DATOS PARA LA BIOGRAFÍA DE ANTÓNIO LOBO ANTUNES

Creo que heredé de mi abuelo el gusto por sentarme callado a mirar. Él lo hacía en el jardín. Como no tengo jardín lo hago en casa, en los bancos de la calle, en los parques, en los centros comerciales. Durante la época de la facultad, apenas acababa la clase en el depósito de cadáveres, bajaba a la avenida da Liberdade y, nalga a la derecha, nalga a la izquierda, conquistaba un pequeño espacio de tablas entre dos jubilados. Los jubilados hablan poco y yo también. Solo me faltaba la pantufla del pie derecho, el cigarrillo liado y el bastón. Normalmente era el último en marcharme. Con la bata en las rodillas veía la ciudad iluminarse. Las palomas emigraban hacia el tejado del anuncio Sandeman, un hombre con capa, sombrero y una copa de oporto en la mano. En mi opinión, formada a los cinco o seis años de edad, nunca existió nada más bonito. Me gustaba Mandrake porque se parecía a él: «Mandrake hizo un gesto mágico y…». Al alzar la copa el anuncio Sandeman hacía un gesto mágico y la noche aparecía. Este milagro cotidiano sigue encantándome. Además estaban las fachadas de los cines y las bombillas que corrían alrededor de los nombres de los actores: Esther Williams, Joan Fontaine, Lana Turner. Concebí por Lana Turner una pasión absoluta, exclusiva. En momentos de desánimo llego a pensar que no me correspondió. Pero el desánimo, claro, es pasajero, y el pelo platinado, las cejas evasivas dibujadas a lápiz, en semicírculos perfectos, los vertiginosos escotes de satén, los labios rojo escarlata, todo me asegura un amor eterno, eternamente compartido. Su hija mató al gangster Johnny Stompanato, supuesto amigo de Lana

(nunca amante, el amante era yo)

y aún hoy le estoy agradecido por eso. Usó el cuchillo de la cocina donde Lana Turner, seguro, preparaba salchichas con lombarda, mi almuerzo favorito, pensando en mí. Tampoco me gustaba que besase a otros hombres en las películas. Pero tal vez fuese mejor de esa manera porque, si hubiese llegado a casa con restos de carmín y me hubiera disculpado ante mi madre

—Ha sido Lana Turner, anda perdida por este menda

me temo que no le habría hecho mucha gracia la hipótesis

de hipótesis, nada, la certidumbre

de que su hijo de once años se casase con una divorciada, porque eso volvía más remota la ceremonia de la iglesia y nosotros éramos católicos. El argumento

—Una divorciada, hijo

me desconcertaba. Intenté discutir el tema con Lana Turner, ella en la pantalla y yo en el segundo palco de platea

—Mi madre va a poner pegas porque eres divorciada

un espectador, tres filas más adelante, me mandó callar, pero advertí que, mientras Jeff Chandler la abrazaba, Lana Turner dijo que no con la cabeza antes de bajar sus larguísimas pestañas

(no con deleite, solo por oficio, ¿quién era Jeff Chandler, con el pelo tan blanco, frente a mí, con pantalones cortos?)

asegurándome que ella misma hablaría en casa de lo inevitable de nuestro matrimonio mientras Nat King Cole, cantando, de fondo, «Imitación de la vida», disolvía las últimas resistencias de una educadora preocupada sin motivo. Incluso intenté una conversación exploratoria: me acerqué con desenvoltura al tejido, le toqué el brazo, mi madre dejó de contar los puntos

—¿Qué hay?

anuncié con un tonillo casual

—Creo que Lana Turner y yo somos novios

mi madre volvió a contar los puntos, setenta y seis, setenta y siete, setenta y ocho

—¿Ah, sí?

prueba de que aceptaba el hecho sin discutir, me dirigí a mi habitación, anuncié a mi novia, con abrigo de piel en un cartel de la pared

—Ya está

y oficialicé el compromiso con el anillo de aluminio que me salió de sorpresa en el roscón de Reyes. Debo añadir que fue una unión feliz, sin manchas, hasta que encontré a Anne Baxter, a los doce años, en Los diez mandamientos, mujer de Yul Brynner, el faraón, y enamorada de Moisés, Charlton Heston. Aparté a Yul Brynner y a Charlton Heston de un papirotazo y olvidé a Lana Turner. No habrá sido elegante, pero el alma humana es despiadada. Temí la reacción de mi madre, que vivía hacía siglos con mi padre y supuse que era conservadora. Le expliqué el asunto con miedo, tocando el brazo del tejido. Felizmente ella, persona evolucionada, se limitó a preguntar

—¿Ah, sí?

añadió

—Si no paras con esa vida de playboy, me saldrá mal el jersey

y dejó de hacerme caso. Volví a la habitación, se lo comuniqué a Anne Baxter, clavada con cuatro chinchetas en la pared, en el ex lugar de Lana Turner

—Ya está

Yul Brynner y Charlton Heston, buenos perdedores, aceptaron resignadamente el hecho, reparé incluso en que Yul Brynner la besaba con menos intensidad en la película

la vida es así, no vale la pena ir en contra de los sentimientos

por Charlton Heston no me preocupé demasiado porque le tocó morir ante la visión de la Tierra Prometida, y Anne Baxter y yo solo nos separamos en Eva al desnudo, cuando comprendí la horrible maldad de su carácter por cómo hacía sufrir a Bette Davis, que se parecía a mi abuela. En un arranque desesperado, intenté volver a Lana Turner, que había desaparecido de los cines por el disgusto que le di. Si la encontráis, decidle que estoy muy arrepentido y le pido disculpas. Decidle también que telefonee a casa de mis padres: debe de andar por ahí un chico con un anillo de roscón de Reyes en el dedo que atenderá la llamada.

Segundo libro de crónicas
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