Capítulo 14

 

 

 

 

Gwen la esperaba en el hall inquieta. El tiempo corría y cada segundo que pasaba iba en su contra. Deseó que James estuviera sano y salvo y que todo hubiera terminado. Entonces recordó lo fácil que era la vida cuando aún caminaba de la mano y el mayor problema que una podía tener era mojar la cama. Y ahora, ¿qué le había regalado el tiempo? Una realidad que más bien parecía una constante partida al ajedrez; su hogar se desmoronaba. Todas las jovencitas que confiaban en ella se verían en la calle en cuestión de poco tiempo y quién sabe si alguna terminaría vestida como ella en aquel preciso momento. Aquella idea la horrorizó tanto que tuvo que sentarse para recuperar  el aliento.

De repente se imaginó a James tendido en el suelo frío del dormitorio de aquel piso del pecado, rodeado de sangre esperando a que la vida se escapara sigilosa en un suspiro. Nada era justo. Los pasos de Serena se aproximaron hasta que por fin la espera finalizó.

—Estamos para que nos entierren —Serena se observó de nuevo en el espejo esperando encontrar un resultado distinto al de hacía unos segundos. Pero seguía vestida de ramera.

—Debemos apresurarnos. Si no... podemos perderles la pista.

—Gwen, pero ¿tú estás segura de que irán al puerto?

—Eso espero. Vamos. No tenemos tiempo que perder —Gwen agarró de la mano a Serena con el fin de que su amiga se sintiera más segura. La verdad sea dicha, Gwen solía interpretar todo tipo de personajes en el escenario y Serena... era la primera vez que sus pechos estaban más descubiertos que nunca. Cada paso que daba solía echarles un vistazo esperando que no hubieran salido despavoridos.

—Dios, ser ramera es horrible. Jamás, ni en mis peores pesadillas me habría imaginado vestida de esta guisa —subieron a un carruaje de alquiler y éste terminó bajando la calle como alma que lleva el diablo. Resultado de las palabras de Gwen al cochero: «Llévenos al puerto lo más rápido que pueda. Es un asunto de vida o muerte». El sonido del traqueteo de las ruedas de madera al chocar contra la pedregosa calle perforaba los oídos de las jóvenes. Jacky sonrió satisfecho a la noche que los cubría, pensando en cuánto adoraba conducir sin control por la ciudad. Desconocía los motivos de esas mujeres de aspecto vulgar  e intuía que algo pasaba, pero por una vez se alegró de ser un simple cochero.

—La idea de que James esté... muerto, me tiene en vilo. No puedo dejar de pensar en él —Serena le acarició el brazo mientras le susurraba que todo iría bien—. Pero, ¿y si lo han matado? Todo por dinero. Lo odio. Siempre lo he odiado.

—Eso lo dices porque siempre te ha faltado.

—Vamos, Serena.... no me des ahora clases. Tú no sabes lo que es sufrir cuando falta. Jamás lo has sentido y jamás sucederá.

—Es cierto, querida, aunque he sufrido otros duros embates, como la pérdida de un ser querido. Tener dinero no nos inhibe del dolor —Gwen cerró los ojos y respiró profundamente—. Estás nerviosa. Intenta relajarte, si no el plan no saldrá bien. Ahora debes dejar la mente en blanco. No es momento para ponerse a discutir.

—Perdona, estoy histérica. Es que… es difícil no pensar en James.

—Lo sé. Pero debes hacer un esfuerzo. Mira, ya estamos llegando. Los vamos a encontrar y desearán no haber engañado a los Benet —Serena se colocó bien el escote y se alisó el resto del vestido. Mientras el carruaje daba sus últimos traqueteos, Gwen se concentró en el frío acero de la pistola que yacía en el bolsillo de su traje. «Todo va a salir bien. Todo va a salir bien», se dijo para sí  una y otra vez.

***

—Pero, ¿cómo hemos llegado a este punto? Lo teníamos todo organizado y estudiado. Era un buen plan. Y ahora... no sé si mi hermano está bien o si esas dos locas están sanas y salvas. ¿A quién se le ocurre semejante demencia? —notó que volvía a enfurecerse con cada pensamiento—. Debemos encontrarlas, Brian. La idea de que algo malo le pueda suceder a Gwen... me consume —Lucas había bajado del carruaje y caminaba de un lado para el otro sumido en la agonía por el destino incierto de su hermano. Si algo le pasaba…

—¡Lucas! —gritó Brian desde el carruaje sin obtener respuesta—. ¡Lucas! — repitió mientras bajaba del vehículo y se acercaba a la espalda de su amigo. Al tocarle, éste saltó de golpe. Estaba tan ensimismado que no había escuchado la llamada de Brian—. Debemos movernos. De nada nos sirve estar aquí cavilando sobre lo que puede haber pasado, tenemos que dar con las damas cuanto antes. Hay que ir al puerto. ¡Lucas! ¿Me estás escuchando?

El duque miró confuso a su amigo, sus palabras fueron calándose poco a poco en él. La preocupación le estaba nublando el entendimiento, pero Brian tenía razón debían partir cuanto antes.

—Sí, sí, tienes razón. Debemos ir a su encuentro —se acercó a la portezuela del carruaje de alquiler y desde allí le gritó al cochero—. ¡Al puerto! Lo más rápido que pueda.

Por su parte, Serena y Gwen se preparaban para convertirse en unas auténticas rameras. La noche había llegado a su ecuador y el momento crítico se acercaba galopando presuroso con ansias de destruir todo a su paso como si la palabra fracaso estuviera zurcida en las estrellas.

Las jóvenes bajaron del carruaje de alquiler y se acercaron al cochero para entregarle una bolsita de monedas con el objeto de que las esperase escondido entre unos árboles. El mar respiraba con furia mientras sus olas asomaban por entre el embarcadero. Pronto, a medida que se adentraban en el puerto pudieron ver la vida nocturna de la ciudad en busca de secretos.

Divisaron a un joven marinero que estaba atareado cerca de un barco y decidieron que sería él quien les ayudase. Gwen se acercó y le explicó su plan. Él que vio en esa representación un dinero fácil se prestó al juego.

Las damas se acercaron a la puerta de una pequeña posada y esperaron.

—Umm, pero qué ven mis ojos. Vamos, preciosa dale al bueno de Jack lo que se merece —Serena gritó cuando el desdentado marinero la intentó agarrar.

—¡Gwen!

—¡Ehhh! ¿No ves que mi amiga no quiere na? Aparta tus sucias manos de ella. ¡Ya! —el marinero soltó una carcajada y se acercó a ella agarrándola por la cabellera. La joven notó su fétido aliento en el rostro.

—Entonces, serás tú la que ocupe su lugar —Gwen le sonrió y se pegó a él sacando la pistola que escondía en su bolsito. Le apuntó a la barriga mientras lo amenazaba.

—Tienes diez segundos para desaparecer, desgraciado, si no quieres que hoy sea tu último día.

El hombre abrió los ojos con sorpresa al notar el cañón de la pistola y subió las manos a la cabeza. Gwen se apartó un paso y él huyó. Con una carcajada se giró hacia Serena y recibió un bofetón de ésta.

—¡Pero qué…! —sus palabras quedaron suspendidas en el aire cuando vio a quién miraba su amiga. Una pareja acababa de llegar a la posada y ambos coincidían exactamente con la descripción que tenían de ellos. El hombre asentía distraído a lo que le decía la hermosa joven sin apartar la mirada de ellas. Comenzaba el plan.

Margaritte estudió la zona y comprobó relajada que no había peligro. Se fijó en las dos prostitutas que se peleaban en el lado extremo de la calle y sonrió ante los insultos que se prodigaban. Al mirar de reojo a su marido su risa se esfumó, el muy cerdo no perdía detalle de las dos mujeres de mala vida, el interés se reflejaba en sus ojos. Furiosa le propinó un puñetazo que sí captó su interés.

—¡Ay! Pero, ¿qué te pasa ahora, mujer?

—Límpiate la baba malnacido y muévete, el tiempo no está a nuestro favor así que no lo malgastes y ni se te ocurra acercarte a esas dos, ¿me oyes?

—¡Estás celosa! —sonriente se acercó a ella e intentó capturar sus labios.

—Umm… ¿quieres que nos vayamos a arriba a…?

—¿Qué? Oh… vaya, sí… —soltó una carcajada—. Claro, que quiero, mujer. Me tienes tan olvidado que estoy duro como una roca desde hace semanas —se acercó a su esposa y la intentó agarrar, ella le dio un cachete—. ¡Qué demonios es esto!

—¿A ti te parece que tenemos tiempo para yacer juntos? Eres más estúpido de lo que creía. Mueve el culo y consíguenos un barco para zarpar cuanto antes. Yo iré a la posada a conseguir algo de cena. No tardes, te espero dentro.

«Malditas mujeres…», masculló mientras la veía alejarse. Se tocó la entrepierna y suspiró insatisfecho, la muy zorra lo había puesto caliente. De reojo observó a las rameras y decidió calmar su sed.

—¡Eh tú! La del vestido dorado...

—¿Me dice a mí? —le susurró Serena a Gwen, quien asintió con la cabeza.

—¿Tienes algún problema? ¿Te has perdido señoritingo? —intervino Gwen forzando la voz para que pareciese de los bajos fondos.

—No hablo contigo, sino con tu amiga.

—Mi amiga no está de servicio está noche —repuso Gwen intentado desviar su interés por Serena. La pobre estaba aterrorizada.

—¿Y tú? —El hombre se acercó hasta donde estaban y pudo leer en sus facciones  la descripción que les había proporcionado la señora Rose. Estaban ante el Pirata y la mujer pelirroja, era sin duda, Margaritte. Gwen abrió los ojos con sorpresa cuando notó su mano asiendo con fuerza su cintura, olvidándose del papel le dio un empellón y se apretó a Serena. Demasiado tarde comprobó que su gesto lo había enfurecido.

—¿Os creéis muy listas verdad? —las agarró con energía. Sus brazos eran gruesos  y firmes. Todo intento por deshacerse de él era inútil. Las elevó en el aire como  si se trataran de dos muñecas de trapo inertes.

—¡Suéltame, patán! ¡Socorro! ¡Socorro! —gritaron ambas. El marinero al que habían contratado hizo un ademán de intervenir pero luego se paró y huyó de allí. Estaban solas.

—Me vuelven loco vuestros vestiditos de fulanas. Nos lo vamos a pasar genial esta noche, bombones —su aliento dio de lleno en el rostro de Gwen y creyó enloquecer. Un olor a estiércol se filtró por su nariz y terminó agarrándose a su garganta provocándole ganas de vomitar.

El bastardo cogió a Serena, que estaba luchando como una fiera y la estampó contra el suelo dejándola inconsciente. A continuación, metió a Gwen en un carruaje que estaba aparcado al lado y cerró la puerta.

—¡No vas a poder escapar! Esta noche serás mía —la tiró en el asiento y se puso sobre ella, Gwen se acercó como pudo a su rostro y le mordió con todas sus fuerzas la nariz.

—¡Ahhhh! ¡Puta!—el Pirata le soltó un puñetazo dejándola inconsciente—. Mira, no lo había pensado, así será mucho más fácil.

Le abrió de piernas y con su mano fue admirando su delicado cuerpo. Le acarició los cabellos y se relamió los labios anticipando el placer que obtendría al introducirse en ella.

El único sonido que se escuchaba era su respiración entrecortada. Levantó la falda, la enagua y se dispuso a rasgar sus calzones justo cuando notó un golpe en la nuca que le hizo desvanecerse como si de una torre se tratase. Se desplomó en el suelo del carruaje con gran estruendo.

Lucas agarró el cuerpo inerte del hombre y lo lanzó al frío suelo de la calle, asomó la cabeza y contempló a la joven que yacía en el asiento. Casi con reverencia se acercó a ella.

—¡Gwen! Dios mío…

Lucas palpó su rostro de ángel y dio las gracias al cielo por haber llegado justo en ese momento. La agarró con sumo cuidado y la sacó del carruaje. En ese momento la joven aleteó las pestañas y abrió los ojos.

El rostro de Lucas se fue haciendo visible en su borrosa visión. De repente, el recuerdo de lo experimentado minutos antes la asaltó dejándola totalmente horrorizada. Sin poder evitarlo, se deshizo en lágrimas.

—Lucas dime que no ha pasado nada, por favor. ¡Dímelo! —Lucas la tendió en el suelo y la acarició con infinita ternura mientras negaba con la cabeza.

—Tranquila, estás a salvo. Aunque podría haber pasado, si hubiera tardado sólo cinco minutos más...

—¡Calla! Si ese hombre me hubiese…

—¡Lo mataría! —la interrumpió—. Nadie toca lo que es mío. Ahora cálmate, estás a salvo, cariño. Jamás dejaré que te suceda nada.

Gwen sonrió, hasta en esas circunstancias se mostraba posesivo, ese hombre no tenía remedio. Extrañamente feliz al saberse a salvo se acomodó entre sus brazos, comenzó a relajarse hasta que la imagen de su amiga acudió a su mente.

—¡Serena! ¿Dónde está, Serena?

—La hemos encontrado en el suelo, cerca del carruaje por eso hemos supuesto que estarías dentro. Está bien, Brian se ha quedado con ella.

—¡Oh, Lucas! Por un momento pensé que....

—Yo también. Pero estás bien. Venga, te llevaré junto a Serena.

Gwen acomodó su cabeza en el hombro de Lucas y se dejó conducir hasta su amiga.

—¡Gwen! Por Dios, estaba tan preocupada… —Serena se abalanzó ella y la abrazó con fuerza—. Por favor, dime que estás bien, que Lucas no ha llegado demasiado tarde.

—Estoy bien Serena. Tranquila. Lucas llegó a tiempo.

Gwen bajó de los brazos del duque y aceptó la manta que la condesa se estaba quitando para ponérsela. Acurrucada en los brazos de su amiga se dirigió hacia el carruaje en que la esperaba Brian.

Se acercó al sonriente vizconde para saludarlo justo cuando éste cambió la expresión por el más puro terror. Gwen se giró y angustiada presenció cómo el maldito Pirata se acercaba por la espalda a Lucas armado con un cuchillo.

—¡Lucas, cuidado! —gritó el vizconde.

Lucas escuchó un ruido a sus espaldas y al girarse el Pirata le arrebató la pistola que portaba en la cintura. Forcejeó con él y rodaron por el suelo hasta que el rugido de la pólvora de la pistola acabó con la pelea.

—¡Lucaaassss! —Gwen corrió hacia el duque justo cuando éste se levantaba del suelo. Lo abrazó y juntos observaron el triste final del maleante.

—¿Lucas estás bien? —preguntó el vizconde cuando dio alcance a la pareja.

—Sí, amigo —se giró hacia atrás y vio a la aterrorizada condesa—. Gwen, tranquiliza a Serena y subid al carruaje. Regresaremos en seguida.

Cuando las jóvenes damas desaparecieron de su vista. Lucas se acercó al cuerpo del hombre, se agachó para cogerlo cuando un objeto llamó su atención. Entre sus manos tomó la pulsera de rubís que James llevaba aquella noche. Furioso apretó la mandíbula y miró con asco al individuo inmóvil. «James, qué te ha hecho…», susurró apenado. A su lado, Brian compartía su congoja y pensaba lo que Lucas no se atrevía, que el pobre muchacho estaba muerto.

El duque se recobró y agarró con fuerza los brazos de su enemigo, Brian lo sujetó por los pies y lo acercaron hasta el bordillo del muelle. El vizconde se percató de que eran objeto del interés de varios borrachos, dio un repaso a la zona y comprobó que aún no habían llegado los agentes. Mejor, menos explicaciones.

—¿Listo?

—Sí —contestó Brian. Juntos, lo empujaron hacia el agua y observaron el cuerpo inerte hasta que se perdió entre las profundidades del mar.

—Lucas, ¿y ella?

—¿La amante, prima, esposa o lo que sea? Es el menor de mis problemas. Vamos, tenemos que encontrar a mi hermano.

Muy cerca de los nobles una mujer observaba la escena con rabia contenida. Esos desgraciados pagarían por su terrible crimen. Llena de odio juró que se vengaría. Margaritte miró al mar por última vez y con lágrimas en los ojos despidió a su esposo.

***

Damien encontró la puerta abierta e imaginando lo peor se introdujo en la casa. Tras mirar en la parte de abajo y no hallar signos de vida subió las escaleras hasta la alcoba principal.

Un camino de sangre lo precedió hasta la estancia y con el corazón trabajando a ritmos taquicárdicos asió el pomo y la abrió. Sus peores sospechas se hicieron realidad ante sus ojos, James yacía inmóvil en el suelo.

—¡James! Oh no… —se inclinó hacia el joven y le buscó el pulso. Al no encontrárselo le tocó el pecho en busca del menor signo de vida—. ¿Por dónde estás sangrando, amigo? ¿¡Por dónde!? —aulló Damien con el rostro plagado de lágrimas. Palpó su cuerpo hasta que al darle la vuelta vio el cuchillo clavado en  el lomo de su cuerpo—. No, no, no. Vamos, James, no me hagas esto, ¡no puedes estar muerto! —lo abofeteó intentando despertarle, pero nada. El joven no respondía. Volvió a golpearle la cara pero obtuvo el mismo resultado. Nada. Un sonido agudo lo alertó. ¿Había alguien más? Inspeccionó rápidamente las habitaciones con el fin de asegurarse de que estaban a salvo. Una gata negra había tirado al suelo el abrigo de su amigo que colgaba en la entrada. A continuación volvió a subir las escaleras a saltos de atleta, cogió en brazos a James  y lo sacó como pudo de aquella casa.

—¡Deprisa! Hay que llevarlo a Malford House —le gritó al cochero de su hermana.

Allison que lloraba a pleno pulmón se acercó al joven lord para ayudarle. Como pudieron lo metieron en el carruaje y partieron hacia la mansión. El camino era largo y su amigo se alejaba más de la vida a cada  minuto que pasaba.

Cuando el carruaje llegaba ya a su destino tras casi una hora de camino, Damien comenzó a gritar a todo pulmón.  Bailey abrió la puerta sobresaltado.

—Rápido. Es James, está muy grave.

—Pero… — el mayordomo observó cómo arrastraban al joven mientras un hilo de sangre corría por su cuerpo hasta manchar el suelo.

—Mande llamar al Doctor.

—Sí, milord —el pobre hombre notó de golpe un dolor similar al que sintió cuando el señor de la casa murió.

Bailey cerró la puerta y corrió en busca de un criado.

—Despierta. Debes acudir lo más presuroso que puedas a casa del doctor Hood. Es de vida o muerte, lord James está muy grave. El carruaje está listo para partir.

A pesar de las horas tan escandalosas que eran para llamar a la puerta de nadie, el doctor Hood acompañó al criado hasta la mansión de los Benet. No había nada ni nadie que pudiera impedir que ayudara a esa familia. Llevaba toda la vida con aquellos alocados muchachos, había presenciado todos los grandes acontecimientos, desde sus nacimientos hasta las trágicas pérdidas de sus seres queridos. No permitiría que el joven James desapareciese tan campante sin apenas luchar por su vida.

Cuando por fin torcieron a la izquierda y enfilaron los últimos metros hacia Malford House, comenzó a prepararse. Se quitó el abrigo y remangó su camisa blanca hasta los codos. Lo primero que hizo nada más llegar fue lavarse las manos y colocarlas en alto mientras se acercaba a la alcoba de James.

Pasó una media hora para cuando por fin Lucas entró en la casa rompiendo el silencio que se había aposentado. Damien se incorporó veloz:

—¿Dónde está James? ¿Está vivo? Por favor dime que sí.

—Malford, para cuando llegue a esa odiosa casa, James llevaba ahí gran parte de la noche tendido en el suelo. Había perdido mucha sangre. Creo que debemos prepararnos para lo peor…

—¡No! James vivirá aunque tenga que insuflarle vida con mis propias manos.

Lucas entró en la alcoba de su hermano y notó cómo las lágrimas le amenazaban con caer al verlo inmóvil en la cama. Su abuela lo cogía de la mano susurrándole palabras dulces mientras el doctor Hood suturaba la herida. En sus manos estaba el futuro de la vida del más joven de los Benet. Lucas se acercó a su abuela y la abrazó mientras ella se deshacía en sollozos…

Con la llegada de los primeros rayos de luz la vida regresó a las calles dormidas de Londres y con ellos, los primeros síntomas de recuperación de James. El doctor Hood salió de la habitación y se acercó al salón donde estaba toda la familia.

—Sobrevivirá. Ha perdido mucha sangre pero la puñalada no ha dañado ningún órgano. Podéis respirar tranquilos, James vivirá —el doctor aceptó sonriente la alegría de los presentes y la palmada en el hombro que le dio el joven duque como prueba de su agradecimiento—. Ahora lo importante es que recupere las fuerzas. Su mejoría dependerá de él, deberá guardar reposo. Nada de visitas, ni  de excesos.

—¡Gracias, doctor! —la duquesa viuda le estrechó la mano con lágrimas en los ojos.

—Sí, te agradezco, al igual que mi abuela, todo lo que has hecho por nosotros y no sólo me refiero a esta noche. Eres un amigo, Hood.

—Malford, sólo he hecho mi trabajo. Para mí, sois como los hijos que nunca tuve.

Yo también respiro tranquilo al saber que se recuperará.

Gwen se acercó a Lucas y lo abrazó. Aquella noche había sido una absoluta locura pero estaba feliz, miró al apuesto hombre que la había salvado de una situación atroz y supo que lo amaba como jamás creyó posible.