Capítulo 23
Lucas despedía a Galager cuando su abuela irrumpió en el estudio.
—Lucas no dejaré que… —la duquesa miró sorprendida a su nieto y a su acompañante—. Pero, ¿qué hace él aquí? ¿Y Gwen?
—¡Abuela! —la regañó Lucas por entrar en la estancia de esa forma. Galager se veía incómodo a su lado. De hecho, sus siguientes palabras se lo confirmaron.
—Bueno, si me disculpan excelencias yo me marcho. Le informaré de cada movimiento que haga nuestra sospechosa. Si me necesita, ya sabe dónde estoy.
—Perdone, hombre, no se marche por mí. ¿Cómo están sus niños? Hace mucho que Lucas no me da noticias de ellos, tiene que traerlos un día, les invitaremos a merendar.
—Emm… Claro, excelencia… cuando usted quiera, es muy amable de su parte. Los muchachos se alegrarán de la visita, sobre todo cuando vean las cuadras, adoran los caballos.
—Entonces tiene que traerlos, una de nuestras yeguas acaba de parir y si les gusta les regalaremos uno de los potrillos.
—¡Oh, no! Eso es demasiado, jamás podría aceptar algo así.
—No ha de aceptarlo usted, sino sus niños. Venga, les dará una alegría…
—¿Dónde está Gwen, abuela? —la interrumpió Lucas. Por su cabeza rumiaba una idea desde que la duquesa viuda entró en el estudio.
—Pero bueno Lucas, ¿y yo qué sé? Se supone que estaría aquí.
—No. Tendría que estar guardando cama, ¿recuerdas? Recibió un tiro, la secuestraron, la maltrataron y está embarazada.
—Tu mujer estaba furiosa. Se despertó confusa, poco a poco fue recordándolo todo y se llenó de ira contra ti. Entre maldiciones y sollozos me dijo que no pensaba quedarse ni un solo minuto más en la casa del hombre que la había repudiado. Salió disparada a gritártelo intenté detenerla pero al llegar aquí… —la duquesa viuda se paró en seco, no podía contarles que intentó escuchar tras la puerta y que al no percibir sonido alguno se preocupó pensando qué habría pasado entre ambos y por eso decidió interrumpirles—. Yo, emm, no escuché voces y pensando que tendríais problemas decidí ayudaros, por eso entré. Pero si no está aquí, no sé dónde podrá estar. Desde luego en su cuarto, no. Quizá esté en las cocinas…
—No.
—¿No? —Lucas recordó la conversación con Galager y creyó saber dónde andaba esa cabeza loca. Miró al detective que asistía anonadado a la conversación y suspiró.
—Creo que esta esposa mía ha escuchado nuestra conversación. Me temo que ha decidido buscar a su madre por su cuenta.
—¿Su madre? Pero no me dijiste que sus padres…
—Luego te lo explicaré, abuela, ahora no hay tiempo. Debo encontrarla cuanto antes, está muy débil y me preocupa que empeore. ¿Por qué tiene que hacerlo todo sola siempre? ¿Por qué no confió en que yo lo solucionase?
—Bueno, cariño, ya te he dicho que no eres su persona favorita últimamente… — apuntó la duquesa viuda.
Lucas se dirigió hacia la puerta cuando Bailey la abría y daba paso a una furiosa Gwen, detrás de ella estaba Julius.
—¡Cretino! No te atrevas a volverme a tocar jamás, ¡te odio! Eres un asesino, maldito. Dios… —estalló en sollozos perdiendo el equilibrio. Lucas llegó hasta ella y la sujetó.
—Esposa debes guardar cama. Vamos, por favor.
—Tú cállate, traidor. Dejadme en paz todos. Voy a buscar a mi madre y no me lo impediréis.
—Gwen, tenemos que hablar, hay muchas cosas que debo explicarte pero este no es el momento, debes descansar. Si no lo haces por ti, hazlo por nuestro hijo.
—¿Nuestro? Este hijo es solo mío, además, ¿quién te ha dicho que es tuyo? — Gwen vio la sorpresa reflejada en el rostro de su marido y sintió una punzada de remordimiento. Sacudió la cabeza y la apartó. Se merecía sufrir como ella lo había hecho.
—¿De quién más podría ser Gwen? —dijo Lucas con tono cansado.
—De Patrick —El estallido de Lucas no se hizo esperar; con un rugido se apartó de ella y comenzó a insultar a su secuestrador.
—¡Maldito hijo de perra! ¿¡Se atrevió a forzarte!? ¿Ese miserable te tocó? Si no estuviese muerto lo mataría con mis propias manos —se acercó a ella y le alzó el rostro— Te juro que te haré todo lo que este en mi mano por ayudarte.
Gwen aceptó su abrazó y entre lágrimas lo miró.
—No, Lucas, no me tocó. Quiso hacerlo pero nuestro hijo se lo impidió, el día que se acercó a mí… —De repente, una súbita risa la embargó por todo el cuerpo e incrédula de su propia reacción estalló en carcajadas ante los atónitos presentes
—. Le vomité encima. Le repugnó tanto que jamás volvió a acercarse.
Lucas le devolvió la sonrisa y le acarició la cara. No estaba enfadado por su engaño, la pobrecita había sufrido tanto…
—Nunca volverás a estar en peligro, te lo juro —sin poder contenerse la besó, no le importó que hubiesen testigos de su demostración de amor. Al diablo, era su esposa y la besaría cuando quisiese, y ahora quería. Vaya, si quería. Sintió cómo Gwen se derretía en sus brazos, hasta que lo empujó.
—Suéltame, no volverás a tocarme, ¿me oyes? Y qué te importa a ti lo que me pase, ¿no querías deshacerte de mí? Pues bien, mañana mismo me marcho de aquí para siempre.
Gwen rompió a llorar y corrió hacia la puerta arrollando al estupefacto mayordomo. Su corazón estaba hecho añicos, su esposo se había encargado de ello. Lucas la había destrozado y jamás volvería a pasar por eso, se juró que nunca volvería a amar.
—Gwendolyn Alice Evans, ¡basta! —gritó la duquesa viuda sorprendiendo a todos los presentes, era la primera vez que perdía los papeles en público.
—¿Cómo me ha llamado?
—Ese es tu nombre, niña. Tu verdadero nombre.
—Pero…
—Lo sé porque eres la viva imagen de tu madre y tienes el coraje de tu padre, Robert Jared Evans, conde de Durlee, un buen amigo de mi hijo. Desde el primer momento en que te vi tu cara me resultó familiar; sin embargo, no fue hasta que Lucas me contó sus sospechas sobre quienes podrían ser tus verdaderos padres cuando recordé el rostro de lady Durlee. Quise cerciorarme y con una excusa fui a ver a la vizcondesa, tu tía. Y allí, en el gran salón, comprobé con mis propios ojos que la hermosa mujer del cuadro que coronaba la estancia era idéntica a mi nueva nieta. No hay duda posible, hija, lady Emma es tu madre.
—¡Que hiciste qué! Dios Santo, cómo pudiste ir allí. ¡Mierda! Si sospecha que…
—¡No! Yo sólo le hablé de temas banales y la invité a nuestra fiesta tal y como me pediste.
—Por carta, no yendo allí —Lucas estaba enfadado, su abuela no era consciente del peligro que había corrido con esa loca. Pensó en su plan y sonrió mentalmente imaginando la cara de lady Herdford cuando en mitad de la fiesta apareciese su cuñada. Bueno, eso si lograba dar con ella y aceptaba, sino pasaría al plan b, la expondría delante de todos. Contaría cómo perpetró el asesinato de los condes de Durlee; la ruina social estaba servida. Esa bruja pagaría por sus crímenes de una vez por todas.
Gwen anduvo hacia las escaleras y se agarró de la barandilla llena de dicha, «Emma», así se llamaba su madre. Notó una presencia a su lado y con lágrimas en los ojos aceptó el abrazo de su esposo, necesitaba consuelo aunque éste viniese de parte de ese traidor.
—La encontraré, cariño, aunque sea lo último que haga.
—No mientas, escuché cómo confabulabais contra mí, no querías que supiese que está viva. Te oí —le espetó junto con un golpe en el pecho.
—Pequeña tonta. Así que era eso, ¿eh? Gwen, escuchaste sólo una parte de la conversación, no quería decírtelo es cierto pero sólo porque no sabemos si es verdad. Quería comprobarlo por mí mismo y luego traértela para que os conocieseis. No quería que te hicieses falsas ilusiones.
Gwen lo miró ceñuda, esas palabras eran propias del Lucas que conocía pero ya la había traicionado una vez aun cuando le juró amor, posiblemente le estaba mintiendo de nuevo.
—No te creo.
—Jamás te he mentido, Gwen, pese a lo que crees nunca lo he hecho. Tenemos que hablar y lo haremos, pero será cuando te hayas recuperado.
—Si me permite la intrusión excelencia me gustaría reforzar sus palabras. Duquesa, le juro por el todopoderoso que lo que dice su alteza es cierto. Queríamos cerciorarnos de que mis sospechas eran ciertas y que su madre podría estar viva antes de decírselo —explicó Galager.
Gwen miró indecisa a todos los que la rodeaban, alzó la cabeza, estiró la espalda y se marchó a su cuarto lo más digna que pudo. Descansaría, pero lo haría por su bebé, no porque ese mequetrefe se lo hubiese ordenado.
Gwen miraba por la ventana reflexionando en esa última semana. Había pasado los días en la compañía de la abuela y Serena, que fue a visitarla nada más saber de su regreso. Su marido jamás entró, o al menos eso es lo que creía hasta que una noche mientras dormía sintió a alguien a su lado. Se hizo la dormida y lo oyó confesarle su amor, desde aquel día lo esperaba con impaciencia y él acudía siempre, en las sombras hablándole cuando creía que ella no escuchaba.
Un sonido en la puerta la sacó de sus cavilaciones y se acercó a abrir; sorprendida vio que era Lucas.
—Hola, Gwen. ¿Puedo pasar? —Ella lo miró indecisa, pero finalmente asintió con la cabeza y se apartó de la entrada dándole paso.
—¿Qué se le ofrece, excelencia? —ceñudo por el tratamiento formal con el que lo recibió tomó asiento en la silla que había al lado de la cama.
—Tenemos que hablar. Sé que estás dolida, que crees que te engañé pero no es así, cariño. Nunca te traicioné.
—¿Pretendes que crea que no te vistes con tu amante mientras estuve secuestrada? Los periódicos hablan por sí solos, Lucas. ¿Sabes acaso como me sentí? Me aferraba a la esperanza de que me buscaseis, creí que un día apareceríais por la puerta y me sacaríais de ese inferno. Pero no, tú estabas divirtiéndote mientras tu hijo y yo luchábamos por sobrevivir. No me digas que eso no es traición, porque lo es, la peor de todas. Dijiste que me amabas y a la primera de cambio no sólo me eres infiel, sino que lo publicas por todo Londres y me humillas solicitando el divorcio ante el rey. ¿Cómo pudiste? —rompiendo en sollozos Gwen se apartó de él y se acercó a la ventana. Miró al exterior e intentó serenarse, detestaba que la viese llorar.
—Te busqué Gwen, día y noche; estaba loco de preocupación. No sabía qué más hacer porque ni Galager era capaz de dar contigo; entonces, me hablaron de un tal Cuervo y su banda. Recordé cuando me hablaste de ellos el día en que volvimos de Luton y algo me dijo que allí estaría el desgraciado de tu padrino. Efectivamente así fue. Al principio casi lo mato, Gwen, lo odiaba por arrebatarte de mis brazos. No sé ni cómo me contuve y escuché su historia, ahí volví a enloquecer. Y cuando me dijeron que no estabas allí, sino con ese desgraciado de Patrick…
—¿Por eso hiciste eso? Creíste que me había ido con él.
—¡No! Jamás se me pasó por la cabeza tal cosa. Al contrario, sospeché que ese desgraciado era el responsable del disparo y el títere de tu tía, quien estoy seguro que mandó eliminar a tus padres. Esa mujer te quiere muerta, cariño.
—Dios mío… ¿Por qué haría algo así…? Eran familia —Gwen cerró los ojos conteniendo las lágrimas, se serenó e intentó mantener el curso de la conversación—. En cuanto a Patrick, sí, fue él. Pero, Lucas, no lo entiendo. Si no pensaste eso de mí, ¿por qué dejaste de buscarme?
—Nunca lo hice. Galager y Julius se encargaron de Patrick, todos los días uno de los dos velaba su casa a la espera de que apareciese, mientras el otro rebuscaba por cada rincón de Londres. De hecho, fue así como pasó. Un buen día Patrick apareció y los llevó hasta ti. Por mi parte estuve pegado a las faldas de tu tía lady Agatha para averiguar cualquier cosa que me diese una respuesta. Pero esa mujer es perro viejo, cariño, se habría dado cuenta de mis intenciones en los primeros días y temí que te hiciese algo si se percataba de que había sido descubierta. Por eso recurrí a Joan, mi amor, para que la bruja de tu tía creyese que no me importabas y bajase la guardia. Fue necesario.
—¿Y la anulación? Eso también era necesario, ¿no? —ironizó Gwen.
—No. Jamás pretendí tal cosa, no sé quién ha dado vuelo a ese rumor pero te juro por lo más sagrado que no tengo nada que ver con ello.
—Qué más da. Gracias a tu declaración pública de infidelidad estaré en boca de toda la sociedad y todos creerán que sí querías anular nuestro compromiso.
¿Sabes lo que me has hecho? Jamás podré aparecer en público.
—Lo harás Gwen, con la cabeza bien alta y de mi brazo. Solucionaré todo, cariño. Te lo prometo. Ya he puesto en marcha un plan.
—Pues como sea parecido al anterior…
Lucas soltó una carcajada y la abrazó.
—Tranquila gatita, guarda tus garras y escúchame. Fui a ver al rey para cumplir con un mandato que me hizo el día que lo conociste en la ópera, aproveché la visita para contarle tu historia y pedirle su apoyo. Gwen, nos guste o no tu tía pertenece a la alta sociedad londinense y pese a lo que ha hecho, los nobles suelen ser intocables. Como mucho se les despoja de sus bienes pero poco más. La justicia es sólo para los pobres, los ricos salen de rositas siempre. Le prometí al rey mi apoyo incondicional en un asunto que tiene entre manos si me respaldaba con esto y le solicité que reconociese públicamente tus derechos. Te lo mereces cariño, que todo el mundo sepa que eres la bella Gwendolyn Alice Evans, hija del conde de Durlee. Jorge estuvo de acuerdo, aunque a cambio solicitó ser el padrino de nuestro primogénito. Acepté, por supuesto, es un precio muy pequeño por lo que va a hacer por nosotros.
—¡Oh, Lucas! Perdóname. He sido una tonta, te quiero tanto…
—Y yo a ti, tontita —tomó su rostro entre las manos y la besó apasionadamente—. Gwen, ¿te has fijado en tu segundo nombre? Es Alice.
—Sí, y la verdad es que no me sorprende, te reirás pero creo que estábamos predestinados. No puede ser casualidad Lucas, tu primera Alice te falló, pero ésta te amará siempre.
—¿En serio, tanto tiempo? —su mujer lo golpeó juguetona y él le guiñó un ojo.
Con una gran sonrisa Lucas la cogió en brazos y la depositó en la cama. Con suavidad le arrebató el camisón de seda blanca y la contempló en su desnudez. Qué hermosura, sus cabellos negros se esparcían por la almohada y un grácil mechón rizado se escapaba del resto cubriendo rebelde uno de sus pechos. Lucas se acercó a él hipnotizado, lo agarró sujetándolo en un puño y se lo acercó al rostro para absorber su aroma a lilas. Su mano se dirigió hacia su rostro y la acarició con suavidad mientras sus labios capturaban los de la joven en un beso plagado del amor que resplandecía en su corazón.
Su mano bajó hasta abajo y exploró sus dulces pétalos hasta que la escuchó gritar su nombre. Palpó una y otra vez el centro de su pasión sintiendo su cuerpo arquearse en su mano. Con una sonrisa diabólica volvió a besarla y la penetró con uno de sus dedos.
Gwen creía morir de placer, Lucas la estaba llevando al cielo. Un fuego abrasador se extendió poco a poco por cada centímetro de su cuerpo. Se arqueó en busca de su marido y se rozó contra él sintiendo cómo sus cuerpos se fundían en uno sólo. Él se colocó entre sus piernas y se introdujo en su interior. Juntos cabalgaron hacia el paraíso. Un temblor se apoderó de ella e intentó dejarse llevar, pero entonces Lucas se apartó. Angustiada por la pérdida de su calor protestó con un susurro. Él se rio y se agachó capturando su sexo con la boca.
Gwen gritó de placer. Lo que hacían tenía que ser pecado, estaba segura de ello, más no podía parar, pues con cada movimiento de su lengua creía morir. Pinchazos de placer le recorrían todo el cuerpo anunciándole que la explosión llegaría pronto. Sin saber muy bien lo que pedía, Gwen le suplicó: «Lucas, por favor». Él solícito le dio lo que necesitaba y con una embestida se introdujo dentro de ella. Se movieron al compás hasta que la liberación de ella dio paso a la de él, que gritó su nombre entre escalofríos de placer.
La joven cerró los ojos sumamente complacida, a su lado Lucas intentaba recuperar la respiración. Su mujer lo llevaba al limbo. Con una sonrisa se acercó a ella y la abrazó deseando no soltarla jamás.
Gwen estaba aún somnolienta cuando su marido irrumpió en la habitación compartían desde hacía tres días.
—¡Gwen! He recibido noticias de Galager, hay una mujer que quiere hablar con nosotros, tiene información sobre tu madre, cariño. He pensado que quizá querrías venir.
Gwen se levantó de la cama de un salto y se acercó a la mesita.
—Por supuesto que sí, Lucas. Por favor, llama a Anne para que me ayude. En media hora estaré abajo, ni se te ocurra marcharte sin mí, eh —le dijo con una sonrisa.
Esperó a que llegase su nueva doncella y con su ayuda se atavió con un vestido verde oliva. Anne se acercó con una peluca blanca llena de ricitos pero ella negó con la cabeza, ese día iría lo más sencilla posible. La doncella se opuso en redondo a dejarla marchar con el cabello suelto e insistió en hacerle un elaborado peinado que le otorgaba varios centímetros de lo alto que era.
Miró las perlas que Lucas le regaló el día anterior y se las puso. Luego corrió hacia la escalera y acudió a la entrada, donde ya la esperaba su esposo. Subieron al carruaje y se dirigieron hasta una pequeña cabaña situada a las a fueras de Londres.
—Vuelve a tocar, Lucas, quizá no nos hayan oído —miró a su esposa y le sonrió en señal de apoyo, llevaban un buen rato tocando a la puerta de la casita y nadie respondía. Gwen lo miraba con lágrimas en los ojos y él se juró que volvería todos los días hasta que hallase respuestas. Pero no la volvería a traer, no soportaba ver la decepción reflejada en sus bellos ojos.
—Cariño, será mejor que regresemos otro día no parece haber nadie…
—¡No! Lucas, por favor. No podemos rendirnos, toquemos más puede que estén durmiendo —desesperada comenzó a aporrear la puerta mientras gritaba, a Lucas se le caía el alma a los pies al verla en ese estado. La cogió de la cintura y la apartó de la puerta. Ella se resistía entre gritos y lágrimas.
—¡Madre! Madre, soy yo. Por favor, ábreme…
Lucas la alzó en brazos y la estrechó con fuerza cuando sus sollozos se hicieron más fuertes. Se subieron al carruaje y partieron de regreso. Gwen miraba por la ventana cuando le gritó al cochero que parase. Abrió la puerta y salió disparada.
—¡Gwen!
Lucas corrió tras su esposa y vio cómo se acercaba a una joven. Las vio conversar durante unos minutos y a continuación Gwen le dedicó un gesto con el rostro indicándole que entrara junto a ella en aquella casa.
Gwen observaba cómo la joven preparaba té y se retorció las manos impaciente. Cuando la vio por la ventana sintió que debía acercarse a ella, algo le decía que tendría respuestas. Al darle alcance fue directa al grano, le dijo que estaba buscando a su madre, desaparecida diecinueve años atrás. Asintiendo con la cabeza la mujer le contestó:
«Sabía que este día llegaría, así se lo dije a su detective. Por favor, sígame, le contaré todo lo que sé». Y ahí estaban, esperando que les dijese dónde estaba su madre.
—Verán, hace mucho tiempo de esto. Yo era una niña, tendría ocho años cuando nos encontramos a la señora. Habíamos ido a Covent Garden con nuestra vieja carreta, la llevábamos repleta de provisiones por lo que madre decidió tomar un atajo por un camino pedregoso para evitar los salteadores de caminos. Estábamos ya casi llegando cuando una mujer apareció en medio del camino, gritó algo y se desplomó en el suelo. Madre intentó frenar los caballos para no pisotearla y lo consiguió por los pelos. Bajé asustada del carruaje y observé como madre le palpaba el cuerpo —agachó la cabeza avergonzada— emm, para ver si portaba algo de valor. Pasábamos una época difícil, ¿saben? Y madre creyó que la señora estaba muerta, tenía ropas muy caras por lo que supuso que tendría algo que nos serviría para vender. Me ordenó que la ayudase y cuando la toqué casi me muero del susto. La señora me agarró de la mano y me susurró «ayuda».
>> Madre me dijo que nos la llevaríamos a casa porque era una señora de bien que nos pagaría unas buenas monedas si la ayudábamos. Pero no fue así, tras largos cuidados su cuerpo fue mejorando, pero su mente no. Siempre estaba asustada, no hablaba y por las noches gritaba y lloraba como si le estuviesen haciendo daño. A mí me daba mucho miedo, era una mujer muy bella pero siempre me miraba como si no me viese. Era como si estuviese en otro sitio; madre intentó sacarle información y preguntó por el mercado pero nadie la conocía. Durante un año, madre esperó que se recuperase pero la señora nunca lo hizo. Una mañana me despertaron unos gritos, bajé corriendo las escaleras y salí a la calle a tiempo de ver cómo dos hombres se llevaban por la fuerza a la mujer. Madre me ordenó que entrase a la casa y cuando más tarde lo hizo ella me acerqué a preguntarle dónde se había ido la señora, ella me contestó que donde debía estar, con los locos como ella. Años más tarde comprendí que esos hombres eran del hospital Bethlem Royal y que se llevaron allí a la señora. Esta mañana cuando se me acercó fue como ver a la señora de nuevo, usted es igualita a su madre.
—¿Está viva? Jessica, qué fue de mi madre.
—No lo sé, señora. Jamás volví a verla. Lo siento, ese lugar es un infierno, todo el mundo lo sabe.
—¿Infierno? Pero, ¿no has dicho que la llevaron a un hospital para curarla?
—No, señora, el Bethlem no es un hospital, es un psiquiátrico.
Gwen se levantó de golpe tirando la silla al suelo con su movimiento. Se agarró la garganta y miró a sus acompañantes angustiada; con un gemido salió a la calle, necesitaba aire fresco. Pensó en su madre, en los terribles abusos que habría sufrido a manos de sus carceleros. Recordó que una joven del teatro le contó que por un penique cualquiera podría entrar en un sitio de esos y reírse de los «locos». Lucas salió de la casa y ella corrió a sus brazos.
—Llévame allí, Lucas. Si mi madre sigue con vida, la sacaremos cuanto antes de ese lugar.
—¿Estás segura, cariño? Podría ir yo… No quiero que entres en ese sitio, te afectará.
—Iré, mi madre me necesitará.
—Gwen, quiero que te prepares por si…
—No. Esta viva, lo sé —se acercó a su marido y le agarró la mano—. La recuperaremos, mi amor. Mi madre volverá a casa.