Capítulo 18
—¿Lucas? ¿Cómo se encuentra?
Brian esperaba en el marco de la puerta con el rostro compungido por la pena, desde que el médico personal del conde atendió a la joven todos andaban en vilo. La herida no era grave pero había perdido bastante sangre; el disparo le acertó en el hombro hundiéndose en la carne pero sin traspasar ningún hueso, tuvo mucha suerte.
Observó a su amigo y suspiró; no se había separado del lecho de la muchacha en toda la noche. Sus ojos brillantes y su rostro arrugado de preocupación traslucían la angustia que estaba atravesando. Gwen ya debería haber abierto los ojos, pero continuaba sumida en la inconsciencia. Lucas le lavaba la herida cada tres horas colocándole el ungüento que les indicó el doctor para que no se infectase la herida, pero seguía sin responder.
—¿No la ves? Está sufriendo y todo por mi culpa…
Lucas giró la cabeza por temor a que su amigo observase las lágrimas no derramadas que cubrían sus ojos. Cogió la mano de Gwen y la llevó a sus labios rezando fervorosamente que abriese sus preciosos ojos.
—Agua, por favor.
Estaba tan sumido en sus pensamientos que no escuchó el susurro proveniente de la cama hasta que ella movió su mano.
—Agua… necesito agua.
Lucas la miró entre sorprendido y dichoso, ¡había despertado! Le estrechó la mano con fuerza y con una radiante sonrisa se levantó de la cama para acercarse a la mesita y servirle un vaso. Se acercó al catre y sostuvo la cabeza de la joven hasta que ésta bebió. Luego le acarició la frente y la contempló hasta que sus párpados volvieron a ocultar esas amatistas que tanto adoraba. Se giró hacia Brian y éste lo miró extrañado.
—¿Qué ocurre, Lucas? Por tu cara sé que algo sucede…
—Tiene fiebre, Brian. Está ardiendo.
—Lucas mírame. Es una muchacha muy fuerte, saldrá de ésta, lo sé. Iré a abajo a informar a Serena, la pobrecita está muy preocupada se ha pasado toda la tarde llorando. Lucas, se recuperará. Y no te culpes, no sé qué pasó pero te conozco; jamás le harías daño. El responsable es otro y tú y yo iremos a por él cuando ella se recupere así que guarda tus fuerzas para ese.
Él asintió con la cabeza y volvió a mirar a la joven pálida que yacía en la cama. Ni siquiera fue consciente de que Brian salió y volvió más tarde con Serena, estaba ajeno a todo lo que no fuese su Gwen. Durante horas pensó en ella, en la primera vez que la vio en aquella casa de comidas y en el baile. Qué hermosa estaba aquella noche bajo la luz de la luna.
Recordó la rabia que sintió al verla colgada del brazo de su hermano haciéndose pasar por su prometida y su valentía al participar en el plan contra la amante de James. Sus pullas, sus sonrisas… ¡No podía perderla! Ya no era capaz de vivir en un mundo en el que Gwen no estuviese. Él no era un hombre devoto pero aquella noche se arrodilló y rezó por su ángel hasta que le faltó el aliento.
La noche daba paso a los primeros rayos de luz cuando Lucas empapó un trapo en agua fría y se lo pasó por la frente. Miró a ese rostro pálido que seguía inmóvil y se reprochó su gran estupidez, lo último que le dijo a esa preciosa mujer es que se arrepentía de haberla conocido, si se fuese… Esas palabras le pesarían siempre.
—Perdóname, mi amor. Ojalá pudiese volver hacia atrás en el tiempo y borrar todas las estupideces que te dije —se acercó a ella y le besó en los fríos labios—. Te amo, Gwen, desde el primer momento en que te vi.
Un carraspeo a su espalda hizo que pegase un bote y se apartase de la muchacha.
—Lo siento, hijo, no quería interrumpir sólo pasaba a preguntar por la hermosa damita. ¿Cómo sigue?
Lucas miró al conde completamente avergonzado, por sus palabras y por sus actos. Éste le guiñó un ojo de complicidad y supo que el buen hombre mantendría silencio.
—La fiebre ha remitido un poco en las últimas horas pero sigue sin abrir los ojos, quizá nunca lo haga.
El conde vio el rostro apenado del joven y sonrió interiormente recordando los primeros años con su Mary. Daba gusto ver a una pareja tan enamorada aunque ellos aún no fuesen conscientes.
—Se recuperará. Sólo es cuestión de horas, ya verás. Pasaré más tarde a ver cómo se encuentra. Malford, recuerda lo que te dije ayer, cuentas conmigo para atrapar a ese malnacido, pagará por lo que le hizo a la pobre muchacha. Ah, y recuerda que tú y yo tenemos una conversación pendiente. No creerás que pasaré por alto que has deshonrado a la damita, ¿verdad? No, no intentes negarlo que sé muy bien que le has puesto las manos encima; lo cierto es que no te condeno, si yo tuviese tu edad no la dejaría escapar. Pero ésta es una casa decente y cumplirás con lo que se debe o te obligaré a hacerlo. Os veré casados queráis o no.
Sin esperar respuesta se marchó. Lucas miró la entrada vacía y suspiró, casarse con Gwen era un escándalo, él era un duque y ella una plebeya. La sociedad nunca lo aceptaría, era una locura, un desastre. Sin embargo, no imaginaba una vida mejor que a su lado. Y si tenía que renunciar a todo su mundo por estar con ella, así sería.
—¿Tú crees que será capaz?
El débil susurro vino a él como agua de mayo, con gran sorpresa vio que Gwen tenía los ojos abiertos y lo enfrentaba con la mirada clara. Se acercó a ella y tocó su frente comprobando que la fiebre había desaparecido. Lleno de júbilo la estrechó entre sus brazos y la besó con pasión.
—¿Qué me he perdido, Lucas? Pareces otro… —susurro débilmente la joven.
—Lo soy, gracias a ti. Gwen yo…
—¡Gwen! —Serena lo interrumpió con un grito desde la puerta—. Has despertado por fin. Dios mío, amiga, por un momento creí que te habíamos perdido tenías tanta fiebre… Hemos rezado mucho por ti, ¿verdad que sí, Allison?
—Sí, milady. Señorita, estábamos tan preocupadas por usted… ¡No vuelva a darnos un susto semejante! —la joven doncella estalló en sollozos y huyó de la habitación.
—Perdona su reacción Gwen, es que ha estado muy angustiada por ti. Lucas, ¿podrías dejarnos a solas?
—No.
—¿No? Pero…
—No me marcharé hasta que el médico la revise y me asegure que está bien. Puede recaer y necesitarme.
Gwen lo miró anonadada y sintió que habían raptado al verdadero duque, pues éste hombre guapo y medio encantador no se parecía en nada al bribón de mal genio que tan bien conocía. Algo le decía que las cosas serían diferentes a partir de ahora, pensó en la discusión que mantuvieron antes del ataque y en el miedo que sintió ante la posibilidad de perderlo y supo que había llegado el momento de dejar los rencores atrás. Lo amaba y eso era todo lo que importaba.
Lo odiaba, definitivamente era así. ¿Cómo podía ser tan testarudo? Habían pasado cuatro días desde el disparo y ese bruto la seguía tratando como una inválida, no la dejaba ni salir a pasear. Por no hablar de la monumental discusión que mantuvieron cuando le informó que al día siguiente acudiría al baile de los marqueses de Growling tal y como lo habían planeado. Se puso hecho un basilisco, pero no le importaba.
Acudiría a ese baile a acabar con el trabajo para el que había sido contratada le gustase a ese mequetrefe o no. Necesitaba salir de esa habitación o enloquecería, los excesivos mimos de todos la estaban agotando por no hablar de la insistencia del conde que no atendía a razones y quería casarla en cuanto estuviese algo recuperada. ¡Casarse con Lucas! Era un disparate. Él era un duque y ella… No, no saldría bien, además, que él tampoco querría atarse con nadie y mucho menos con ella. Pero cómo le hacían entender al conde que jamás podrían desposarse porque ella no pertenecía a su mundo. De repente, lord Bute apareció ante su puerta como materializado por sus pensamientos.
—Hola, milady, espero no importunarla con mi presencia. ¿Cómo se encuentra?
—Pues ahora que le veo muy bien, me moría de tedio aquí tan sola —hizo un mohín y ambos se rieron con la chanza; la joven no estaba sola ni para dormir pues todos se turnaban. El conde se maravilló de su buen carácter y se apenó porque según sospechaba en cuestión de unos segundos le cambiaría.
—Verá, muchacha, yo…
—¿Ha ocurrido algo, milord?
—No, no… bueno sí… Hoy es un día de júbilo para nosotros, se celebrará unas nupcias aquí.
—¡Vaya, qué buena noticia! Y ¿quién es la afortunada novia? ¿Algún familiar?
—No, Dios me libre.
—Ah, ya lo entiendo, es una boda entre el personal del servicio. ¡Qué alegría! Pues pienso asistir, no me lo perdería por nada del mundo.
—Claro que no se lo perderá, milady.
—No sabe cuánto le agradezco que me apoye en esto, deberá reafirmarse delante del duque que se ha empeñado en mantenerme prisionera entre estas paredes, pero si me ayuda él no podrá negarse.
—Él estará totalmente de acuerdo —se dirigió a la puerta y la encaró—. No podría negarse, se lo aseguro. Usted irá a la boda de eso no tenga la menor duda.
—¿Por qué está tan seguro, lord Bute?
—Porque usted es la novia.
El conde cerró la puerta tras sus palabras y huyó de allí como un cobarde; cuando andaba por el pasillo escuchó el grito furioso de la dama y algo le dijo que daría problemas hasta la ceremonia. Se dirigió a su estudio y se encerró allí hasta la hora señalada para el enlace. Necesitaba tranquilidad.
Lucas estaba mirando por la ventana cuando la puerta se abrió y tal y como esperaba entró su prometida furiosa.
—¿Lo sabías?
—Si sabía, ¿el qué?
—Esta insensatez de boda, el conde ha tenido a bien de informarme que hoy me casaba, qué gentil por su parte, ¿verdad? Digo yo que algo tendré que decir al respecto y por cierto ni he aceptado.
Lucas la miró y soltó una carcajada ante sus palabras plagadas de amargada ironía.
—¿Tan malo sería, Gwen?
—El qué, ¿casarnos? —al ver que no contestaba se exasperó—. Por Dios, ¿es que tú también has perdido el juicio, Lucas? No podemos casarnos es una locura, no está bien.
—¿Quién lo dice?
—Lo que me faltaba, el conde te ha absorbido el seso. Eres un duque, ¿recuerdas? No puedes casarte conmigo, la buena sociedad hablaría, jamás lo pasarían por alto.
—Te recuerdo que todos piensan que eres hija de un conde. Además, si quieren hablar que hablen, no me importa.
—La Madre Superiora siempre decía que las mentiras tienen las patas muy cortas y es cierto. Lucas, al final la verdad saldrá a la luz.
—No me importa.
—¡Recupera el juicio! ¿No ves lo que te pasa? Estás agradecido porque te salvé la vida pero un matrimonio no se sustenta con el agradecimiento, necesita de mucho más y ciertamente tú y yo no pegamos nada.
Lucas sonrió y la atrajo hacia sí.
—Pues yo creo que sí o es que no te acuerdas lo bien que se acoplaron nuestros cuerpos la otra noche… —Gwen se puso colorada como un tomate y reaccionó justo cuando él intentó capturar sus labios.
—Basta, Lucas. Tú no quieres casarte conmigo realmente. Esto es otro de tus juegos, un divertimento más; un día te cansarás de tu esposa pobre y entonces qué pasara conmigo, eh. ¿Has pensado en ello? Eres un buen hombre y sé que quieres hacer lo correcto porque te sientes en deuda conmigo, pero no me casaré contigo, Lucas. Nunca lo haré.
Gwen vio la resolución en su rostro y supo que sólo había una cosa que lo haría cambiar de opinión, era por su bien, algún día se arrepentiría del matrimonio cuando todos le cerrasen las puertas y fuese un paria, no importaría su rango pues quien desafiaba las convenciones y las reglas sociales lo pagaba caro, con el ostracismo social. Lo amaba y nunca lo condenaría a una vida así, el escándalo salpicaría a todos, incluso a Serena.
Prefería mil veces su odio que ver reflejado el arrepentimiento en sus ojos meses después.
—¿Crees que te amo, Lucas? ¿Que por eso te salvé? No seas estúpido, fue puro instinto, lo habría hecho por cualquiera. Sí, me atraes, pero de ahí a amarte… Una cosa es ser tu amante y otra muy distinta casarme contigo.
—Gwen, se te da muy mal mentir así que déjalo, esta tarde a las seis nos casaremos estate lista o subiré a por ti y te llevaré arrastras.
—Pero estás sordo o qué. Te he dicho que no te quiero y nunca lo haré, lo único que quiere la gente de ti es tu dinero porque…
Lucas se cansó de escuchar naderías absurdas y la acalló con un beso que pronto despertó la pasión de ambos. Se separó de ella y sonrió al comprobar que aún estaba sujeta a él, sus labios plenos estaban entreabiertos y rosados por el beso. Abrió los ojos y lo miró con lágrimas en ellos. Luego, la expresión de su rostro cambió y sus bellas amatistas transmitieron chispas de furia.
—Si te atreves a arrepentirte yo misma te caparé, Lucas Alexander Benet. Y más te vale que no me seas infiel porque te juro que…
—Sí, sí, me caparás.
—¡¡¡Ajj!!! Eres insufrible.
—Sí, pero me amas. No intentes negarlo me lo dijiste en sueños —puso la voz en falsete y la imitó—. «Oh, Lucas, amor mío, te amo tanto… Eres el hombre más bueno, apuesto y atento del mundo, nunca volveré a discutir contigo y te obedeceré en todo siempre…»
Gwen puso los ojos en blanco ante sus bromas y le arreó un cachete en el brazo.
—¡Por Dios…! Creo que prefería al duque estirado y pomposo, al menos a ese sabía cómo manejarlo.
—Serás bribona. ¿Quieres manejarme? Pues bien señorita soy todo suyo —dijo Lucas mientras se quitaba la camisa, los pantalones y los calzones. Se dirigió a la cama y se tumbó en ella totalmente en cueros.
Gwen soltó una exclamación de sorpresa ante su descaro. No se acostumbraba a ese joven encantador pero le gustaba tanto, que le demostró su afecto durante horas.
Lucas esperaba impaciente la llegada de la reticente novia pensó en las horas pasadas y sonrió, la vida con Gwen se le planteaba emocionante. Con su genio, su valentía y su carácter ingenioso jamás se aburrirían, ni un solo momento.
De repente la novia apareció del brazo del conde y a Lucas se le cortó la respiración, estaba preciosa de azul cielo. Llevaba el pelo suelto, como él se lo había pedido y le sonreía con timidez, nunca la vio tan hermosa como en ese instante. En cuestión de minutos sería suya para siempre.
La boda fue interminable y todo por culpa del conde, de Lucas y como no, del cura. Por supuesto que ella no tuvo nada que ver, no fue su culpa que la falda se enredase en unas hierbas que la hicieron tropezar y agarrarse al conde para no caer. Éste, sin embargo, no tuvo tanta suerte y cayó al suelo embarrándose por completo. Uno de los perros del conde que estaba siendo trasladado a la parte de atrás de la casa por un sirviente se soltó para acercarse a su amo y juguetón le quitó la peluca que se le desprendió dejando al descubierto su incipiente calva. El animal cogió el pelo postizo entre sus dientes y moviendo el rabo salió corriendo con su trofeo, el conde pegó un grito y al verse en semejante estado salió en pos de la mascota gritando su nombre. Gwen, a su vez, persiguió al conde, Lucas a ella y el pobre cura al resto. Cuando llegaron al riachuelo que había en las cercanías el perro estaba sumergiendo la peluca del lloroso conde.
Gwen intentó recuperarla introduciéndose en el agua sin ser consciente de que el aparatoso vestido acabaría ahogándola. Al final Lucas tuvo que acudir en su ayuda metiéndose en el agua y cogiéndola en brazos. Fue allí donde el exasperado hombre de Dios los casó. Sin darles tregua a un desastre mayor, simplemente pronunció un «por el poder que me ha sido concedido yo les declaro marido y mujer. Y ahora me marcho antes de que este terremoto de mujer me arrolle a mí también». Lucas y Gwen, ambos totalmente empapados, se miraron y estallaron en carcajadas. Luego sellaron los votos sagrados con un beso, el primero de cuantos se darían aquella noche.
—Ciertamente ha sido interesante su visita, Malford, se me hará raro escuchar tanto silencio tras el paso de todos ustedes, son como un auténtico vendaval.
Lucas sonrió a lord Bute y pensó que echaría de menos a ese hombre que tanto le recordaba a su padre, pero era momento de partir. Además era jueves, el día del baile y Gwen insistía en acudir para arreglar todos sus desahijados. Él, aunque al principio no se le antojaba una buena idea por su reciente convalecencia, al final se dejó convencer pero con la condición de que llegarían, bailarían dos piezas y se irían. Se moría de ganas de restregarle a esa remilgada sociedad su buena suerte. De hecho, antes de asistir a su boda mandó una nota al General Advertiser para que publicasen en la sección de sociedad la gran exclusiva, a esta hora todo Londres sería consciente de la noticia.
—Lo echaremos de menos, lord Bute, aunque algo me dice que le veré pronto, mi esposa le tiene en alta estima.
—Es una dama encantadora, cuídela bien Malford o responderá ante mí. Y ahora pasemos a otras cuestiones más serias. Tome aquí está la carta que me pidió el rey. Muchacho, la información que pone aquí es de suma importancia para el monarca, no dejes que nadie más que él la lea. Se avecina una gran tormenta y debemos estar preparados.
—¿Eso quiere decir que los rumores son ciertos?, ¿las colonias preparan una rebelión?
—No sé qué pasará, Malford, sólo puedo decirte que estés bien preparado pues mis contactos allí me han hablado del ambiente caldeado que se respira, sobre todo, en Boston. Estoy casi seguro que las trece colonias americanas se alzarán contra Jorge. Están descontentos porque no se les ha reconocido la ayuda que prestaron en la pasada Guerra de los Siete años, se lo advertí en su día, pero no me hizo caso. Ahora creen que no nos necesitan que ellos solos pueden crear una gran nación, ¿te imaginas algo así? Es inconcebible. Según tengo entendido se están agrupando en bandos, los seguidores del rey a los que apodan Kings Friends y los partidarios de la independencia, que por el momento no son muchos.
Debemos atajar cuanto antes este problema para evitar que pase a mayores.
—¿Usted cree? No pienso que se llegue a tal extremo…
—Estoy seguro. Si no se alcanza un acuerdo ya, nos declararán la guerra.
—Está bien, le transmitiré sus palabras al monarca e intentaré que sea consciente de la gravedad a la que nos enfrentamos. Quizá encontremos una solución.
Lucas se dirigió a la entrada de la casa acompañado del conde, allí los esperaban todos con los carruajes ya preparados, miró a la que era su mujer desde hace horas y supo haría todo lo que fuese por evitar esa guerra, nunca expondría de tal forma a Gwen.
Ahora había encontrado un motivo para ser feliz, no lo dejaría escapar.