía de negro entró en Black Lion buscándome, enseguia supe que sacaríamos una buena tajá de aquello así que cuando me propuso el trabajito tos dijimos que sí. Julius era el único que intentó evitarlo pero me es leal y acabó aceptando mis órdenes.
—¿Qué trabajo era ese? —se interesó Brian.
—Se nos encargó matar a un conde, un tal Darle, Dare… Dure… Algo así, y a tos los suyos. Tenía que parecer un accidente, pero el hombre sobrevivió y yo mismo le disparé. La mujer en su intento de huida cayó por un precipicio muriendo, sólo el bebé sobrevivió. Tos tenían que morir… pero no soy tan mal bicho como pa matar a una criatura. Salvamos a la niña a la que Julius llamó Gwen.
Lucas se levantó de un salto al escuchar sus palabras y furioso lo encaró.
—¡Maldito asesino! Mató a la familia de mi mujer y luego la crio como si realmente le importase, pero qué clase de hombre es usted, ni los peores maleantes serían capaces de algo tan inhumano. Gwen le aprecia, le ha hecho quererlo cuando usted es la causa de todos sus males. Lo mataría… ¡lo mataré! —se abalanzó hacia él, pero Brian lo sujetó.
—¡La muchacha me importa, siempre lo ha hecho!
—Ya veo cuánto, por su culpa mi esposa se quedó sin nadie. Le arrebató todo cuanto poseía y la condenó a una vida de miseria —el hombre se levantó y le devolvió la mirada enfadado.
—¡Jamás permití que le faltase nada! Siempre la mimé cuanto pude, igual que Julius que es su padrino.
—¡Lucas! No hagas una locura, recuerda que tiene a Gwen, le necesitamos para recuperarla —Brian sujetaba a su amigo con todas sus fuerzas, estaba loco de ira. Él mismo se sentía así, algún día le darían su merecido a ese bastardo.
Cuervo miró al joven furioso y pensó que le gustaba para su Gwen. Sí, él sería la horma del zapato de esa cabezota. Sonrió mentalmente observando cómo el amigo del noble iracundo lo retenía a duras penas sujetándolo del brazo, se pasó la lengua por el interior de la mejilla y supo que se había salvado por los pelos de un buen derechazo. En otros tiempos habría agradecido una buena pelea, pero ya estaba viejo para todo eso y, además, tenía razón. Jamás se perdonó por aquel crimen, siempre se mantuvo alejado de la pequeña por eso. Nunca podría mirarle a los ojos viendo en ellos su odio.
Sin embargo, pronto pagaría por lo que hizo, la muerte lo rondaba desde hacía meses, una extraña enfermedad que le hacía toser sangre le aquejaba y ahora sólo era cuestión de esperar a que le llegase el momento.
—¡Suéltame, Corley! Está bien, no lo tocaré, pero exijo ver a mi esposa ya.
—Eso es imposible, Gwen no está —indicó una voz desde la puerta.
—¡Julius! ¿La has encontrado? ¿Dónde está? Si ese estúpido de Patrick le ha puesto un dedo encima yo mismo lo desollaré.
Lucas reaccionó por instinto al oír el nombre del que se hallaba en la puerta. Caminó hacia él y lo cogió de las solapas de la chaqueta.
—Lo repetiré una última vez, quiero ver a mi esposa.
—Eso es imposible, ella… —no le dio tiempo a terminar, lo tumbó de un solo golpe.
Julius abrió los ojos confundido y se intentó incorporar del suelo. Al hacerlo, sintió un pinchazo en la mandíbula, se la tocó y miró al crío furibundo que lo esperaba con los puños cerrados.
—Vale, vale. Acepto que éste me lo merecía, pero no abuses de tu suerte señoritingo o haré viuda a la muchacha.
—¿Dónde está? —pensó en darle todas las explicaciones pero supo que se llevaría otro golpe y prefirió ir al grano.
—La han raptado.
— ¿¡Qué!?
Julius aprovechó la confusión del joven para escaparse de allí y fue hacia donde estaba Cuervo, situándose a su lado.
—La trajimos aquí para protegerla, sin saber que había un traidor entre nosotros. Llevaba días desaparecio y cuando vio a Gwen se sorprendió, según él, por su belleza, pero en sus ojos leí algo más que me hizo sospechar que ocultaba algo. Esa misma noche, Julius y yo acordamos que al día siguiente la trasladaríamos a otro sitio, pero ese hijo de perra fue más listo y se la llevó delante de nuestras propias narices —explicó Cuervo.
Lucas se mesó el cabello torturado por una inmensa preocupación, «si le ha ocurrido algo...», no podría perdonárselo. Lleno de rabia pensó en ese Patrick y lo odió con toda su alma, lo encontraría y cuando lo hiciese le demostraría que nadie se mete con los suyos.
—¡Dios santo…! Pero no entiendo, ¿por qué querría ese hombre raptar a la duquesa? Lucas —Brian lo miró y agrandó los ojos—, ¿sería él el que os disparó en Luton? Sí, claro, tuvo que ser ese malnacido, pero ¿por qué?
—Por dinero, milord —le contestó Julius—. Hay alguien que quiere ver muerta a la muchacha y hará todo lo que esté en su mano por conseguirlo. Hace años nos encargó un trabajo que incumplimos y ahora intenta terminarlo.
—El hombre que os pagó para asesinar a toda su familia…
—¿Por qué supone que era un hombre? —lo interrumpió Julius—. Hace muchos años de aquello pero su disfraz nunca pudo engañarnos, era una mujer. Lo que no sabíamos es que era una de los suyos, pero hace unas semanas cuando volvió a buscarnos vino tan emperifollada como van ustedes los ricachones por lo que supusimos que es una dama. La intrigante nos exigía que terminásemos el trabajo por el que nos contrató.
—¿¡Una mujer!? No puede ser… ¿Qué dama sería capaz de algo así? —exclamó confuso el vizconde.
—Una que ganase mucho con esas muertes —respondió Lucas.
—Lucas, ¿tienes idea de quién puede ser?
—Sí. Mi padre siempre me habló de la suerte que corrió un buen amigo, asesinado por unos salteadores de caminos, o eso se creyó, nadie supo jamás qué pasó con su esposa e hija. Algo me dice que ese hombre era el padre de Gwen, el conde de Durlee.
—¡Durlee! Sí, así era. Es él —respondió Cuervo.
—Tras su muerte, el condado y sus posesiones pasaron a manos de su sobrino, pero como todavía era un crío fue su madre la que se hizo cargo de todo, la vizcondesa de Herdford. Me apostaría todas mis tierras a que ella es nuestra asesina, quién si no se beneficiaría con su muerte.
—¡No puede ser! Conozco a esa mujer. Lucas, vive apenada por el trágico suceso que asoló a los suyos. Hasta lloró una vez en los brazos de mi hermana Anabelle narrando sus desgracias.
—Lágrimas de cocodrilo, amigo. Estoy seguro que es ella, aunque no entiendo cómo pudo reconocer a Gwen.
—Yo sí, la muchacha es el vivo retrato de su difunta madre —apuntó Cuervo.
—No
—¿Cómo que no, Julius? Me acuerdo perfectamente de aquella dama y son idénticas. —aclaró Cuervo.
—Ya sé que son idénticas. Digo que no es difunta, su madre no está muerta, o eso creo.
—¿Qué idioteces estás diciendo?
—Lo siento, Cuervo. Te mentí.
—¿¡Que tú qué!?
—Siempre te he sido leal y te he respetado, pero aquel día no eras tú mismo. No pensabas con claridad y cuando vi que la dama caía y se golpeaba la cabeza pensé que estaba muerta, me acerqué e intenté sentir su respiración. Entonces, supe que viviría y decidí ocultar la verdad; después, el bebé nos interrumpió y me olvidé de la joven. Llevé al Hospital Founding a Gwen, pero no la aceptaron porque estaban completos, no sabía qué hacer hasta que una de las monjas se me acercó y me habló del pequeño orfanato que estaban fundando a las afueras de la ciudad. Allí, sí la recibieron y me quedé unos días hasta comprobar que la pequeña estaba bien. Cuando regresaba me vino a la mente la dama y corrí a buscarla, pero no estaba. Intenté hallarla durante mucho tiempo y nada, parecía que la tierra se la hubiese tragado —Cuervo lo miró entre furioso y sorprendido, Julius había sido capaz de desobedecerle y traicionarle con su mentira, pero quizá con su acto podían devolverle a Gwen parte de lo que le robaron.
—Si alguien puede encontrarla, ése es Galager. Me pondré en contacto con él esta misma noche para que investigue qué pasó con la condesa —manifestó Brian.
—¿Quién es ese? —preguntó Cuervo.
—El mejor sabueso de la ciudad, un detective que es capaz de recabar cualquier tipo de información.
—Bien, pues que ese tipejo se encargue de la dama y nosotros buscaremos a Gwen.
—De mi esposa me encargo yo. Y tú —dijo mirando a Julius— no volverás a acercarte a ella, esto es culpa tuya por sacarla de la fiesta.
—Una fiesta en la que esa mujer podría haber estado, quizá le salvé la vida.
—Más te vale que esté bien, porque de lo contrario…
—¡Basta! Julius, tú buscarás a Gwen por aquí con ayuda de ese detective, quiero que exploréis todos los rincones del maldito Londres. Vosotros —miró a los nobles y sonrió— vigilaréis a la dama esa.
—Lucas, tiene razón. Tenemos que seguirla allá donde vaya sin levantar sus sospechas, porque de lo contrario podría hacerle daño a Gwen —propuso Brian.
—Si es que no se lo ha hecho ya.
—No, piénsalo, esa mujer estará trastornada por su pasado, seguramente odia a la antigua condesa y la vea en Gwen, no querrá deshacerse de ella sin más, su ego se lo impedirá. Tendrá que encararla, gritarle toda la verdad para ver su sufrimiento. Pero si por el contrario se siente acorralada actuará sin pensar. Es nuestra oportunidad porque aún está en Londres, nadie abandona la temporada sin una razón de peso.
—¿Y qué diantres sugieres?
—Que te olvides de Gwen, al menos frente a la sociedad —vio cómo su amigo se enfadada e intentó tranquilizarle—. Si cree que ella no te importa bajará la guardia y podremos descubrir el paradero de tu esposa.
Lucas frunció el ceño, lo que decía Brian era cierto pero se resistía a hacer algo semejante, la reputación de Gwen sería vapuleada pues todos pensarían que algo malo habría en la duquesa cuando su marido la desdeñaba en sus primeros días de casados.
—Piensa en ella, Lucas, ya habrá tiempo de arreglarlo todo. Lo importante es recuperarla.
El duque miró a los presentes y asintió con la cabeza rezando interiormente porque su mujer lo perdonase algún día.
***
Dos meses habían pasado desde que esos dos la habían secuestrado. Volvió a pensar en su marido y estalló en sollozos, ¿qué estaría haciendo ahora? ¿Pensaría en ella? ¿La odiaría? ¿Julius le habría contado la verdad? Cada día se hacía las mismas preguntas pero nunca encontraba respuestas.
Su estómago rugió y deseó comer algo más consistente que la escasa comida que esa espantosa mujer le solía dar. Se tocó la barriga y volvió a llorar, ahora ya no tenía ninguna duda de que dentro de ella nacía el hijo de Lucas y si no se alimentaba bien lo perdería. Ella no se había percatado de su estado hasta que Margaritte lo mencionó un día que se negó a comer esa bazofia.
—Si no comes por ti, al menos, hazlo por el mocoso.
—¿De qué estás hablando?
—¿No lo sabes? Estás en estado, seguro que lo estás, estúpida. No ves que no es normal que te desmayes y vomites todos los días sin estar enferma… Pero no te preocupes, ese bastardo nunca nacerá.
—Ni se te ocurra hacerme nada, bruja.
—¿Yo? No, me basta con verte humillada cada día, pero hay alguien que te odia y que muy pronto acabará contigo —se acercó a la puerta y asiendo el pomo se giró—. Por cierto, prepárate porque Patrick querrá yacer contigo pronto, ahora que sabemos que no estás enferma nada podrá impedirle que te haga suya.
—¡Jamás!
—Si te resistes mucho, tu bebé podría sufrir, piensa en ello cuando esté sobre ti —soltó una carcajada de satisfacción al ver la cara de horror de la joven y se marchó.
Desde aquel día Gwen dejó de dormir. Por las noches se sentaba frente a la puerta esperando la llegada de Patrick dispuesta a defender su honra, pero él nunca aparecía. Cuando Margaritte llegaba se reía al verla traspuesta y se burlaba. Pasado un tiempo, la joven comprendió que eran amenazas vacías, la otra jamás permitiría que el hombre que compartía sus sábanas se entregase a ella, por mucho que los detestase a ambos. Su orgullo se lo impediría. Tras convencerse de ello comenzó a cuidarse y a recuperar el sueño, lo que enfurecía a su carcelera.
La puerta se abrió y dio paso a una Margaritte muy sonriente. Gwen se temió lo peor.
—Querida, hoy te traigo una sorpresa. Mira —le dijo pasándole el periódico—tus ruegos han sido escuchados, duquesa, ¿no querías saber de tu esposo? Pues aquí lo tienes. Lee, te encantará —Con una carcajada se apoyó en la puerta esperando la reacción de la joven, que no tardó en llegar.
Gwen cogió el diario y leyó la crónica que se titulaba «El duque de Malford y sus escándalos», en la noticia de sociedad se hablaba de varias mujeres con las que Lucas se relacionaba, en especial una que ella conocía muy bien. Se burlaban de su esposa olvidada a la que llamaban «la duquesa de témpano» y como exclusiva indicaban que el duque solicitaría la anulación de su matrimonio.
Gwen cayó al suelo entre sollozos, expulsando todo el sufrimiento atesorado durante su amargo cautiverio. Lucas la había traicionado, la odiaba tanto que no sólo aparecía cogido del brazo de lady Raise en todos los eventos sociales, sino que pensaba solicitar la anulación. El mundo cayó a sus pies. Pensó en su hijo y consumida de odio juró que saldría de allí. Salvaría a su hijo y luego, les haría pagar a todos cada lágrima derramada.