Capítulo 9
—¡No me lo puedo creer! ¿Cómo se atreve? Será desgraciado… ─Gwen arrugó la misiva con furia, en ella ese déspota le ordenaba acompañarle a la ópera, ya que, según él, era su deber como cuñada velar porque no se muriese de tedio. «No tendré esa suerte…», masculló malévola. La carta seguía con una amenaza en la que le dejaba claro que si se negaba a asistir retiraría su consentimiento al enlace.
«Chantajista retorcido… », farfulló con rabia.
—Gwen, ¿qué vas a hacer? No puedes aceptar la invitación, no sería correcto.
Tengo miedo por ti, amiga. Tus negativas sólo consiguen acercarlo más. ¡Está obsesionado!
—Tranquila, sé cómo manejarlo... Es un hombre acostumbrado a tenerlo todo en la vida, pero yo le demostraré que conmigo la cosa no funciona así. Por mí puede meterse su cochino dinero, su posición y su encanto por donde le quepan. Jamás caeré rendida a sus pies. Además, ni siquiera me gusta, siempre he soñado con un hombre cálido y comprensivo… No un cabezota redomado ─miró a Serena y vio que la miraba con suspicacia─. De verdad, lord Malford no me atrae lo más mínimo.
—Por tu bien espero que así sea…
—¡Claro que sí! ─exclamó; de repente se levantó y se acercó a la ventana del salón.
Contempló unos segundos el exterior y se giró hacia Serena con una sonrisa─.
¿Sabes? Ese pomposo necesita que alguien le baje los humos y se me ocurre una forma de hacerlo.
—¿En qué estás pensando, querida? Tengo pavor de escucharte, algo me dice que vas a ir directa a la cabeza del lobo.
—Un lobo que no me atemoriza nada. Serena, ¿crees que Malford tendrá corazón?
Porque sería una ironía del destino que el gran duque acabase totalmente enamorado y suplicando por una mujer… Sobre todo si es de una posición inferior─ exclamó Gwen.
Su mente se imaginó una escena con la que había soñado desde que tenía uso de razón; un apuesto caballero se enamoraba perdidamente de ella sin importarle sus orígenes y juntos, cuidaban a todos los pequeños del orfanato. A su lado tenía lo que siempre había deseado, una familia. Esa conocida imagen fue aclarándose y el rostro de su desconocido príncipe azul fue sustituido por los rasgos ásperos y cautivadores del que era la fuente de todos sus problemas.
—¡Gwen, para!
La voz de Serena la trajo a la realidad y los sueños se desvanecieron de golpe, esto no era un cuento de hadas y su final no iba a ser feliz. Ella era una impostora y él… Él era inalcanzable. Cuanto antes lo asumiese mejor, podría ser muchas cosas en esta vida pero una vulgar ramera nunca, y en eso la quería convertir él. No debía olvidarlo. Sólo drogada acudiría a su cama, prefería morir a verse encadenada a una vida así a la sombra de un amor que nunca pudo ser. Fijó la mirada en Serena e intentó concentrarse en lo que le decía.
—Gwen, lord Malford no es un caballero. Él jugará sucio y acabarás con el corazón destrozado. Corren rumores espantosos sobre él, se dice que detesta a las mujeres, que no ha pasado más de un mes con la misma amante, pero lo peor es el escándalo que se desató por lo de lady Alice.
—¿Quién es esa lady Alice? —la interrogó picada por la curiosidad y por un sentimiento nuevo bien parecido a los celos.
—Alice era su esposa —explicó Serena—, murió en extrañas circunstancias. Una semana después se lo vio del brazo de otra mujer y muchos creyeron que él tuvo algo que ver.
—¿Un asesino? No, Serena. Me niego a creer que la matase para librarse de ella.
Quizá fue un accidente… ─su corazón se negaba a asumirlo. Él no era un asesino, no podía serlo. Sin embargo, ¿qué sabía de él? Era un hombre frío, intratable…
—Hay muchos que lo creen, Gwen, pero nadie se atreve a ser descortés por ser quien es. Aléjate de él, no quiero que te lastime. Escríbele, dile que te encuentras enferma y que no podrás asistir.
—¡No! No pienso esconderme de él. Iré a esa dichosa ópera, pero no lo haré sola. Tú vendrás conmigo.
— ¿¡¡¡Yo!!!?
—Sí, serás mi carabina. Ese engreído se quedará a cuadros cuando te vea aparecer. Chafaremos sus planes. ¿No querías acompañante, excelencia? Pues bien, ahora tendrás dos ─afirmó divertida Gwen.
***
Lucas entró risueño al vestíbulo de Corley House, si su plan marchaba como tenía que hacerlo ahora su bella dama estaría desprendiendo fuego por la boca. Se parecían demasiado, por eso imaginaba su próximo movimiento. Y con ese objeto estaba allí, para truncárselo.
—Lucas, ¿qué haces aquí? ─ Brian salió al encuentro. Estaba horrible, todo desaliñado y con unas ojeras que le llegaban hasta el suelo. Esas hermanas suyas terminarían con él.
—Vístete, Brian. Nos vamos a la ópera.
—¿Qué? Vaya, amigo, lo siento pero me es imposible. Maya está con fiebre, Anabelle quiere hablarme de un maldito pretendiente del que se cree enamorada, Brenda ha vuelto a escaparse a la cocina para hacer de las suyas, Jennifer me ha amenazado con fugarse con un soldado si la obligo a ir a otro baile… ¡Ah!, y Rose quiere que le lea un dichoso cuento, por tercera vez esta noche ─Brian se sentó al pie de las escaleras y sostuvo la cabeza entre las manos. La carcajada de Lucas le hizo mirarlo con cara de pocos amigos. Si él tuviese que enfrentarse a estos terremotos…
—Amigo, necesitas un respiro. Esas preciosidades están acabando contigo.
—¿Crees que no lo sé?… ¡No puedo con ellas! Las adoro, pero a veces… No sé cómo nuestros padres se las arreglaban con esos pequeños monstruos —Brian se levantó y se dirigió al salón. En la puerta se giró hacia Lucas y lo invitó a seguirle─. Ven, tomemos una copa, que la necesito.
—Lo que necesitas es una mujer que te ayude.
—No, Lucas. Lo que necesito es un milagro. ¿Quién querría atarse a un hombre con cinco demonios rubios?
—¿Quién? ¿estarás bromeando, no? La mitad de las jóvenes casaderas del reino se arrojarían a tus pies. Por un ducado y una fortuna hay quien hace lo que sea, lo sabré yo bien ─dijo con una amarga carcajada. Pensó en Alice, su traición aún le escocía en el pecho, qué necio fue al creer que alguien le querría por sí mismo y no por cuanto poseía; un error que no volvería a cometer. Apuró de un trago la copa que sostenía entre los dedos.
Brian miró comprensivo a su amigo y volvió a maldecir a esa zorra que había convertido a aquel muchacho soñador y alegre en alguien amargado y desconfiado. Lucas nunca volvería a ser el mismo por culpa de esa pérfida; pensó en Gisele y sonrió. Aún no sabía qué pensar de la joven pero le agradaba, pues estaba volviendo patas arriba la vida de su amigo. Justo, lo que él necesitaba. Sonrió a Lucas e intentó bromear.
—¡Qué horror! Antes prefiero una vida de celibato.
—¡Ja! Eso no te lo crees ni tú. No tengo milagros, Brian, pero sí a Josephine. La he traído para que cuide de tus hermanas hasta que regresemos. La abuela se ha puesto enferma y se me ha ocurrido que le vendría bien algo de distracción.
Además, adora a tus hermanas.
—No sé, Lucas…
—Está bien, como quieras ─dijo Lucas dirigiéndose a la entrada del salón─. Ah, por cierto, lady Rungor preguntó si asistirías esta noche.
—¿Serena, va? ─preguntó ansioso.
—¿Serena? ¿Desde cuándo lady Rungon es Serena para ti? ¿Hay algo que quieras contarme…?
—¿Yo? No, nada. Quizá tengas razón y debería salir; las niñas adoran a lady Josephine y yo necesito airearme unas horas. Por otra parte no creo que sea conveniente que te deje a solas con lady Gisele. Es la prometida de tu hermano, algo que pareces olvidar.
—Esa mujer no es nada de James, lo sabes tan bien como yo. Ella es mi Helena de Troya y no sé por qué insiste en esa farsa con James. Pero te aseguro que muy pronto descubriré los motivos de ambos.
—Ella no me parece la típica cazafortunas… Seguramente haya una razón de peso por la que está haciendo todo esto.
—No me importa. Si quiere dinero se lo daré puedo ser muy generoso si me complacen. Deseo a esa mujer y la tendré así tenga que pasar por encima de James o de ella misma.
Brian sonrió y bebió un trago. Algo le decía que Lucas había encontrado a una digna rival que conseguiría bajarle los humos a su amigo. Deseó que ese momento llegase cuanto antes, Lucas se merecía ser feliz. La muerte de sus padres y la traición de Alice habían hecho mella en él. Ya era hora que dejase el dolor a un lado y comenzase a vivir.
Su mente dibujó un rostro de ángel rubio, Serena… Se moría de ganas por verla esa noche, ¿cómo lo recibiría? Sonrió. Quizá Lucas tuviese razón y necesitase una mujer, pero no cualquiera, sino una joven de mirada triste…
***
—¿Estoy pasable? ─dijo Gwen al tiempo que se miraba en el espejo. Había escogido un vestido rosa palo de escote pronunciado y con graciosos lacitos a modo de adorno. A lo que no se acostumbraba era a los peinados, la moda dictaba que se llevasen elevados, empolvados o en pelucas. Cuanto más grande mejor; ella lo detestaba, por eso Allison cardaba su pelo hacia atrás en un elevado tupé y rizaba todos los mechones que le dejaba sueltos. Completaba su disimulado peinado con tocados o sombreros grandes para no desentonar. Hoy llevaba una gran pluma fucsia. Era horrenda, a su gusto, pero según Serena le otorgaba un toque elegante. Ella, sin embargo, prefería la sencillez, echaba de menos su melena suelta. Nunca se acostumbraría a estas cosas…
—¿Pasable? Milady, parece usted una reina. Se ve bellísima. Esta noche causará sensación.
—Me conformo con no hacer el ridículo, muchacha.
—Eso jamás, no habrá mujer más hermosa que usted.
—¡Vaya! Gracias por lo que me toca, Allison… ─declaró Serena sonriente entrando a la estancia. Vestía con un vestido verde claro y sus cabellos estaban recogidos en un aparatoso peinado hacia arriba decorado con un lazo negro de seda en cuyo centro resplandecía un diamante. Gwen rio, ese peinado le daba más centímetros, seguramente se tendría que agachar para entrar en el carruaje.
—Usted también está guapísima, milady. ¿Sabe? Me alegro de que se haya quitado el luto, ya la echábamos de menos. Y el verde… Sencillamente está resplandeciente.
Serena soltó una carcajada ante la franqueza de la chiquilla. El timbre de la entrada sonó y escucharon varias voces en el vestíbulo. Serena miró a la doncella y pidió que bajase su ropa de abrigo. Cuando estuvo a solas con Gwen se acercó a ella y le cogió las manos.
—Querida, ¿estás segura? Aún podemos echarnos atrás.
—Ni hablar. Yo nunca me rindo. Además, no será tan terrible piensa en la cara que pondrá al verte. Me muero porque llegue ese momento. No sufras amiga, sé cómo manejármelas con él.
—Eso espero, Gwen…
Las dos mujeres se dirigieron a las escaleras y descendieron hasta la entrada. La primera en reaccionar fue Serena que emitió un suspiro de sorpresa al ver a Brian esperando. La segunda, Gwen que sencillamente maldijo el día en que ese tramposo se había cruzado en su camino. Sonrió, aún lo quedaba un as en la manga y lo utilizaría tan pronto como tuviese oportunidad. El jaque mate, sería suyo esa noche.
—Señoras, permítanme decirles que están arrebatadoras esta noche —dijo Brian adulador. A continuación ofreció el brazo a Serena y la guió hasta el carruaje.
Gwen miró a Lucas y todo el odio que había sentido minutos antes al ver como el joven se había adelantado a su plan, se esfumaron como la lluvia contra el cristal. Pudo notar que se le cortó la respiración, estaba guapísimo. Vestía con una casaca de seda en tono marrón oscuro con ornamentos e hilo en oro, el chaleco era de una tonalidad crema, al igual que los calzones, y portaba además una camisa blanca con chorrera y un pañuelo oscuro anudado al cuello. Él, la miraba fijamente arrugando el ceño. «¿Qué le pasaba, tal mal se veía?».
Lucas miraba embobado a la joven que tenía ante él, era tan hermosa que no pudo sentir otra cosa que frustración al no poder tocarla. Se fijó en su rostro de delicadas facciones y sintió un pinchazo en el pecho. Bajo la mirada por su cuello, por su…
«Pero, qué diantres», frunció el ceño enfadado.
—¡Sube! Quítate ese vestido ahora mismo.
— ¿¡Qué!?
—¿Es que quieres ir enseñando tus encantos a todo el que pase a tu lado? ¡Por todos los santos…! Si no hay casi tela que te cubra el pecho —Gwen soltó un chillido de indignación y le golpeó con el abanico.
—¡Será malnacido! ¿Cómo se atreve a hacer ese comentario?
—Me atrevo porque eres la prometida de mi hermano y no consentiré que nadie te ponga la vista encima.
—Entonces apártela usted también. Esta es la última moda en Londres y no pienso cambiarme; si quiere que vaya ya sabe, mire hacia otro lado y punto —Gwen pasó furiosa por su lado y se dirigió al carruaje.
Lucas respiró hondo y se serenó. Qué mujer más cabezota… Pensó en los babosos que se la comerían con los ojos y suspiró. Después, la siguió hasta el carruaje, se acomodó frente a ella y ordenó al cochero que partiesen.
El carruaje estaba sumido en el más puro silencio mientras se dirigía hacia Covent Gardent, donde se situaba la Royal Opera House. Serena se miró los guantes y al final decidió romper el incómodo mutismo en el que se hallaban los cuatro.
—¿Qué vamos a ver, milord? ─preguntó dirigiéndose a Brian.
—Julius Caefar, una ópera de Georg Friedrich Händel.
—¿Julius Caefar? ¿Esa no es la exitosa obra que se estrenó en 1724 de la mano del famoso castrato Senesino y la gran soprano Francesca Cuzzoni? —preguntó azorada Gwen.
—La misma, milady. Veo que la conoce, ¿cómo es eso?
—Me encantan los espectáculos, mi gran pasión es el teatro. Siempre había querido ir a la ópera —explicó Gwen sin darse cuenta que había hablado de más.
—¿Cómo es eso posible? No puedo creer que siendo su padre un conde italiano no la haya llevado nunca a la ópera, milady —comentó con altivez Lucas.
—Bueno, es que… Mi padre estuvo enfermo mucho tiempo y yo tuve que cuidar de él durante años, como comprenderá no hubo tiempo de fiestas. Cuando murió me trasladé con Serena, conocí a su hermano y el resto ya lo sabe.
—Ah… Ya —contestó Lucas con una sonrisa. Gwen lo miró desprendiendo chispas por los ojos.
—¿Y por qué se representa esa obra? Tenía entendido que había otro estreno…
—Ha sido por petición del monarca, lady Rungor. Al parecer el rey tuvo el privilegio de ver la ópera de niño y le encantó, por ello, ha solicitado que durante esta temporada se repita.
—¿Entonces él estará ahí? El mismísimo Jorge III —Gwen estaba extasiada, ni en sus más remotas fantasías podría imaginar que estaría algún día tan cerca del rey. Sus amigas se volverían locas de envidia cuando se lo contase.
—Sí. Y si usted quiere lady Gisele, Lucas podría presentárselo. El monarca le tiene en alta estima.
—¿Haría eso por mí? —miró a Lucas y éste asintió con la cabeza. Ella le sonrió con el corazón palpitante. ¡Iba a conocer al rey!—.Qué pena que hoy no actúe Francesca Cuzzoni, me hubiese encantado verla en escena.
—Sí, pobre mujer. Cuando pienso en ella me da tanta pena…
—¿Por qué? ¿A qué te refieres, Serena?
—Pues no sé mucho del tema pero escuché que la soprano envió una carta al General Advertiser rogando a sus fans que asistiesen a su concierto para pagar las deudas que había contraído. Y los rumores dicen que ahora está recluida en un asilo para indigentes en Bolonia, donde sobrevive gracias a la fabricación de botones.
—¡Oh, no! Pero eso es terrible… Esa mujer lo tenía todo, ¿cómo ha podido pasarle eso? No lo entiendo…
—La edad milady, que no perdona. En esta profesión sólo las jóvenes conservan el éxito. Francesca Cuzzoni volvió a intentarlo a los 50 años, pero el crítico Charles Buney, la destrozó y jamás se recuperó —contestó Brian.
—¿Por qué? ¿Qué dijo?─preguntó Gwen sumamente intrigada. Lucas se adelantó y casi en un susurro le respondió.
—Si mal no recuerdo escribió algo así como: «Su voz está reducida a un hilo: en efecto la garganta le era inmanejable debido a su edad y toda la calidad de dulzura y suavidad que le hacían tan encantadora están ahora casi desaparecidas... regresó pero pobre, fea y acabada».
—¡Dios mío…! Ciertamente la condenó con esas palabras, ¡qué cruel!
—Bueno, pero basta de hablar de tragedias. Dígame, lady Gisele, ¿habla italiano?
─Gwen miró aterrorizada a Serena. El cochero le salvó de responder al vizconde, habían llegado.
Lucas dirigió su mirada a la ninfa de cabellos oscuros que estaba sentada a su lado. Se la veía en su mundo, sus ojos resplandecían; reía y lloraba junto a los personajes y aplaudía efusiva en cada acto. La vio sonreír y se enterneció. Miró al palco real, se levantó y se dirigió hacia allí.
—Gisele, acompáñame ─le susurró Lucas al oído cuando regresó al palco—. Tengo una sorpresa para ti.
—Yo…
—¡Venga! Prometo que no te arrepentirás. Y si estás más tranquila, te doy mi palabra de que me comportaré como un caballero.
—¿Me está proponiendo una tregua, su excelencia?
—Algo así, sí.
—¿Amigos?
—Por el momento, gatita… ─dijo Lucas risueño—. Si vamos a ser amigos creo que deberíamos tutearnos. ¿No te parece? Eso es lo que tengo entendido que se hace —Gwen sonrió.
—Está bien milord, es decir, Lucas…
Serena observó a la pareja distanciarse del palco de Lucas e hizo amago de levantarse.
—Tranquilícese, la lleva con el rey ─la detuvo Brian—. Le aseguro que estará a salvo —Serena lo miró indecisa y al final asintió con la cabeza.
—Bueno, y ahora que estamos a solas creo que usted y yo tenemos una conversación pendiente, milady…
Gwen se sentía dichosa. Caminaba deprisa hacia el palco real por miedo a despertar de ese sueño. Se giró hacia Lucas y le apremió con una sonrisa para que se diese prisa. A pocos metros de distancia, una espectadora había encontrado algo que la entretenía mucho más que el propio espectáculo y era la presencia de Gwen. Ya nada podría hacer que le quitara los ojos de encima.
—Espera aquí. En seguida volveré a buscarte —Gwen asintió con la cabeza.
Estaba nerviosa, balanceó su cuerpo de un pie a otro mientras esperaba la llegada de Lucas. De repente unos pasos presurosos se acercaron. Antes de que pudiera volver la vista, la joven sintió un golpe brusco en el hombro y cayó al suelo. El sonido de su cuerpo al chocar contra la alfombra alertó a Lucas.
—¡Gisele! Pero ¿Qué haces ahí tendida? ¿Estaás bien? ¿Qué ha pasado? —Lucas se acercó a ella y la ayudó a levantarse.
—No lo sé, alguien pasó por mi lado corriendo, chocamos y caí. Me fue imposible mantener el equilibrio. Pero estoy bien.
—¿Estás segura?
—Sí, sí. No te preocupes. Ha sido una caída tonta.
—Bueno —dijo mientras ayudaba a la joven a incorporarse—, pues en tal caso... entremos. ¿Preparada? El monarca te recibirá ahora.
—Lucas, yo…
—Vamos, no vas a echarte atrás, ¿no? No te acobardes, Gisele. Eres valiente, demuéstralo.
Gwen se sujetó al brazo de Lucas y juntos entraron. Lo primero que pensó al observar a su monarca desde lejos era que no se parecía en nada a lo que había imaginado. Su rostro era algo agraciado; de ojos grandes, nariz recta, labios finos y rosados, y complexión delgada. Estaba ataviado con unas vestimentas en color oro y su pelo estaba oculto en una pulcra peluca blanca sujeta por un gran lazo negro. Era joven, de unos treinta años, pero su porte transmitía cierta autoridad.
—Buenas noches, milady. Usted debe ser Gisele. Lucas nos ha dicho que es una gran admiradora de su Alteza Real y deseaba conocerle en persona —dijo Augustus Henry FitzRoy, tercer duque de Grafton y Primer Ministro de Gran Bretaña.
—FitzRoy, apártate quiero ver a la dama que ha cautivado el corazón de nuestro Malford.
—Pero… —Gwen sintió cómo Lucas le apretaba el brazo y decidió callar—Su majestad, es un grandioso honor conocerle —Exclamó inclinándose en una graciosa reverencia.
—Levántate, milady. Déjame verte. ¡Qué hermosura, Malford! Con razón la tenías tan escondida… ¿Cómo te llamas, querida?
—Mi nombre es… —se quedó paralizada, no deseaba mentirle al rey. Por un momento quiso huir de allí, pero no podía. Si alguna vez se sabía la verdad… ¡El monarca podría mandarla a la horca!— Gisele Gwendolyn Carlliveni, hija del conde de Gervosani.
—¿Gervosani? No he escuchado hablar de él, ¿y tú, FitzRoy?
—Ciertamente no, su alteza. Recordaría ese nombre de haberlo oído.
—Mi padre era de Italia y bueno, pasó muchos años recluido por una grave enfermedad hasta que finalmente murió.
—Vaya, sé lo que es caer gravemente enfermo. La impotencia que uno puede llegar a sentir. Pasé por un infierno parecido hace tan sólo tres años —contó el rey—.
¿Y tu madre?
—Murió al darme a luz. Soy huérfana, mi señor—«por lo menos esto sí es verdad», se consoló la joven.
—Mi palacio, muchacha, es ahora tu hogar. Si lo deseas puedes trasladarte allí como dama de compañía de la reina. Es una pena que no hayas podido conocerla, este último embarazo la está reteniendo en cama. Seguro que es una niña, por eso le da tantos problemas —soltó el rey con una carcajada. Gwen arrugó el ceño por el comentario.
—Igual es un varón, su majestad, sólo los hombres nos postran a la cama aun cuando nosotras no lo deseemos —el monarca abrió mucho los ojos ante su respuesta y ella creyó morir. «Cómo podría haber dicho eso…» El rey se levantó y se acercó a ella, le plantó un beso en los labios y riendo la empujó hacia Lucas.
—Malford, apártala de mis garras que con ese rostro y esa lengua tan afilada estoy tentado de llevármela a palacio…Aunque, bueno, mi oferta sigue en pie, si ella quiere puede convertirse en una de las damas de compañía de la reina desde hoy mismo —le dijo guiñándole un ojo.
—Gracias, alteza, pero yo cuidaré de ella.
—Está bien, está bien. Me ha encantado conocerte, milady, espero que nos volvamos a ver pronto —Gwen le sonrió, hizo una reverencia y se dispuso a salir del palco seguida de Lucas—. Malford aguarda. Acércate, tengo un encargo para ti. Déjennos solos, FitzRoy tú también.
—Su excelencia yo…
—¡He dicho todos! ¿Te opones a mis órdenes?
—Por supuesto que no, majestad. Permaneceré fuera.
Lucas esperó a que todos saliesen del palco y se acercó al monarca.
—¿En qué puedo servirle, alteza? —preguntó receloso, nunca se sabía por dónde iba a salir el rey, era un hombre de modales simples pero con un carácter voluble.
Su padre había gozado de cierta confianza con él al aconsejarle en varias ocasiones durante el transcurso de la gran contienda que terminaría reconociéndose como la Guerra de los Siete años. Era un hombre impaciente que desoía a cuantos le asesoraban y prefería ser él quien llevase en sus manos el peso de cualquier decisión, sobre todo, las políticas. Lucas, que era ahijado de Jorge II, conocía el reino como la palma de su mano y desde que el joven príncipe fue coronado había acudido a palacio a prestar sus servicios siempre que el nuevo rey se lo requería.
—Quiero que vayas a Luton, en Bedfordshire, y te entrevistes con mi buen amigo John Stuart, conde de Bute. Necesito que se haga con suma discreción, Malford. Stuart es un tory y como bien sabes mi gobierno está formado por whigs ahora. Hay rumores de independencia en las colonias y eso es algo que no puedo permitir. Él tenía contactos allí, que los use y me dé la mayor información que pueda; también quiero su consejo. Lo deberá escribir todo en una carta que tú me entregarás en mano. Ahora márchate con tu dama. Malford, suma discreción.
—Por supuesto, excelencia, podéis confiar en mi silencio.
—Bien. Dile a FitzRoy y al resto que pasen. El descanso se ha acabado y nada me apetece más que seguir disfrutando de la ópera.
Lucas asintió con la cabeza y se alejó de allí, mañana mismo partiría a cumplir el mandato del rey. Gisele no estaba fuera por lo que imaginó que habría regresado sola a su palco. Mientras caminaba en su encuentro, su mente evocó aquello que le rondaba desde que lo había escuchado en labios de la joven, su nombre completo. Gisele Gwendolyn Carlliveni. Gwendolyn… se le antojaba que ese nombre la definía mucho mejor, ¿y si la llamaba… Gwen? Sí, ciertamente tenía el rostro de Gwen.
La silueta marcada por una sombra acechaba el palco de la joven. «No podía ser, era imposible…» El tiempo parecía haberse detenido diecinueve años atrás. Y ahí estaba ahora, la viva imagen de Emma, pero sabía muy bien que no era ella. Su parecido no era una casualidad, no podría serlo. Esa maldita mocosa había sobrevivido. Alguien iba a pagar muy caro su error.
No podía esperar más, de este modo, con aquella idea en la cabeza se dirigió a Black Lion. Podría haber gozado de suerte una vez pero no se volvería a repetir...
El carruaje paró en Rungor Hose. Brian saltó del carruaje y ayudó a Serena a bajar. Luego, le ofreció el brazo y la acompañó hasta la entrada. Gwen aceptó la mano de Lucas y se deslizó del coche. Sin embargo, rechazó su brazo. Su contacto la ponía nerviosa.
—Gwen…
—¿¡Cómo me has llamado!?
—Gwen, le has dicho al monarca que ese era tu segundo nombre. La verdad es que me gusta mucho más que Gisele, por eso he decidido que te llamaré así —se encogió de hombros y sonrió al ceñudo rostro de la joven.
—Gracias por lo de esta noche, me he divertido mucho. ¿Puedo preguntarte algo? —él asintió con la cabeza— por qué le has dicho al rey que estábamos prometidos. Cuando se entere de la verdad…
—No importa. El rey es joven y se dice que desde que se casó no ha tenido ninguna amante, pero tú eres muy hermosa, podría encapricharse de ti. No podía arriesgarme, Gwen. Tenía que protegerte.
—Podrías haberle dicho que soy la prometida de tu hermano…
—¡Como si eso le frenase! James es muy joven, el rey no se tomaría en serio ese compromiso.
—Bueno da igual, lo hecho, hecho está. Ya idearemos como arreglamos este desaguisado —dijo Gwen con una sonrisa.
—Voy a besarte.
— ¿¡Qué!?
Lucas bajó el rostro hacia sus labios e intentó capturarlos. Gwen le puso las manos en la boca y lo apartó.
—Lucas, ¡no! Esto no puede pasar.
—¿Por qué no?
—James, recuerdas.
—Ah… sí, James. Bueno, no se tiene porqué enterar, gatita. No seré yo quien se lo diga y sólo será un beso... —susurró agarrándola de la cintura y acercándola a él.
—No, entiende que esto no puede ser. No puedes tenerme, ya no —se dirigió hacia la entrada de la casa donde ya había desaparecido Serena y pasó por delante del vizconde, quien amablemente se despidió con una reverencia y se dirigió al coche. Gwen sonrió, era su momento. Su jaque mate. Lucas se acercó a ella y con ambas manos la giró hacia él encarándola con la mirada furiosa. Gwen se soltó y le devolvió la mirada enfadada.
—Y eso, ¿qué diantres significa?
—Estoy embarazada, Lucas. James es el padre —contestó Gwen cerrándole la puerta en las narices.
Lucas se quedó paralizado, lo había dejado sin habla. Poco a poco se fue dibujando una sonrisa en su rostro. «Así que vas a jugar sucio, ¿eh, gatita…? Muy bien, pues saborea tu pequeña victoria porque muy pronto yo ganaré la partida», le juró.