LA NOCHE DEL SÁBADO ES LA NOCHE MÁS TRISTE DE LA SEMANA

Gracias a Dios tengo un montón de amigos que desde la separación se preocupan por mí, me telefonean, me invitan al cine, a cenar, a conciertos, llaman a mi puerta si creen que estoy sola, me llenan la sala de risas y humo de modo que después, al salir, me basta vaciar los ceniceros, llevar los vasos a la cocina, abrir la ventana debido al olor a tabaco, enderezar las alfombras, apagar la luz, y quedarme en el sillón mirando los edificios de enfrente, con la boca sobre las rodillas mientras la mañana, lo que debe de ser la mañana, me ayuda a descubrir en la alfombra el círculo negro de una mancha y en el espejo marroquí algo en mi cara que me gustaría llamar sonrisa, algo en mi cara que llamo sonrisa. Como gracias a Dios tengo un montón de amigos claro que es una sonrisa. Además soy alegre, me gusta vivir, nunca me hicieron falta pastillas contra la tristeza para nada, si por casualidad no puede venir nadie tengo mi música, mis libros, cartas a las que debería haber respondido hace siglos, sobres con fotografías esperando que las ponga en el álbum, en el lugar de donde saqué las de mi marido, nosotros dos en la playa, nosotros dos en Madrid, nosotros dos ya callados como en los últimos meses, él fastidiado conmigo, él indiferente, él distante, salí de casa más temprano para que hiciese la maleta tranquilo, al atardecer ni una camisa en el cajón, ni siquiera su olor, ni una misiva, nada, anduve por el pasillo un rato abriendo armarios, pensé que volvería enseguida, lo eché de menos, me apeteció llorar pero gracias a Dios tengo un montón de amigos, soy alegre, nunca me hicieron falta pastillas contra la tristeza para nada, de manera que puse un disco y comí en la cocina, el apartamento tan quieto, nadie cambiándome el canal de la tele y dejándome levantada la tapa del váter, robándome la mitad de las sábanas, ningún copo de espuma de afeitar en el lavabo, todo limpio, ordenado, una paz de cámara mortuoria, las dos mesas de noche para mí, lugar de sobra para mis vestidos de verano, el hueco de su cuerpo en el sofá y yo con ganas de acariciar el hueco y en esto, afortunadamente, el timbre de la puerta y dos amigos míos y risas y humo, una, por así decir, melancolía que pasa deprisa, después del segundo whisky, llevada por una anécdota o las entradas para un concierto el sábado que me apetece mucho, música brasileña, estupendo, después del concierto una discoteca, un bar, las atenciones del amigo de un amigo tratándome como no me trataba mi marido, encenderme los cigarrillos, encontrar mis opiniones interesantísimas, acompañarme hasta aquí, explicarle que estoy cansada, tengo sueño, tal vez otro día, apartar delicadamente su mano de mi rodilla, desviar un poco la cara en la despedida para que no me bese en la boca, limpiarme la mejilla con el dorso de la mano sin que me vea, descalzarme en el ascensor porque me duele el pie, instalarme en el hueco del sofá más grande que yo al lado del hueco de mi tamaño, acordarme de que mañana es domingo, un almuerzo en Tróia, los niños de los demás pidiendo helados, maridos iguales al mío con la nariz en el periódico, llegar al balcón y el silencio de la calle, una hilera de automóviles estacionados, una hilera de árboles, un perro olisqueando neumáticos y desapareciendo en una esquina, me gusta este barrio con todo tan cerca hasta la peluquería, el hombre de la carnicería me conoce desde pequeña

—Señorita

mi tía, casi de mi edad, vive en la plazoleta que está más allá, hablamos mucho, nos llevamos muy bien, ella también separada y aún guapa, un señor casado la visita por la tarde mirando a todos lados antes de entrar en el edificio, me gusta este barrio con todo tan cerca, supermercado, tiendas, el correo, la delegación de hacienda, la comisaría, todo tan cerca excepto mi marido, no es que me haga falta, no es que lo necesite, estoy satisfecha así, vacío los ceniceros, llevo los vasos a la cocina, abro la ventana debido al olor a tabaco, apoyo la boca en las rodillas y me quedo aquí esperando que el amigo de un amigo, que el teléfono, que la puerta, con ganas de olisquear los neumáticos de los coches y esfumarme en una esquina.

Segundo libro de crónicas
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