Capítulo 4
Gwen se levantó sobresaltada con las primeras luces del día, había vuelto a tener aquella pesadilla. Una risa, una voz angelical cantándole y un grito de terror. Una y otra vez se sucedía ese sueño, que la había perseguido durante sus veinte años de vida. ¿Qué significaría? ¿Sería acaso alguien de su pasado?, se preguntó una vez más.
Salió del lecho y se acercó a su baúl. Tras rebuscar con ahínco optó por un sencillo vestido de algodón azul cielo; su favorito. Su padrino Julius se lo había regalado tras su primera actuación y ella lo guardaba con celoso cuidado.
Giró el rostro y miró el vestido que pendía de una silla, James se lo había hecho llegar junto con la carta para que lo luciese en su llegada a la parte noble de la ciudad.
Necesitó la ayuda de dos de sus queridas amigas del orfanato, Frances y Judith, para enfundarse en esa endiablada prenda compuesta por una falda, una sobre falda y un peto triangular bordado en seda amarilla con hilos metálicos que le cubría el pecho. Las mangas le llegaban hasta los codos adornadas en su terminación con graciosas puntillas crema, aunque lo peor era el incómodo corsé y el guardainfante que llevaba bajo los ropajes para dar forma a su silueta. No era la primera vez que se ponía tal vestimenta pues en numerosas obras teatrales había tenido que lucir una indumentaria como aquella, pero de ahí a usarlo en un día común distaba mucho.
Ciertamente ese ropaje incómodo sumado a la necesidad de aceptar esta comedia que estaba empezando a odiar había contribuido a aumentar su malhumor. El pasado día Serena se esforzó por enseñarle: «El adecuado comportamiento de una dama en sociedad», cuando terminaron se sintió tan cansada que abrazó la cálida noche desde su lujosa cama.
Un sonido en la puerta la sobresaltó y cubriéndose con la fina bata de seda que su anfitriona le había proporcionado la noche anterior invitó a pasar a quien llamaba.
—Buenos días, milady, mi nombre es Allison. Lady Rungor me envía para que sea su doncella personal.
—Vaya, gracias Allison, pero la verdad es que no necesito ninguna doncella… Dile a tu señora que podré apañármelas sola. Como puedes ver mi equipaje es bastante modesto así que no tengo grandes dificultades... ─Gwen observó cómo desaparecía la enorme sonrisa de esa joven que parecía tener sólo unos pocos años menos que ella, para dar paso a un gran abatimiento.
—Oh, milady, yo jamás podría hacer tal cosa. Usted necesita a alguien que la ayude y yo… Mi madre es la cocinera y detesto esas faenas, para mí es un honor poder servirla, por favor, no me rechace. Sé que no tengo mucha experiencia pero le juro que aprenderé rápido, además mi madre dice que tengo muy buena mano para el pelo y para coser. Si me deja se lo demostraré.
—Está bien, pero con una condición, quiero que me llames Gwen, no estoy acostumbrada a tantos formalismos.
—Pero milady, usted es una gran dama, jamás podría tratarla con tanta familiaridad.
—Si quieres ser mi doncella ése es el trato, Allison. Me gustaría que fuésemos amigas, no conozco a nadie aquí y ya que vamos a pasar mucho tiempo juntas estaría bien tener una aliada.
—Para mí sería todo un honor, milady. Perdóneme, Gwen… ¡Qué emocionante! Siempre he soñado con esos alucinantes bailes y esos apuestos caballeros… Me lo contará todo, ¿verdad? Ya la estoy imaginando allí sonriendo a un centenar de admiradores y siendo la envidia de las otras damas, mientras un pretendiente la coge de la mano y se ponen a bailar…
Gwen rio de puro gozo al observar a esa picaruela soñadora dando vueltas como si estuviese danzando con un apuesto caballero, al tiempo que tarareaba una canción. Si supiese que ella era una farsante… Una simple huérfana que no tenía casi ni para comer. Inexplicablemente unos ojos grises acudieron a su mente, sintió un escalofrío y rememoró el seductor rostro de ese necio; sin poder evitarlo se preguntó si lo volvería a ver alguna vez…
—¡Buenos días, querida! Oh, veo que ya conoces a Allison, es una buena muchacha, un poco alocada pero de corazón generoso ─dijo Serena entre risas al entrar en la habitación. La joven sirvienta ni se percató de su presencia—. ¡Chiquilla!, deja de revolotear y ve a por el vestido que he preparado en mi recámara para lady Giselle ─fingiendo enfado la condesa abrió la puerta para que saliera.
—¡Milady! Perdone yo… Espere, ¿Giselle? Pero usted me dijo…
«Mierda», pensó Gwen. Había metido la pata hasta el fondo, cómo diantres se le había olvidado su nuevo nombre, menuda actriz era… ¡En la primera prueba, adiós papel!
—Lady Giselle Gwendolyne Carlliveni. Esa soy yo.
—Ah, claro, perdóneme milady, qué tonta soy… ─musitó Allison dirigiéndose a la puerta. Sus ojos se clavaron brevemente en ella y Gwen supo que esa astuta jovencita sabía que algo no encajaba.
—No hace falta que me expliques nada ─se adelantó Serena—. Entiendo que es difícil acostumbrarse a una nueva identidad de la noche a la mañana, pero deberás tener cuidado, Gwen. Un descuido como éste podría destruir nuestro plan al instante. Por Allison no te preocupes, estoy segura que no lo comentará. Está muy ilusionada con su nuevo puesto, no lo arriesgaría por nada.
—Hablando de eso… mira Serena, no me gustaría inmiscuirme en asuntos que no me conciernen pero esto también va conmigo y querría saber por qué una mujer como tú participaría en una locura como ésta. Si deseas que confíe en ti y seamos amigas te pido que me des una respuesta, pues por más que lo he pensado no lo llego a entender.
—Tu franqueza es refrescante, Gwen. Tienes razón, te mereces una explicación y realmente es de lo más sencillo. Estoy ayudando a mi alocado hermano.
— ¿¡Qué!?
—Damien, aunque no lo creas ese petimetre fastidioso lleva mi sangre. Hace una semana apareció en mi puerta con James y me contaron su descabellado plan, necesitaban una carabina para la dama que interpretaría el papel de la prometida y me eligieron a mí. Al principio me negué en rotundo pero luego pensé egoístamente en que quizá esta distracción me ayudaría.
>> Verás, querida, hace dos años mi esposo falleció al caer de su caballo y mi mundo se derrumbó. Lo amaba tanto que casi me volví loca de dolor, me negué a comer, a salir y vendí todas las monturas que teníamos. Perdí la razón, Gwen. Sin él me sentía tan sola… Damien es la única familia que me queda y a pesar de ser el pequeño siempre me ha protegido en exceso. El pobre sufría mucho al verme así y ya no sabía qué hacer para ayudarme.
>> Un día pasó a visitarme con James y mientras tomábamos un té y comenzaron a repasar sus aventuras del día anterior y al escuchar esa insólita historia solté una carcajada involuntaria. Los sorprendí tanto que Damien creyó que esa sería mi cura y a partir de entonces todas las tardes me relataban sus anécdotas sociales. Poco a poco fui recobrando la ilusión y esperando emocionada su siguiente visita. Hace días aparecieron ante mí con esa indecente propuesta y aunque al principio dudé pronto fue calando en mí algo que creí perdido, la emoción. Acepté y el resto ya lo conoces.
—¡Dios mío, Serena! Lo siento tanto…
—¿Sabes qué fue lo peor? Descubrir que cuanto me rodeaba era mentira y que aquellos que se hacían llamar amigos no lo eran en realidad. Se preocuparon por mí hasta que dejé de ser noticia y me convertí en una especie de ermitaña.
Entonces sus visitas cesaron. Si quieres un consejo, Gwen, ten mucho cuidado pues vas a introducirte en un mundo gobernado por víboras. La alta sociedad puede ser muy cruel si se lo propone y tú tienes algo que les encanta destruir, la pureza.
—No te preocupes, Serena, no dejaré que nadie me pisotee.
—Me alegra oír eso. Y ahora, empezaremos con tu segunda lección: el baile. Ah, será mejor que guardes ese vestido, Gwen, recuerda que eres la hija del conde de Gervosani y has de lucir como tal. Esta tarde renovaremos tu guardarropa… Sin peros, esto es un placer para mí, querida. Quiero que seas la sensación de esta temporada, James me rembolsará todo lo que gastemos así que no te preocupes por eso. Por cierto, ¿has pensado ya en tu disfraz para el sábado? Porque yo tengo uno en mente que dejará a todos con la boca abierta…
***
Lucas suspiró disimuladamente y se preparó para la tediosa noche, ¿cómo diablos había llegado a eso? ¿Un baile de máscaras? ¿Por qué no podría haberla dejado salirse con la suya, qué se lo impedía? Su orgullo. Todo se reducía a eso, no podía permitir que su amante se atreviese a desdeñarlo por otro, aun cuando él planeaba hacerle lo mismo.
Bien, ya estaba allí, no quedaba de otra, sólo restaba rezar porque las ansiosas madres no se enterasen de su presencia o lo avasallarían con sus preciosas e inocentes hijas. Resopló. Si había algo peor que esos condenados bailes hipócritas, eran las debutantes. Hermosas damas entrenadas para cazar al mejor partido de la temporada con sus aleteos de pestañas y sonrisa falsa.
Echó una mirada y sólo vio rostros cubiertos por máscaras. Se preguntó si Brian habría asistido al baile, rogó que sus rebeldes hermanas lo hubiesen arrastrado otra vez, le vendría bien su compañía. Se apoyó en la repisa de la chimenea de la sala de recepciones de lord Brighton y decidió empezar con la cacería, si eso era lo que quería esa intrigante, pues bien, jugarían; eso sí, bajo sus reglas.
Se adentró en la sala de baile fijando la mirada en todo cuanto le rodeaba hasta que la vio. Junto a los ventanales que daban a un pequeño balcón, con la luz de la luna resaltando su belleza. Esa noche estaba espectacular, jamás la encontró tan hermosa…
La larga melena color azabache estaba sujeta en un esmerado moño decorado por una preciosa tiara de oro, de ella salían dos grandes mechones ondulados del color de la noche. Su sedosa piel resaltaba por la blancura de la túnica holgada que la cubría hasta los pies por debajo de una estola de seda plisada adornada con tiras bordadas de dibujos y recamada en oro. Uno de los brazos escapaba desnudo de la túnica, sólo cubierto por un gran brazalete en forma de serpiente de oro. Una máscara de plumas bancas con dibujos dorados cubría gran parte de su rostro, siendo sólo visible sus gloriosos labios que parecían rojos como la pasión. Era una digna Helena de Troya y esa noche, sería suya.
Gwen esperó a que Serena la presentase ante su anfitrión, el conde de Brighton. Un extraño espécimen que iba disfrazado de corsario, algo bastante gracioso con ese cabello canoso y esa voz nasal y aguda que la ponía histérica con cada palabra que emitía. El hombre no apartaba la vista de su escote por más que Serena intentaba atraerlo con una simpática charla. Cansada de ese escrutinio tocó levemente el brazo de su amiga y ésta con una sonrisa se despidió de aquel odioso conde y la condujo hasta el umbral del salón de baile.
Al verlas, todas las miradas se centraron en ellas y la conversación cesó de repente. Gwen, tranquila y orgullosa enmarcó una dulce sonrisa con la que respondió a los curiosos presentes. Cuando la orquesta volvió a tocar, Serena le apretó la mano.
— ¿Estás preparada, querida? Empieza el espectáculo ─susurró la condesa antes de verse arrastrada por las excesivas presentaciones de varios hombres.
Gwen se acobardó, ¿en qué estaría pensando para aceptar todo aquello? Se sentía como un pez fuera del agua, qué sabía ella de aquella gente estirada a la que sólo le importaba las banalidades. James ni siquiera aparecería aquella noche, ¿entonces por qué tenía que estar ella allí? Observó al grupo de hombres que competían por su atención y les sonrió asintiendo con la cabeza; fingiendo un interés que distaba mucho de sentir. Se ahogaba, necesitaba aire fresco.
El carnet de baile de Serena se llenó rápidamente y cuando fue conducida a la pista de baile por un admirador, Gwen aprovechó para escapar hacia un pequeño balcón, situado al final de la sala y alejado de todo el bullicio.
Un joven insistente la cogió del brazo y le suplicó que le concediese el siguiente baile, pero ella se lo quitó de encima amablemente dirigiéndose con paso apresurado a su lugar de salvación. Entró, se apoyó en la barandilla y cerró los ojos abandonándose a esa dulce soledad, mientras el aire fresco de la noche rozaba suavemente su rostro.
—¿Me buscabas, gatita? ─Gwen saltó sorprendida cuando la voz ronca de un hombre le acarició el oído. Sintió cómo sus manos la asían con fuerza de la cintura acercándola a él─ ¡Oye! Pero qué…
—Shhh, no hables. Esto es lo que querías, ¿verdad? ─la cortó con voz sensual, mientras un extraño bulto presionaba su espalda y sus labios asaltaban con cálidos besos su cuello─ No te resistas, querida, aquí tienes lo que buscabas… Es todo tuyo desde que entraste con ese provocativo disfraz.─ Declaró, empujándola hacia la derecha del balcón donde la luz de la luna no se proyectaba. Su boca la devoró al instante acallando sus protestas. Y ella, sin saber por qué se dejó arrastrar por aquella pasión.
Gwen sabía que debía parar esa locura, estaba mal, muy mal. Pero no podía; su cuerpo, atrapado entre las piernas de aquel desconocido, experimentaba un anhelo que jamás creyó posible. Cerró los ojos y lo rodeó con sus manos. Sintió cómo su lengua se introducía en su boca con seguras estocadas y sin darse cuenta imitó sus movimientos.
—Abre los ojos, cariño. Mírame…Te deseo tanto…─le ordenó con voz suave.
Pero no pudo. Estaba mareada, quería algo aunque no sabía qué era. Las manos del hombre bajaron de su espalda a su trasero para acabar ascendiendo hasta su pecho, al que masajeó con suaves caricias. Estaba perdida. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no podía apartarse de él?
Lucas estaba desconcertado, ¿aquella apasionada mujer era Joan? De la noche a la mañana se había transformado y lo peor de todo es que lo estaba llevando a la locura con sus besos. Su aroma, distinto al de siempre, su fragilidad, sus tímidas caricias… Era tan suave… Deslizó los dedos entre su cabello y gimió sobre su boca cuando sintió las caderas de ella moverse cerca del centro de su deseo. Se frotó junto a ella y volvió a atacarla con su lengua.
—Joan… Dios mío, me tienes loco…
«¡Joan! ¿Quién diablos era Joan? », Gwen sintió como si un jarro de agua fría cayese sobre ella y se separó de aquel hombre con horror. Que el cielo la ayudase, se había abandonado a los brazos de un extraño como si fuese una vulgar ramera. Y para colmo ni siquiera la deseaba a ella. Con lágrimas de vergüenza lo miró a los ojos.
—¿Qué pasa querida? ─susurró Lucas antes de recibir un bofetón─ Pero qué demonios, ¿estás loca, mujer?
—¡Patán! ¡Cobarde! Ha intentado abusar de mí, de una inocente dama ─gritó Gwen antes de estallar en sollozos descontrolados, fruto de la tensión acumulada desde que el maldito James apareció en su vida.
Lucas observó a la mujer y abrió los ojos sobresaltado. ¡Por Dios, no era Joan! ¿Cómo no se había dado cuenta? Recordó sus palabras y explotó.
—¿Inocente? De inocente no tienes nada, dulzura. Por la forma en la que te has entregado a mis besos yo diría que estás muy acostumbrada a los hombres.
Además, tus gemidos constataban que lo has disfrutado tanto o más que yo.
—¡Será…! ─Gwen intentó abofetearle de nuevo pero él paró el golpe. La apartó de un empujón y aprovechando su desconcierto se acercó a ella sujetándola por los hombros.
—Veamos, quién se esconde tras la máscara…
—¡No! Suélteme, desgraciado. ─chilló intentándose librar de sus garras. El la soltó un instante y sin que pudiese evitarlo le arrebató su antifaz.
—¡Por todos los santos! ¿¡Túuuuuu!? ─Lucas estaba anonadado, era ella. La ninfa de ojos violetas que lo perseguía desde que la vio en la casa de comidas. Su sorpresa sólo fue superada por la de ella cuando a su vez le arrebató su careta.
—¡Usted! No puede ser… Por Dios, tiene que ser una broma cruel.
—Por lo visto, dulzura, no puedes apartar los brazos de mí. ─replicó Lucas con una carcajada, mientras se acercaba a las puertas de cristal y las cerraba para evitar que los escuchasen.
—No me llame así, estúpido. ¡Qué hace! Abra inmediatamente esas puertas.
—Vaya, así que después de todo tienes carácter, ¿eh, princesa? Bueno, ahora que ya hemos acabado con las presentaciones… por qué no seguimos donde lo habíamos dejado…
—Ni se le ocurra ponerme un dedo encima o… o... ¡gritaré!
—No se lo recomendaría, cómo explicaría sino su ausencia de la fiesta y que se encontrase conmigo a solas, sin poner en riesgo su reputación.
—Ohhhh, ¡lo odio! ─gritó furiosa Gwen mientras intentaba correr hacia la salida. Unas voces próximas al balcón la detuvieron y de pronto, se vio arrastrada a los brazos de ese obtuso.
—Shhh, gatita, silencio o nos descubrirán.
—Suélteme, bastardo, quiero volver adentro —protestó, apartándose de su abrazo.
—En primer lugar mi legitimidad no está en duda, dulzura, así que no me ofendes con ello. Y en segundo, no, no te dejaré entrar.
—¿Que no me dejará entrar? Pero usted, quién se cree que es. Apártese de mi camino o no respondo, imbécil. ─le espetó furiosa atizándole con el bolsito.
¡Qué furia! Su generoso pecho se movía de arriba abajo con cada insulto. ¡Cómo deseaba volverla a probar! Ella lo miraba a los ojos mientras escupía sus palabras cargadas de veneno y él se volvió a excitar. Dios, cuánto la deseaba. Era una mujer singular, inocencia mezclada con sensualidad.
—Tranquila, querida. Relájate o los nervios te afearán el rostro. Algo que en mi opinión sería un crimen.
—Como si a mí me importase sus opiniones, estúpido. Y no me tutee, que no le he dado permiso para ello.
—Sabes, me recuerdas a una gata salvaje. Hermosa e indomable, pero yo lo haré, te doblegaré.
Lucas se acercó a ella y la cogió por la cintura con la intención de robarle otro beso. Necesitaba volver a saborearla, empaparse de su néctar.
—Usted puede irse al infierno, malnacido. Aparte sus cochinas manos de mí, se lo advierto, gritaré. Y dígame, ¿está dispuesto a casarse conmigo? Porque yo destruiré mi reputación, pero usted se verá forzado a desposarse.
—Vamos, gatita… No seas arisca, confiesa que lo has disfrutado tanto como yo. No puedes negar la atracción que sentimos.
—Para su información ya ni recuerdo su beso. Sí, ha estado… ¿cómo diría?
¿Entretenido? Pero ciertamente, me han besado mejor otras veces. Este beso ha sido un poco… umm... ¡Simple! —alardeó Gwen haciendo gala de una experiencia que realmente no tenía.
—Ah, ¿sí? ─estalló Lucas, sin poder evitar la rabia que sentía, fruto de unos inexplicables celos. Suya. La miró y esa palabra fue tomando forma en su mente, era suya, con aquel beso se había condenado, no la dejaría escapar. Al menos hasta que su deseo por ella desapareciese─ Pues a ver si este segundo beso no te parece tan simple…
Su boca la asaltó por segunda vez con una pasión arrolladora, Gwen intentó resistirse golpeándole con los puños en el pecho, pero él apretó más su abrazo. Recordó las palabras de Julius y tuvo una idea.
Lucas se sorprendió al ver que ella dejaba de luchar y se entregaba al beso, cuando la sintió bien dispuesta aflojó los brazos y se perdió en las olas de placer que lo invadían. Una descarga lo sacudió y el fuego se desató por sus entrañas. «Esta mujer resucitaría hasta un muerto», pensó Lucas.
De repente, notó como el cuerpo de la joven se separaba levemente de él y un dolor agudo se iba abriendo paso por su entrepierna. ¡Lo había golpeado! Gimiendo se agachó y respiró entrecortadamente.
—Maldita coqueta, ¡me las pagarás! ─rugió Lucas a esa ninfa que corría hacia la entrada y se alejaba de él. Suspirando se agarró a la barandilla e intentó recobrar el aliento. Endemoniada mujer, la encontraría y se vengaría, por cierto que lo haría. Pensó en ella y recordó algo, ¡su nombre! No se lo había dicho…
«Mierda», exclamó golpeando la baranda.
¡Su plan había funcionado! Orgullosa de su ocurrencia corrió hacia la sala y buscó a Serena con la mirada. El corazón le latía con fuerza y la adrenalina recorría su sangre. Localizó a la condesa en una silla conversando animadamente con dos mujeres. Se tocó el cabello e intentó arreglar su peinado con los dedos mientras se acercaba a ellas. Al verla, Serena agrandó los ojos.
—Pero querida, ¿qué te ha pasado? Estás hecha un desastre… ¡No te habrán lastimado! ─exclamó preocupada, tras despedirse de sus acompañantes y abrazarla protectoramente─. Ven, vayamos al excusado.
—No, tranquila, no es nada ─ante su insistente mirada, le mintió.─ Necesitaba tomar aire fresco y fui a un pequeño balcón, allí me encontré con un joven impetuoso que intentó robarme un beso, pero lo puse en su sitio —la condesa la miró a los ojos y supo que no la había creído—. La verdad es que estoy muy cansada, ¿podríamos irnos ya? Han sido demasiadas emociones para un día.
Serena le dedicó una sonrisa comprensiva y asintió con la cabeza.
—Por supuesto, querida. Espérame aquí, me despediré de nuestros anfitriones y haré que nos traigan los abrigos ─le contestó.
Gwen la observó mientras se acercaba a los condes de Brighton y se despedía animadamente. Pensó en ella y rio, a pesar de su aislamiento esa mujer no había perdido su toque social, quizá era un don que se llevaba en la sangre…
Algo al fondo de la sala captó su mirada. Vio como una hermosa joven vestida de Cleopatra se acercaba a una extraña figura de negro. La dama le susurró al oído coqueta y él le acarició el cabello riendo. «Cretino», musitó Gwen al tiempo que unos incontrolables celos la invadían. ¡No perdía el tiempo el rufián! Por lo visto ya había encontrado a su Joan, pues bien, que se la comiese, con suerte se atragantaría y no lo tendría que volver a ver. Furiosa se tapó con las prendas que le entregó un sirviente y se dirigió al carruaje dispuesta a alejarse cuanto antes de ese bribón.
Lucas sonrió cuando la vio huir de la sala con otra dama. «Cobarde», pensó con alegría. De repente, alguien lo agarró de la cintura y lo giró. Joan. Su amante reía al tiempo que le susurraba palabras seductoras, pero él tenía la cabeza en otra parte. Desvió la mirada a la entrada y la descubrió observándoles. Con malicia acarició el pelo de su querida y le siguió la corriente. Cuando la vio girar de forma abrupta soltó una carcajada que sorprendió a Joan.
Mirándola se preguntó cómo podría haberlas confundido, lo único que tenían similar era el tono del pelo, pues mientras que Joan tenía los ojos azules y los labios más finos, su bella desconocida poseía unos maravillosos ojos violetas enmarcados por unas larguísimas pestañas negras, una naricilla respingona que anunciaba su carácter rebelde y unos sensuales labios carnosos que harían pecar hasta a un santo.
Aquella velada había resultado toda una revelación y lo cierto es que se divirtió muchísimo con esa deslenguada. Tras su marcha sintió como el tedio lo invadía de nuevo e ignorando las protestas de su amante se alejó de aquel dichoso baile.
Ya en el carruaje, camino de su casa, pensó en el juego de Joan y se dijo que en efecto la cacería había comenzado aquella noche. Rememoró el hermoso rostro de su Helena de Troya y sentenció: «Y tú, dulzura, serás mi presa».