EPÍLOGO

 

 

 

Es la última semana de agosto y todavía tenemos muchas cajas por deshacer. Lo esencial ya está colocado: una cuna en el cuarto de Daniel; los libros de Ivy en las estanterías; mi sillón de cuero, la televisión de alta definición de cuarenta y dos pulgadas y la Xbox instaladas en el salón. El piso de Ivy se vendió en menos de una semana tras salir al mercado, y a partir de ahí las cosas se han movido a velocidad de vértigo. Llevamos ya tres semanas viviendo aquí, y aún no me he adaptado a nuestro nuevo hogar (ni a la envergadura de nuestra nueva hipoteca). De todos los cambios, uno de los más insignificantes es el que más placer me produce.

Desde que vivo en Londres, nunca había tenido un buzón como los de antes, siempre era compartido en la entrada de la casa, fuera de mi espacio privado. Y el ruido de las cartas al deslizarse por mi puerta, y caer sobre mi felpudo en mi vestíbulo…, aunque el correo sea esencialmente basura…, es como un picotazo acústico que me recuerda lo mucho que hemos avanzado y lo afortunado que soy.

Son las ocho y media de la mañana cuando el melódico ruido me despierta de un sueño poco profundo. Me levanto de la cama, y dejo a Ivy y a Daniel —que ya tiene cinco meses— durmiendo acurrucados.

En el felpudo encuentro varios folletos, una factura, una carta del banco y un periódico local. Los cojo y a punto estoy de no ver la postal.

La imagen muestra una cabaña de madera junto a un arroyo en un claro de hierba frondosa salpicado de flores amarillas. En el fondo, montañas de cumbres nevadas atraviesan nubes de un blanco perfecto (hasta llegar al cielo, tal vez). Solo se lee una palabra sobre la imagen: Suiza.

Se me corta la respiración y los ojos se me llenan de lágrimas antes de dar la vuelta a la postal. El mensaje en el reverso está escrito en letra floja y desigual.

 

Ojalá estuvieras aquí

¡Ja ja ja!

El

 

Me echo a reír y a llorar al mismo tiempo. La última risa, pienso, y las lágrimas me caen con más fuerza. Llevo la postal a la cocina, la pongo sobre la nevera con un imán en forma de vaca y enciendo el hervidor para hacer café.