Capítulo 17
La plateada noche iluminaba el camino en el que Gwen y Lucas medían sus fuerzas a caballo en una intensa cabalgada. Ella miró a su acompañante y sonrió apretando los lomos de su caballo y tomando ventaja. Que sorpresa se había llevado ese bribón al ver que sabía montar, otra cosa que debía agradecerle a su querido padrino pues desde pequeñita se empeñó en enseñarle y durante meses practicó con la vieja yegua de Cuervo. Pensó en él y frunció el ceño, ese hombre había hecho mucho por ella y sin embargo nunca se presentó en persona. Se dijo que cuando todo aquello acabase iría a verlo, ya iba siendo hora de ponerle un rostro a su benefactor.
Miró hacia atrás y comprobó que Lucas le seguía al paso riendo, pensó en lo atractivo que estaba y sintió una punzada en el pecho. Cuánto extrañaría a ese entrometido cascarrabias… Contempló su sonrisa juguetona y pensó en lo diferente que parecía en ese momento, más un niño travieso que un duque lleno de responsabilidades y recelos. Definitivamente le gustó más este Lucas. De nuevo la pregunta que tantas veces le amartillaba las sienes volvió a ella, « ¿Qué te hizo esa mujer para que nos odies tanto al resto?».
Lucas iba en pos de esa bella amazona maravillándose de su espléndida belleza y dejándole cierta ventaja para observarla mejor. El viento le había arrebatado la capucha de la capa arrastrando con ella su elaborado moño; ahora su pelo azabache caía glorioso por su espalda. Unos dulces coloretes pintaban sus mejillas signo del ejercicio que realizaba. Su sonrisa hechicera resplandecía más que nunca y él sintió que la deseaba aún más que la primera vez que la vio.
De repente, el cielo se cubrió de una nube negra que descargó sobre ellos toda su energía empapándolos por completo. Gwen emitió un grito sintiendo que perdía el control del caballo y se agarró firmemente a las riendas. El animal frenó en seco asustado por la fuerza que hacía la joven al estirar de él y ella salió despedida al suelo.
Lucas desmontó de su purasangre y corrió al encuentro de la joven quien yacía inmóvil en la tierra. Le retiró el pelo mojado del rostro y sostuvo la cabeza entre sus manos.
—¡Gwen! ¡Gwen! ¿Estás bien? —el rostro de la joven se convulsionó en un intento de sonrisa y emitió un bufido nada propio de una dama.
—¿Bien? Siento como si un carruaje me hubiese pasado por encima. Creo que me he roto todo al caer.
Lucas la examinó con las manos y comprobó que estaba intacta salvo por varias magulladuras en los brazos.
—Estás perfecta, muchacha, aunque podrías haberte matado. ¡Cómo se te ocurre frenar de esa forma al animal!
—No me riñas, Lucas. Me asusté y cometí un error… Lo siento, no quería preocuparte.
—Pues lo has hecho. Mírate, estás horrible y empapada, debemos guarecernos de la lluvia o pillarás una pulmonía.
—Tú tampoco estás muy bien que digamos, ¿eh? Pareces un perro mojado —picada en su orgullo se levantó e intentó arreglarse el pelo y quitarse el barro que le cubría el rostro.
—Déjate de niñeces y ayúdame a buscar algo para protegernos de este tiempo.
—Y, ¿por qué no intentamos volver a la casa?
—Es demasiado peligroso la fuerza del agua que cae ha dejado embarrado todo el camino, los caballos podrían lastimarse y no te expondré a otro riesgo.
Lucas dio unos pasos hacia delante y se fijó en lo que parecía una pequeña casa situada a pocas yardas de allí.
—Vamos, más adelante hay una pequeña cabaña. Tocaremos y pediremos resguardo hasta que se calme el temporal.
—Lucas, pero eso no sería apropiado, si el conde se entera…
—Pues si tienes otra idea mejor este es el momento de decirla, sino a la casa.
—Vaya, ya veo que a alguien le ha vuelto el mal humor… Muy bien, pues vamos, excelencia —Gwen emprendió el camino dejándolo atrás. Lucas sacudió la cabeza y con una sonrisa le dio alcance.
—Perdona, gatita. Es que al verte en el suelo…
—¡Shh! —lo cortó Gwen—. Olvidemos lo que acaba de pasar y centrémonos en protegernos de la lluvia.
Lucas asintió con la cabeza y la cogió de la mano guiándola hacia la entrada de la casita de madera. Tocó con los nudillos y nada, tras varios intentos se dio por vencido. No había nadie. Apartó a Gwen y echó la pierna hacia atrás abriendo de un golpe la puerta.
—¡Voilà! Pase señorita.
Cuando Gwen se acercó a la puerta, Lucas la cogió en brazos y cruzó con ella el umbral.
—Pero, ¿qué haces? Anda bájame truhán —Lucas soltó una carcajada y la depositó en la cama que coronaba el centro de la estancia.
—Vaya, creo que hemos dado con el nidito de amor del conde, ¿no crees, gatita?
—¡Pero qué cosas dices! Menos mal que no soy una verdadera dama porque esto es de lo más indecoroso —señaló el interior de la casa con las manos—, hasta para ti, gran duque.
—Ríete cuanto quieras, pero te recuerdo que ahora estás a mi merced…
—Si te atreves a hacerme algo, yo… yo… ¡Gritaré!
—¿Y quién te oirá aquí, cariño? —Lucas aprovechó para robarle un casto beso; apartándose corriendo de ella.
—¡Serás…!
—Guarda tus garras gatita y no te preocupes que yo te protegeré de todo esta noche.
—¿Y quién me protegerá de ti, excelencia?
—Tuche, querida. Ahora sé una buena chica y quítate esas ropas mojadas mientras yo voy a atender a los caballos —Lucas se acercó a una cómoda y la abrió.
Rebuscó en su interior y al fin dio con algo que podría servirle a Gwen. Sacó una bata roja y se la lanzó—. Cúbrete con esto y métete bajo las sábanas. No pongas esa cara, que yo me quedaré en el suelo.
Cuando Lucas salió de la casa, Gwen se apresuró a desvestirse y a secarse con una pequeña toalla que encontró en uno de los cajones. Echó un vistazo temerosa de que el duque volviese y se dio más brío secándose. Se enfundó en la bata roja y se sintió más desnuda que nunca. Para cuando Lucas regresó estaba cubierta completamente por las sábanas.
Lucas la miró y sonrió, esa fierecilla se había dado mucha prisa y eso que él también. Tenía la esperanza de sorprenderla en cueros pero como siempre se le había adelantado. Se acercó a la cama y recogió la toalla que ella había usado. Se quitó la chaqueta y la camisa dándole la espalda a la muchacha. Escuchó tras él un jadeo y sonrió. Con la cara de pura inocencia se giró a ella.
—¿Estás bien, cariño? Pareces… sofocada.
—¿Yo? —Gwen no era capaz de articular palabra. Su fornido pecho la atraía más que un imán. Era puro músculo, un dios griego de los que hablaba Serena—. No, no soy tu cariño, no me llames así.
Lucas se aproximó a la cama y se acercó a la joven.
—¿Seguro qué estás bien? Tienes mala cara…
—Yo, no… sí… si… Estoy bien.
—No sé, podrías tener fiebre. Déjame tocarte para comprobarlo.
—¡No! Qué no me pasa nada, estoy bien. Vas a enfriarte si no te quitas esas ropas.
—Sí, tienes razón, querida. Voy a secarme.
Con una sonrisa perversa se acercó al sofá y se dio la vuelta ansioso de escuchar su reacción. A continuación, se deshizo de todas sus prendas quedando ante ella como su madre lo trajo al mundo.
—¡La virgen! Pero, ¿qué haces?
—¿Decías, querida? —Lucas se giró mostrándose tal y como era. Gwen sintió que los ojos se le salían de las órbitas al observar la protuberancia que blandía entre sus piernas.
—¡Madre de Dios! —con la boca abierta Gwen observaba la entrepierna del joven maravillándose del tamaño que iba adquiriendo por momentos. Ahogó una exclamación cuando el henchido miembro se alzó hasta quedar en punta. Se tapó la boca con las manos y lo miró asustada.
Lucas borró expresión picarona de su rostro al observar cómo la bata de la joven se deslizaba mostrando parte de su pecho. Ella no era consciente de que había soltado las sábanas y se había puesto de rodillas en el lecho.
—Gwen… —susurró con la voz llena de deseo al tiempo que se acercaba a la cama y devoraba los labios de la sorprendida joven—. Te deseo tanto, cielo.
—No, Lucas, esto es un error. No podemos.
—¿Por qué no? No puedes negar la atracción que sentimos, ya no hay engaños ni barreras, déjame amarte Gwen. Entrégate a mí, libéranos de esta pasión que nos devora desde que nos conocimos.
Gwen siguió su beso sintiendo una ola de calor por todo el cuerpo, sabía que no debía, que tenía que frenarle pero no lo hizo. Amaba a ese hombre y quizá esta fuese su última noche. Disfrutaría de ese interludio de placer y lo guardaría para siempre entre sus recuerdos.
Lucas sintió que Gwen se entregaba a él con una pasión que igualaba a la suya. En cada beso sus lenguas se movían al compás, necesitándose. Deslizó la mano por la bata y se la quitó tocando suavemente esos pechos plenos que llenaban sus palmas. Se apartó y la observó.
—Eres hermosa, Gwen. No te tapes, quiero ver tu belleza, sumergirme en ella.
—Tú también eres muy bello —susurró la joven mirando al apuesto hombre que tenía ante ella. Alzó la mano y se atrevió a tocarle como él había hecho con ella. Fue bajando hasta el foco de su interés pero Lucas la detuvo. Ella retiró la mano avergonzada.
—Lo siento, cariño, es que te deseo tanto que no podría aguantar tu contacto.
Enloquecería y perdería el control.
—¿Y eso es malo?
Lucas la miró y frunció el ceño, Gwen se comportaba como una virgen asustada, pero no lo era, ¿o sí? ¿Sería todavía doncella? No, era imposible; las actrices no suelen ser puras. Unos celos irracionales se apoderaron de él e intentó alejarlos fundiéndose en un beso que fue más posesivo que tierno.
Sus manos volaban por todo su cuerpo embebiendo sus curvas, su piel. Sintió como las manos de ella lo imitaban y creyó morir. Se apartó de los labios y bajo hasta sus pechos, lamiéndolos hasta que sintió como los globos pálidos se hinchaban en su boca.
Gwen soltó un gemido y se agarró a su pelo arqueándose a él para recibir más descargas de ese dulce tormento. Cuando las manos de Lucas atacaron el centro de su feminidad, ella se apartó de un salto.
—Tranquila, te gustará. ¿Nunca te han tocado?
—¿¡Qué!? Yo…
—No te preocupes, no importa lo que hayas experimentado antes. Hoy, te haré gritar de placer. No te alejes, Gwen. Entrégate a mí en cuerpo y alma; esta noche soy todo tuyo y tú, eres mía.
Gwen estaba tan confundida que no pudo contestarle. Él la hizo recostarse y se colocó encima dejándole un reguero de besos por todo el cuerpo. Despacio la acarició hasta llegar a su monte de Venus al que masajeó una y otra vez. Gwen gritaba de placer y se arqueaba hacia su mano. Él introdujo uno de sus dedos en su interior y la hizo arder de placer.
Lucas notó como su virilidad se endurecía en un estado casi doloroso cuando sus dedos se cubrieron de la dulce humedad que desprendía la joven. Necesitaba poseerla pero resistió.
Gwen sintió como su estómago se convulsionaba al tiempo que experimentaba fuertes pinchazos clamando en su húmeda apertura. ¿Qué le estaba ocurriendo?
—¡Lucas! ¿Qué me está pasando?
—Shh, no tengas miedo, cariño, déjate ir.
—Pero…
Las palabras se atascaron en su boca al sentir un estallido abrasador por todo el cuerpo. Con un grito y clavando las uñas en la espalda de Lucas se dejó arrastrar al puro cielo.
Lucas recuperó sus labios y la besó sintiendo su piel ardiendo contra la suya. Iba a estallar. Se sentía como un mozalbete inexperto en su primera vez, esa mujer lo enloquecía, jamás había deseado tanto a ninguna otra.
Se apartó de ella y con ojos vidriosos dirigió su virilidad hasta su centro húmedo y de una sola embestida entró en su interior. De repente, paró. «¡Joder, era virgen!».
—Gwen, lo siento. Creí que no eras… No llores amor, te prometo que ahora todo será más fácil, el dolor irá remitiendo poco a poco hasta que sólo sientas placer, como antes.
—¿Lo juras? —La joven le sonrió y movió las caderas buscándole.
—Tranquila, deja que tu cuerpo se acostumbre a mí.
—El dolor casi ha desaparecido, Lucas, tómame. Quiero ser tuya.
Esas palabras lo enloquecieron y comenzó a moverse dentro de ella, besándola y acariciándola hasta que la sintió arder. Juntos cabalgaron hasta alcanzar la liberación. Lucas cayó rendido a su lado y la abrazó. Tras un largo silencio; Gwen martilleó sus dedos en su pecho.
—Me preguntaba, si… emm… ¿esto se puede hacer más de una vez?
El joven la miró atónito y echó la cabeza hacia atrás en una carcajada. Qué mujer. A continuación se puso encima de ella y le demostró cuántas veces era capaz de repetirlo. La noche daba paso al nuevo día cuando Gwen se acurrucó encima de él adormilada.
Estaba tan feliz que en un impulso confesó las palabras que tanto se había negado.
—Te amo Lucas.
Esperó y esperó con el corazón encogido de impaciencia más no hubo respuesta, el sueño la iba arrastrando pero ella se resistía a caer en la dulce inconsciencia hasta oír de su boca esas tiernas palabras. Sin darse cuenta los párpados se le cerraron y se dejó llevar por las emociones del día sumiéndose en un placentero descanso.
Lucas permaneció en silencio, las palabras de la joven lo atormentaron prohibiéndole pegar ojo toda la noche. «Te amo», la deliciosa declaración resonaba una y otra vez en su cabeza. «¿Sería verdad? No, no, no. Estaba mintiéndole una vez más, no lo amaba.
¿Cómo iba a hacerlo?». Recordó una noche como aquella de muchos años atrás, las palabras de Alice también sonaron sinceras hasta aquel día.
Esa mañana llegó temprano de su cita en el Parlamento, los ánimos estaban caldeados aquel año pues se veía el final de la guerra, una contienda que duraba ya siete años, pero de la cual William Pitt, Primer Ministro por aquel entonces, no quería desprenderse hasta aniquilar a las fuerzas francesas.
Las grandes personalidades del reino debatieron ese día el futuro de Gran Bretaña y se llegó a la conclusión de que había llegado el momento de obtener la paz. Así, decidieron firmar una semana después, concretamente el 10 de febrero, el Tratado de París. Los designados para la firma fueron el marqués Grimaldi, el duque Choiseul y el padre de Lucas, el duque de Malford. Como éste se hallaba de viaje, Lucas acudió a la reunión en su representación.
Cuando regresó estaba tan eufórico por la llegada de la tan deseada paz que pasó por el mercado de Covent Garden para encargar un ramo de flores rojas. Quería darle una sorpresa a su preciosa mujer y con esa intención la buscó por todos los rincones de la casa de campo. Extrañado por su ausencia interrogó a su doncella personal la cual se deshizo en un reguero de lágrimas y le suplicó que no le preguntase. Lucas asustado de que le hubiese pasado algo la agarró de los hombros zarandeándola.
—Gertrudis, dígame por Dios, ¿dónde está Alice? ¿Le ha pasado algo? No me asustes, mujer.
—Por favor, milord, no me pregunte, no puedo decirle más —estallando en sollozos la criada huyó de allí. Lucas la siguió hasta sus habitaciones y abrió la puerta de un golpe.
—No me marcharé de aquí hasta que no me lo diga, Gertrudis. Respóndame, ¿qué le ha pasado a Alice?
—Nada milord, ella… ella salió a dar un paseo. Sí, eso, regresará en seguida, espérela aquí, joven.
—Está en el riachuelo, ¿verdad? Por eso te has puesto así, porque le prohibí ir allí ahora que está embarazada. Vamos, Gertrudis, sabes que sólo me preocupo por ella porque la adoro pero jamás le haría ningún daño.
—Eso ya lo sé…
—Entonces aclarado, iré a por ella.
—¡Nooo! Por favor no vaya, se lo suplico…
—Ya basta Gertrudis, entiendo tu preocupación pero está de más. Y no te preocupes si tardamos que con el calor que hace a mí también me hace falta un baño....
Con una gran sonrisa Lucas se alejó de la sirvienta y fue a buscar a su mujer. La doncella rompió a llorar por ese joven lleno de sueños al que iban a romperle el corazón.
Lucas bajó del caballo y se acercó al río al oír las risas de su mujer. Corrió hacia donde estaba y abrió los ojos con sopor al descubrirla en brazos de otro hombre. Y no de uno cualquiera, sino el que hasta hace unas horas creía que era su padrino. La joven se entregaba a él con una pasión que nunca había demostrado por él. Lucas huyó de allí asqueado sintiendo que todo su mundo se venía abajo. Se encerró durante horas en su estudio y prohibió la entrada a todos.
Cogió su pistola y la cargó. Iba a matar a ese hijo de puta que había seducido a su mujer. Estaba decidido a acabar con él cuando su abuela entró como una exhalación en su despacho.
—¿Qué haces tú aquí, abuela? Si te ha llamado esa traicionera…
—Lucas, ¿estás borracho? Oh, dios mío, ya lo sabes, ¿verdad?
Miró a su abuela sintiéndose traicionado y pensando en cuantos más conocerían la verdad sobre su matrimonio.
—Sí, abuela, ya sé que he sido un estúpido —el dolor se reflejó en sus ojos cuando miró a la duquesa viuda— ¿Por qué no me lo dijisteis? Por qué dejasteis que me engañase, yo la amaba…
—Pero, ¿de qué estás hablando, muchacho? ¿Ha pasado algo con Alice, por eso estás en ese estado?
Lucas la miró confundido y sintió pánico. Si su abuela había llegado de improvisto desde Londres y no era por lo de Alice es que algo grave había pasado.
—¿A qué has venido, abuela? ¿Qué debería saber?
—Mi hijo… tu padre y… y… Rose… ¡Han muerto! Lucas…
Lucas vio cómo su perfecta abuela se derrumbaba en sollozos. Se acercó a ella con el corazón destrozado, la abrazó y juntos compartieron el dolor de la pérdida. Ese día una parte de él murió.
Al día siguiente se dirigió al Parlamento para informar del trágico suceso. Le propusieron que fuese él a firmar como nuevo duque el tratado de paz, pero se negó, por lo que escogieron al duque de Bedford.
Se dirigió al White’s y ahogó sus penas en el alcohol del club hasta que Brian fue a buscarlo y lo sacó arrastras. Cuando logró sacarle todo lo que le atormentaba lo acompañó hasta Fleet Street y le presentó a un curioso personaje que respondía al nombre de Galager. Éste recopiló para él en una semana toda la información relativa a su esposa y su padrino, los cuales al parecer llevaban años con su relación amorosa.
Planeaban casarse saltándose todas las convenciones sociales hasta que él se arruinó y la casó bajo la promesa de que se fugarían algún día. Lucas regresó a la gran casa de campo y enfrentó a su mujer.
—Eres un estúpido, Lucas, siempre lo has sido. Fue tan fácil conquistarte… Te prendaste de mi belleza sin ni siquiera conocerme a fondo y te bastaron cuatro besos para creer que te amaba locamente. Siempre te he detestado y me repelía acostarme contigo y soportar tus caricias cada noche. Tuve que entregarte a ti mi virginidad, esa que guardaba para Andrew y te odié por ello.
Lucas se giró hacia la ventana de la recámara en la que estaban discutiendo y apretó la mandíbula. Esa mujer a la que tanto había adorado, lo estaba destrozando.
—¿Por qué Alice? ¿Por qué yo?
—Porque algún día serás duque y tu fortuna es grandiosa. ¿Acaso creías que había otra razón? No seas ingenuo Lucas a ti nadie te amará. Siempre verán un título porque eso es lo que eres, un apetecible título acompañado de un gran patrimonio.
—¡Llevamos dos malditos meses casados! ¿¡No podrías haber esperado algo más antes de abrirle tus piernas a tu amante!? Y hay algo que no entiendo en vuestro plan, qué sentido tiene casarte con un hombre joven que tardará mucho en heredar y que una vez que lo haya hecho demorará en morir.
—Los accidentes ocurren, Lucas. Tú deberías saberlo bien, tu padre acaba de fallecer, ¿no?
Lucas agrandó los ojos y soltó una maldición. Se acercó a la mesita y tiró todo cuanto había en ella. Luego, se giró hacia su esposa. No podía ser, Alice no estaba tras la muerte de su familia, se negaba a creerlo. La miró a los ojos y leyó en ellos la verdad.
—¡¡¡Asesina!!! Has asesinado a mi padre, maldita zorra —Lucas la empotró contra la puerta y agarró el cuello con las manos—. Te mataría ahora mismo sin importarme las consecuencias, Alice. Pero por respeto a ese hijo que llevas en tu vientre vivirás. Eso sí, no volverás a ver a ese hombre. Y si me desobedeces lo mataré.
—Entonces mátame, desgraciado, porque prefiero estar muerta que vivir sin él.
Lucas miró a su esposa y sintió esas palabras como dagas en su corazón. Por su culpa su familia estaba muerta, él había entrado a esa víbora a su casa dejándole carta blanca para asesinarlos. Le mintió con cada susurro de amor, con cada caricia… Se mesó el cabello y la encaró.
—Cállate, estúpida. ¿Acaso crees que me importa lo que te pase ya? Estoy pensando en mi hijo. Estarás aquí hasta que nazca y luego puedes largarte con tu amante pero él se queda.
Alice soltó un gritito de indignación y abrió la puerta de la habitación echando a correr hacia las escaleras. Lucas la siguió y la cogió del brazo. Ella se soltó y emitió una carcajada.
—Pero qué tonto eres, ¿de verdad crees que este hijo es tuyo? Es suyo, me aseguré bien de ello.
Lucas encajó el doloroso golpe apretando los puños.
—Aun así me lo quedaré, será tu pago por lo que has hecho.
—¡Nunca! Me iré, maldito, y jamás me encontrarás.
Alice se dio la vuelta e intentó huir por las escaleras pero la falda le hizo tropezar rodando hacia abajo. Lucas acudió a su lado pero no pudo hacer nada, estaba muerta. Días después se enteró de que su amante se había suicidado.
Lucas regresó a la realidad y miró a la joven belleza que ocupaba la cama. Gwen le decía que lo amaba, pero no la creía. No podía hacerlo, ya no. Nunca volvería a ser vulnerable ante ninguna mujer, jamás volvería a amar. Miró a la joven y lleno de confusión y rabia se acercó a su chaqueta y sacó una bolsita llena de dinero. Luego, rebuscó por la casa hasta hallar algo con lo que escribir una nota improvisada; volvió a la cama y se quedó contemplando su hermoso rostro. Dejó el dinero y el papel al lado de la joven y salió de allí.
Se acercó a su caballo, lo preparó y partió con él. A mitad de camino paró sintiendo un asco profundo hacia sí mismo. Recordó sus besos, sus caricias y supo que ya era tarde, amaba a aquella impostora como jamás había amado a Alice. Gwen se le había metido en el alma con su ingenio y su valentía. Dio media vuelta y cabalgó hacia la casita, desmontó y cuando dio un paso, la puerta se abrió.
Gwen miró a Lucas con lágrimas en los ojos y alzó la nota.
—¿Esto soy para ti, Lucas? Una vulgar ramera a la que se le paga por sus servicios.
«Gwen, aquí tienes el dinero que te debíamos. Estamos en paz» —leyó la joven con rabia y lágrimas en los ojos—. ¿En paz? ¡Me he entregado a ti! Sólo a ti, Lucas. El único hombre que me ha tocado y me arrepiento. Ojalá pudiese volver atrás. ¡Te odio! —cogió la bolsita que sostenía en las manos y se la echó a la cara
— Guárdate tu cochino dinero para una de tus furcias porque yo no lo quiero, eres un desgraciado, un… ¡Quieto!, no des ni un paso más, no te acerques.
—Gwen yo… Por favor escúchame…
—¡No! No quiero oírte más. Confié en ti, Lucas, y me has destrozado. Todo este tiempo me has estado utilizando para vengarte de mí por la maldita farsa. ¡Cómo has podido! Yo te amaba… ¡Lárgate, Lucas! Vete.
—No, no pienso dejarte así, tienes que escucharme…
—¡No! Ahora no, vete. Vete de aquí que tu sola presencia me enferma, me das asco.
Lucas la miró ofuscado recordando las palabras que Alice le dijo y sin ser consciente de lo que hacía se marchó lleno de rabia.
—Si te doy tanto asco es que no me amas como dices. Tienes razón, ha sido un error volver, ojalá nunca te hubieses cruzado en mi camino. Maldigo el día.
Gwen desvió el rostro por el que corría un caudal de lágrimas. Su corazón estaba hecho añicos y nunca se recuperaría. Miró hacia los árboles de la izquierda justo cuando el sol hizo destellar algo. Se fijó bien y agrandó los ojos, parecía… «Oh, no, ¡Lucas!».
Sin pensarlo corrió hacia él y lo protegió con su cuerpo. El espeluznante sonido de un disparo tronó por todos los rincones. Lucas bajó la vista aterrado y miró a su amada con lágrimas en los ojos.
—Lucas… —susurró cayendo desmayada entre sus brazos.
—¡Nooooo! —gritó lleno de dolor—. Gwen, abre los ojos. No me dejes, mi amor. Ahora no puedes hacerlo, ¡me oyes! Despierta y grítame, dime cuanto me odias, pero por favor no me dejes, cariño. No me abandones… —Lucas se abrazó a ella y se dejó caer en el suelo dando rienda suelta a todo el dolor que durante años atesoró en su amargado corazón.