Capítulo 8

 

 

 

 

Serena abrió la puerta sigilosa. No había pegado ojo en toda la noche y necesitaba hablar con Gwen de inmediato.

—¿Estás despierta?

—Vaya si lo estoy. Creo que no he dormido nada —Serena cerró la puerta tras ella y corrió a sentarse a los pies de la cama de su amiga—. Menudo fiasco. Todo se ha complicado.

—Cierto. La verdad es que me hicisteis pasar un mal rato, Gwen. No sabía muy bien qué hacer ni que decir. Necesito serte sincera. Cuando me contaste lo que sucedió en la fiesta de disfraces... no sé por qué pero pensé en que podía ser Lucas. Bueno él tiene.... o tenía... no lo sé, una amante llamada Joan. No quise decir nada. Deseaba estar equivocada.

—¿A caso hubiera cambiado algo? No podríamos estar cien por cien seguras hasta haber llegado a la casa y para entonces.... ya sería demasiado tarde para echarse atrás.

—Sólo nos queda esperar a James para que nos diga si se ha ido todo al garete — Serena se acarició la larga trenza que decoraba su hombro izquierdo. Siempre lo hacía cuando algo le rondaba la cabeza.

—No sé qué me pasó. Perdí la cabeza un instante. Pero él... me presionó. No me dejaba ir.

—Lo sé. Lucas está acostumbrado a poseer todo lo que se proponga. Las mujeres siempre se han rendido a sus pies. Esa clase de personas pueden ser peligrosas.

—No me pareció peligroso. Él... estaba desesperado por atraparme. Era rudo en sus gestos pero... sus ojos me decían otra cosa. Realmente me quería poseer.

—¡Basta! ¿A caso lo conoces? No sabes nada de él. Te está embrujando. ¿No es así?

—¡Qué dices! solo digo que no me pareció peligroso.

—Pues lo es. Y mis palabras deben bastarte. ¿Piensas que no quiero lo mejor para ti? Ese hombre no es como James. Al fin y al cabo nuestro amigo, por mucho que me duela decirlo, es un mojigato, un crio. Y siempre lo han tratado como tal. Se dedica a vivir la vida y a saltar de cama en cama hasta que un día se caiga y entonces ¿qué pasará? Lucas es el que responderá ante él. ¿Por qué? Porque él es así. Es un hombre sensato, aunque no es lo que hemos visto estos días, es maduro; sabe llevar con pespuntado estilo las obligaciones. Nadie sabe lo que le ronda la cabeza porque jamás pierde la compostura en sociedad. Por ese motivo es tan deseado. Porque parece intocable. Esa clase de personas no hacen las cosas por hacer. Me da miedo lo que pueda llegar a descubrir. Si él duda... Encontrará la manera de llegar a la verdad. Siempre lo hace. Consigue todo lo que se propone sin contar para nada a quien se lleva por medio. Por eso es peligroso. Nos puede hundir a todos.

—No permitiremos que  nos descubra.

—Pues lo de ayer no ayuda nada a demostrar lo mucho que amas a James.

—¿Crees que ya no podemos hacer nada?

—Está claro que él no se cree vuestra historia. Jamás se habría puesto por medio si no fuera así. Por lo menos no se cree que tú ames a su hermano. Ya no sé si cree a James. Pero tú... has quedado como una caza fortunas.

—¡Pero no es así! Yo no quiero su dinero. Por el amor de Dios, si ni si quiera me voy a casar con él —Gwen se levantó de un salto. Estaba nerviosa, enfadada... notaba como le palpitaba la sien. Lo último que quería era que Lucas creyera eso. Se sorprendió de lo mucho que le importaba lo que aquel hombre pensara de ella—.

¿Por qué te molesta tanto? Lo importante ahora es que se crea lo mucho que amas a su hermano.

—Lo sé. Te prometo que lo arreglaremos. No sé muy bien como pero lo haremos. No quiero que te preocupes. Igual le estamos dando demasiada importancia. Ya sabes cómo somos las mujeres —Serena sonrió—. Ahora intenta dormir un poco. Aún es pronto —se levantó de la cama y se dirigió a la puerta.

—Serena. Gracias por hablar conmigo. Lo necesitaba.

—Yo también querida.

Por fin sola volvieron a rondarle sus fantasmas. Nunca había estado segura de que fuera a funcionar el plan. Se sentía toda una impostora y ahora mucho más. Aquel hombre de rudo carácter que había llegado a su vida accidentalmente le había envenenado el cerebro. Llevaba varios días pensando en la posibilidad de volverlo a ver y sorprendentemente el destino la volvía a engatusar de la manera más morbosa posible.

Creía enloquecer de la rabia cada vez que pensaba en las palabras de Lucas: «Sé mi amante», ¿qué se había creído que era ella? Estaba claro que debía hacer caso a las palabras de Serena. Pensar en él, acercarse a él, todo lo que tuviera que ver con él, era un error. Sin embargo ese error la seducía con más fuerza que nunca.

Cerró los ojos y su mente se dejó llevar. Iban por unos pasillos estrechos. Él la guiaba en la oscuridad tomándola de la mano. No hablaban. No intercalaban miradas cómplices. Los dos sabían cuál era su destino más inmediato. Lucas paró en seco y volvió la mirada. Se acercó y le susurró al oído «esta noche serás mía». A continuación, abrió la puerta de lo que parecía una pequeña e íntima biblioteca secreta y la empujó contra la estantería  provocando que varios libros cayeran al suelo. La sujetó del cuello con poder y le mordió el labio inferior. Gwen sintió perder el norte. Estaba a punto de suceder y nadie podría interrumpirlos.

De repente, se vio reflejada en el cristal de la ventana. Su rostro ya no era el que solía ser. Un nido de arrugas revestía sus ojos. Sus pómulos estaban caídos y su melena oscura había sucumbido ante el poder del blanco de las canas.  Ya no era una joven con la vida por delante. Sin embargo seguía siendo su amante. Solo había sido su amante. Ni marido, ni hijos... estaba sola ahí, en una biblioteca pequeña, iluminada por un único candil, empotrada contra la estantería.

Serena tenía razón. Debía olvidarse de él. ¿Pero por qué era tan difícil? La había tratado mal, le había propuesto algo deshonesto que la desvirtuaba, la había insultado... Y sin embargo, seguía en su cabeza invariablemente como un tatuaje odioso. «Te detesto.

Eres un hombre asqueroso», se dijo para sí una y otra vez, al tiempo que su mente la traicionaba refrescándole su rostro varonil y el olor de su cuerpo.

«¡Basta ya! Él sólo te quiere como su fulana. ¿Eres tonta? ¿Acaso no has aprendido nada sobre esa clase de hombres? No quieres eso en tu vida, Gwen».

Sorprendentemente apareció otra voz que le rebatió: «Quizá Gwen no lo quiera en su vida, pero ¿Y Gisele?». «Lo que me faltaba.... », ahora incluso debatía consigo misma.

Rufus tocó a su puerta de improviso. Ya era de día pero la locura transitoria de Gwen le había impedido percatarse de que las horas habían corrido. Yacía tumbada en la cama con los pelos despeinados y vestida con su bata y camisón.

—Adelante.

—Milady, tiene una visita. La está esperando en el comedor.

—¿Ahora? Pero, ¿qué hora es?

—Hace rato que ya ha pasado el mediodía —Gwen saltó como golpeada por un rayo. Se acercó a la ventana y vio el carruaje con el emblema de los Benet.

¡James la esperaba abajo!

—¡Madre mía....! Bajaré en seguida —su corazón le sacudió. En unos minutos sabría si todo había terminado.

Lucas se levantó de la silla al ver regresar a Rufus. A continuación, volvió a sentarse. A los pocos minutos se levantó y se acercó a un espejo que colgaba en la pared. Se observó al tiempo que se acomodaba la casaca. Tocó su pelo y suspiró, odiaba las engorrosas pelucas que lucían todos y mucho más empolvarse el cabello con harina de trigo como hacía el petimetre de James. Él lo llevaba corto y de su color, sólo hacía una pequeña concesión, la coleta postiza. Le gustaba el toque salvaje que le otorgaba... «Por todos los Santos, ¿qué hace esta mujer?».

Había transcurrido aproximadamente una media hora cuando por fin apareció la joven. Estaba arrebatadora. Se fijó en su peinado y sonrió, llevaba el pelo cardado hacia atrás en un elevado tupé del que colgaban dos gruesos mechones rizados que le caían a ambos lados del cuello. Un pequeño tocado verde, del mismo tono que su vestido, adornaba con elegancia el recogido. Le agradaba verla sin esas odiosas pelucas, tenía un pelo precioso y se merecía mostrárselo al mundo. Se preguntó cómo sería su cabello suelto e imaginó que sus manos enroscaban unos delicados rizos azabaches…

«Mierda», se había excitado sólo de pensarlo.

—¡Usted! Pero, ¿qué hace aquí? Si lo llego a saber lo hubiera despachado. Rufus no me dijo quién era y al ver el carruaje... Pensé que me esperaba su hermano.

—Pues ya ves que no, soy yo, tu fiel admirador.

—Ya. Gracias por venir hasta aquí. Siento que se haya tenido que molestar tanto para nada. Ahora si me disculpa... —Gwen le dio la espalda dispuesta a dejarlo ir. Sin embargo, Lucas la sujetó del brazo espontáneamente.

—¡Suélteme! ¿Quién se ha creído que es para tocarme de ese modo? No pienso estar con usted sin su hermano presente. Le advierto que no soy la clase de persona que cree que soy.

—¿Una impostora?

—¿Se atreve a insultarme?

—No te insulto.

—Llamarme impostora no es insultarme —dijo Gwen irónicamente. Lucas suspiró.

Gwen no era la única que tenía la cabeza echa un lío.

—Vengo a disculparme por mi comportamiento de anoche. No pretendía faltarte al respeto. Mis opiniones me las reservo para mí.

—¿Qué quiere decir con eso de sus opiniones?

—La verdad siempre sale a la luz.

—Desde luego que sí. Mira que día tan bonito. Ahora métase sus opiniones, su verdad y la madre de todas las luces... por donde le quepan.

Lucas soltó una carcajada. Esa irritante damita lo divertía como nadie. ¡Menudo genio!

—Veo que te han enseñado buenos modales, propios de tu posición.

—Sí. También me han enseñado a ser grosera cuando se me falta al respeto, algo que su excelencia hace con una facilidad desbordante. No tengo nada que esconder. ¿Era todo lo que quería decirme? —Gwen deseó que no fuera así. Su boca hablaba por ella mientras que su mente y el resto de su cuerpo deseaban estar a solas con él.

—No, no era todo. Me gustaría invitarte a dar un paseo, hace un día perfecto para salir.

—Nunca.

—¿Tienes miedo?

—¿Tener miedo a qué? ¿A usted? No me haga reír.

—A lo que puedo llegar a descubrir de ti.

—De usted. No lo olvide. No somos amigos.

—Pues yo creo que después de lo que ha pasado entre nosotros los formalismos sobran, querida. Y no discutas, vas a venir conmigo, Gisele. Decide, por las buenas o por las malas. No creas que dudaré en sacarte de esta casa por la fuerza

—ignorando a propósito su anterior comentario Lucas la siguió tuteando.

—¿Así es como consigue las cosas? ¿Obligando? ¡Qué decoro!

—¿Por qué te opones? ¿Es que acaso tienes algo que esconder...? Porque de no ser así, vendrías.

—No sé si es propio de una mujer prometida estar a solas con otro hombre.

—Pero yo no soy cualquiera, soy de la familia, querida. Nadie se atrevería a reprocharte la salida. Además, no estaremos solos. Te recuerdo que pasearemos por el parque. Siento decepcionarte. Esta vez no habrá ni puerta ni cerradura que nos esconda.

—¡Qué lástima! Y por si no ha quedado claro, lo decía irónicamente —aunque en el fondo deseaba estar a solas con él en una biblioteca, en un dormitorio o en cualquier lugar donde pudiera poseerla. Pero jamás lo diría en alto. Jamás lo reconocería.

El carruaje los dejó a la entrada de Hyde Park. Gwen asomó la cabeza y un rayo de luz le quemó los ojos. Parecía difícil de creer que tras la tormenta de la pasada noche el sol pudiera resplandecer con tanta fuerza. Lucas la observó con disimulo «era tan hermosa...» Los pendientes que llevaba despedían pequeños destellos dorados y hacían de la joven un verdadero diamante.

—¿Has tenido el placer de pasear alguna vez por este parque?

—Sí, o sea no... Mi prima Serena me lo ha descrito tantas veces que siento que ya lo conozco. Pero nunca lo había visitado. Tampoco me ha dado tiempo...

—Ya veo... pero si has tenido tiempo de enamorarte de James.

—Así es la vida. Le advierto que si continúa por ese camino vamos a terminar muy mal.

—Deberíamos cambiar de ruta entonces... —dijo Lucas tomándole el pelo— Ahora en serio. No sé qué crees que tiene mi hermano pero todo su dinero depende de mí. Seré yo quien determine si está preparado para usarlo.

—¿Por qué me suelta ese discursito prepotente? Me da igual su dinero. Yo ya tengo el mío.

—Desde luego… pero igual tener cinco manzanas no te frena a la hora de desear tener cien.

—Que educativo que es. Gracias por el matiz de las manzanas. Ahora si me disculpa, deseo volver a casa. No ha sido una buena idea.

—No vas a ir a ningún lado.

—¿Me va a forzar aquí, en medio del parque? Si eso era lo que quería... No debió llevarme hasta aquí.

Lucas se acercó a ella con ojos suplicantes. La cogió de las manos y le miró a los labios.

—Te pido que recapacites, Gisele, pon fin a esta farsa y a mi agonía. Sé mi amante. Te deseo. Te deseo con todas mis fuerzas. No puedo dejar de pensar en ti. Jamás se lo he rogado a nadie pero si hace falta lo haré.

—¡Basta! No ruegue nada. Yo... —Su corazón se estaba resquebrajando al saber lo que debía de decir y hacer; algo, que distaba de lo que realmente deseaba.

—Mírame y dime que no me deseas, que estás enamorada de mi hermano.

Gwen desvió la mirada hacia el parque para que no leyese la verdad en su rostro. Armándose de valor, le mintió.

—La otra noche... en la fiesta de disfraces, yo pensé que era James. Jamás me imaginé que pudiera ser usted, excelencia.

—¡Dímelo!

—Quiero irme a casa. ¡Ya!

—No vas a ir a ningún lado hasta que respondas —Gwen comenzó a dar vueltas sobre sí misma tratando de encontrar una salida a esa emboscada.

—¡Quiero irme, quiero irme , quiero irme! —En aquel instante Lucas la abrazó, acarició su delicado rostro, fijó su mirada en sus labios y la besó. La besó apasionadamente a lo largo de varios minutos hasta que Gwen se apartó y lo abofeteó.

—Lléveme a casa, por favor.

No tenía suficientes metros cuadrados para despojarse de toda la rabia que contenía. Era la primera mujer que se le resistía y eso la hacía aún más deseable. ¿Qué tipo de trato tendría con su hermano para no poder romperlo por algo que realmente deseaba? Estaba claro que ella también sentía lo mismo y que todo era una farsa. ¿Qué podía hacer?

Cuanto antes se descubriera todo el pastel, antes podría ser suya. ¡Galager! Aquel detective privado. Él podría ayudarlo. Cogió tinta y papel y comenzó a escribir:

 

Señor Galager,

 

Me vuelvo a poner en contacto con usted para pedirle sus servicios. No veo otra manera posible de descubrir la verdad sobre un asunto bastante peliagudo, que me tiene en vela desde hace días. Mi hermano se ha prometido recientemente con una joven desconocida de la que jamás habíamos escuchado hablar. Ante la idea de que se trate de una posible farsante me gustaría recurrir a usted con la esperanza de que llegue a la verdad de todo esto.

Desde mi posición intento hacer todo lo posible por descubrir algún detalle que la delate. Se hace llamar Gisele Carlliveni, hija del conde de Gervosani, supuestamente de ascendencia italiana. Y es pariente de lady Serena Carton, condesa de Rungor.

Ah, también le rogaría que investigase a mi hermano, sospecho que anda metido en algo turbio y desearía saber qué es.

Espero que haga gala de su famosa discreción a la hora de abordar lo que aquí le propongo. Espero respuestas suyas pronto.

 

Un cordial saludo

 

 

 

 

Lord Malford

 

 

—¿Lucas?

—¡Abuela estoy aquí. En la biblioteca! —Gritó, mientras escondía la carta debajo de unos papeles.

—Querido. No me encuentro muy bien. Creo que estoy incubando algún resfriado. No creo que tenga fuerzas para ir a la ópera esta noche. Lo dejamos para otro día, cariño. O quizá quieras ir con Josephine, le gustaría.

«¿¡Josephine!?» Ni hablar, adoraba a la amiga de su abuela, pero antes se ponía enfermo que pasar toda la noche con la parlanchina mujer. Sus oídos no lo soportarían. El rostro de Gwen le sacudió de golpe y una idea fue abriéndose paso. Con James lejos y su abuela enferma, tendría campo libre para actuar, ¡era perfecto!

—Es una pena abuela, pero no hace falta que avises a Josephine. Tengo otra compañía en mente — Margaret miró recelosa a su adorado nieto y se acercó a él.

—Ay hijo, miedo me da lo que te ronda por esa cabeza tuya.

—¡Abuela! ¿Cuándo he hecho yo algo incorrecto? —ante la carcajada de su abuela, él sonrió. Luego, preocupado, se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla— Lo importante es que te cuides y te mejores. Mandaré ahora a Bailey que vaya a la cocina y pida que te hagan una buena sopa calentita.

—Que bueno eres hijo mío. Ojalá algún día le des una alegría a esta pobre vieja y te vea casado y con hijos.

—¿Vieja? Si por tus venas corre más energía que por las de esas mustias debutantes

—ante el golpe que recibió en la cabeza soltó una carcajada. De repente, una imagen apareció ante él, un ángel de ojos violeta sosteniendo al hijo de ambos. Se sintió aterrorizado, pues esa estampa no le produjo ningún rechazo, más bien al contrario, lo sedujo. — Bueno abuela, ¿quién sabe? Tiempo al tiempo.

Cuando su abuela abandonó el estudio resolvió poner en marcha su idea. Nervioso cogió una hoja, respiró hondo y escribió:

 

Querida Gisele....