26
Durante el primer año de nuestra amistad, El me sacaba media cabeza de altura. En los veintidós que han pasado desde entonces, habré crecido más de cuarenta centímetros, y El menos de diez, pero siempre he querido llegar a estar a su altura. Tiene casi catorce meses más que yo, así que fue al colegio de mayores un año antes que yo. Una distinción tan profunda de clases podía acabar perfectamente con una amistad, pero como nosotros fuimos a colegios distintos, nunca nos vimos en una situación en la que El tuviera que ignorarme o tratarme con superioridad. Vivía muy cerca de mi casa así que jugábamos juntos casi todos los días, y era una fuente de información y artefactos del futuro para mí: pornografía, cigarrillos, jerez, chistes guarros, nuevos grupos de música, datos de mecánica sexual y anatomía. El tiene un año más que yo, y siempre lo ha tenido. Pero cuando le miro ahora, no puedo evitar pensar que su reloj se parará pronto, y su edad alcanzará el tope, igual que lo hizo su estatura hace veinte años.
A toro pasado, siempre ha sido evidente que El era gay, pero de niño yo no era consciente de los indicios que sugerían esa posibilidad (para mí, «gay» no era más que un insulto o un rumor disparatado). Como la pornografía, por ejemplo.
—¿R… cuerdas c… cómo me ll… amabas?
—El, el Tetero —digo.
—¡T… T… tetero, el tetero! —Echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada dura y jadeante que me inquieta, porque suena como si se hubiera atragantado con la pizza. Estoy a punto de levantarme, pero El sacude la cabeza y hace un gesto con la mano para detenerme.
Gracias a un intermediario u otro, El solía venir a casa con la bolsa cargada de Men Only, Penthouse, Club o Razzle. Luego las vendía a los chicos rabiosos de hormonas del pueblo, pero yo nunca me pregunté por qué no se quedaba con ningún material para uso propio.
La mención de El Tetero parece haber desviado la línea de pensamiento de El de cosas del pasado a cosas pendientes.
—V… v… vas a t… tener un b… —Sus labios se juntan y se le hinchan los mofletes al intentar articular la palabra bien.
—¿Puedes deletrearlo? —digo yo.
Su rostro se arruga por el esfuerzo.
—B… j… b…
—¿Como qué suena?
—S… suena… ¡suena como joder!
—Perdona.
El frunce el ceño y levanta las manos, que ya no le tiemblan tanto, y más bien se mueven con una lentitud hipnótica —como si estuvieran sujetas por elásticos— conforme avanza la enfermedad. Acaba colocando las manos delante de la tripa, como si abrazara un bulto invisible.
—Bebé —dice—. ¿Vas a t… tener un b…bebé?
—Dos —contesto—. Gemelos.
El sonríe. La sonrisa es auténtica, pero pasajera, y desaparece de su rostro tan rápido como apareció.
—M… mataría por al… algo de b… beber —dice.
Cojo su taza de plástico rosa con bebida de naranja.
—¡Una mierda! —grita, y me da un susto—. Una c… copa de verdad.
Instintivamente miro por encima del hombro, lo cual es una estupidez dado que estamos solos en casa. No tengo intención de darle alcohol, pero parece que una parte de mí sí lo haría.
—Sabes que no te viene bien —digo, y odio cómo suena mi propia voz.
—La v… vida no me v… iene bien. —Y suelta una carcajada sincera.
Ya casi no come nada; la mayoría de calorías las ingiere a través de bebidas y polvos concentrados. Siempre ha sido delgado, pero ahora parece más anguloso y frágil. Eso sí, su barba sigue estando espléndida, espesa y lustrosa, y le da un aire de gurú, o de estrella del rock yonqui.
—¿C… cuándo? —dice—. ¿El b… b… bebé?
—Bebés —le recuerdo levantando dos dedos—. El 11 de abril, dentro de siete semanas y dos días.
El asiente.
—Bien. —Sonríe—. S… serás b… bueno —dice—. B… buen p… padre.
—Ya veremos.
—¿Vas a c… casarte c… on esa ch…?
—Ivy —le digo, sonriendo al recordar mi torpe fracaso de proposición en la boda de Joe—. Sí —le digo, porque la verdadera historia es demasiado difícil de contar, y de todos modos es lo mismo que casarse: amar, honrar, obedecer; para vivir unidos; en la salud y en la enfermedad… Sí a todo ello; lo haré y lo hago, y, por mucho que me apetezca, no necesito un certificado para estar con Ivy hasta que la muerte nos separe.
—¿Más pizza?
El niega con la cabeza y se reclina en el sofá.
—Y… ya estoy —dice.
—¿Ni una porción más?
El sacude la cabeza con violencia; su rostro se arruga enfadado.
—¡Y… ya! —dice, llevándose las manos lenta pero deliberadamente a la cabeza—. C… cansado de es… esto —dice, y las lágrimas se derraman por sus mejillas.
—El, oye. —Me siento a su lado y le rodeo los hombros con mi brazo.
—Oj… jalá es… stuvie… era m… m…
Todavía intenta terminar la frase, y le abrazo contra mí, acariciando su pelo largo y apretando su cara contra mi pecho para ahogar esa última palabra. Llora tan fuerte que puedo sentir la humedad de sus lágrimas a través de mi camiseta.
Después de un minuto o dos, se aparta de mí, sorbiéndose la nariz.
—Qu… qu… qu…
—¿Qué?… ¿Cuándo?… ¿C…?
El asiente.
—¿Cuándo… cuándo es el c… cumple de Ph…?
—¿Phil? En mayo. A principios de mayo.
—P… pronto —dice El.
—Aún quedan unos meses.
Esta noche Phil se ha ido al pub, como siempre que vengo a ver a El. Sin embargo, hoy ha sido la primera vez en la que ha admitido abiertamente que había quedado allí con Craig. Aún no ha sugerido que sean más que conocidos del pub, pero tengo serias sospechas. La semana pasada Craig estaba aquí cuando llegué a ver a El, y había algo en el lenguaje corporal de Craig y Phil, en su tono de voz y sus miradas que me pareció más que platónico.
—D… después de su c… cumple Ph… Phil m… —El respira hondo, recobra fuerza y prosigue frunciendo el ceño con terca determinación—, me va a ll… llevar a ese sitio d…
—¿De?… ¿Donde?
El asiente.
—Do… donde te… c… m… matan.
—¿Qué? ¿Perdona?
—Te m… matan —dice, sonriendo como si estuviera describiendo un viaje a Disneylandia—. D… D… De Guitas.
—¿Dignitas?
El asiente, asiente, asiente.
—¡P… para morir! —dice soltando una carcajada y dejando que sus ojos se cierren y que su lengua cuelgue hasta la barbilla.
—El, pero qu… ¡cállate! Phil no ha…
El sonríe y asiente, y por muy dado que sea a inventar situaciones y tergiversar la verdad, se nota que habla en serio.
—L… lo que qu… quiero —dice—. Un re… galo de c… cumple para E… El.
—Pero…
¿Pero qué? A El le cuesta hablar y pensar, no puede andar, subir las escaleras ni servirse un vaso de agua sin ayuda. Apenas puede manejar el mando de la tele. No puede comer curry ni beber cerveza; no puede seguir un argumento. Necesita a Phil para que le limpie el trasero y duerme solo en una cuna acolchada. Y esta enfermedad es degenerativa; no hay remisión, ni cura, ni esperanza de otra cosa que no sea su declive. Y la muerte. Y por mucho que no quiera oírlo, lo sé.
—Tu cumpleaños no es hasta noviembre —le recuerdo.
El sacude la cabeza.
—No p… No puedo es… perar hasta nembre. —Y vuelve a sacudir la cabeza. La travesura se escapa de su mirada y, cuando sonríe, aparece una mezcla de tristeza, fatiga y silenciosa súplica. No hay bravuconería ni falsedad: es el El más lúcido y presente que he visto desde hace meses.
—¿Te apetece esa copa?
Sus ojos se abren de par en par.
—¿S… serio?
—Serio —le digo.
Cuando Phil vuelve del pub una hora más tarde, El está dormido con la cabeza en mi regazo. Y nada más entrar en el salón, ve el vaso de whisky medio vacío sobre la mesa delante de El. El mío está lleno, por tercera vez.
—O sea, que te lo ha contado —dice Phil, dejándose caer en su sillón favorito.
Asiento.
—¿Y…?
Levanto mi copa.
—¿Te unes?
Phil se inclina sobre la mesa y alcanza la copa sin terminar de El, la choca contra la mía y le da un sorbo.
—¿Cuánto ha bebido?
—Esa ha sido la primera y la última. Le habrá dado tres tragos.
Phil sonríe, y asiente.
—¿Qué tal Craig? —digo, y puede que la pregunta salga con algo de malicia.
Phil duda un instante antes de contestar.
—Está bien —responde—. Estamos… bien, ya sabes.
Asiento y sonrío.
—No pasa nada —dice Phil—. La verdad es que no, no…, no a menudo. —Se lleva un dedo al borde del ojo.
—No te pongas a llorar —le pido—. Ya he tenido bastante por una noche.
Phil empieza a llorar.
—¿Lo sabe El?
Phil asiente, sacude la cabeza, se encoge de hombros.
—No sé, Fisher. Nosotros…, a veces Craig se queda a pasar la noche. —Y con esas palabras rompe a llorar con los hombros temblando y la cabeza entre las manos, pasa de la nada al sollozo en un segundo, y después de medio minuto de histrionismo, no sé cómo, logra recomponerse con la misma rapidez. Es agotador verlo. Phil respira hondo, apura el whisky de El y rellena las dos copas—. El durmiendo en esa… puta cuna —dice—, y Craig y yo en la habitación de al lado. Es… un puto desastre. Un puto desastre.
—Está bien —le digo—. Tienes derecho a ser feliz.
—Es fácil decirlo —replica Phil.
—¿Hace cuánto que os veis?
—De vez en cuando, desde noviembre.
—¿Va bien?
—Sí. Creo, quiero decir…, sí. —Phil se permite una sonrisa—. Es bueno conmigo, me hace sentir… —Se encoge de hombros y se seca las lágrimas con un pañuelo. Mira a El—. Y ahí está mi bebé.
No sé qué decir, así que no digo nada.
Phil está llorando de nuevo.
—Es como si lo peor y lo mejor ocurrieran al mismo tiempo, y yo… Dios, soy tan egoísta.
—El se alegraría por ti, ¿sabes?
—Ojalá yo también pudiera alegrarme.
—Inténtalo —le digo, y suena tan manido que me sonrojo de la vergüenza—. Quiero decir, que se enfadará, gritará, te insultará, tirará cosas…
Phil se ríe.
—Al menos no puede tirarlas muy lejos, ¿eh?
—Cierto. Pero deberías…, deberías contárselo.
Phil asiente.
—Lo sé.
—En fin —digo—. ¿Después de tu cumpleaños?
—Julio, puede que agosto. En unos seis meses.
—Pues entonces que sean seis meses de la leche.
Apuro mi copa y vuelvo a llenarla.
Phil se acaba la suya.
—Pásame la botella.