Capítulo 16
—¿Realmente cree que era necesario?
—¿Cuántas veces quieres que te repita que no me trates de usted? ¿Salvarte la vida no fue suficiente?
—Quiero que sepas que después de este viaje y de la pantomima del jueves me marcharé. Así era el trato con tu hermano y ya ha terminado. No tengo nada más que hacer aquí.
—Bueno yo tengo en mente alguna cosa que podríamos hacer —Lucas le guiñó el ojo cariñosamente provocando en Gwen una pequeña carcajada. Pocas armas le quedaban para fingir odio por un hombre que había hecho tanto por ella. Sin embargo, el final de su historia se aproximaba sin tregua y aquello no se lo deseaba ni a su peor enemiga: regresar a la tierra después de haber conocido el cielo.
—Tendrás que seguir imaginándotelo me temo.
—Es una pena, en mis sueños nos complementamos la mar de bien —Gwen carraspeó. Su rostro se había encendido como una bombilla. En los suyos también eran almas gemelas.
—Bueno, sigo pensando que no hacía falta que me acompañaras en el mismo carruaje. Serena se sentiría mucho más...
—¿Segura? Lo dudo. La compañía de Brian es lo que más necesita ahora. A ver si de una vez por todas dan el paso.
—¿El paso? ¿A qué te refieres?
—Realmente eres sorprendente —Lucas sonrió. Le enamoraba esa visión dulce de la que gozaba su compañera. Aquella vida entre los muros de un orfanato mientras las madres de una congregación intentaban convertirla en una mujer de bien, habían hecho efecto. Era incapaz de vislumbrar un romance ni aun cuando la pareja se besara delante de sus narices—. Brian lleva toda la vida enamorado de ella. Nunca intentó nada. Serena se casó con nuestro amigo y cuando éste murió...
—Ya entiendo, el horno no estaba para bollos.
—Exacto. Nada me haría más feliz que por fin se declarara. Se merecen ser felices
—Lucas miró a Gwen fijamente. En realidad había algo que deseaba aun con más fuerza. Y era ella.
Faltaba poco para llegar a las tierras del conde de Bute para cuando se escucharon los primeros rayos que vaticinaban tormenta. Si Lucas no hubiera estado tan pendiente de Gwen, se había percatado de que en el mismo camino hacia el norte, no solo viajaban dos carruajes si no tres, aunque el tercero anduviera metros más atrás.
—Esperemos llegar a tiempo antes de que el barro se haga imposible de tratar.
—A mí me encanta la lluvia.
—Pues no sé por qué.
—En el orfanato, cuando la lluvia asomaba, Madre Elisabeth nos hacía chocolate caliente mientras nos contaban un cuento a diferentes voces. Eran los mejores días. Casi olvidabas que eras un maniquí que debía gustar en las visitas de parejas desesperadas por tener un hijo. Claro que llegado los seis años, una ya sabía cuál iba a ser su destino.
—Vaya. A mí no me gusta la lluvia —Gwen sonrió. Había conocido la cara más amarga de aquel joven sin embargo, y aunque quisiera poner distancia entre ellos, el mundo se empeñaba en acercarlos cada día más. Deseaba saber más de aquel Lucas educado, simpático, gracioso y con tacto, del mismo modo, que sabía que no debía indagar por su bien. En cuestión de varios días volvería a dormir en su pequeña habitación y volvería a escuchar el ronquido de Madre Elisabeth. Suspiró. Deseaba quedarse junto a Serena para siempre; acudir a fiestas y tardes de té; y volver loco a Lucas Alexander Benet—. Ya estamos llegando. Vas a enamorarte de su carne de ciervo. El hombre es un tanto aburrido y si te acercas demasiado podrás escuchar el sonido de... ¿Cómo decirlo? ¿Sus aires corporales?
—Por Dios, Lucas, basta.
—Pero ya sabes el dicho....
—¡¿Mejor fuera que dentro!?
—Exacto —Lucas y Gwen se rieron al unísono Ninguno de los dos sabía con claridad en que momento habían enterrado el hacha de guerra. Pero así era. Por fin podían estar en menos de tres metros cuadrados juntos y solos sin echar pestes el uno sobre el otro.
El conde de Bute los esperaba a los pies de su gran mansión Luton Hoo como buen anfitrión. Odiaba las visitas políticas pero resultaba reconfortante poder disfrutar de la compañía de damas en su propia casa, algo inusual en aquellos tiempos.
Jamás había sido un hombre que despertara interés en las mentes y corazones femeninos salvo durante sus años en la corte. Ahí sí gozaba de popularidad… hasta su esposa Mary parecía por aquel entonces algo dichosa, no como ahora que vivía separada de él porque detestaba esas tierras. Y todo por el maldito Henry Fox, ese endiablado whig con ínfulas de gran noble le había arrebatado el respeto de todos al difamarle con su lengua viperina. Por su culpa lo declararon impopular y tuvo que dimitir de su cargo de Primer Ministro aislándose en Luton. Algún día ajustaría cuentas con el barón Holland.
Cuando vislumbró las siluetas de los carruajes rompiendo la lluvia, se colocó bien las ropas y carraspeó mientras repetía entre dientes «es un placer milady».
Lucas ayudó a Gwen a salir del carruaje para evitar que se manchara los zapatos con el barro acumulado en el peldaño. En cuanto la vio bajar, John Stuart, conde de Bute, creyó enloquecer. Jamás en sus cincuenta y cinco años de vida había contemplado una belleza de tal calibre. Rápido como el viento, se apresuró a abrir la puerta para dejarlos entrar.
A pocos metros de distancia paró en seco, dado el estrés de los caballos, el carruaje en el que viajaban Serena, Allison y Brian. Aquel fin de semana iba a ser muy interesante, o al menos eso pensaba Allison.
El servicio del Conde de Bute comenzó a trabajar sin descanso para cuidar los detalles que tanto había exigido su señor en que debían hacer hincapié. Ramos de rosas en los aposentos de las damas y una botella del mejor whisky de la zona en los de los señores. Y luego estaba él, un hombre que a pesar de su inteligencia política y estratega... carecía de naturalidad en sus modales extremadamente ensayados y forzados. Si al menos Mary estuviera allí… pero no, esa mujer era más cabezota que una mula. Bien, asumiría su papel de anfitrión y daría la talla.
—Es un verdadero honor tenerlos bajo mi humilde morada durante este corto fin de semana. Si se quedaran más días podría enseñarles lo sutil que puedo ser con el rifle. La verdad es que siempre me ha asombrado el interés que despierta entre el bello sexo. Todas quieren probar la potencia de mi arma…—ante las carcajadas de los hombres y las exhalaciones de las mujeres supo que había dicho algo inconveniente. Pero no acertaba a saber el qué.
—No dudamos de la calidad de ese fusil, conde, pese a su edad —Lucas miró su cara de desconcierto y sonrió al pobre hombre; luego se puso serio—. Su señoría, me complace presentarle a mis acompañantes, lady Gisele Carlliveny, el vizconde Corley, al que según tengo entendido ya conoce de algunos encuentros en la corte y la condesa de Rugor.
—Muchas gracias por la invitación —Serena observó cómo el conde le cogía con energía la mano y la sobeteaba para terminar dándole un beso poco sutil de bienvenida. Luego se giró y fijó sus ojos tras ella.
—¿Y usted quién es, jovencita?
Allison miro detrás de ella para ver a quien se refería y extrañada comprobó que no había nadie. Al darse la vuelta de nuevo se puso coloradísima al ser el centro de todas las miradas. Miro a su señora y le suplicó con los ojos que contestase por ella pues no sentía ni el habla, cosa rarísima en ella. ¡El gran conde había reparado en ella! Pensó en la sonrisa pomposa que pondría su madre cuando se lo contase.
—Mi querida doncella, milord. Su nombre es Allison.
El conde inclinó la cabeza a modo de saludo y expresó ante todos:
—Sed bienvenidos todos a mi humilde morada, sentíos como en casa. A vuestra disposición pongo todo cuanto poseo. Damas, caballeros —saludó con una reverencia a los presentes—. Nos veremos en la cena. Mis criados les guiarán hasta sus aposentos para que puedan descansar si así lo desean —y con estas palabras marchó hacia su estudio antes de que lo detuviesen, necesitaba tomarse un trago para afrontar el ajetreo social de la noche.
Desde el alféizar de la ventana de la planta baja donde acostumbraba a estar los grandes salones, Patrick observó con curiosidad los gestos de la damita intentando descubrir su talón de Aquiles. Era su primer trabajo y no debía fastidiarlo. La tal lady Gisele o como la llamaba Julius, Gwen, jamás regresaría con vida a Londres, de eso estaba seguro. Sin embargo no pudo ignorar que aquel joven, el más apuesto de la mesa, podría llegar a resultar un verdadero estorbo. Había viajado con la joven en el mismo carruaje, algo inusual entre damas de buena posición, y no le quitaba ojo. Tendría que quitárselo de en medio cuanto antes. Patrick palpó la ventana de la habitación contigua con la esperanza de que ésta no estuviera cerrada y «¡bingo!», bramó entre dientes. El plan estaba en marcha.
Se colaría en el dormitorio de la joven y la ahogaría con la almohada. De este modo, cuando despertaran se la encontrarían en la cama y creerían que había sufrido un ataque al corazón. Podría ser el principio de su carrera en solitario.
La velada casi había llegado a su fin, o al menos eso era lo que pensaban todos, más la realidad distaba mucho de ser esa. Cuando el anfitrión se retiró tras la cena, el resto tuvo que hacer lo propio cobijándose en sus habitaciones, pero sólo el conde dormía plácidamente.
Gwen daba vueltas y vueltas en sus aposentos. La idea de perder para siempre a Lucas la aterrorizaba; Lucas, por su parte, caminaba sigiloso hacia un dormitorio que no era el suyo, y mientras, Brian y Serena hablaban en el umbral de la puerta del dormitorio de la joven:
—Es peculiar este hombre, ¿verdad? No dejo de pensar en el discurso sobre botánica con el que nos ha obsequiado durante toda la cena. Sé que no es propio de una dama decirlo pero… por un momento creí que me dormiría sobre el plato.
—Siempre ha sido así, el pobre. Pero es una gran persona. Y curiosamente, y digo curiosa porque esta noche ha demostrado lo contrario, es un tipo sumamente inteligente e ingenioso.
—Parece que me lo quiera vender. No creo que sea mi tipo, vizconde —le dijo Serena con sonrisa picarona.
—¡Por Dios! ¿Usted y el conde? No era lo que tenía en mente precisamente.
—Bueno y ¿qué es eso que tenías en mente? Ay, yo…Milord, no debí tutearle.
—Claro que sí, Serena, no te disculpes que ya va siendo hora de que lo hagamos.
Es lo que quiero y sé que tú también.
Serena lo miró confundida, algo le decía que ya no estaban hablando de los tratamientos sociales…
—¿Qué tengo en mente? —Brian se acarició el mentón mientras reunía el valor para dar ese paso hacia el vacío—. Bueno yo....
—¿Sabes a quién le pegaría?
—¿Qué?
—A Allison, la pobre está deseando tener un romance prohibido… —Brian la miró confundido y repasó sus palabras hasta que comprendió que se refería al conde de Bute.
—No creo que sea lo adecuado, Serena. El conde está casado, ¿sabes?
—¿¡Ah, sí!? Entonces claro que no es adecuado, pobre Allison. Jamás le desearía ser la amante de nadie, ella se merece mucho más. Es sólo que como su esposa no estaba hoy y tampoco ha hablado de ella supuse que…
—Mmmmm —la interrumpió—. Según se comenta esa pareja nunca se ha procesado mucho cariño aunque hace años se le vio cierto acercamiento pero cuando él dimitió de su cargo y se asiló en estas tierras, ella volvió a alejarse. Sin embargo, no está tan mal como crees, al conde lo visitan sus hijos a menudo y él adora la tranquilidad que se respira aquí. Así que, a su modo, es feliz. Y de todas formas, Allison no podría haber tenido un romance a su lado sin salir dañada, el conde es un hombre muy conservador que nunca se desposaría con una plebeya. Eso, aunque nos pese, no sucede, sería un escándalo. Pero bueno, olvidemos el tema y centrémonos en la conversación que hemos dejado de lado, ¿no crees?
—Lo que creo es que tengo un sueño mortal. Ha sido un día muy placentero. Me ha gustado mucho tenerlo... tenerte de acompañante. Pero creo que debería irme ya.
Serena miró al suelo. Brian suspiró. Había pasado el momento. Jamás lo volvería a tener tan cerca. Serena le sonrió y a continuación cerró la puerta. Brian permaneció ahí, inmóvil compadeciéndose de él por lo estúpido y cobarde que había sido. Llevaba toda la vida enamorado de ella. Quizá no era la hora. Pero él sabía que si no era en aquel momento, jamás volvería a reunir el valor suficiente. Siempre encontraría argumentos irracionales para no hacerlo. Así que sin más, toco a su puerta. No obtuvo respuesta.
«Seguro que sabe que soy yo y no responde porque no quiere nada conmigo. Estaba claro. ¿Por qué narices lo has hecho?», pensó Brian. Cuando se disponía a alejarse para siempre de Serena, ésta abrió.
—¿Sucede algo Brian?
Él sonrió. «¿Que si sucedía algo?, sucede que te deseo», pensó en silencio.
—Serena debo decirte algo. Yo...
—¿Qué?
— Yo....
—Venga dímelo de una vez.
—Estoy enamorado de ti. Siempre lo he estado. Desde el primer día en que te vi, lo supe. Después te casaste con mi amigo.... y bueno, lo demás ya lo conoces de sobra. Jamás he dejado de pensar en ti. Y los recientes sucesos me han hecho darme cuenta de lo frágil que es la vida y que rápido se puede desmoronar todo. Si me dejas, Serena, intentaré hacerte la mujer más feliz.... —Serena sonrió y acotó las distancias con un paso—. Te quiero —a continuación la beso. La besó hasta que se quedó sin aliento.
En la otra ala de la casa, dos jóvenes discutían por donde debía dormir cada uno.
—En serio Lucas que no hace falta. Aquí estoy a salvo. No me va a pasar nada.
—No voy a permitir que corras peligro. Ya la cagué con mi hermano y no volverá a suceder.
—James está bien, yo estoy bien... no hace falta que seas tan alarmista.
—Gwen, no me vas a hacer cambiar de opinión. Voy a dormir aquí.
—Conmigo... no es una buena idea, en serio... demasiado tiempo juntos. Podemos terminar tirándonos de los pelos.
—Te prometo que no será así. Ni siquiera notarás mi presencia. Me quedaré en ese sofá de enfrente y no me oirás respirar — Gwen suspiró.
—Eres más tozudo que una mula por Dios. Deberías ser político. Está bien. Espero no oírte respirar siquiera.
—Sí señor, sí mi capitán.
—Hablo en serio Lucas. No te atrevas a acercarte a menos de tres metros. Júralo.
—Lo juroooooo. Ahora si me permites, quiero dormir mal pensada. Buenas noches.
—¿No quieres ni una manta?
—Los hombres rudos como yo no necesitan una mantita —bromeó.
—Está bien, mejor para mí, más caliente estaré —apagó la vela y todo se sumió en una profunda oscuridad y silencio hasta que...
—Pero qué.... ¿Qué diantres es eso? ¡Roncas!
Lucas soltó una carcajada divertido. Pensó en Allison y volvió a agradecer al cielo que la muchacha se hubiese quedado en la habitación de Serena.
—Ya paro, ya paro, era una broma.
—Pues para. Quiero dormir —Gwen volvió a acomodarse en la cama mientras susurraba: «será posible...».
Pasaron varias horas cuando Patrick salió de su escondrijo. A cada paso que daba, notaba cómo sus piernas perdían el agarrotamiento de haber estado arrinconado durante varias horas en el pequeño espacio existente entre un sillón y la chimenea. «Si no he contado mal.... es el tercer dormitorio a la derecha», susurró para sí mismo.
Caminó sigiloso escuchando como el suelo de madera chirriaba con su peso. Al fin llegó a la puerta de la habitación de su víctima. Decidido, abrió con cuidado y se dispuso a entrar para cuando distinguió entre la oscuridad el cuerpo de Lucas. Rápidamente salió despavorido dejando la puerta semiabierta. Estaba claro que primero debía ocuparse de su amiguito.
Gwen despertó con el sonido de la voz de Lucas susurrándole algo al oído
—Has roto el juramento de los tres metros, amigo.
—Quiero llevarte a un sitio especial. Ah... y el juramento de los tres metros me los paso yo por...
—Vale, vale, ha quedado claro... —Gwen rio. No pudo evitar soltar una carcajada
—. Y ¿dónde quieres llevarme?
—Es una sorpresa. ¿No tendrás miedo a los caballos?
—No, no lo tengo.
—Pues arriba. Nos vemos en el hall en media hora.