BUENAS NOCHES A TODOS
Cuando el tren arranque no digas adiós porque te quedaste en el andén. Fue solo tu pasado el que se marchó, en el tercero o cuarto vagón de segunda clase, precisamente el que acaba de desaparecer en el túnel. Fue solo tu pasado el que se marchó: se quedó tu presente. Tu presente: ir al bar de la estación sin haberte quitado el pañuelo del bolsillo, sin añoranzas, sin remordimientos, sin pena, y mirar por el cristal de la puerta el andén vacío, con el reloj que marca una hora que ya no es la tuya. No pienses en el equipaje que nadie recogerá en la estación de una ciudad adonde no irás nunca: lo que pusiste dentro de él ha dejado de pertenecerte. Te pertenece esta tarde de Lisboa, puede ser que alguna paloma, alguna estatua, el río. Mete la mano en el bolsillo y tira la llave de tu casa, el carné de identidad, la agenda con los teléfonos, la foto de tus hijos, la factura de la luz vencida que debías pagar: se marchó tu pasado, tu mujer se marchó, tu trabajo se marchó, dejaste de existir en la víspera, dejaste de pensar en mañana. En el bar de la estación aguardas el próximo tren, es a las nueve. ¿Te esperan para cenar? ¿Pusieron tu plato, tu vaso, tus cubiertos en la mesa? ¿El colirio para tus ojos, esas gotas que escuecen? No te preocupes por la cena ni por el colirio: no es a ti a quien esperan. No tienes nombre alguno, te marchaste, las gaviotas y las personas no te prestan atención, ningún mendigo, ningún perro te olisquea. Si te saludan no respondas, si te preguntan cualquier cosa di
—No sé
o inventa una lengua para decir
—No sé
por ejemplo
—Vlkab
o
—Tjmp
y señálales el río con el índice. Después comienza a avanzar camino del agua, donde ya no te sea posible oír los trenes, ni los automóviles, ni a las personas que quedan detrás de ti, demasiado lejos ahora, ni los murciélagos que te persiguen en las bombillas de las farolas. Es la hora a la que pasaba el último autobús por la calle donde viviste, por la calle donde vivió el que tenía tu nombre. Número cuarenta, primero derecha, un baúl con alcanfor a la entrada y un espejo que perteneció a tu madre por encima. Falta un trozo del marco tallado, pero es allí donde los rostros antiguos se observan de vez en cuando, sorprendidos por haberse muerto. Inclínate desde la muralla hacia el río y no verás a nadie: el tren te llevó. Tal vez un teléfono, tal vez un compañero que se interesa por ti, tal vez tu hijo mayor allí abajo, en la esquina, porque puede ser que un taxi, puede ser que tú mismo, una tarea extra en el despacho, un amigo del ejército, la consulta al médico que acabó más tarde, tu mujer entre el rellano y la ventana, algo semejante a una lágrima, un asomo de llanto: no los oigas. Oye el agua del Tajo sin ver el agua del Tajo en su marco tallado al que le falta un trozo, lo que se te antoja un cesto o una bota a la deriva, un reflejo cualquiera, pero ¿de quién? Di
—Vlkab
di
—Tjmp
es la única lengua que conoces de verdad. ¿Te acuerdas de tu padre en el patio? ¿Aquel defecto en el pulgar, la cicatriz en la muñeca? ¿Te acuerdas de que fumabas a escondidas detrás del gallinero? ¿De que robabas huevos para venderlos en la tienda? ¿El gato de cerámica? ¿El gato verdadero, todo pupilas y cola? Tu pasado se marchó, no te acuerdas de nada, nada de eso existió y es de noche. Di
—Buenas noches a todos
di
—Fcdnqr
el Tajo entiende. Y después, poco a poco, desciende hacia él. Fíjate: el baúl con alcanfor, el espejo por encima. En el baúl las sábanas del ajuar, en el espejo los rostros antiguos que te aguardan. Eres uno de ellos, has sido siempre uno de ellos. Cuando tu mujer o tus hijos entren te encontrarán allí, entre un cesto y una bota a la deriva, y sabrán que has vuelto. Y porque saben que has vuelto, tu boca, bajo el agua, comienza a sonreír.