Capítulo 25
Gwen volvió a asomarse por la ventana para observar a la pareja que caminaba por los jardines de la entrada. Habían pasado dos meses desde que se instalaran en Luton Hoo y su madre había experimentado una gran mejoría. Y todo gracias a lord Bute.
No obstante debía reconocer que tuvo serias reservas al principio, aún le dolía la espantosa escena que su madre protagonizó el día que decidieron partir hacia la ciudad de Bedfordshire. Gritos, arañazos, lloros y sobre todo, una tristeza infinita fueron la tónica del viaje.
Al llegar, el conde les esperaba en las escaleras de la entrada de la espectacular casa. Su madre echó un vistazo por la ventana y al ver el imponente edificio decidió quedarse en el carruaje. No hubo forma de sacarla de allí, hasta que apareció el dueño de la casa de campo y con una paciencia infinita, Lord Bute, consiguió tranquilizarla y conducirla hasta sus aposentos.
Desde entonces fueron inseparables. Durante horas caminaban por los jardines de Luton Hoo y charlaban largo y tendido. Gwen los observaba desde lejos por miedo a interrumpir la reciente serenidad de su madre y se alegraba de los cambios que poco a poco se operaban en ella.
Sus mejillas estaban recuperando el color, su cuerpo comenzaba a llenar los vestidos que dos meses atrás le quedaban tan holgados y su pelo estaba creciendo a un ritmo desmesurado, aunque seguía escondiéndolo tras una empolvada peluca que le daba un aspecto muy atractivo. Curiosamente, su sonrisa no era desdentada como otros pacientes de Bethlem, ella había conservado la blancura y perfección de esos dientes que antaño se cobijaron tras unos labios llenos y rosados. Los años de prisión forzada habían quebrado parte de su espíritu, pero no su belleza. Seguía siendo una mujer espectacular que día a día iba asomando ese carácter indómito y honorable del que hizo gala diecinueve años atrás.
Gwen sonrió escuchando la risa cálida de esa mujer a la que ya adoraba y se sintió feliz. Unos brazos la arroparon y notó el aliento de Lucas en el oído.
—¿Otra vez preocupándote por ella, cariño?
—No puedo evitarlo, Lucas. Ha sufrido tanto…
—Lo sé, pero mírala, llegó a esta casa cabizbaja y destrozada, y ahora es capaz de sonreír ante las extrañas bromas del conde. Creo, que de hecho, es la única que lo hace —le dijo soltando una carcajada.
—Qué malo eres, como te oiga lord Bute… Él que se cree muy diestro con sus chanzas.
—Bueno, todos tenemos nuestros defectos, ¿no? Tú roncas y nunca me he quejado por ello.
—¿¡Qué!? Eso no es cierto. Yo… ¡no he roncado en mi vida! Mi sueño es dócil y suave…
—No para mis oídos —la interrumpió echándose a reír cuando vio el ceño fruncido de su esposa—. Tranquila, mi amor. Es algo con lo que podré vivir.
—Pero, no es cierto. Y si lo fuese es muy poco caballeroso de tu parte mencionarlo.
—¿Cómo sabes que no es verdad si no te escuchas? A veces roncas tan fuerte que tiembla hasta el techo.
Con un gritito Gwen se acercó a su marido y le asestó un golpe con el abanico.
—Auuuhhhh—se quejó Lucas.
—Te lo mereces, por burlarte.
—¿Quién se está burlando de quién? Lucas, querido, espero que no estés importunando a tu esposa o seré yo quien te dé un tirón de orejas como cuando eras un mozalbete —la duquesa viuda entró por la puerta del enorme salón con una gran sonrisa. A su lado Serena torcía la boca conteniendo la risa.
—Vaya, amiga, no me habías contado tu secreto.
—¿Qué secreto? —preguntó Gwen extrañada.
—Que roncas, qué sino. Déjame decirte que es poco adecuado para una dama —y tras sus palabras estalló en carcajadas. Gwen miró con furia a su divertido marido, sus bromas le costarían una noche en el sofá y así se lo hizo saber con una sonrisa triunfadora y otro sonoro cachete con el abanico.
—Que vengativa, cariño —le guiñó un ojo y se separó de ella dirigiéndose a la puerta—. Señoras, como veo que superan en número y tengo las de perder, me marcho.
—Espera muchacho —su abuela abrió su bolsito y extrajo un sobre arrugado mientras se acercaba a él—. Ayer llegó esta carta para ti, supuse que querrías leerla cuanto antes ya que lleva sello real.
Lucas cogió el sobre extrañado y lo abrió leyéndolo de un rápido vistazo. Luego miró a Gwen indeciso.
—El monarca solicita mi presencia en la corte inmediatamente. Tengo que partir hacia allí cuanto antes.
—Pero Lucas, ¿y la fiesta qué? Prometiste que estarías.
El duque recordó la celebración que llevaban una semana preparando y se mesó el cabello. El conde había insistido en celebrar un baile para que lady Emma rememorase esos momentos de su pasado, al parecer la madre de Gwen le mencionó en varias ocasiones cuanto disfrutaba de aquellas noches y lo que desearía repetir un momento de aquellos. Su mujer se negó en redondo, puesto que nadie debía saber de la existencia de su madre aún, su seguridad estaba por encima de todo. El conde asintió apenado, ya que conocía la verdadera historia de la condesa y aceptó olvidarse de su idea. Sin embargo, horas más tarde dio con la solución y al proponerla nadie pudo ponerse en contra pues rebatió todos los argumentos. El baile sería de máscaras e íntimo, con los más allegados de la familia. Ni siquiera los hijos del conde asistían sólo su escurridiza esposa, lady Bute.
—Regresaré a tiempo. Mañana por la noche estaré aquí, te lo prometo.
—Está bien. Si me lo prometes... No me falles —se acercó a él y le cogió del brazo—.Te acompañaré a la habitación para preparar tus pertenencias. Abuela, Serena, gracias por venir. Sin vosotras no podría ultimar todo el ajetreo de mañana. Por cierto, ¿James no os acompañaba? —mirando al suelo entristecida suspiró—.Creía que ya nos había perdonado…
—Y lo ha hecho, hija. Tal y como te dije fue un enfurruñamiento pasajero. Los días en la casa de campo le han servido para reflexionar, el muchacho parece otro. Creo que la traición de aquella mala mujer —hizo la señal de la cruz con la mano— que en paz descanse, le ha cambiado por completo. Es como si hubiese madurado de golpe.
—Eso espero, porque falta le hace a ese cabeza hueca que tengo por hermano.
—¡Oh! No seas tan duro, Lucas. Tu hermano está muy arrepentido por todo lo que hizo con su estupidez; de hecho, me ha dicho que a partir de ahora se va a centrar en los negocios y que va a enfrascarse en algo de suma responsabilidad. Por eso no ha venido, aunque me prometió que no se perderá el baile que estamos preparando en Malford House.
—James y negocios no son palabras que casen muy bien, hasta que no lo vea con mis propios ojos no lo creeré. Me gustaría saber en qué anda ahora —indicó Lucas desconfiado.
—Me dijo que muy pronto lo sabríamos.
—Ahora que mencionamos el baile… ¿De verdad creéis que es una buena idea? Tengo mucho miedo. Si algo sale mal, mi madre correrá peligro y los rumores nos destrozarán. El escándalo de tus supuestas infidelidades y el tema de la anulación aún nos escuece, no creo que sea muy prudente que nos enfrentemos a esas lenguas viperinas, me destrozarán. Quizá si dejamos pasar el tiempo, algún día se olvidarán. Mi reputación está completamente arruinada, no podemos hacer nada al respecto, ¿por qué no lo dejamos pasar? Nadie querrá venir a nuestra casa con lo que se dice de nosotros.
—Sandeces, hija. Esos cuervos no se perderían el baile por nada del mundo, intentarán acercarse a ti como aves carroñeras para despellejarte con sus lenguas afiladas pero contratacaremos y daremos el mayor escándalo de los últimos años. Quién se acordará de un simple rumor de anulación o una supuesta infidelidad cuando ha asistido al regreso de una condesa muerta y al declive de una respetada vizcondesa. Si todo sale como esperamos el rey aceptará a tu madre frente a todos y os dará su apoyo, nadie osará hacer nada en vuestra contra. Y tu tía será vapuleada en público, condenada a la marginación social —explicó la duquesa viuda.
—Espero que sea así, por el bien de todos… —dijo Gwen mientras seguía a su esposo hacia la salida del salón. En unas horas comenzaría a prepararlo todo, pero ahora tenía otras cosas en mente. Sonrió imaginando la próxima hora en los brazos de su esposo.
Lucas esperaba que anunciasen su nombre para acceder al salón privado del rey. La formalidad y secretismo de todo el asunto le ponía los pelos de punta. Por su mente corrían infinidad de pensamientos relacionados con su próxima cita con el monarca, Jorge era un ser voluble del que se podría esperar cualquier cosa. No se echaría atrás en relación a su plan con lady Herdford, pero su apoyo en la venganza contra la tía de Gwen le costaría caro y se temía cuál sería el precio. Cuando escuchó su nombre, anduvo reticente hacia la puerta rezando que aquello que le rondaba por la cabeza no se hiciese realidad.
—Malford, amigo, acércate —Jorge lo recibió sonriente. A su lado estaba su esposa, la poco agraciada reina Carlota. Lucas pensó en aquella pareja que a pesar de sus turbios inicios, pues se decía que Jorge estaba enamorado de la bella lady Sara Lennox, hija del II duque de Richmond y cuando vio a su esposa por primera vez se estremeció de horror, habían conseguido una auténtica felicidad doméstica. Se acercó a la soberana y le besó la mano que tenía extendida hacia él—. La reina está al tanto de nuestra última conversación y ha insistido en ser ella quien se encargue de los pormenores del plan que trazamos. Se le ha ocurrido una idea que os permitirá obtener justicia sin levantar críticas, así que dejaré que sea ella quien maneje este asunto. Como imaginarás no te he hecho venir hoy aquí para hablar de tu esposa, en realidad he solicitado tu presencia para que me reiteres ese apoyo que me mencionaste en nuestra cita anterior con respecto al tema de las colonias. Sabes muy bien cómo está el ambiente allí y necesito la lealtad de todos mis nobles. Me consta que tú siempre has estado de nuestra parte y estoy seguro que no te opondrás, más cuando yo he aceptado gustoso ayudarte en tus problemas domésticos.
Lucas se molestó ante las palabras mordaces del rey. Lo que tanto había temido estaba a punto de hacerse realidad ante sus ojos, el monarca le exigiría que partiese a América con el objeto de establecerse en las colonias para ser sus ojos y oídos de todo cuanto allí aconteciese. Por un momento pensó en negarse, pero rápidamente desechó la idea. Un acto así sería considerado como traición y su familia lo pagaría caro, él acabaría sus días en la Torre pero la peor parte se la llevaría Gwen y su hijo a quien desposeerían de todo y acabarían bajo la tutela de Jorge, quien seguramente se encargaría de hacerles la vida imposible.
Resignado aceptó su nuevo destino pensando en su mujer y su futuro bebé, no podrían acompañarles, al menos de momento, quizá en unos años cuando el clima de tensión se suavizase…
—Pues bien —continuó Jorge—. Creo necesario que me demuestres esa lealtad que pareces procesar por tu rey con un pequeño, pero necesario sacrificio. Necesito alguien allí, Malford , que sea de mi entera confianza y que esté dispuesto a sacrificarlo todo en pos de esta causa. Alguien como los afamados Benet.
El mundo cayó a sus pies, la pequeña esperanza que anidaba en su interior se deshizo en mil pedazos. «Cómo se lo diré a Gwen…», pensó angustiado. Luego imaginó las lágrimas de su esposa y la carita de ese bebé que no vería crecer y odió al soberano por lo que le exigía. Lo observó y se cuadró frente a él respondiéndole con una mirada firme. Asintió con la cabeza. Satisfecho, Jorge sonrió.
—Siempre supe que podría contar contigo, Malford, y no te engañaré diciéndote que durante mucho tiempo fuiste mi candidato predilecto para esta misión, hasta que de pronto apareció él y se ofreció voluntario para servirme. Al mirarle a los ojos supe que había encontrado a mi hombre —girándose hacia la puerta, le ordenó al guardia que lo «hiciese pasar inmediatamente» y aguardó a su reacción.
Lucas estaba eufórico, estaba en deuda con ese individuo fuese quien fuese. Imaginó la vida que le esperaba a ese pobre desgraciado y se preguntó qué clase de hombre sería capaz de embarcarse en una misión así por gusto. Las puertas se abrieron y dieron paso a su salvador. Cuando lo vio, se quedó anonadado.
—¡James! Pero, ¿qué haces? ¿Es que te has vuelto loco o es que tienes serrín en lo que supone que debería ser tu celebro? De ninguna manera aceptaré esto, perdonadme alteza pero seré yo quien vaya a las colonias, no mi atolondrado hermano —divertido el monarca miró a los dos Benet batirse en un duelo de miradas furiosas.
—Lucas, tengo veintiún años. Soy capaz de tomar mis propias decisiones y esto es lo que quiero. Viajaré a América y serviré a mi país.
—Definitivamente tú no estás bien. He dicho que no y es mi última palabra.
—Creo Malford que no has entendido bien. Tu hermano se ha ofrecido para este puesto y a mí me agrada, es joven, fuerte y leal. Justo lo que necesitamos. Se meterá a todos nuestros enemigos en el bolsillo con su encanto y me dará los nombres de quienes no me sean leales. Ya está decidido, duque. Lo único que tienes que hacer es respetar mi decisión y darme tu apoyo, tal y como me prometiste.
Totalmente derrotado Lucas miró con impotencia al monarca de Gran Bretaña y luego a su alocado hermano. Era demasiado joven para condenarse a ese tipo de vida, furioso por los tejemanejes de Jorge lo contradijo.
—Es sólo un muchacho, no aceptaré algo así. Tiene toda la vida por delante, no podéis condenarle a una existencia solitaria y vacía, sabéis alteza que acabará convertido en un ser amargado. No, no lo acepto.
Jorge se levantó de su silla y lo miró con rabia.
—¿Osas oponerte a mí, Malford? Te recuerdo que sería alta traición y tú bien sabes qué pasará. Admiro tu coraje duque, pero no te confundas, ni te excedas. Soy tu rey y me debes respeto y lealtad, demuéstramelo aquí y ahora o me obligarás a pensar que los Benet no son fieles a sus máximos soberanos.
—¡Lucas, basta! —James se acercó a él y le susurró—. Esto es lo que yo quiero, lo que elijo. Sé que crees que me arrepentiré pero siento que este es mi destino. Debo hacer ese viaje, hermano. No compliques más las cosas, por favor, piensa en tu bella esposa embarazada, ¿de verdad vas a arruinar vuestra vida? No me mires así, la abuela me dijo que serías padre. Hermano, siempre me has cuidado y aunque yo jamás te lo he puesto fácil, te respeto muchísimo y deseo verte feliz. Gwen es tu futuro. Elijo esa vida libremente, te pido que lo respetes y confíes en mí una última vez. Sé que tengo que hacerlo —Lucas lo miró con tristeza y asintió. El rey escuchaba atento el diálogo de los dos hermanos.
—Está bien, si eso es lo que realmente ambicionas no me opondré.
—Eso está mucho mejor, Malford. Sabía que no me fallarías, como tampoco lo haré yo. Nos vemos en tu baile, ahora déjame con tu hermano que aún tenemos mucho que organizar.
Lucas hizo una reverencia, miró a James y se dirigió a la puerta.
Gwen miraba distraída a los bailarines. Sus ojos se desplazaban de vez en cuando a la puerta esperando que su esposo apareciese, volvió a rezar porque todo marchase bien y Lucas no trajese malas noticias. Se fijó en la bella campesina que danzaba en los brazos de Brian y sonrió al ver el placer dibujado en su rostro enmascarado. No podía observar sus ojos desde esa distancia pero sabía muy bien que estaba disfrutando, estaba en su salsa. Su madre había nacido para aquella vida.
Serena, embutida en un disfraz de corsaria, bailaba con su aún sorprendido hermano. Se moría de risa al recordar la cara de los presentes cuando aparecieron las tres; una campesina, una corsaria y una zíngara. La sorpresa en todos los rostros fue patente durante unos segundos, hasta que lady Josephine les aplaudió por su descaro a la hora de seleccionar el disfraz.
Brian no le quitaba ojo a su prometida, incluso ahora la vigilaba de cerca mientras su madre le acompañaba en los ritmos de la melodía que sonaba. La pequeña reunión al final se convirtió en algo más, puesto que acabaron sumándose todos los hijos del conde y varios vecinos de los alrededores.
Gwen se rio de una de las ocurrencias de la más pequeña de los Carter, ese diablillo de ojos azules sería la perdición de Brian. Jennifer, a su lado, despotricaba contra su melliza que parecía pasárselo en grande con varios admiradores. El resto de las Carter estaban repartidas por toda la sala, cada una enfrascada en algo. De repente, la entrada fue ocupada por un salteador de caminos vestido de negro. Su rostro estaba cubierto, pero Gwen ya había visto ese disfraz antes, en una noche como aquella. Sonriente esperó a que el bandido se acercase a ella y fingió sentirse horrorizada cuando él sacó un arma y le apuntó.
—Mi lady, la bolsa o la vida. Usted elige.
Gwen movió las caderas seductora y tocó la flor que adornaba su cabello, que lucía suelto por su espalda. Sus labios rojos pasión como su vestido se movieron juguetones haciendo un puchero.
—¿Sería capaz de hacerme algo? Sólo soy una indefensa muchacha.
—Umm, eso no lo creo. Tiene el arma más potente de todas.
—¿Ah, sí? ¿Y cuál es? —Lucas la miró de arriba abajo y torció la boca.
—La seducción, gitana —se acercó a su oído y le susurró—. Me temo que ya ha surtido efecto, así que en vista de que usted no quiere darme su bolsa he decidido quedarme con otra cosa.
—Con qué.
—Con usted —entre risas, Lucas la cogió en brazos y desapareció de la estancia dejando un reguero de gritos ahogados a su paso—. Creo, cariño, que hemos vuelto a dar de qué hablar.
—Y qué podrían decir más que un salteador de caminos se ha colado en la fiesta y ha raptado a una gitana —Lucas aplaudió su ocurrencia con una carcajada.
Lady Emma observaba feliz cómo su hija y su marido se fugaban de la fiesta. Le recordaban tanto a su matrimonio… «Robert, mi amor, qué orgulloso estarías de nuestra pequeña, te echo tanto de menos», pensó con tristeza mientras se acercaba al gran balcón que daba a los jardines delanteros de la mansión de campo.
Necesitaba algo de soledad. Había pasado tantos años recluida que ahora el gentío le molestaba, no era capaz de adaptarse pese a los esfuerzos que hacía por Gwendolyn. No quería ser una carga para su pequeña, más ahora que conocía toda su historia. Pensó en los extraños personajes que habían criado a su hija y sonrió, ella siempre le hablaba de un tal Cuervo y un Julius, de las madres y sus compañeras de orfanato.
Se imaginó a su pequeña en su infancia y una lágrima rodó por su rostro. ¡Cuánto le quitaron aquellos miserables! Ojalá algún día pudiese reencontrarse con ellos para gritarles todo el dolor que portaba en su pecho. Ellos, quienes fuesen, le arrebataron su futuro.
Un movimiento la distrajo y su corazón se disparó cuando vio a su lado a un pintoresco individuo enmascarado.
—Disculpe, mi señora. ¿Es usted lady Durlee?
—Sí, soy yo, ¿quién lo pregunta? —dijo con voz temblorosa.
—Me llamo Peter Haversten, aunque tos me conocen como Cuervo. Querría hablar con usté, si no le importa. Me gustaría conocerla un poco mejor, se parece usté tanto a la muchacha…
—¡Cuervo! He oído hablar mucho de usted, mi hija me lo ha contado todo —espantado por sus palabras, Cuervo retrocedió. Se quitó su gorro verde de plumas y lo estrujó.
—Mire señora yo… sé que no le servirá de mucho y que probablemente me odie, pero lo siento muchísimo. Si pudiese cambiar el pasado lo haría, se lo aseguro.
—¿Lo siente? Pero, por qué. No se martirice hombre, usted no tiene culpa de lo que me ocurrió, fueron unos malhechores los que nos destrozaron la vida, unos seres sin corazón que no les importó asesinar a inocentes. Pero, usted, es un ángel, sin conocer a mi pequeña la cuidó y la recogieron del bosque cuando la encontraron aquel fatídico día. ¿Odiarle? No, al contrario, estoy en deuda con usted.
Cuervo miró a aquella bella mujer que desconocía ante quién estaba realmente y dejó escapar una lágrima que disimuló mirando hacia otro lado. Se sentía más detestable que aquel día, pero debía callar. Esa noche había acudido hasta allí sólo para verla y asegurarse de que estaba bien, aún no se explicaba cómo había acabado acercándosele.
—¿Le apetece pasear? Me gustaría mucho que me contase más sobre mi hija, cualquier historia que recuerde —él aceptó con la cabeza y comenzó a hablar; intentando con ello paliar todo lo que le robó.
Agatha miraba a la extraña pareja que conversaba en el balcón. No podía ver con perfección a la mujer en la oscuridad de la noche, pero no le cabía duda de que era su sobrina, tenía el mismo físico y rasgos. Era su oportunidad, por fin acabaría con esa desgraciada. Le costó mucho dar con ella, hasta que su querido cuñadito se dejó caer por casa y la condujo hasta Luton. En cuanto supo que era una fiesta de disfraces improvisó ella misma una máscara rasgando su falda. Durante horas esperó su oportunidad y ahí estaba, sabía que esa tonta no la defraudaría. Y con ese pensamiento en mente salió en pos de su presa.
Gwen entraba dichosa en el salón tras su romántica escapada, buscó con la mirada a su madre pero no la halló. Se dirigió al balcón justo cuando escuchó un disparo, su corazón se detuvo. Gritó: «¡Madreee!», mientras corría hacia los jardines.