Capítulo 20

 

 

 

 

Gwen abrió los ojos tímidamente; no recordaba con claridad lo sucedido la noche pasada. Conforme intentaba incorporarse, un dolor agudo en la sien la sorprendió. A continuación la habitación comenzó a dar vueltas y vueltas. Cerró los ojos. «No recuerdo haber bebido tanto», pensó. De repente, casi de improviso, le llegó la imagen de Julius abatiéndola en el jardín en mitad de la fiesta. «Oh, no, tengo que salir de aquí ya. Lucas debe de estar preguntándose dónde diantres me he metido. Julius ha perdido el juicio». Se levantó como pudo, sorteando una silla de mimbre y una mesa que yacían en medio de la habitación, y  seguidamente se terminó de vestir mientras la imagen doble de sus manos colocaban torpemente sus zapatos. «Realmente Julius me ha soltado una buena en la cabeza».

Se acercó a la puerta y colocó el oído junto a ella intentando distinguir alguna voz o ruido que iniciara la presencia de alguien. Pero el silencio parecía la religión de aquella casa. Rápido, abrió la puerta esperanzada por la idea de una fuga sencilla y sin complicaciones

—¿Dónde te crees que vas? —Gwen saltó como golpeada por un rayo. La imagen de Julius se matizó al salir de la oscuridad que guardaba silencio en el hueco de la escalera.

—Me has asustado —dijo Gwen mientras recuperaba el aliento—. Me tengo que ir. No sé muy bien por qué diantres has hecho eso. Realmente no me lo esperaba de ti. Pero aquí se acaba esta aventura. Me marcho a casa y ni tú ni nadie podrá evitarlo. ¿En qué puñetas estabas pensando?

—Gwen no vas a ir a  ningún lado.

—¿!Qué!? ¿Hablas en serio? ¿Quieres dinero? ¿Es eso?

—¿Dinero tuyo? No. Gwen esto lo hago por ti....

—¿Esto? ¿Mantenerme secuestrada es por mi bien?

—Sí. No tengo el permiso de Cuervo para decírtelo pero creo que ha llegado la hora. Siéntate. Dentro de diez minutos lo comprenderás —Gwen se acomodó en el roído sofá que adornaba aquella extraña habitación—. Corres un grave peligro.

—Ya, eso ya me lo dijiste ayer.

—Pero no sabes el motivo. Hace unos días llegó a la taberna una mujer pidiendo los servicios de Cuervo. Exigía que se matara a una joven que suponía un verdadero riesgo para su fortuna. Esa joven... eras tú.

—¿Yo? No comprendo.

—No puedo contarte mucho más pero debes saber que ahí fuera hay una mujer que intenta matarte. Ya lo intentó cuando tan solo eras un bebé de pocas semanas —sacó del bolsillo el colgante que durante años lo martirizó recordándole su fechoría y se lo entregó a la joven que lo recibió sorprendida.

—¿Qué es esto? Aquí se lee…«Gwendolyn Alice» esa… esa… ¿Soy yo? —susurró confusa.

—Sí, pequeña. El colgante te pertenece.

—Pero, ¿cómo es posible? No entiendo nada y mucho menos por qué alguien intenta asesinarme. No tiene sentido, si yo no soy nadie.

—Tú eres mucho más de lo que imaginas, una noble, hija de un conde.

—¿¡Cómo lo sabes!? Dijiste que no conocías mis orígenes, me mentiste padrino.

Todos estos años tú me has ocultado la verdad, has dejado que creciese creyendo que mis padres me detestaban tanto que me abandonaron. ¿Cómo has podido? — le gritó con lágrimas contenidas.

—No podía, Gwen. Tenía mucho miedo.

—¿Miedo? ¿De qué, de esa mujer?

—No, miedo de que me odiases. Durante años he intentado decirte la verdad, me he torturado por lo que pasó y me he odiado pensando en ello. Muchas veces he pensado en dar el paso pero siempre me frenaba a tiempo porque no podía soportar ver el desprecio reflejado en tus ojos. Perdona, pequeña.

—Quiero la verdad padrino, ¡ahora! ¿Quién quiere matarme?

—No sé quién es, sólo he visto su rostro en dos ocasiones. Hace muchos años buscó a Cuervo para encargarle un trabajito, asesinar a unos ricachones.

—Mis… padres…

—Sí, muchacha. Aquel día te vimos por primera vez, tenías un año.

—¿Me estás diciendo que…?

—Sí, ¡sí! —la interrumpió— Nos contrató para matarles. Teníamos que simular un accidente de carruaje y así lo hicimos. Cuando… —Julius tragó saliva, el odio que ya leía en sus ojos le desgarraba el corazón— tu padre… ¡Joder, nadie podía sobrevivir! Hicimos todo lo posible por cumplir el encargo pero al verte… fui incapaz de acabar con el trabajo. Decidimos salvarte y te llevamos al Hospital Founding, pero una vez allí conocí a una monjita que trabajaba en el orfanato Esperanza y decidí acercarte allí. En cuanto te vieron, te acogieron como una más. Y allí has estado desde entonces. El colgante lo llevabas cuando te encontré, decidí guardarlo hasta el día en que te contase la verdad.

—Vamos, Julius, jamás me lo hubieras entregado. Nunca me habrías contado la verdad si esa persona no hubiese ido a por mí.

—¡No! Lo hubiese hecho, algún día…

—Ya.

—Sé que no tengo derecho a pedir tu perdón, pero…

—No, no lo tienes —lo cortó—. No puedo creer que la única imagen paterna que he tenido haya sido la del hombre que mató a mi familia. Te odio.

—Pequeña…

—Hay algo que no entiendo, ¿cómo me ha reconocido esa persona si yo era un bebé cuando sucedió todo?

—Porque eres el vivo retrato de tu madre y al verte…Te quiere muerta, Gwen. Esa mujer te odia.

—¿Mujer?

—Sí. Por mucha capa que se pusiera hablaba como una mujer y se movía como tal.

Algo me dice que era alguien muy cercano a los tuyos.

—Quiero irme. Déjame ir.

—No.

—¿¡No!? ¿Cómo puedes negarte después de lo que me has dicho?

—Porque tu vida corre peligro y te guste o no, te protegeré. Y Cuervo me despellejaría vivo si se enterase que te he dejado ir, ese hombre te aprecia tanto o más que yo.

—¡Ja! Os odio y basta ya, me marcho. Mi marido debe estar muy preocupado, ¡tengo que salir de aquí!

—Tranquila, le hemos enviado una carta.

—¿Una carta? ¿¡Qué le habéis dicho!?

—Que te habías ido con tu padrino.

—¡¿Quéee!? ¿Habéis planeado arruinarme la vida en tres días?

—Es la verdad... no hemos mentido. Pensé que era lo que querías.

—Lo que quiero es irme a  mi casa y dejarme de estupideces por un tiempo.

—Gwen ya sabes lo que está pasando....

—¡Basta! —Interrumpió una tercera voz. Julius se encorvó cual lacayo al reconocer la voz del extraño visitante—. No vas a ir a ningún lado. No hay más que hablar.

¡Ingrata niña consentida! Nunca he dejado de preocuparme por ti. Te he dado todo lo que un hombre como yo puede ofrecer a una joven. Me convertí en tu guardián de la noche a la mañana. ¿Y así es como me lo agradeces?

Gwen miró al extraño hombre rubio que acababa de entrar y supo sin que nadie se lo dijese que estaba ante el Cuervo.

—Pero ¡tendrás cara! matasteis a mis padres.

—¡Calla! No vas a ir a ningún lado hasta que yo lo diga y aquí se termina la conversación. Te quedas aquí y punto.

—¿Crees que soy una niña pequeña que te obedecerá sin rechistar? Soy una mujer, una duquesa para ser exactos, no puedes darme órdenes, bastardo —escupió Gwen.

—Me da igual lo que seas y con quien te hayas casado. Estás bajo mi techo y harás lo que yo ordene. Te he dicho que te quedas aquí y eso harás, desobedéceme y conocerás el por qué me teme medio Londres —al ver su cara repleta de dolor, el Cuervo se apiadó—. ¿No te das cuenta que lo hacemos por tu bien? — suspiró. No tenía alma de padre y eso siempre lo había sabido. Aquella joven había sido su talón de Aquiles y posiblemente ella ya no querría saber nada más de él, se lo merecía y lo aceptaba, pero al menos la mantendría a salvo mientras pudiera.

Gwen corrió a la cama y rompió a llorar. Los dos hombres la observaron apenados mientras salían de la habitación. La joven miró el colgante que simbolizaba su antigua vida, era la prueba de que tuvo un pasado feliz. Su mente evocó el rostro de su amado e imaginó cómo habría reaccionado al recibir la carta de Julius. Su vida se desmoronaba y ella no podía hacer otra cosa más que esperar entre aquellas cuatro paredes desconchadas.

***

Lucas daba vueltas alrededor de su escritorio. Gwen había desaparecido. Tras repasar un centenar de veces los días anteriores en busca de alguna pista que pudiera orientarlo en aquel infortunio, no había sacado nada en claro. Todo había sido perfecto. Lo amaba, de eso estaba seguro. Entonces… ¿Dónde se había metido?

Alguien llamó a la puerta.

—Adelante —Lucas miró de reojo esperando que fuera ella. Pero se trataba de su mayordomo.

—Ha llegado esta carta, excelencia —Lucas se abalanzó sobre las manos de Bailey en busca de algo que calmara aquel sin vivir que ya duraba horas, desde que marchó del baile de los marqueses creyendo que su mujer estaría en casa.

—Gracias Bailey, puede marcharse.

—Excelencia yo... — tragó saliva y le sonrió—. Aparecerá, ya lo verá usted. La duquesa volverá —Si Lucas no estuviese tan afectado se habría carcajeado, era la primera vez que veía a su mayordomo tan formal con él.

—Gracias —repitió, luego respiró hondo y cerró los ojos. «Por favor que sean buenas noticias», pensó. A continuación, la abrió y se dispuso a leer:

 

Me he ido con mi padrino. Estoy bien. Pronto recivirás noticias mías.

 

Tu esposa

 

—¿Qué? No puede ser, no puede ser. Ella sabe la historia de Alice. No me haría lo mismo. No. Relájate. Pronto volverás a saber de ella y verás que todo ha sido un mal entendido. Seguro que hay un motivo... Aunque y si… —su mente había cobrado vida y resultaba imposible intentar mantener la cordura. Volvió a leer la carta una y otra vez hasta que por fin se dio cuenta «Recivirás». Lo había escrito con faltas ortográficas... Era extraño en alguien tan perfeccionista como lo era Gwen... La puerta volvió a abrirse. Era Brian.

—Lucas, Jacob, mi cochero me ha dicho que vio cómo un hombre se llevaba a una mujer del baile. Su descripción coincidía con tu mujer.

—¿Qué? acabo de recibir esta carta de ella —Lucas entregó el pedazo de pergamino a su amigo en busca de una mente más brillante.

—Que poco personal. No es propio de ella.

—¿Te has fijado en la falta ortográfica? Mi mujer jamás la habría cometido. Y su firma, ella suele poner Gwen.

—Entonces, ¿qué estas sugiriendo?

—Que esto no lo ha escrito ella. No sé por dónde empezar a buscarla pero tengo que hacerlo, sé que está en peligro.

—Lucas, deberías esperar. Aún es pronto para conjeturar. Hazme caso. Intenta relajarte.

—¿Cómo voy a hacerlo? Mi mujer ha desaparecido. Tengo una carta y un testigo que prueban que ha podido ser coaccionada.

***

—¿Dónde te has metido todo este tiempo? —Cuervo se incorporó al ver entrar por la puerta a Patrick.

—He ido a ver a unos familiares.

—Ahh que tú tienes familiares... Ya veo. Que sea la última vez que desapareces tanto tiempo sin avisar. He tenido que decir que no a varios negocios por culpa de tu ausencia. ¿Sabes cuánto dinero me ha costado tu escapada?

—Ya te he dicho que he tenido que ir a ver a unos familiares. No he podido evitarlo.

—Apártate de mi vista holgazán —cuando Patrick se disponía a subir las escaleras Cuervo volvió a rugir cual león—. ¡Tú! Muchacho, dale de comer a la joven de la habitación.

—¿Qué? ¿tenemos inquilina?

—Más te vale que la trates bien —Patrick fue a la cocina y encontró un plato frío de sopa.

—Pero esto está frío.

—Lo sé. Llévaselo así. Se lo merece. He intentado que se lo comiera varias veces.

Patrick sujetó con cuidado la sopa mientras que con la otra mano lleva los cubiertos y caminó sigiloso hasta llegar al dormitorio. Al abrir la puerta y encontrarse de bruces con Gwen no pudo disimular su asombro.

—¡Tú! Pero... —Gwen frunció el ceño. Cuervo que también se había acercado a la habitación escuchó la sorpresa del joven y se extrañó.

—¿Sucede algo?

—No, no, qué va, sólo que... bueno jamás había visto a una joven tan... hermosa.

Cuervo pudo notar el latido rápido de Patrick al colocarle la mano sobre su hombro. Parecía que su corazón se iba a escapar por el brazo izquierdo. A continuación se alejó del dormitorio y buscó a Julius, quien yacía sentado en las escaleras del porche semiderruido.

—Julius, no me fío del muchacho.

—¿De Patrick?

—No me gusta. No le quites ojo de encima. ¿Entendido?

—Lo que tú digas Cuervo.

—Y alegra esa cara. Gwen es una joven muy impulsiva y eso lo sabemos muy bien. Dale tiempo para asimilar la información. Se le pasará. Somos su única familia.

—Familia que la ha secuestrado...

—Por su bien. Por su seguridad. Eso es lo que hacemos nosotros. La protegemos porque es nuestra niña.

***

—Bueno y tú ¿quién eres? ¿Mi primo segundo? —Patrick sonrió.

—No que va —soltó una carcajada—. Acabo de llegar de visitar a mi abuela materna. Está enferma, soy Patrick, por cierto —«Si, eso sería perfecto. Hablaremos del  asunto y se crearan lazos», pensó Patrick, quien desde el primer momento que la vio ahí tan cerca, tan desprotegida y vulnerable, no dejaba de ingeniar algún plan maléfico para llevársela de ahí.

—Vaya, lo siento. ¿Es grave? Mi nombre es… bueno, llámame Gwen.

—Gracias, Gwen. Pues mucho me temo que sí. Ha sido como mi madre. Y ahora...

Que rápido se puede desmoronar la vida de uno, ¿verdad?

—Cuánta razón tienes.

—¿Y tú qué haces aquí?

—Pregúntale a Cuervo. Que por lo que he podido observar aquí todos acatan sus normas.

—Así es. Eres muy observadora....

—No puedo hacer otra cosa que observar. Esto es un coñazo. Ya no puedo más. Me quieren proteger de alguien y resulta que de los que me debo proteger son de ellos. Dime ¿tú también eres un asesino? —Patrick tosió de repente al cortarse la respiración.

—¿Cómo dices? —entre risas le respondió—. Yo no soy ningún asesino. Sólo me encargo de llevar el dinero. Soy el contable.

—Contable...

—Bueno no tengo ningún estudio al respecto pero soy muy bueno con los números.

—Patrick... ¿Me harías un favor?

—Sí claro. Lo que lo que tú quieras —tartamudeó. Era realmente asombroso cómo podía esconder ese lado maléfico y resultar extrañamente entrañable.

—¿Puedes deshacerte de esta sopa? Está asquerosa.

—Claro que sí. ¿Algo más?

—No... por desgracia no. Pero oye si me sacaras de aquí... te estaría....

—Vale.

—¿Qué? solo lo decía por decir. Suponía que no podrías desobedecer al patriarca.

—No puedo. Pero por ti lo haré.

—Oh, eres un cielo de persona. ¿Te lo han dicho antes?

—Mi abuela me lo solía decir.

—Pues es muy lista tu abuela.

—Esta noche, cuando todos estén dormidos te abriré la puerta y nos fugaremos en un carruaje alquilado. Así Cuervo no sospechará. Espérame preparada.

—Perfecto. Gracias Patrick. Nunca podré agradecértelo lo suficiente.

—Algo encontraremos. Bueno me voy. Si paso más tiempo aquí Cuervo sospechará. Es muy listo.

—De acuerdo. Te veo esta noche... y gracias —Patrick se disponía a salir del dormitorio cuando...

—¡Patrick! La sopa....

—Ahh sí, se me olvidaba.

Aquella noche, la luna brillante parecía haber sido zurcida al cielo estrellado mientras el frío esperaba en la puerta de casa. Hacía rato que habían dejado de beber y todos, sin excepción acabaron dormidos rodeados del resultado de otra noche cualquiera: alcohol, alcohol y alcohol. Gwen no despegó la oreja de la puerta en busca de algún sonido que le vaticinara la presencia de Patrick. Por fin, tras varias horas de velatorio, escuchó los pasos sigilosos de alguien que caminaba con cuidado para no ser descubierto, Patrick. El pomo se movió y el pestillo saltó.

—Vamos, rápido. No tenemos mucho tiempo. El sol saldrá pronto. Les ha costado coger la moña más de lo normal.

Gwen asió fuertemente la mano de Patrick y se dejó guiar por los caminos silvestres del lugar.

—¡Ves! ahí está el carruaje. Vamos —corrieron sin mirar atrás. Mientras, Julius se colocaba bien los pantalones y salía en busca de la joven. «Cuervo tenía razón», pensó.

—¿Dónde quieres que te lleve?

—A mi hogar. Por Dios, qué ganas tengo de llegar a casa.

—No te preocupes. Pronto lo estarás y entonces me darás las gracias.

—¡Gwen! ¡Vuelve! ¡Gwen! —gritó Julius.

—Rápido Patrick, Julius se está acercando —el carruaje comenzó a coger velocidad y pronto Julius se convirtió en un pequeño punto en medio de la oscuridad.

En la mente de Gwen no dejaba de aparecer la imagen de su marido. No sabía cómo iba a explicar que aquella carta no la había escrito ella y que había estado retenida por su padrino quien años atrás había asesinado a su familia... ¡Era de locos!

El carruaje por fin paró y Gwen corrió la cortina de la ventana con la esperanza de encontrarse con su hogar, pero no fue así.

—¿Qué hacemos aquí? No has escuchado bien la dirección

—Oh, claro que la he escuchado bien, pero a última hora se me ha ocurrido un plan mejor.

—¿Qué? No lo entiendo.

—Pues para terminar lo que ya empecé....

—¡Tú! —de repente Patrick agarró la cabeza de la joven y la estampó contra el marco de la ventana quien se desplomó en el suelo como si de una muñeca de trapo se tratara. Nada ni nadie podría detenerlo. Era el momento de demostrar que ya no era un niño.